jueves, 10 de agosto de 2023

Decir "no estoy bien"

 

Bueno, llegó el día horrible. Es la primera vez que me pongo a escribir sin Ron al lado. Es curioso cuando vas haciendo cosas por primera vez sin ese ser querido que te ha acompañado durante tantos años. Porque de alguna extraña manera, el dolor vuelve con renovadas fuerzas.

El caso es que mi Roncito se ha ido al cielo. Llegó su momento y ya no podíamos hacer más. Es doloroso y desgarrador. Y he necesitado una semana entera para aprender a respirar de nuevo y ser capaz de ser mínimamente funcional. Una semana para no llorar cada cinco minutos, para salir a la calle sin ahogarme de ansiedad, para poder decirle a la gente que he perdido a mi pequeño. Y aún así me cuesta. Porque sigo llorando, sigo con ansiedad y me sigue costando mucho decirlo.

A pesar de todo eso, estoy “feliz”. No estoy contenta, estoy triste. Pero estoy feliz. Porque él ha estado bien hasta el final, ha sido el gato más amado y cuidado del mundo, ha estado con sus papás humanos y su hermana felina hasta el final. Y se ha ido envuelto en la suave caricia del saberse querido con toda la profundidad del alma.


En fin, no tengo fuerzas para hablar más del tema. No puedo hurgarme más en la herida. Sólo quería decirlo porque Ron ha sido gran parte de este blog y lo seguirá siendo. Mi ángel no me dejará nunca y siempre estará conmigo.


Dicho eso, estaba tan, pero tan jodida, que al final hice lo impensable para mí. Y pedí ayuda. Yo. Es raro. Pero me propuse este año ser capaz de pedir lo que necesito. A veces al menos. Dejar de decir “yo puedo con todo” y “no te preocupes que yo me encargo” y “no pasa nada” y “estoy bien”. Me propuse ser capaz de decir a veces “pues mira, sí, estoy en la mierda, me vendría bien que me echaras un cable”. Y oye, lo recomiendo. La gente suele reaccionar mejor de lo que pensamos. No nos ven como débiles y pusilánimes y nos rechazan. Al contrario.

Decía que pedí ayuda. Al dueño de mis... mantas para el sofá (ver aquí por qué el cambio de nombre). Hice lo que dije y le pedí tal cual que me dejara cobrar el vale de comprensión y empatía y no sé qué cosas. Debo decir a su favor (como si dijera pocas cosas a su favor, joder) que sintió mucho lo de Ron, que ya me estaba dando apoyo antes de que le pidiera ayuda y que ni había terminado de escribir la frase cuando me había preguntado qué necesitaba.

Ayer fue el primer día que pude y se vino a mi casa a abrazarme como sólo él sabe hacerlo. Le vi los ojos bajo la luz del sol, que hacía tiempo que no ocurría. Y la hostia. Mira que yo tengo los ojos claros y que en mi familia son comunes. No es algo que me llame la atención. Los ojos azules o verdes no son algo llamativo para mí. Pero os juro que los ojos del dueño de mis... toallas de rizo son impresionantes. Son... azul ciencia ficción.

Dejando de lado sus estúpidos ojos y su estúpida sonrisa y su estúpido cuerpo y su estúpida voz, me gusta la relación que estamos creando como adultos. Anoche hablamos muchas horas, de muchas cosas y con mucha honestidad. Fuimos capaces de decir “estoy jodido/perdido/asustado”. Fuimos capaces de explicar dudas vitales, miedos, vacíos y vértigos. Nos reímos, nos sinceramos, nos abrazamos. Le di las gracias. Pero no sé si lo suficiente. Por si vienes a cotillear, que sé que lo haces a veces, GRACIAS. 


En fin. Basta. Sólo quería poner esto un poco al día y dejar un pin en estas fechas para acordarme de que fue un espanto pero no me faltaron manos para darme empujoncitos.

martes, 4 de julio de 2023

Los Juegos del Hambre

 

Nunca me he considerado una persona rencorosa. Tengo una larga lista de defectos pero ni el rencor ni la envidia están entre ellos. Y es que creo que son mezquindades en las que no quiero participar. Eso y que me la suda mucho lo que hagan los demás, eso también.

El caso es que sin rencor, pero cuando llega el momento en el que por lo que sea, decido echar a alguien de mi vida y bajar la persiana para él, no suele haber vuelta de hoja. Aunque a veces me duela. Y otras, de nuevo, me la sude.


Hace poco leí la saga de los Juegos del Hambre. ¿Y cómo es posible que yo, ávida lectora, no hubiera ni echado un ojo a tan conocida trilogía? Pues porque le gustaba al Ross y por eso yo la tenía un tanto atravesada. Vimos las películas juntos, eso sí, cuándo, dónde y cómo le salió a él de su ilustrísimo nardo, porque por más que le pedí ir al cine a ver la última, me dijo que no. Y se me había quedado esa especie de regusto, de algo que te recuerda a otro algo y que te desagrada de algún modo incomprensible.

Pero hace unas semanas me empezó a dar por las fantasías distópicas extrañas y me dije “Naar tía, pero qué coño”. Y me la descargué y me la leí engullendo los libros mañana, tarde y noche. Y me dí cuenta de varias cosas:


La primera, me reafirmé una vez más en que el Ross se creía muy listo, pero no lo era. Se perdió miles de sutilezas del libro que le pregunté directamente cuando ví las películas y no me supo responder.


La segunda, nunca le guardé rencor al Ross porque le quise mucho, le odié mucho más todavía y cuando lo nuestro se rompió definitivamente, no me quedaba nada para él. Nada. Ni asco. Sólo la nada absoluta, el vacío y el silencio.


La tercera, me alegro de que los dos hayamos encontrado nuestro camino, sin el horror de los últimos años “juntos” quizás nunca hubiera soltado el lastre y nunca le hubiera olvidado del todo. Lo dije una vez y lo reitero, mi relación con él fue el túnel de mierda por el que tuve que arrastrarme para llegar a Zihuatanejo. Y ojalá fuera lo mismo para él.


La cuarta, con Los Juegos del Hambre he cerrado una especie de capítulo pendiente. El de enfrentarme a la parte de mí misma que aún no quería tocar porque estaba pringada por su presencia. Sabía que no sentía nada por él, estaba claro, pero temía sentir algo por mi yo de entonces. Pena, quizás, por haberme humillado tanto. Rabia por haber sido tan tonta. Culpa por haberme dejado. Quizás sí sea rencorosa conmigo misma. Pero no. Me he liberado de hasta ese último resquicio.


El otro día leí en twitter que a los 7 años todas tus células se han renovado y ya nada en tu cuerpo es el que era. No sé qué mierda de científico tiene esto, pero está bien decir “ya no queda ni una célula en mi cuerpo que tú llegaras a tocar”. Queda poético, supongo. Es liberador hasta cierto punto. O algo, no sé explicarlo muy bien. Y no sé si hace ya 7 años que el Ross se fue por fin con su carrito de ruedas y se llevó las últimas cosas que quedaban en mi casa, incluido el anillo que me regaló a los 20, pero no siento que haya pasado jamás por aquí. No siento que jamás me haya tocado un pelo. No sé por qué, pero es el único hombre de mi vida al que sé que he querido, pero no recuerdo por qué, ni cómo, ni nada. En absoluto. Él mismo se desvaneció de mi vida de un día para otro. Y no entiendo cómo fue posible. Hasta a los “peores” de mis ex le eché de menos, a veces por razones equivocadas o negativas, pero estuvieron presentes durante un tiempo en mi vida cual sombra de ciprés, alargada y siniestra. El Ross no. El Ross desapareció y nunca jamás volví a pensar en él. Nunca le eché de menos. Nunca añoré nada de él. Y sólo me he tenido que volver a enfrentar a algo que me recordaba a él al pensar en leer estas novelas. Y todo para descubrir que eran mucho más y mucho mejor de lo que él supo apreciar y que por lo tanto me metí en la historia y me olvidé de todo lo demás en el capítulo 1 de la primera parte.

En fin, no sé, necesitaba desahogarme. Decir esto último sobre alguien en quien ya no pienso nunca. Necesitaba decirme a mí misma que ese tipo del que escribí tantos post, al que quise tanto, al que me unían tantas cosas, realmente existió. Que estuvo una vez en mi vida y fue una persona real. Y que hizo una cosa buena por mí: darme a Maya. Mi pequeño terremoto negro que anda ahora mismo montando el show nocturno de ruido, tirar cosas y maullar sin sentido para sacarme de quicio y a la vez llenar la casa de vida. Quizás sólo por ella, mereció la pena el resto.

jueves, 18 de mayo de 2023

Vacaciones en Villa Ansiedad

 Hoy se han acabado mis primeras vacaciones del año y tengo la sensación de no haberme movido apenas del sofá. No me he encontrado con ánimo ni con fuerzas ni con nada. Yo qué sé. De vez en cuando vienen los demonios a cobrar sus cuentas y yo soy pésima pagadora porque me paso la vida en huida hacia delante.

Ron sigue aquí conmigo, apoyado en mi cadera mientras escribo, gordo y feliz. Es lo bueno de ser gato, te importa una mierda el futuro, te atormenta una mierda el pasado y la mayor parte de las palabras significan una mierda para ti. Así que mientras su enfermedad me pasa factura a mí, a él se la viene sudando bastante. Sé que estamos en una cuenta atrás, pero mientras él se encuentre bien, pues seguiremos adelante y le diremos a la muerte “not today”. Y esperaremos un día más de regalo.

Pero el caso es que yo no estoy muy bien. Las hormonas empiezan a pasarme factura también y eso sumado a los nervios, el estrés, la ansiedad por lo de Ron y por más cosillas que no vienen al caso, pues... mal. Y hoy mientras conducía dando una vuelta bastante tonta para ir a comprar comida a Ron, lo pensaba. La gente “normal” (si es que existe eso) se suele dar cuenta de que está mal porque se siente triste o irritable o algo. Yo no. Yo me doy cuenta porque lo primero que hago es empezar a pensar demasiado mucho bastante con frecuencia a veces en el dueño de mis sábanas. Maldita la hora que le puse ese nombre. Debería explicar también la teoría de mi querida Antoña y admitir que el nombre es parte de su atractivo sexy porque la palabra sábanas es como muy sensual y erótica, se desliza por la lengua y se enreda sola en los pensamientos. Quizás debería evolucionar al dueño de mis tapetes de ganchillo y así la cosa bajaría de grados. En cualquier caso, decía que me da por pensar en él. ¿Y por qué? Pues porque es como una válvula de escape. Él no tiene nada que ver con nadie más de mi vida. No está relacionado con mi día a día, con mi rutina, con mi mundo real. Estar con él un rato es... desconectar de todo. A veces hasta de mí misma. Sobre todo de mí misma.

Por eso cuando estoy mal, incluso antes de darme cuenta, me da por pensar en él. Como un mecanismo de autodefensa. Como una alarma de “tía, desconecta un rato que se te está sobrecargando el sistema”. El problema es que luego no es tan buena solución ni es tan inocuo el asunto, pero eso es tema para otro día.

Esta mañana mientras conducía, como decía dando un rodeo bastante tonto por culpa de la verbena de San Isidro, he intentado pensar en las otras formas que tengo de encender la luz de alarma de que no estoy bien además de querer llamar al innombrable de la ropa de cama. Una de ellas es mirar páginas de potingues y maquillajes que no me compro, pero curioseo. Otra es leer de forma obsesiva como si el libro fuera un escudo ante el mundo y mientras estoy en en Prythian o en Mundodisco o en Atlantia no pudiera pasar nada malo en el estúpido Madrid porque já, yo estoy lejos y nadie puede verme. Es una reacción muy madura, lo sé. Quizás un dato interesante sea que en dos semanas de vacaciones me he releído por completo la saga de ACOTAR, además de cinco libros de Mundodisco, el último de Sarah MacLean y dos de Jennifer Armentrout que tenía por ahí.

También he llorado un poco a lo tonto, me he quedado en casa sin hacer nada, me he pasado las mañanas durmiendo y las horas enteras abrazada a Ron diciéndole cosas mientras él ronronea encantado de la vida de recibir montones de mimos y de comer todo lo que quiere.

Y he pensado muchas veces en una conversación que tuve hace un par de meses o tres con el dueño de mis fundas para los cojines en la que me dijo que podía ofrecerme “comprensión, empatía, inteligencia emocional y algo de experiencia” (sic). Luego añadió cosas que nos llevarían de nuevo a lo de las sábanas, así que nos vamos a quedar con lo primero. Y he pensado varias veces utilizarlo como si fuera un vale. Decirle “oye, tú, me debes un día de empatía y comprensión, dámelo que lo necesito.” Pero algo me dice que las cosas no funcionan exactamente así. De todos modos, no descarto nada si mi salud mental sigue tambaleándose y ni siquiera surte efecto mi famoso mantra “cálmate mongola que en realidad no te pasa nada”.


En cualquier caso mañana vuelvo a trabajar. A ver cómo gestiono el asunto de la ansiedad y la agorafobia después de dos semanas de no salir o no alejarme de casa más de lo necesario para ir a por el pan. Espero que me venga bien y me ayude a avanzar un poco. No sé hacia donde, pero avanzar.

Y recordadme también que si todo lo demás falla, puedo volver a escribir. Escribir mierdas sin sentido como esta, pero escribir. Que es lo que me ha salvado siempre y quizás pueda hacerlo una vez más.

martes, 17 de enero de 2023

Sobre el aborto

 

Bueno, como ya está escrito el primer post del año, ahora puedo meterme en el fango todo lo que me dé la real gana.

Había pensado, y tengo por ahí a medio escribir dentro de mi cabeza un post que habla de sábanas, del sonido que hacen las palabras y de Terry Prattchet, pero estoy cabreada con los que quieren “ofrecer” a las mujeres que quieran abortar la posibilidad de escuchar el latido y no sé qué hostias y se me ha cruzado el cable. Ese cable que anda suelto en mi cabeza y que al menor soplo de aire se mueve, toca con algo, hace cortocircuito y empiezan a saltar chispas. Pues ese.


El caso es que el año pasado en mayo yo me encontraba fatal. Como el 2022 ha sido un año un poco mierder y mi endometriosis, mis hormonas y mi cable suelto han estado peor que nunca, no le di mucha importancia. Pero por dios, qué mal cuerpo todo el puto día. Una noche incluso me desperté de madrugada con unas nauseas locas y ganas de vomitar lo que comí hace tres años. Yo, que no vomito nunca. Por las mañanas no me entraba ni el té. Qué asco todo, por dios. También me mareé una tarde en el centro y lo único que me parecía consolar era caminar con el aire de cara, así que me fui desde la glorieta de Bilbao hasta más abajo de Plaza de España andando. Y quería seguir hasta mi casa, pero el Dorniense no quiso y me metió a la fuerza en un uber, donde tuve que ir con la cabeza fuera de la ventanilla como los perretes para aliviar las nauseas.

Un día eché cuentas y no me salieron.

Tenía que haberme bajado la regla el día anterior y no es que no lo hubiera hecho, es que no tenía ni síntomas. Y me dije lo que cualquiera se diría en ese momento: ay, la hostia.

Esperé cuatro días más y la regla que no aparecía. Ni tenía pinta de que se la esperara. El Dorniense, que suele bromear con esas cosas, me miraba torvamente, y cuando alguien con los ojos tan oscuros y las pestañas tan largas y tan negras te mira así, te cagas por la pata abajo porque sabes que la cosa va en serio.

Así que al final, una mañana se me cruzó el cable ese suelto y bajé a la farmacia, compré un test de embarazo, subí, lo hice y pum, positivo. A la primera, en grande, en luminoso. Dos rayas rosas como las dos putas torres gemelas.

Para otra gente esto será una alegría, una buena noticia o el sueño de su vida. Para mí era una patada en el pecho. Yo no quiero tener hijos, no he querido nunca y jamás querré. El dorniense tampoco. Y ponemos medios para evitarlos, sólo que se ve que algo falló, o no pusimos toooodos los medios que debíamos poner o yo qué sé. Para colmo, un mes antes me dijeron en la consulta del ginecólogo que si pensaba tener hijos tenía que operarme sí o sí, porque con la bola de endometriosis que tengo en el intestino, si algo lo desplazara levemente o lo apretara, me causaría una obstrucción y un riesgo altísimo de irme al otro barrio. Así que se juntaba el no querer tener hijos con el no querer morirme y a la vez con no querer pasar por un trance tan espantoso.

Y me vi de repente sola en mi casa, con un palito de plástico rosa en la mano, teniendo que irme a trabajar en media hora, con mi vida yéndose a tomar por culo y con la sensación de que no había opción buena. Creedme si os digo que está entre los peores momentos de mi vida.


Le mandé un mensaje al Dorniense, me maquillé un poco y me fui a trabajar. Pedí cita para mi médico de cabecera y busqué cosas en internet. Curiosamente, de pronto instagram se llenó de sugerencias de bebés, de señoras muy contentas de estar preñadas por primera o por vigesimoséptima vez, de imágenes de ecografías y de mierdas que me sonaban extrañamente a campaña provida encubierta y que hicieron que no abriera la puta aplicación en una semana.


Mi médico de cabecera no sabía nada del procedimiento a seguir y me derivó a la trabajadora social a pesar de que le insistí en que no era eso lo que debía hacer. Lo mejor que me dijo es que era muy pronto y que no tuviera tanta prisa. No pareció entender que cada segundo en esa situación era una tortura psicológica. Me tuve que informar por mi cuenta, llamar a clínicas privadas concertadas con la comunidad de Madrid y pedir cita. A todo esto, sin poder hablar con nadie porque mi familia es religiosa y/o antiaborto. El Dorniense me apoyó como siempre, me dijo que hiciera lo que hiciera estaría a mi lado, trató de ayudarme... pero no entendía la mitad de lo que me pasaba ni de lo que le explicaba y yo me sentía sola igualmente.


Fueron unos días horribles. De verdad, horribles. Tenía clara mi decisión, nunca hubo opciones. Pero aun así me levantaba y me acostaba pensando en el tema. Me encontraba de puta pena y sabía por qué. Me sentía horriblemente triste y angustiada y sola y jodida.


Por suerte, el mismo día que tenía cita para la primera consulta en la clínica, me bajó la regla. Lo que fuera que había intentado habitar ahí, se había ido por su cuenta evitándome el tener que desalojarle. Tuve una hemorragia espantosa con unos dolores inhumanos que duró muchos días. Y aún así, me sentía aliviada porque se hubiera solucionado solo sin tener que pasar por algo aún más traumático. También me sentía una persona horrible por sentirme así, pero yo qué sé, como que eso era en un segundo plano.


No hablé con nadie del tema hasta hoy. Nadie más lo sabía a parte del Dorniense y un compañero de trabajo que me pilló un día llorando en la puerta mientras me fumaba un cigarro y se lo conté. Y no pienso volver a hablar de ello por ahora. Pero pienso en que un señoro de vox me hubiera obligado a esperar más tiempo aún para obligarme a escuchar latidos o para enseñarme imágenes y lo primero que se me ocurre es hacerme con un hacha y terminar en la cárcel por descuartizar gente.


Así que por favor, una vez más, no votéis a partidos que nos quieren quitar derechos. Sé que el aborto es un tema especialmente delicado, que enciende mucho y que levanta ampollas. Nadie es indiferente a esto, pero joder, pensad un momento. Nadie aborta por gusto. Para nadie es fácil. Cada una sabemos nuestra circunstancia y nuestras razones. Y no tenemos que dar explicaciones a nadie. No tienen derecho a hacernos sentir peor. No pueden torturarnos ni coaccionarnos en nombre de sus ideas. Sus ideas no están por encima de nuestras vidas. Y no voy a entrar en dar un alegato a favor del aborto, sólo he querido contar mi experiencia, que seguramente fue mínima comparada con la de muchas mujeres que lo han pasado cien veces peor.


Y que necesitamos el feminismo más que nunca. Ni un paso atrás.


domingo, 15 de enero de 2023

1 de 2023

 ¿Recordáis cuando escribía(mos) post especiales de navidad, de año nuevo, de aniversario del blog, de cumpleaños y del día que te hacían descuento en el súper? Ah, qué tiempos.

El caso es que ha empezado el 2023 y yo aún no doy crédito. No sé si ha sido por la pandemia que me ha trastocado la noción del tiempo o simplemente por la edad. Pero tengo la sensación de que los últimos muchos años han pasado demasiado deprisa y envejezco a marchas forzadas, a pesar de seguir sintiéndome una jovenzuela y de estar deseando que se acabe el frío para ponerme mis pantalones de tiro bajo. Pero ya ves, aquí estamos. Feliz año, por cierto.


He estado unos días dándole vueltas a qué escribir para empezar el año. Soy un poco supersticiosa con esas cosas, pero al final sólo he llegado a la conclusión de que mi vida es una constante lucha entre el condicional y el presente de indicativo de los verbos. “Debería” o “tendría” siempre están a la gresca con el “voy a” o “quiero”. Porque yo debería escribir un post dando gracias por el año pasado, haciendo balance o quizás nuevos propósitos que no pienso cumplir. Pero lo que quiero es hablar del sueño que tuve anoche o de la cena con los Satánicos o de lo mucho que me gustó la peli de Elvis y de que ahora Austin Butler es mi novio. Y lo que voy a hacer es... nada. Voy a escribir lo que me salga de allí, pero no lo voy a publicar. Voy a comerme un trozo de bizcocho de chocolate que he hecho esta tarde, voy a seguir leyendo Brujerías de Prattchet y voy a coger a Ron y a decirle lo muchísimo que le quiero. Y así ni una cosa ni la otra.


Y quizás la semana que viene o mañana o dentro de tres semanas, escriba algo que realmente me apetezca sin la presión del primer post del año.

Feliz Año de nuevo, a todos los que aún pasáis por aquí, a los que me leen desde la oscuridad, a los que se fueron, a los que se mudaron y ahora hablamos por whatsapp o por twitter. Que nosotros y los nuestros tengamos salud para afrontar el resto de las cosas de la vida, ese es el único deseo posible.