Dije que no me gusta noviembre. Que le tengo un poco de
miedo. Con razón.
En lo que llevo de mes he tenido una semana de regla
horrible, un primer resfriado, un problemilla intestinal y oh, sorpresa, un
segundo resfriado corregido y aumentado. El resfriado 2.0. Y estoy hasta las narices ya. Literalmente,
porque tengo la nariz llena de heridas, pelada y dolorida. Me escuece, me pica
y me paso el día con un pegote de crema untado para ver si se cura. Pero no,
porque me tengo que sonar tanto, tantísimo que es un trabajo inútil. Total, que
si ya de por sí mi nariz es fea, ahora mismo podría cambiarla por un pimiento
morrón medio pocho y nadie notaría la diferencia.
Como además vivo sola y no quiero que mi madre se contagie
de virus (y ella tampoco quiere, no nos engañemos), tengo que hacer cosas, sólo
hago lo justito, a medio fuelle y tirando a mal. O sea, que la casa está sucia
y desordenada hay pañuelos usados por todas partes y ropa encima de las sillas.
Pero qué queréis, no puedo con mi cuerpo y he perdido la mitad de mi masa
encefálica por la nariz y la otra mitad está encharcada en mocos. Así me pasa,
claro.
El otro día por ejemplo fui a prepararme algo para cenar.
Abrí el frigorífico, cogí una manzana del cajón de las frutas, la miré
extrañada, la toqueteé, la volví a mirar y pensé “joder, vaya tomate más raro”.
Os lo juro. Como no me convenció su aspecto, abrí el otro cajón donde guardo
las verduras, cogí un tomate y pensé “este sí parece un tomate”. Sólo en ese
momento me di cuenta de que lo primero era una manzana. A un pelo estuve de
hacerme una tostada de manzana frotada con jamón. Así, a lo cocina innovadora.
Para colmo, no sé si por la carencia de oxígeno en mi
cuerpo, si por el haberme reenganchado como una yonki al espray nasal o por
qué, pero sueño cosas raras. A veces son pesadillas, como la otra noche que me
desperté llorando y gritando porque habían atropellado a mi Ron. Como duerme
encima mía, le abracé y le llené de besos ante su extrañada y molesta mirada de
“¿qué coño quieres? ¿no ves que estaba durmiendo?”. Por suerte otras veces
sueño cosas más agradables. A ver, agradables en el momento. Que luego lo
pienso y es todo muy extraño. Pero en el momento me siento genial y me olvido
de que cuando despierte seguramente me quiera morir del malestar, la congestión
y todas esas cosas. Además hay ciertas personitas, ciertos lugares y ciertas
épocas que siempre vuelven a mi cabeza en los malos momentos. No es de un modo
consciente, pero se me aparecen en sueños. Y aunque sea sólo verlo de pasada en
un mundo que no es real, me siento un poco mejor. Me devuelven a años más
sencillos, más felices, en los que todo era mucho más fácil y no parecía tener
consecuencias determinantes. Son como ese lugar feliz del que hablé una vez. Y
aunque algunas de esas personas reales no tengan nada que ver con las que yo
sueño, como los lugares ya no son lo que eran, ni las épocas pasadas vayan a
volver, lo agradezco. Hacen más llevadero todo el mal rollo que tengo encima.
Por ejemplo esta noche he soñado que estaba en mi pueblo… o
en un sitio que yo creía que era mi pueblo del sur, pero que no se parecía en
nada. Y allí estaba yo, de fiesta en fiesta, como los viejos tiempos. Lo mejor
de todo es que iba acompañada por los Backstreetboys. Así, como lo más normal
del mundo. Que por cierto seguían siendo jóvenes como cuando yo los escuchaba,
en plena adolescencia. Y diréis, qué hortera eres, maja. Pues no, si fuera por
la música que escucho en la vida real, soñaría con los Creedence o con Darkness
o con algún grupo setentero o rockero, pero yo también tengo un pasado. También
fui adolescente y quise integrarme, jolines. Y lo mejor de lo mejor es que en
mitad de la fiesta y de mis jaleos con los backstreetsupuñeteramadre aparecía
una sonrisa socarrona del pasado. Una sonrisa de esas que me devuelven a los
años mozos. Una sonrisa y unas palabras susurradas al oído en mitad de una
multitud como antaño. Una sonrisa y unos ojos negros que me hacían despegar los
pies del suelo. Eso casi compensa lo de los bacstreethoretras.
Total, que entre sueños raros dignos de volver loco a Freud,
confusiones culinarias y narices peladas y enrojecidas va pasando el mes. Yo,
conste, estoy hasta los cojones ya de invierno. Y no es invierno aún, pero me
la pela. Si tengo que envolverme en mi batamanta eléctrica y salir a la calle
como michelín, envuelta en mil capas debajo del plumas, es invierno. Y esto no
es nada para lo que nos espera. No sé yo si sobreviviré o si tendré que hacer
un testamento blogueril. Deseadme suerte.