Todo el mundo dice que engorda en navidades. Y en verano. Y en vacaciones.
La verdad es que creo que cuando la gente engorda busca excusas ajenas al hecho de que a veces, come demasiado y punto. Es cierto que hay quien tiene tendencia a engordar y quien no. Gente que por genética o metabolismo o lo que sea, engorda a poco que haga. Pero hay una máxima en todo esto: lo que engorda es la comida. No son los nervios, no es el agua, no es la ansiedad. Es la comida que engulles porque estás disgustado o ansioso. Quien no come, está delgado. Quizá también está enfermo y si sigue sin comer, termine estando muerto. Pero estará delgado. ¿O acaso había obesos en los campos de concentración?
En fin, no quiero hacer ninguna clase de apología de la anorexia. Yo soy una persona normal, que come bien y que cocina mucho y variado. Soy adicta al chocolate, a los bollos, a las chuches y a los helados. Como lo que me gusta, lo que me apetece, lo que quiero. No me obsesiona mi peso, ni el de los demás. Casi todos mis novios han sido gorditos. Aborrezco los hombres huesudos, de hecho. Y en otra ocasión hablaré de mis problemas con el caso contrario, con estar demasiado delgada.
Lo que pasa es que en Navidades las cosas no son normales. Son de locos. La gente engorda porque desde principios de diciembre no hace más que zampar. Comidas de empresa, de amigos, de antiguos compañeros. Copas, cenas, salidas. Reuniones familiares. Y todo bien nutrido de cosas grasientas, de dulces, mantecados, turrones y demás. Así acaba la gente, estresada, con el colesterol por las nubes e hiperazucarada.
Yo la verdad es que en esto soy un punto y a parte. Cuando me veo rodeada de comida, me agobio y no me entra nada. Cuanto más hay, menos me apetece. Además no me gustan las almendras, por lo que los dulces navideños no me resultan atractivos. Y debo ser muy vulgar, pero no me gusta el marisco, ni el caviar, ni las cosas “exquisitas”. Ceno mil veces mejor cualquier día unas tostadas de pan multicereales con su tomate, su aceite de oliva y su jamón. O un bocadillo de choped. Cualquier cosa mejor que las bandejas de comida y más comida, los putos percebes que me da grima sólo verlos, la carne asada, los langostinos… y para remate, los doscientos cincuenta tipos de turrón, los polvorones, los mazapanes y las frutas escarchadas. Y yo al borde de la nausea, sólo con verlo.
El caso es que todo esto hace que siempre pierda peso en navidad. Eso y que por esas fechas casi siempre me acatarro, como demostré sobradamente la nochevieja pasada. Este año estoy en las mismas. Ya estoy asqueada y aún no ha empezado la locura.
Además debo decir que las navidades están mal interpretadas. Creo que, temas religiosos a parte, son fechas para pasar en familia, con amigos, con seres queridos. Son días de disfrutar, de cantar y de repartir buenos deseos. O eso deberían ser. Y no la vorágine de comida, gastos, consumismo y despilfarros varios que son hoy en día.
Y tampoco son fechas para fustigarse por comer demasiado, para hacer dietas depurativas como aconsejan mis odiadas revistas femeninas ni para ir corriendo, estresado y de mala gana a casa de unos y otros, a reuniones que en realidad, no nos apetecen. No sé en qué demonios estamos convirtiendo esto.
Así que, si alguien me acepta un consejo, vivid estos días, disfrutad, comed si es lo que os gusta. Visitad a la familia, a los amigos. Abrazad a los seres queridos. Pero sed felices. Que para eso es la vida y las fiestas. Y ya nos preocuparemos por el resto.