sábado, 28 de abril de 2018

Todas putas


A raíz del tema de la sentencia de la manada y toda la movilización que ha traído, quería decir algunas cosas. Lo he escrito del tirón y no he tenido ganas de releerlo, así que me perdonáis los errores que haya. O si no se entiende bien o lo que sea. Tenía que decirlo, pero no tengo ganas de darle más vueltas. 

A veces, por desgracia, ganan los malos.
Hoy han ganado mucho, aunque no lo parezca. Porque no es sólo cuestión de si 9 años de prisión (de los cuales se cumplen dos o tres) son muchos o pocos. No es sólo cuestión de que el guardia civil y el militar vayan a seguir cobrando un sueldo publico. No es sólo cuestión de que sea abuso o violación. No es sólo eso.
Es que se nos ha juzgado una vez más a las mujeres y hemos salido perdiendo. Porque si te violan y te dejas para evitar males mayores, eres puta. Si te violan y te resistes, te llevarás una paliza o morirás, por puta. Si te dicen cosas por la calle, es porque vistes así, puta. Si un tío te acosa, te toca o trata de forzarte es porque le has provocado, puta. Si te lías con un tío o con cincuenta porque te da la gana es porque eres una puta. Si un tío quiere algo contigo y le dices que no, adivina lo que te va a llamar: puta. Todas somos putas. Siempre. Pase lo que pase. Puta. Lo dicen, lo sueltan como una bofetada y se quedan tan anchos. Y tú, herida y con la cabeza gacha casi nunca contestas porque total, para qué. Si a lo mejor es verdad. Si a lo mejor es que eres muy puta.
Y hoy, ganan ellos. Los que te llaman puta. Los que creen que la mujeres somos su derecho, su posesión, su patio de recreo.
No ganan sólo los violadores, los acosadores, los desgraciados de la manada. Gana ese profesor que te tocó la pierna en una revisión de examen. Ese compañero de instituto que te tocaba el culo en clase de gimnasia y te hacía sentir una mierda (o una puta) con 14 años. Ese jefe que te llamaba “bonita” y te tocaba mucho el brazo. Ese exnovio que te insistía para tener relaciones hasta que aceptabas con resignación, sin ganas, sin placer. Ese que te decía que no le podías dejar a medias porque le iban a doler los huevos por tu culpa (so puta). Ese que te sujetó más fuerte de la cuenta. El que te empujó la cabeza cuando se la chupabas hasta que te dieron arcadas. Ese tipo raro que te siguió un rato haciendo que sintieras el miedo y la oscuridad hasta lo más hondo. Ese desconocido que te dijo una barbaridad avergonzándote por la calle y haciéndote mirar al suelo. Ese, esos, todos los que te hicieron sentir que no valías nada, los que te llamaron puta, los que te acosaron, te forzaron, o en el caso extremo, te violaron o te pegaron.
Ganan y se hacen más fuertes. Porque no es sólo cuestión de que cinco malnacidos forzaran, humillaran y demás a una chica. De eso ya han hablado otros más y mejor que yo. Es cuestión de que una vez más se pone en tela de juicio a la víctima. Es que se plantea que tienen ciertos derechos sobre nosotras. Que esas cosas pasan. Que un piropo es bonito, que un acoso es un acto de romanticismo, que ser un poco sobón no es tan malo. Se da la idea de que una violación es algo súper extremo y que tienen que apalearte y dejarte medio muerta o muerta del todo para que cuente. Y que esos abusos menores no son nada. Nada de nada. Sin importar cómo te sientas o qué derecho tengas sobre tu propio cuerpo o tu capacidad de decidir y de decir que no. Que eso es secundario. Porque si que cinco energúmenos te la metan por todas partes, te roben el móvil se aprovechen de ti y te dejen tirada y llorando es sólo un abuso, que un guarro te meta mano en el metro no es nada. Da igual que salgas de allí con arcadas, que llegues a casa llorando o que le cojas miedo a montar en ese vagón. Da igual, es que eres una exagerada, es que de todo haces un mundo. Y si eso no te revuelve las tripas, a lo mejor eres parte del problema. Por acción o por omisión.
Y que se justifique o se intente justificar sólo nos humilla más. Porque da igual lo que tú hagas, lo que tú quieras, lo que tú pidas... cuando dices que NO, es que NO y si se te respeta lo más mínimo, se acepta tu palabra sin rechistar. Porque no quieres. Porque has cambiado de opinión. Porque no eres su derecho, ni su propiedad, ni nada de nada. No se lo debes. No y punto. Y el resto da igual. Que besó a uno antes de que pasara aquello. Que luego siguió con su vida. Que a lo mejor le gustó. Que no se defendió hasta perder la vida. Que igual, hasta gimió. La puta de ella. Como Nagore, violada, matada y descuartizada hace unos años. Que si era muy ligona, le preguntaron a la madre en el juicio. Porque igual la mató por puta. Como Diana Quer, que oye, vestía así y asá y además iba sola por la noche. La muy puta.
Y es que todas las mujeres, TODAS, en algún momento de nuestra vida hemos pasado por algo. Pequeño, grande o mediano, pero algo. A todas nos han hecho sentir humilladas, incómodas, asustadas. Y aún tenemos que aguantar esas cosas, las dudas, las miradas suspicaces, la posibilidad de que seamos las culpables... por putas.

Lo único bueno, el resquicio de esperanza, es el movimiento social que está trayendo esto. El que yo sí te crea. El llamarnos hermanas. El decir yo también. El plantar cara. El empezar a pedir que nos den soluciones porque al parecer resistirse mata y dejarse te hace culpable. El pedir que si denunciamos nos crean. El pedir que se deje de decir que nuestra palabra arruina la vida de un hombre porque no es cierto ya que ni las pruebas los condenan de verdad. El pedir que no se nos respete por ser hermanas o madres o hijas si no por ser personas. El llevar el feminismo con más orgullo que nunca. Es empezar a educar a una sociedad machista, es empezar a cambiar. Es tener la esperanza de que un día, dejemos de ser todas putas.



domingo, 15 de abril de 2018

What do we say to the god of death?


Hace justo diez días cumplí 35 años. Madre mía. A veces tengo que contarlos, que echar cuentas, que asegurarme. Porque me parecen muchos. Luego me doy cuenta de que lo que yo opine, al tiempo le importa una mierda. Él sigue a lo suyo, ajeno a que queramos que vuele o que se detenga. No hay nada como el tiempo, que sigue a tu trantrán ajeno a las opiniones de todo el mundo.
El caso es que he llegado a la mitad de la treintena. Los abuelos de mi trabajo me dieron muchos besos, muchos abrazos y hasta algún regalito ese día. Son más bonitos que un sol. Y todos me decían lo mismo “pero si aún eres muy joven”, “huy, quién los pillara”, “si estás en lo mejor”. La mayor parte me aseguraban que no los aparento. Y una mujer, una preciosa y adorable que está entre mis favoritas, me dijo que me deseaba que llegara al menos a los suyos. 97 primaveras, oye. Ahí es nada. Y se lo dije de corazón “que si llego, que sea como ella”.
Esa misma noche, después de un día bastante feliz, de haber comido con mis padres, los yayos y el Niño Chico, me enteré que se había muerto un chaval del equipo de rugby del Ross. Un tipo que era una leyenda porque había llegado a la selección nacional. Un tipo grandote y risueño, con unas espaldas como un armario de tres cuerpos y unas enormes manazas que te apretaban y te hacían migas. Era como un ogro bonachón, que me levantaba con un sólo brazo y se reía fuerte, con estruendo, cerrando sus ojillos negros. El año pasado en el torneo de todas las primaveras estuve mucho rato hablando con él. Nos relataba historias de sus años de Erasmus, sus aventuras por Europa y nos hacía reír a todos a carcajadas. Qué loco el tío, qué cosas nos contaba. Y bebía cerveza y se reía de nuevo y nos seguía amenizando la noche con anécdotas disparatadas.
Pues ya no está. Más de cien kilos de músculo y fuerza bruta reducidos a cenizas. Ya se sabe, polvo al polvo y tal. Que la tierra te sea leve, compañero.
Mi cumpleaños, qué maldito, ni un año me deja irme de rositas por completo.
El caso es que me dio por pensar. He cumplido 35. No son muchos. No hoy en día. No en esta engañifa que llamamos primer mundo. Pero es la esperanza de vida en muchos países aún hoy en día. Es más de lo que conseguían vivir algunos de nuestros antepasados. Es más de lo que ha vivido alguna gente que ya he dejado por el camino.
Tenía una amiga en el pueblo de mi padre que murió cuando cumplimos los 9 años. Meningitis. Dos semanas antes estuve con ella jugando en la plaza de ese pueblucho y me dijo que le dolía la cabeza. Yo me fui a la playa con mis padres. Cuando volvimos, la habían enterrado vestida con su traje de comunión.
En julio va a hacer tres años que se murió mi amigo AD de Pueblodelsur. Mi vecino de enfrente los veranos de la adolescencia, el primero con el que monté en moto, el que me traía cestas de higos, el que me hacía rabiar y me sonreía desde su puerta cuando llegaba los viernes por la noche desde Madrid. Le había visto una semana antes cuando estuve con los blogger de quedada veraniega. Y una noche mientras trabajaba, un camión se lo llevó por delante con 33 años.

Quizás parece una reflexión extraña para un post más o menos de cumpleaños. Quizás parece un tanto deprimente. La muerte nos inquieta, nos incomoda, nos pone en guardia. Quizás porque no la controlamos. Quizás porque sabemos que, sin saberlo, cada año pasamos por el día que vamos a morir. Quizás porque es la única certeza y a la vez la mayor duda que tenemos desde que somos conscientes de nuestra propia existencia. Quizás porque vivimos en una cultura aséptica y estúpida que trata de vendernos la juventud, la belleza y la perfección a todas horas. Quizás, simplemente, porque no sabemos lo que nos espera al otro lado y la incertidumbre nos asusta.

En todo caso, yo trato de tomarlo por el lado bueno, que lo hay. Cada día que estamos vivos es un triunfo. Porque muchos dejan de estarlo. Y cuando va pasando la vida te vas dando cuenta de ello. Vas dejando compañeros y amigos por el camino. Se van quedando y tú sigues. Y no entiendes muy bien la razón de lo uno ni de lo otro. Pero te levantas al día siguiente, vivo. Y tienes que aprovecharlo, porque no hay seguridad, no hay garantías. Todos creemos que llegaremos a viejos, pero quizás no sea así. Quizás, algún día seamos nosotros los que nos quedemos por el camino y otros los que nos recuerden y traten de seguir adelante y de despertarse al día siguiente. Por eso mientras uno pueda tiene que ser feliz, disfrutar, reírse y contar anécdotas divertidas. Tiene que vivir, en la mejor acepción de la palabra. Porque un día, uno, el que sea, ya no podremos hacerlo.

Total, 35 años. No es mucho todavía, pero no es poco. Me gusta, porque va sumando. Porque de momento, hasta hoy, cada vez que el dios de la muerte se me ha presentado le he podido decir: not today.

lunes, 2 de abril de 2018

el semi sueño semi cumplido


He pasado la Semana Santa haciendo el vago. Lo necesitaba, las semanas anteriores fueron bastante chungas en el trabajo y estaba cansada. Así que he visto un montón de series, he leído mucho, he escrito bastante y he dormido siestas largas abrazada a los gatos. Ha sido una gran semana.
También quedé una tarde con Chema y con Álter, nos pelamos de frío pero nos reímos mucho y aprendí lo que son los límites matemáticos, que hay gente que tiene el pelo peludo y que la canción de la numeración del Puma es una plaga.
Al día siguiente me quedé en casa atrincherada porque me dolían los ovarios y tenía aún dos capítulos de la tercera temporada de Outlander, que sin ser como la primera, me ha gustado mucho. Ahora me siento sola y vacía sin mi pelirrojo y voy a tener que ver las escenas porno en bucle hasta que salga la cuarta temporada. Ya por la noche estaba aquí tirada en pijama y despeinada cuando me llamó mi amigo Poli. Que qué tal, que blablá. Que quería cenar gratis, vaya. Se vino y se acopló en mi sofá y se tapó con mi manta. No sé qué tiene este sofá baratero de ikea que todo el que viene se hace una especie de nido en una esquina y se queda atrapado. Luego nos contamos cosas, nos reímos muchísimo y hablamos de millenials y de heces restregadas en la pared. No preguntéis.
Y entonces, entre risas y conversaciones, pasó lo que tenía que pasar. Ocurrió, no vamos a negarlo. Era algo que tenía que llegar tarde o temprano.


ME HIZO UN DIRTY DANCING.

Empezó a pedirme leer un poco de mi no-novela. Le dije que no y a pesar de sus técnicas policiales de mierda, le dije que si hacíamos el dirty dancing me lo pensaba. Francamente, pensé que no podía hacerlo. A ver, que sí, que está más o menos fuerte y yo peso poco. Pero. El caso es que aceptó, muy decidido como es él. “Claro que sí, dirty dancing, venga, vamos.” Y yo le miraba y valoraba la escena. El tipo medirá algo más de 1,70. Si estira los brazos por encima de la cabeza nos ponemos a una altura de más de dos metros. Si a eso le añadimos que soy más torpe que un pato, vamos mal. Si también contamos con que estaba con la regla y eso hace que esté menos fuerte, menos flexible y considerablemente hinchada, vamos peor. Y si terminamos de rematarlo con mi capacidad para la risa floja y absurda, pues ya vamos fatal. Así que pensamos en hacerlo con él de rodillas. Se pondría de rodillas delante de mi cama, yo saltaría, él me cogería y en el peor de los casos, caería de cabeza en la cama. Los daños parecían mínimos para la posibilidad de cumplir el sueño de mi puta vida y hacer un dirty dancing. O algo remotamente parecido.
Así que al final me decidí a intentarlo. Las primeras veces conseguí patalear un poco en el aire y descojonarme de la risa mientras iba de cabeza a la cama. Pero poco a poco pulimos la técnica. Y sí está fuerte el Poli, sí. Que el tío me levanta y me aguanta ahí arriba como un jabato. Al final, cuando estaba a punto de asumir mi derrota, mi fracaso, mi incapacidad para cumplir mi sueño, lo conseguí. Me quedé en el aire, estiré bien las piernas, hice fuerza con el abdomen a pesar de lo mucho que me dolía el puñetero útero y abrí los brazos. Qué maravilla. Algún día moriré y después de de mi temporada en el purgatorio, iré al cielo y buscaré a Patrick Swayze y le pediré un bailecito con momento volandero incluido. Obviamente para entonces yo bailaré bien, porque es lo que tiene el cielo, que tienes todas las cosas guays que deseabas en vida y sonará Hungry Eyes y el bueno de Patrick llevará su camiseta negra ceñida y estará tan guapo como en esa peli. Y bailará conmigo y me levantará por los aires. Y todos aplaudirán. Y seré la reina del baile en vez de la torpe de la esquina por una vez. Y entonces vendrá mi pelirrojo y me cogerá de los brazos de Patrick y me llevará a una ladera escocesa cabalgando los dos juntos tapados con su tartán y luego junto al fuego...
Vale, creo que he visto muchas veces las escenas erótico-festivas en los últimos días.

El caso, que he conseguido algo remotamente parecido a un sueño que tenía yo ahí enquistado. No es el hombre de mis sueños el que me levantaba, no tengo cojones para hacerlo de pie e iba con un pijama en lugar de llevar un vaporoso vestido. Pero bueno, yo soy así, muy de low cost.
Y por cierto, por si también es vuestro sueño os informo: si estás un rato ensayando, al final te quedan cardenales en las caderas. Que en las películas estas cosas no te las cuentan.

P.D: le dejé leer tres páginas de la no-novela.