Ser joven es maravilloso. Y no hablo
del rollo de ser joven hasta los 40, ni los 30 siquiera. Que hoy en
día se es joven hasta los 80. Y no me fastidies, porque no.
Y no es cuestión de que te sientas
mejor o peor, de que realmente tú creas que eres joven. No estoy
hablando de eso. Porque obviamente, yo he cumplido 34 este año y
creo que los 30 son una década estupenda, pero ya no soy TAN joven.
Y si alguien quiere llevarme la contraria y decirme que es súper
joven con más de 30, que se vaya a una discoteca y mire a su
alrededor, que se pasee por el campus universitario o que se ponga
una diadema de flores y unos short a medio culo y me lo cuente. Si lo
hace y no se siente un poco, aunque sólo sea un poquito mayor, pues
bien por ella, pero que se lo haga mirar.
Además, la edad tiene ventajas.
Empezaba diciendo, y lo mantengo, que ser joven es maravilloso. Y
sería casi perfecto si no fuera porque eres idiota. Es así, la edad
te quita belleza, energía, ganas de juerga... y te da experiencia.
Al menos si lo haces bien.
Cuando yo tenía 20 años creía que
siempre sería joven. Creía que sabía muchas cosas. Creía que
siempre tendría la piel perfecta y el pelo rubio. Creía que mis
amigos siempre estarían ahí. Creía que seguiría saliendo de
juerga todos los viernes. Creía que mi vida no cambiaría tanto. Lo
dicho, era una ingenua. Ahora me encuentro casi a la mitad de la
treintena y ya no soy tan guapa, tengo manchas en la cara, me están
saliendo canas y cada vez sé menos cosas. Ya no salgo apenas, mis
amigos están desperdigados, casándose y siendo padres y mi vida no
se parece a nada a lo que había imaginado.
Ayer hubo un torneo de rugby
universitario que hace todos los años el equipo de la facultad de
Ross. Allí estaba la vieja guardia, aquellos a los que yo vi jugar
creyendo que ya eran mayores (tenían en aquel entonces veintimuchos
o treinta) y los que éramos novatos hace más de diez años. Y
también estaban los jóvenes de ahora. Tan inocentes, tan llenos de
vida, tan guapos, tan imberbes. Tan monos ellos.
La verdad es que lo pasé en grande.
Los abrazos sinceros con la gente que veo una vez al año, los
reencuentros con aquellos que ya admiraba hace más de una década,
los ojos azules del dueño de mis sábanas que siempre me transportan
a otro mundo. El abrazo que me dio, levantándome del suelo. Las
risas, las anécdotas, las canciones obscenas, el espíritu de los
cuarentones dejándose la piel en el campo. El olor de Cantarranas,
el agua de la manguera, la cantidad de recuerdos pegados al barro,
perder la vista entre los árboles del fondo como tantas veces hice
con veinte años.
Sentir que el tiempo ha pasado
irremediablemente.
Hace unos años, cuando pasé mi crisis
de los 27 aproximadamente, estas cosas me hacían pasarlo realmente
mal. Saber que ya no era de las más jóvenes del garito, ver a las
chicas de las nuevas generaciones mucho más guapas que yo, saber que
la punta de lanza ya eran otros. Pensar que la vida universitaria ya
había acabado y que nunca volvería. Pero ayer me dio igual. Porque
yo estaba allí tan ricamente, compartiendo recuerdos divertidos con
mis amigos de entonces, riéndome una vez más con el Lobo y la
historia de la chumbera y poniéndome al día con toda la gente. Allí
estaba yo, importándome un pito que todas las jovenzuelas tengan el
culo más duro, que no sepan lo que es el melasma o que no les duelan
los pies. Porque yo sé cosas que vosotras ni imagináis, queridas. Y
todo eso que ahora os parece un problemón, a mí ni me altera el
pulso. Y esas cosas que os dan miedo, yo me las paso por el forro.
Y allí, en medio de todo este
torbellino, tuve una revelación. Un chaval nuevo, de veinte años
escasos, con pinta de alternativo, con el pelo rizado en una especie
de trenza, con los ojos claros y unas facciones casi perfectas,
apareció entre la gente con una toalla atada a la cintura y sin
camiseta. Vi cómo le miraban las niñas. Vi cómo se pavoneaba. Vi
cómo sonreía y cómo miraba él a la gente. Vi que se creía
invencible. Vi que él piensa que sabe muchas cosas, que siempre será
joven y guapo y rubio. Y sonreí. Porque chaval, eres una monada, de
verdad, pero no sabes nada. Tú no eres el primer chico guapo que hay
en este equipo, no eres el primer pimpollo que se pasea por este
campo. No eres el primero que baja bragas con la mirada, no eres el
primero en hacerse peinados raros. No eres el primero en nada. Sólo
eres el guapo de tu generación. Pero antes ya estuvo el dueño de
mis sábanas, que se creyó lo mismo o más que tú y ahí estás,
destronándole. Como él destronó a otros. Como otros te destronarán
a ti. Ya lo dijo el Rey León antes de que tú nacieras, es... circle of life.