¿No os ha pasado a veces que estáis soñando algo y vosotros
mismos os preguntáis si es un sueño o es real? ¿Y al revés? ¿Estar despiertos y
conscientes y preguntaros si lo que está sucediendo será sólo un sueño absurdo?
Si la respuesta es no, quizás no entendáis nada de este
post. Si todos respondéis que no, quizás necesito una camisa de fuerzas. Y no sé
por qué, intuyo que si hubiera visto Matrix, quizás hasta podría explicarlo
todo mejor. O hacer unos símiles chulos que te cagas. Pero no. Así que podéis
ahorrároslos porque no los voy a entender. Y NO, no voy a ver Matrix, ya me la he dormido tres veces y cada vez más profundamente que la anterior. Es infumable.
Y podéis tirarme piedras, me la pela.
El caso es que desde el accidente de Roncito y tal estoy un
poco cansada. Eso, unido al comienzo de la alergia y a los dulces efectos de
los antihistamínicos. Así que digamos que voy un poco en mi propio globo y me
entero de las cosas un poco a medias. Porque niños, las drogas son malas. Pero sus
efectos inmediatos son cojonudos.
El caso es que ayer me levanté un poco aturdida y confusa. Había
tenido unos sueños raros y dormir de nuevo en la cama tras una semana en el sofá
me tiene un poco desorientada. Pero hice como si nada y seguí con mi rutina:
desayuno de Ron, desayuno de mami de Ron, llamar a mamá de la mami de Ron,
vestirme y salir a la calle.
Cuando salí, vestida con unos vaqueros, una camiseta, un
jersey, un pañuelo al cuello y una chaqueta y miré al cielo, me dije “joder,
parece noviembre en vez de finales de abril”. Y seguí caminando calle abajo. Entonces
me crucé con una madre y sus dos hijos que salían del cole. Uno de ellos le
dijo al otro “… ¿y te sabes esta? Mira, campana sobre campa-aaa-ana y sobre
campana uuu-una…”
Demonios. Igual es
noviembre de verdad. Igual lo he soñado todo y no han pasado aún las navidades,
ni la operación de mi yaya ni nada. Igual he retrocedido en el tiempo. No, qué
absurdo, no puede ser. Seguro que el
niño ese está confundido. Así que seguí andando. Y me crucé con dos
abuelos. Uno le dijo al otro “vaya tiempo que está haciendo este otoño, ¿eh?”. Mierda. ¿Ha dicho otoño? ¿Será una ironía? ¿
Estaré soñando? Igual he conseguido viajar en el tiempo de verdad y puedo arreglar las cosas que he hecho mal. No,
no seas estupida, Naar, sigue caminando, sigue como si nada, que son sólo
casualidades.
Pero llegando a la panadería me crucé con un señor que
llevaba una bolsa con un Papá Noel dibujado. Típica bolsa que te dan en las tiendas
en el periodo navideño. Así que llegué a la conclusión de que era verdad. Había
viajado en el tiempo. Había retrocedido cinco meses como si nada. Y me puse a
pensar a toda prisa. Rápido, Naar,
piensa. Tienes una segunda oportunidad… puedes arreglar todo lo que has liado
en estos últimos meses. Rápido, qué hay que hacer. Primero, ojo con Ron y las
ventanas. Vale. Más, más cosas Naar, corre, piensa. Es noviembre luego aún no
te has liado con el Ross. No, espera, aún sales con el chaval de Sevilla. Vale,
cuando llegue a casa le llamo y le dejo, total, me va a dejar él en un par de
semanas y así nos ahorramos el berrinche y el mal trago. Más cosas, rápido. No
preocuparse por lo de la yaya, va a salir bien. No agobiarse con la boda de
Gordito, tengo unos zapatos que valen, no gastar dinero en otros. Y… y… espera,
he dicho que aún no me he liado con el Ross. ¿Qué hago? ¿Vuelvo a liarme con él
y a complicarme la vida o le doy una oportunidad al guapérrimo? Ay, dios, qué
estresante es esto de viajar en el tiempo. ¡¡NO, espera!! Mejor, mucho mejor.
¿Qué coño de número tocó el gordo de la lotería? ¡¡Compra, Naar, compra!! ¿Pero
qué número era? Ay, señor, que no recuerdo ni la terminación. Así no me voy a
hacer rica en la vida. Ni viajando en el tiempo haces negocio, so pava. Piensa,
Naar, piensa… compras la lotería y te vas a vivir al Caribe. Y que le pelen al
Ross y al mundo.
Compré el pan tan contenta. Como consiguiera recordar el número
de la lotería me iba a forrar. Y le iban a dar mucho por culo a todo. Ja. A la
mierda el Ross, el guapérrimo y la puñetera madre de todos. ¡Iba a ser rica!
Me fui a casa de mi madre con mi pan debajo del brazo
mientras el viento de noviembre me pegaba en la cara. Y es curioso esto del
cambio climático, porque los árboles estaban empezando a tener unos brotes
verdes como anuncio de futuras hojas. Entonces caí en la cuenta. Yo me había
despertado en noviembre, pero el tiempo se estaba acelerando rápidamente. Iba sufriendo
una aceleración constante que pronto me iba a traer al presente en el mejor de
los casos. O al futuro de la señora de la lejía en el peor.
Aceleré el paso. No fuera a ser que llegara a casa de mi
madre y me abriera una anciana. Mientras subía las escaleras, me llegó un wasap
de Flumi. “Preciosa, ¿te animas a celebrar tu cumple el sábado que viene
conmigo?” ¿Veis? Lo dicho. Aceleración rápida del tiempo. Ya estaba casi en el
presente, obviamente. Si Flumi quería celebrar mi cumple es que era… ¿finales
de marzo, principios de abril? Mierda, ya no había tiempo para comprar lotería.
Espera, aún tenía 29 años. Eso es una maravillosa noticia. Igual se detenía el
tiempo en ese momento y no me llevaba el sofoco anual del día gafe del año
conocido como el aniversario de mi nacimiento. Igual me ahorraba ir a la boda
del Gordo. Igual no llegaba a cumplir los 30. Era casi como lo de la lotería.
Subí tan contenta a casa de mi madre.
-
Mamá, adivina qué me ha pasado hoy.
-
¿Hoy? ¿qué día es hoy?
Mierda. Qué te juegas a que no he viajado en el tiempo y sólo
es una deficiencia neurológica familiar que nos impide saber en qué día
vivimos.
-
Pues… pues… no sé qué día es pero escucha, me ha dicho
Flumi que si celebro mi cumple con él la semana que viene, luego eso significa
que…
-
Que para tus amigos cualquier excusa es buena para
montar juerga. ¿a qué viene tu cumpleaños un mes después?
Mierda de nuevo. Ya sé a qué viene. A que Flumi cumple los
años justo un mes después de mí. Y antes de la boda del Gordito y del disgusto
de mi cumple, me dijo como un millón de veces que lo celebrásemos juntos en
mayo y punto. Que poníamos los dos algo de dinero y nos tomábamos unas cañas en
Casapaco.
Resumiendo, el niño era tonto o hacía cosas inexplicables de
esas que hacen la mayor parte de los niños y que a mí me funden los plomos. El abuelo
bromeaba con el mal tiempo. El señor de la bolsa del papá Noel era un rácano
que usaba las bolsas hasta que se caen a cachos y aún estaba amortizando una de
unas navidades pasadas, posiblemente las de 1998. Los brotes de los árboles no
se deben al cambio climático y simplemente es que ha hecho frío y van un poco
retrasados.
Odio las explicaciones racionales. Son un rollo repollo. Lo único
bueno es que no he perdido la oportunidad de hacerme rica por no recordar el número
premiado de la lotería. Lo malo es que el estúpido tiempo sólo avanza hacia
delante y sí tengo 30 años, sí me lié con el Ross y Ron aún lleva las patitas
vendadas aunque ya esté como siempre.
Mierda. Mierda y mil veces mierda.