Está lloviendo. Mucho. Normal siendo
abril. Normal, si no fuera porque nada es normal estos días. No dejo
de pensar en la canción de Sabina que dice “más raro fue aquel
verano que no paró de nevar”.
Desde hace semanas todos nos asomamos a
la ventana a ver llover, a ver el sol, a ver el mundo parado. Nos
asomamos, incrédulos a veces, desesperados otras, esperanzados a
ratos. La mayor parte del tiempo, simplemente nos asomamos, como los
gatos, a ver lo que ocurre fuera creyéndonos seguros desde el
interior.
El mundo no ha dejado de girar, pero ha
dejado de moverse. Al menos al ritmo normal. Y nosotros, que nunca
fuimos más viles hormigas que ahora, suspirando y pensando que ayer
(bueno, no ayer, pero hace unos días) nos creíamos invencibles. La
fragilidad humana siempre escondida tras la apariencia de dominarlo
todo. Hasta que viene un enemigo invisible y nos arrasa a su paso.
Pensábamos que esto no podía ocurrir.
Pensábamos que controlábamos algo. Y hacíamos planes. De viajes,
de bodas, de salir, de trabajar, de ir y venir. Ahora sabemos mejor
que nunca que el futuro no nos pertenece y que apenas el hoy, el
momento, es nuestro. Y valoramos más que nunca un abrazo de nuestra
madre, un rato con amigos o poco de sol en la cara. Valoramos todo lo
que dábamos por sentado, sin saber, pobres mortales, que apenas
poseemos el aire que entra en nuestros pulmones un segundo antes de
que vuelva a salir. Y pensamos en qué haríamos si volviéramos
atrás. Adelantaríamos acontecimientos, celebraríamos más, nos
querríamos más, nos besaríamos más. Aprovecharíamos más el
tiempo que ahora se nos está robando. Quizás le daríamos menos
importancia al trabajo o a los sinsabores diarios y a los disgustos
tontos. Iríamos a visitar más a nuestros abuelos, a nuestros
padres, a nuestros amigos. Saldríamos de casa y correríamos calle
arriba y calle abajo con la ilusión de un perrete cuando le desatas
la correa. No creo que nadie, si pudiera retroceder seis meses o un
año, dijera “voy a trabajar más” o “voy a discutir más con
el vecino”. No. Aprovecharíamos la vida. Aprovecharíamos el
tiempo. Haríamos cosas realmente importantes. Saborearíamos los
momentos. Disfrutaríamos de verdad este precioso regalo que
malgastamos más a menudo de lo que realmente nos gusta admitir.
Hasta el aire está raro estos días.
Creo que todos en algún momento nos hemos acostado o levantado
pensando que era un mal sueño y que despertaríamos de nuevo en el
mundo que conocimos. Igual, poco a poco, aprendemos que ése ya no
existe, que ha cambiado y que ahora la vida es otra. Y seguirá
adelante, de un modo o de otro, porque la vida siempre se abre
camino. Quizás sin nosotros, aunque espero que no. Pero está raro.
Más raro incluso que aquel verano que no paró de nevar.