El Dorniense ha montado unos muebles nuevos para el salón. Ahora tengo que recolocar mis cosas ahí, y ordenar es un castigo divino para mí. Además, el mueble que tenía antes y me parecía estupendo, queda raro al lado de los nuevos. Y los nuevos son bonitos y tal, pero están donde estaba mi escritorio. Mi escritorio. Mi querido escritorio. Estan ahí, ocupando su lugar como si tal cosa. Como si no les importara.
Es una estupidez. Pero es que ese escritorio es de lo primeros muebles que compré después de que el desequilibrado de mi ex se fuera. Y tenía mis cosas. Mis imanes. Mis post-it de colores. Mis cajas de chuminadas. Y el cuadro de Bécquer que ya estaba en mi escritorio de adolescente de casa de mis padres. Lo monté yo. Lo llené de mis porquerías. Y me gustaba. Porque era mío.
Lo hemos quitado porque era grande y ocupaba mucho sitio y es verdad que no le daba mucho uso últimamente. Pero coño, era mío. Estaban mis cosas.
Cuando me separé del pirado y me quedé sola y empecé a remontar, una parte importante de mí se reconstruyó en ese escritorio. Ahí vi “Aquellos días felices”, una peli francesa que me salvó de una forma extraña. Ahí me sentaba en mi silla poang del ikea, subía las piernas a la mesa y mientras entraba el aire de la noche por la ventana, pasé un verano entero viendo películas de megaupload (bendito seas, estés donde estés) y diciéndome a mí misma que saldría adelante. Ahí vi, años más tarde, la boda roja de Juego de Tronos clavando las uñas a la silla. Ahí estudié el curso de igualdad que tantísimo bien me hizo. Ahí pasé horas y horas con Ron en el regazo, estudiando o leyendo o escribiendo. Y ahora no está. Ni el escritorio, ni Ron, ni megaupload.
Ahora hay unos muebles nuevos más monos, más prácticos, más útiles. Hay unos muebles que me recuerdan que ahora comparto espacio con un señor que me cae muy bien, pero que está siempre ahí y que a veces, me hace sentir horriblemente adulta.
Y no me gusta ser adulta. No me gusta haber cumplido 40. No me gusta ser responsable. No me gusta ir renunciando a pequeñas partes de mí en pos de un nosotros o de un bien común o de la familia o de simplemente, la vida.
Así que ahora no tengo escritorio. Aunque ya nunca lo usara más que para amontonar ropa desordenada. Ahora tengo unos muebles bonitos y limpios donde guardar las cosas de forma aburrida. Ahora tengo unos muebles monísimos que aborrezco.