A raíz del tema de la sentencia de la manada y toda la movilización que ha traído, quería decir algunas cosas. Lo he escrito del tirón y no he tenido ganas de releerlo, así que me perdonáis los errores que haya. O si no se entiende bien o lo que sea. Tenía que decirlo, pero no tengo ganas de darle más vueltas.
A veces, por desgracia, ganan los
malos.
Hoy han ganado mucho, aunque no lo
parezca. Porque no es sólo cuestión de si 9 años de prisión (de
los cuales se cumplen dos o tres) son muchos o pocos. No es sólo
cuestión de que el guardia civil y el militar vayan a seguir
cobrando un sueldo publico. No es sólo cuestión de que sea abuso o
violación. No es sólo eso.
Es que se nos ha juzgado una vez más a
las mujeres y hemos salido perdiendo. Porque si te violan y te dejas
para evitar males mayores, eres puta. Si te violan y te resistes, te
llevarás una paliza o morirás, por puta. Si te dicen cosas por la
calle, es porque vistes así, puta. Si un tío te acosa, te toca o
trata de forzarte es porque le has provocado, puta. Si te lías con
un tío o con cincuenta porque te da la gana es porque eres una puta.
Si un tío quiere algo contigo y le dices que no, adivina lo que te
va a llamar: puta. Todas somos putas. Siempre. Pase lo que pase.
Puta. Lo dicen, lo sueltan como una bofetada y se quedan tan anchos.
Y tú, herida y con la cabeza gacha casi nunca contestas porque
total, para qué. Si a lo mejor es verdad. Si a lo mejor es que eres
muy puta.
Y hoy, ganan ellos. Los que te llaman
puta. Los que creen que la mujeres somos su derecho, su posesión, su
patio de recreo.
No ganan sólo los violadores, los
acosadores, los desgraciados de la manada. Gana ese profesor que te
tocó la pierna en una revisión de examen. Ese compañero de
instituto que te tocaba el culo en clase de gimnasia y te hacía
sentir una mierda (o una puta) con 14 años. Ese jefe que te llamaba
“bonita” y te tocaba mucho el brazo. Ese exnovio que te insistía
para tener relaciones hasta que aceptabas con resignación, sin
ganas, sin placer. Ese que te decía que no le podías dejar a medias
porque le iban a doler los huevos por tu culpa (so puta). Ese que te
sujetó más fuerte de la cuenta. El que te empujó la cabeza cuando
se la chupabas hasta que te dieron arcadas. Ese tipo raro que te
siguió un rato haciendo que sintieras el miedo y la oscuridad hasta
lo más hondo. Ese desconocido que te dijo una barbaridad
avergonzándote por la calle y haciéndote mirar al suelo. Ese, esos,
todos los que te hicieron sentir que no valías nada, los que te
llamaron puta, los que te acosaron, te forzaron, o en el caso
extremo, te violaron o te pegaron.
Ganan y se hacen más fuertes. Porque
no es sólo cuestión de que cinco malnacidos forzaran, humillaran y
demás a una chica. De eso ya han hablado otros más y mejor que yo.
Es cuestión de que una vez más se pone en tela de juicio a la
víctima. Es que se plantea que tienen ciertos derechos sobre
nosotras. Que esas cosas pasan. Que un piropo es bonito, que un acoso
es un acto de romanticismo, que ser un poco sobón no es tan malo. Se
da la idea de que una violación es algo súper extremo y que tienen
que apalearte y dejarte medio muerta o muerta del todo para que
cuente. Y que esos abusos menores no son nada. Nada de nada. Sin
importar cómo te sientas o qué derecho tengas sobre tu propio
cuerpo o tu capacidad de decidir y de decir que no. Que eso es
secundario. Porque si que cinco energúmenos te la metan por todas
partes, te roben el móvil se aprovechen de ti y te dejen tirada y
llorando es sólo un abuso, que un guarro te meta mano en el metro no
es nada. Da igual que salgas de allí con arcadas, que llegues a casa
llorando o que le cojas miedo a montar en ese vagón. Da igual, es
que eres una exagerada, es que de todo haces un mundo. Y si eso no te
revuelve las tripas, a lo mejor eres parte del problema. Por acción
o por omisión.
Y que se justifique o se intente
justificar sólo nos humilla más. Porque da igual lo que tú hagas,
lo que tú quieras, lo que tú pidas... cuando dices que NO, es que
NO y si se te respeta lo más mínimo, se acepta tu palabra sin
rechistar. Porque no quieres. Porque has cambiado de opinión. Porque
no eres su derecho, ni su propiedad, ni nada de nada. No se lo debes.
No y punto. Y el resto da igual. Que besó a uno antes de que pasara
aquello. Que luego siguió con su vida. Que a lo mejor le gustó. Que
no se defendió hasta perder la vida. Que igual, hasta gimió. La
puta de ella. Como Nagore, violada, matada y descuartizada hace unos
años. Que si era muy ligona, le preguntaron a la madre en el juicio.
Porque igual la mató por puta. Como Diana Quer, que oye, vestía así
y asá y además iba sola por la noche. La muy puta.
Y es que todas las mujeres, TODAS, en
algún momento de nuestra vida hemos pasado por algo. Pequeño,
grande o mediano, pero algo. A todas nos han hecho sentir humilladas,
incómodas, asustadas. Y aún tenemos que aguantar esas cosas, las
dudas, las miradas suspicaces, la posibilidad de que seamos las
culpables... por putas.
Lo único bueno, el resquicio de
esperanza, es el movimiento social que está trayendo esto. El que yo
sí te crea. El llamarnos hermanas. El decir yo también. El plantar
cara. El empezar a pedir que nos den soluciones porque al parecer
resistirse mata y dejarse te hace culpable. El pedir que si
denunciamos nos crean. El pedir que se deje de decir que nuestra
palabra arruina la vida de un hombre porque no es cierto ya que ni
las pruebas los condenan de verdad. El pedir que no se nos respete
por ser hermanas o madres o hijas si no por ser personas. El llevar
el feminismo con más orgullo que nunca. Es empezar a educar a una
sociedad machista, es empezar a cambiar. Es tener la esperanza de que
un día, dejemos de ser todas putas.