Hola, soy Naar y aunque odio la saga del Señor de los
Anillos, a veces me siento Frodo.
Como alguna vez he comentado, llevo años usando un anillo de
hormonas al que denomino el anillo mágico. Y es que tiene poderes, os lo juro. Es
como el del Señor de los Anillos. De hecho, creo que la peli es una alegoría
clara. Un anillo raro que te lo pones y tiene efectos rarunos sobre tu cuerpo y
te vuelve loco por momentos. Hacedme caso, el viaje dura tres semanas y el
monte del destino ese de Mordor no es más que la regla. Clarísimo.
Hace muchos, muchos años empecé a tener problemas hormonales.
Básicamente, desde los 16 mis hormonas son las culpables de todo lo que me
ocurre. Sí. Las hormonas. Eso.
Total, que harta de jaleos, a los 22 años me empecé a
hormonar hasta las trancas. Algunos médicos me lo recomendaron antes, pero el
ginecólogo se negó porque me había desarrollado tarde y no le parecía bien
meterme ese chute siendo una cría. Cuando al fin probé el anillo mágico, una
nueva vida se abrió ante mis ojos. Cogí algo de peso pero me estabilicé mucho,
mis reglas se volvieron regulares y descubrí el maravilloso mundo de frungir a
prepucio remangado.
PERO.
Con los años tanta acumulación hormonal empezó a pasarme
factura. Mis quistes del pecho crecieron, empecé a tener náuseas matutinas como
las preñadas y me fui convirtiendo en un orco malhumorado. Así que cuando rompí
con el desequilibrado, mandé el anillo a Mordor (y al desequilibrado también,
ya de paso) me quedé tan a gusto en donde quiera que viviera el enano ese (o
hobbit o lo que sea) antes de ponerse a viajar por ahí como un capullo.
Y bien, oyes. Estaba más contenta, más animada, más delgada
y más feliz de nuevo. Mis reglas hacían lo que querían, pero como no frungía,
me importaba un cuerno. Y estaba mucho más estable mentalmente y de mucho,
mucho mejor humor, porque el anillo me vuelve un cóctel de hormonas chungo y
sobre todo me sube mucho el nivel de ansiedad. O sea, lo mismo que en la peli.
O más o menos.
PERO 2.
Cuando mejor estaba, apareció el niño chico. Y bien, ¿eh?
Que no me quejo. Pero claro, que si los condones son un rollo repollo, que si
un poco la puntita que no pasa nada, que si huy que bien así, que si cari no me
baja la regla pero tú no te preocupes que me pasa siempre. Total, que volví al
anillo. Y me puse gorda. Y me crecieron tanto las tetas que pensé en comprarme
una carretilla para llevarlas. Y me volví muy loca y muy desequilibrada. En
plan me río, lloro, me enfado y estoy de los nervios todo a la vez. Pero
frungiendo a prepucio remangado como que todo se ve mejor en la vida.
Cuando lo dejamos, pensé en quitarme el anillo, pero aguanté
un poco para tener mis reglas controladas cuando operaron a mi yaya. Y luego
empecé con el Ross. Así que me lo dejé. Y cada vez estaba más gorda, más
tetona, más loca, más desequilibrada y más enfurecida. Llegué a límites muy
chungos e impropios de mí. Cosas que no cuento por miedo a que llaméis al
manicomio y me pongan una de esas horribles camisas de fuerzas que no combinan
con nada. Y me encontraba fatal. Así que al fin, en mayo mandé al carajo al
Ross y al anillo. A Mordor los dos, de nuevo. Yo repoblé Mordor a base de exnovios, vaya. Y tan bien.
Adelgacé muchísimo. Mis tetas se redujeron a un tamaño casi
diminuto y volví a ser feliz todos los días, también volví a no saber cuando me
bajaría la regla, a estar en un continuo estado de susto con ese tema y a
retorcerme de dolor un par de semanas al mes. Pero tenía tan buen humor y
estaba tan delgada que me daba igual.
PERO 3.
Entonces me fui al Algarve, acabé en Sevilla y no perdí mi
silla, pero encontré de nuevo al Niño. Y (Niño, vete de aquí, no leas esto)
frungir con él es la mejor experiencia del mundo. ¿Puenting? ¿Caída libre?
¿Vuelo sin motor? Mierdas. Nada en el mundo como el Niño chico sin ropa. Y
claro, otra vez a los sinvivires de los condones o a los de cari no me baja la regla pero tú no te
preocupes. Así que decidí volver al anillo. Porque sí, porque soy así de
inconstante. Porque tengo pocos vicios en la vida y me temo que el niño en
horizontal es uno de ellos. Y de lado. Y en vertical a veces también.
Bueno, pues no llevo un mes y ya estoy engordando. Y mis
tetas crecen exponencialmente cada día. Y estoy de un humor variable, digamos.
Los primeros días me volví muy loca y me angustié mucho por todo, pero luego me
di cuenta de que era el modo orco del anillo y me calmé. Me cuesta mantenerme
en un estado consciente y no llorar, gritar, enfurecerme hasta el nivel máximo
y matar a medio mundo, pero lo consigo. Por las mañanas tengo un poco de
nauseas, pero por las noches me da un hambre atroz capaz de acabar con las
existencias de roñidonetes del universo. Y bueno, cuando está el niño se
compensa a base de frungimientos a prepucio remangado. Pero cuando no está, lo
único que hago es zampar chocolate por la noche y estar gruñona por las
mañanas. Y engordar. Engordo cada día. Me hincho como un globo. Y me crecen las
tetas cada minuto. Creo que si me quedara mirándolas ante el espejo podría ver
como se hacen más y más grandes, como los reportajes esos que ponen a cámara rápida
como se abre una flor. Y los hombres diréis que qué problema hay. Pues que
duelen, demonios. Me duelen porque están a punto de explotar. Y están duras
como piedras. Y no puedo dormir bocabajo. Y no voy a entrar en el vestido de la
boda de mis yayos.
Total, un drama todo. No sé de qué se quejaba el canijo ese
que llevaba el anillo a no sé qué fuego que hay en Mordor. Que se lo hubiera
metido por el culo, le hubieran crecido los huevos hasta pisárselos y hubiera
sentido todos los efectos esos devastadores en un solo día y su único consuelo
fuera ponerse hasta las cejas de roñidonetes a sabiendas de que eso le hará
engordar y se sentirá peor, lo que le deprimirá y le empujará a querer comer
más y más chocolate. Eso sí es un
marrón, querido. Llevar el anillo a Mordor acompañado por tu coleguita y
rallarse de vez en cuando es una mierda. Quejicas que sois los hombres, coño
ya.
Conclusión del asunto: la peli del Señor de los anillos es
un coñazo, pero narra bastante bien el proceso por el que pasa una mujer con un
tratamiento hormonal.
Conclusión dos. Mis tetas están gordas como melones y yo me
estoy poniendo jamona.
Conclusión tres, seguramente el niño me quiera matar después
de leer esto, pero creedme, frungir a prepucio remangado con él merece la pena
un viaje a Mordor, convertirse en orco y gastarse un dineral en roñidonetes.