martes, 23 de enero de 2024

El escritorio

 El Dorniense ha montado unos muebles nuevos para el salón. Ahora tengo que recolocar mis cosas ahí, y ordenar es un castigo divino para mí. Además, el mueble que tenía antes y me parecía estupendo, queda raro al lado de los nuevos. Y los nuevos son bonitos y tal, pero están donde estaba mi escritorio. Mi escritorio. Mi querido escritorio. Estan ahí, ocupando su lugar como si tal cosa. Como si no les importara.

Es una estupidez. Pero es que ese escritorio es de lo primeros muebles que compré después de que el desequilibrado de mi ex se fuera. Y tenía mis cosas. Mis imanes. Mis post-it de colores. Mis cajas de chuminadas. Y el cuadro de Bécquer que ya estaba en mi escritorio de adolescente de casa de mis padres. Lo monté yo. Lo llené de mis porquerías. Y me gustaba. Porque era mío.

Lo hemos quitado porque era grande y ocupaba mucho sitio y es verdad que no le daba mucho uso últimamente. Pero coño, era mío. Estaban mis cosas.


Cuando me separé del pirado y me quedé sola y empecé a remontar, una parte importante de mí se reconstruyó en ese escritorio. Ahí vi “Aquellos días felices”, una peli francesa que me salvó de una forma extraña. Ahí me sentaba en mi silla poang del ikea, subía las piernas a la mesa y mientras entraba el aire de la noche por la ventana, pasé un verano entero viendo películas de megaupload (bendito seas, estés donde estés) y diciéndome a mí misma que saldría adelante. Ahí vi, años más tarde, la boda roja de Juego de Tronos clavando las uñas a la silla. Ahí estudié el curso de igualdad que tantísimo bien me hizo. Ahí pasé horas y horas con Ron en el regazo, estudiando o leyendo o escribiendo. Y ahora no está. Ni el escritorio, ni Ron, ni megaupload.


Ahora hay unos muebles nuevos más monos, más prácticos, más útiles. Hay unos muebles que me recuerdan que ahora comparto espacio con un señor que me cae muy bien, pero que está siempre ahí y que a veces, me hace sentir horriblemente adulta.

Y no me gusta ser adulta. No me gusta haber cumplido 40. No me gusta ser responsable. No me gusta ir renunciando a pequeñas partes de mí en pos de un nosotros o de un bien común o de la familia o de simplemente, la vida.


Así que ahora no tengo escritorio. Aunque ya nunca lo usara más que para amontonar ropa desordenada. Ahora tengo unos muebles bonitos y limpios donde guardar las cosas de forma aburrida. Ahora tengo unos muebles monísimos que aborrezco.

viernes, 5 de enero de 2024

La Niebla

 

Igual antes de proponerme volver al blog debería haberme propuesto conseguir un ordenador nuevo, que llevo media hora para conseguir que arranque. En fin.


Ayer fue la cena con los satánicos, que hacemos siempre por navidad pero resulta ser casi en Reyes. Es una de nuestras extrañas tradiciones. Fui aunque me encontraba fatal. De hecho lo estuve pensando durante mucho rato y llegué tarde y no cené. Pero les vi y me llené de abrazos, que es lo que cuenta. A la vuelta, pensaba como siempre disfrutar de mi rato en coche por la noche, rumiando el tsunami emocional y cantando a pleno pulmón. Pero había una niebla horrible, espesa y blanca como la muerte la misma. Ni en una película de terror se atreven a crear una niebla tan densa, tan impenetrable.

Me acordé de Lo que el Viento se Llevó, que este año volví a verla el día 1 como hacía cuando vivía sola. Me acordé de Escarlata, soñando que persigue algo entre la niebla sin conseguir alcanzarlo. Me acordé de cuando vestida de negro, tras perder a su hija y a su única amiga de verdad, persigue a Rhett por Atlanta para descubrir que va a dejarla.

Y lo que iba a ser un viaje agradable de vuelta a casa, terminó siendo un horror de ir super despacio y acojonada si ver más allá de mis narices y preguntándome si el padre Karras estaría a la vuelta de la esquina o si llegaría a casa y encontraría al Dorniense poniéndose el sombrero y diciéndome que todo ya le importa un bledo. Por suerte y como suele pasar, no ocurrió ninguna de las dos cosas, ni de las mil catástrofes que se me ocurren por minuto, y llegué a casa sana y salva, con el Dorniense plácidamente dormido y sin exorcista recortando su negra silueta en la noche.


Aún así, en medio de todo eso me dio tiempo a pensar cosas mínimamente lúcidas. Una de ellas es que la niebla nos da miedo porque no nos deja ver lo que hay más allá. Y el cerebro es un cabrón que se inventa cosas horribles todo el tiempo. Cosas que por lo general, no pasan. Cosas, que suelen ser más terribles en nuestra cabeza que fuera de ella. Cosas que multiplicamos, afeamos, llenamos de matices espantosos sacados de las peores pesadillas. Cosas con las que ni el diablo podría competir. Pero en general, cuando se aclara la niebla, cuando el sol o la luz la filtran, cuando el amanecer rompe por fin el manto helado de la noche, lo que sigue ahí es lo de siempre. Lo cotidiano que nos hace sentir seguros. La carretera por la que hemos ido mil veces y sabemos de memoria. La ciudad en la que habitamos. La calle en la que bailamos mil noches de borrachera. El bar que cerramos entre cantos y risas. El portal de nuestra casa, cálida y segura, donde nos esperan los seres a los que amamos.

Al final, debajo de la espesa capa de niebla que nos ha asustado, sólo está la vida de siempre. Que a veces también da miedo, pero al menos la vemos, la reconocemos y la podemos mirar a la cara.


Este blog ha sido siempre mi terapia, ya que no creo en otra. Ha sido donde me he atrevido a decirme a mí misma las cosas que si no, no digo nunca. Ha sido donde me he roto y me he reconstruído unas cuantas veces. Donde he admitido errores y he caído en la cuenta de mis propias equivocaciones. Donde he dado la bienvenida y he dicho adiós. Donde he despejado la niebla de mi cabeza para ver que debajo seguía estando yo.


Por eso, anoche, en mitad de la M30 una vez más, mientras la niebla me atería el alma, me di cuenta de que tenía que volver. Y no sólo de vez en cuando. Tenía que volver para ir despejando la mente, para irme enfrentando a miedos, para ir exorcizando demonios. Y a veces, quizás, para escribir cosas a quien dice leerme siempre con la esperanza de encontrase entre mis letras.


No espero que me siga tanta gente como antes. No espero muchos comentarios. No espero nada. Pero os recuerdo que en blogger te puedes suscribir para que te lleguen la entradas al correo. Y que suelo poner el enlace el twitter. Y que si no, aquí de momento las puertas siguen abiertas.


Feliz 2024. Que Dios nos dé salud para enfrentar el resto. Que no me falte nadie más. Que vaya deshaciendo nudos de mi mente. Que el sol al fin, venza los bancos de niebla.