Hoy en día a todo el mundo le gusta
viajar. Preguntas a cualquiera, o incluso sin preguntar y te dice lo
mucho, muchísimo que le gusta viajar. Pues mira qué bien. Conozco
la Patagonia y las islas de la Polinesia pero luego me preguntas por
mi propia ciudad y no sé de nada que haya más allá del centro
comercial de turno. Se creen cosmopolitas y son paletos de manual.
Son los que yo denomino los cosmopaletos.
Yo reconozco que soy una viajera
selectiva. Me gusta, pero con peros. No me merece la pena cualquier
destino, hay sitios que no tengo el más mínimo interés en conocer
y otros a los que no iría ni secuestrada. También hay otros que
están en mi lista de cosas que hacer antes de morir sea como sea,
claro. Pero a mí no se me ha perdido nada en Japón, por ejemplo, no
voy a ir sólo para decir que he estado, soltar una ristra de
tópicos, hacerme la foto y decir que la experiencia, blablablá.
Pues no. No me merece la pena el dinero, ni las horas de avión ni
las incomodidades que supone.
Porque seamos realistas, un viaje
siempre es incómodo. Aunque viajes en plan bien con tu hotel y tus
cosas... nunca es como tu casa. Tienes que cargar maletas, no puedes
llevarte TODAS tus cosas y al final siempre te falta algo. No está
tu sofá, ni tu tele, ni tu manta, ni tus cosas conocidas. Y en mi
caso, algo totalmente fundamental, cuando viajo no están mis gatos.
Sin mis gatos pocas cosas merecen la pena. Y sí, se quedan mis
padres con ellos, sé que les cuidan súper bien y tal... pero ay.
Mis mininos.
Ahora he estado tres días en Segovia
con el Niño. Ha sido gracioso ver a un dorniense tan arriba del
muro. Y lo hemos pasado bien, hemos comido cochinillo y judiones de
la Granja, hemos visitado muchas cosas y nos ha venido genial
despejarnos. Pero estábamos aquí al lado y han sido tres días. Que
no los cambio yo por diez días en el culo del mundo. Porque siendo
honesta, aunque han sido tres días maravillosos y los necesitaba, he
sentido algo muy guay al llegar a casa, abrazar a mis peludillos,
poner mi tele, mi netflix y sentarme en mi sofá a comerme mi comida.
No se de quién es la frase que leí
hace tiempo por ahí y no tengo ganas de buscarla, pero los viajes
tienen dos cosas buenas, lo que disfrutas por ahí y lo que agradeces
llegar de nuevo a tu casa.
Y con esto y un paquete de roñidonetes,
se han pasado la mitad de mis minúsculas vacaciones.