El otro día pensé que estaba muy reflexiva y cansina en el blog y que hacía mucho que no me pasaba algo lo bastante estúpido para hacer uno de esos post que me solían caracterizar. Pa qué dije ná. Y es que si hay algo estúpido y absurdo en estas fechas es el amigo invisible. Es algo que está mal planteado desde la base y es que regalar debe ser algo voluntario y casi espontáneo, no organizado y obligatorio. Y debes regalar a quien te dé la gana, no a quien te toca sacado de un bombo. Pero nada, oye, no hay año que no te veas envuelto en un amigo invisible con gente que posiblemente no te cae ni bien y a quien no regalarías ni un billete sólo de ida a la mierda.
A mí este año me pillaron en el del trabajo. Venga mujer, apúntate, si estamos todas las compañeras, que es divertido y blablablá. Y como ya tengo fama de rancia y de fría y de distante y de borde y de no sé cuántas cosas más, pues al final me vi obligada a apuntarme voluntariamente. Se hizo un sorteo con una aplicación de móvil que seguramente ahora esté vendiendo mis datos a algún niño rata ruso que se dedique a crear bots chungos en twitter. Y me tocó una compañera que me cae bastante bien. No tan bien como para regalarle algo así porque me apeteciera, pero sí lo bastante bien como para no regalarle una de las apestosas cacas de Ron metida en su bolsita de plástico negro. Y quería dedicarle un par de minutos a pensar qué podría comprarle. Pero luego ando atareada con mil cosas más interesantes, como meditar sobre el proceso de perlación de la ostra atlántica y se me fue el tiempo sin que se me ocurriera nada.
Además, qué más da. El amigo
invisible es un absurdo. Nunca jamás a nadie le regalaron nada que
le haya gustado. O al menos a mí no. Jamás me tocó algo que dijera
“joder, qué guay”. Aún recuerdo el año que Bombita decidió
que era buena idea regalarnos a todos colonias que un alumno suyo
había robado conseguido por ahí y que me tocó una de Bisbal. Era
tan horrible que empecé a usarla como ambientador para el baño,
hasta que me dí cuenta de que el baño olía mucho mejor sin
mezclarlo con eau de Bisbal. Ese fue el último año que hicimos el
amigo invisible típico y cuando inventé el amigo invisible inverso,
que es que cada uno lleva un regalo random, a poder ser ridículo y
baratísimo, lo envuelve y se ponen en un montón. Y cada uno coge
uno, a ciegas, pero sabiendo que va a ser una mierda. Nos reímos
mucho más desde que lo hacemos así.
Volviendo a la oficina, cuando empezó a acercarse la fecha, todo el mundo comentaba que si ya tenían el regalo, que qué bien, que si no sé qué comprar. Y yo venga a dejar por ahí comentarios al azar, tipo prefiero que me regalen cosas que se puedan usar, que mi casa es muy pequeña. O que cualquier cosa que tenga gatos o mariposas me gusta. O que los saquitos de semillas que calientas en el microondas están entre el top five de mejores cosas que me han pasado en la vida. O que unos guantes en invierno siempre hacen el apaño. O que se me había roto el paraguas. O sea, mil ideas de cosas prácticas. Y la gente con evasivas. Y yo ya a la desesperada, que mira, que hasta una colonia me vale, que la usas y tiras el bote y no ocupa sitio. Y la lista de turno, “ya pero es que una colonia es algo muy personal.” Pues mira hija, mientras que no sea la de Bisbal, a mí me vale.
A todo esto, la fecha seguía acercándose y yo seguía sin comprar nada para mi afortunada porque encima claro, para no gastar mucho el límite eran 10 euros. Que ya sabemos que los regalos del amigo invisible son una mierda, pero si encima el límite es ese, no sé qué esperamos que ocurra. Y de pronto me acordé de una especie de foulard que me trajeron este verano de Ibiza, creo. Algodón orgánico de no sé qué con tintes naturales exprimidos a mano de las raíces de la pachamama. Y ahí estaba en su bolsita y con su etiqueta porque sería muy bueno, pero era a rayas azul mortecino y blanco feo que me recordaba demasiado a los uniformes de los presos de Auschwitz y me daba mal rollo. Así que mira, dos pájaros de un tiro, me quito un chisme del medio y quedo hasta bien. Y como me daba algo de apuro no gastar nada, pues añadí al regalo una cajita de bombones que siempre hace el apaño y una tarjeta navideña con unas palabritas monas. Y chimpún.
La gente empezó a recibir sus regalos ayer, que yo libraba. Y mandaban fotos al grupo de whatsapp. Y, coño, ni tan mal. Foulares, guantes, mantitas, packs de geles y cremas, agendas y cuadernos... que estaba hasta empezando a tener ilusión porque lo que me tocara no fuera una mierda absoluta.
Ah, qué ingenua, pero qué ingenua fui pensando que por una vez, mi regalo no iba a ser el peor de todos con una diferencia abismal.