martes, 22 de enero de 2019

El churro dorniense


Salir con un dorniense (a.k.a andalú), tiene sus ventajas. Puede enseñarte a bailar sevillanas. A no ser que sea sieso como el mío. Puede prepararte rebujito y pescaito frito. A no ser que sea sieso como el mío. Puede llevarte a la feria. A no ser que sea sieso como el mío. Puede tener casa en la playa o en sitios de veranero guay. A no ser que sea del mismo Dorne donde los pájaros caen fritos de los árboles desde mayo hasta noviembre, como el mío.
¿Y por qué entonces sigo enamorada hasta las trancas de mi dorniense particular? Pues porque tiene el torso como un puto dios griego y cada vez que le veo quitarse la camiseta pienso “joder, a este me lo foll***...”
Ejem.
Decía que los dornienses tienen sus ventajas aunque ahora mismo no recuerde así concretamente cuáles. El problema es que también tienen sus “cosillas”. Entre esas “cosillas”, destaca el hecho de que a veces se hace casi imposible entenderse. Y sí, hablamos todos lengua común, pero se ve que hay cosas que se pierden por el camino. Hace siete años que conozco al Niño y aún a veces dice cosas que no logro descifrar.
El otro día por ejemplo tuvimos por enésima vez una conversación absurda sobre los churros. Siete años y aún no nos entendemos con algo como un puto churro. Fue algo así:

  • Nene, han abierto una churrería en el barrio, donde estaba el restaurante de wok ese que siempre estaba vacío y...
  • Pero es una churrería o no es una churrería. Que aquí cualquier cosa creéis que es una churrería y no.
  • Pues... pues... eh... pone “churrería” en la puerta. Y venden churros. - no sé si esto es suficiente.
  • ¿Pero churros de verdad o de lo que aquí llamáis churros?

Ya empezamos con los tecnicismos. A ver, yo hace ya más de 25 años que tengo una casa en Pueblodelsur y que sé que los churros andaluces son un poco diferentes. Allí se hacen en roscas grandes, son mucho más baratos que aquí y la masa es parecida a nuestras porras, pero no exactamente igual, es más fina y un poco más compacta. Y lo que nosotros llamamos churros, ellos los llaman de lazo o de patata (y puede que de más formas, no lo sé) según la zona. Así que claro, es todo un poco confuso. Pero yo estaba decidida a hacerme entender para conseguir que una mañana de domingo me comprara churros porque me encantan. Y me gustan todos, los andaluces, los churros de lazo y las porras. Lo que sea.

  • A ver, cariño, hacen churros... sólo que en Madrid no existen lo que tú llamas churros.
  • O sea, que no hay churros.
  • Sí, sí hay, pero de los de aquí. Hay churros y porras.
  • ¿Las porras no son mis churros?
  • No, las porras son más gordas y más huecas que tus churros.
  • ¿Y tus churros?
  • Esos son lo de forma de lacito.
  • Los de patata, vaya.
  • Sí. - no voy a volver a discutir lo absurdo de llamar a algo “de patata” si no llevan patata, ni están hechos con patata, ni saben a patata, ni se acompañan de una ración de patatas.
  • Vale, pero entonces es una churrería. Con su señor churrero y eso, que los hacen en el momento.
  • Que sí....
  • Pero no hacen churros.
  • Sí hacen, pero diferentes.
  • Entonces no son churros.
  • Nene, son churros y porras, sólo que es diferente que en Dorne, coño. Aquí hay churros con forma de lazo y porras. Lo que no hay es lo que tú llamas churros, que aquí directamente no existen.
  • Bueno, vale. ¿Y tú qué quieres que traiga un día?
  • Pues no sé, unos churros...
  • ¡¡Pero si dices que no hay churros!!
  • Mira, ¿sabes qué? Que mejor hacemos tostadas.

sábado, 12 de enero de 2019

Oda al desorden


Sabéis que adoro a Netflix y que contratarlo está en el top five de mis mejores decisiones en la vida. Pero en este caso son los culpables de mi cabreo. Bueno, los intermediarios de mi cabreo.
Han estrenado una “serie” de una japonesa que se llama Marie Kondo y que ordena cosas. Y a la gente le ha dado la fiebre del orden. Ahora resulta que si lo dice la marikondo pues bien, pero si lo decía tu madre, pues pasando. De verdad que la gente descubre la Luna todos los días.
El fundamento de mi cabreo es que a mí no me gusta el orden. Así como suena. Me gusta vivir en cierto caos. Me gusta mi mierda, me gusta mi desorden, me gustan mis cosas por medio. Me gusta la pequeña diógenes que tengo en el interior. No me gustan las casas minimalistas, las paredes vacías, las estanterías con apenas dos cosas, las librerías son una sola colección de libros iguales para decorar. No me gusta, no es mi rollo. Yo soy muy de vida real, de día a día, de casas con cosas, de fotos en las paredes, de recuerdos de viajes, de libros amontonados en las estanterías, de mantas en el sofá, de vivir con animales que obviamente ensucian y desordenan. A mí me importa una mierda que mi gata esconda cosas bajo el sofá, que espurreé juguetes por el suelo, que haya ropa en la silla o que se acumulen cuadernos en el escritorio. Me da igual. De hecho, me gusta. Si está todo recogido, tengo la sensación de que la casa no está viva y además, no encuentro nada.
Para colmo, la marikondo tiene unas normas que me tocan mucho el coño. A ver, las normas por lo general no me gustan y siento el deseo irrefrenable de incumplirlas según las oigo, pero estas me llevan los demonios. Dice que no se deberían tener más de 30 libros. Mira, payasa, te daba yo 30 librazos en tu cabeza oriental. Y que sólo debes tener la ropa que te haga feliz. Vale, pues me quedo con los pijamas y las camisetas de juego de tronos. Mis jefes iban a ser super felices viéndome llegar cada día con el pantalón de franela y la camiseta de “you know nothing, Jon Snow”. Porque además eso, yo no tengo pijamas de esos que ahora la gente lleva a la calle o a los premios de no se qué, de seda, monísimos y todo glamurosos. Mis pijamas son de pelotillas, con dibujos absurdos, con la goma de la cintura un poco pasada y llenos de pelos de gato. Y diréis, ¿el resto de tu ropa no te hace feliz? Pues a ver, no me desagrada, obviamente, pero me la pela un poco. Lo considero algo de uso, algo que me tengo que poner para salir a la calle. Pero no es una cosa que me “haga feliz”.
Y a ver, que de vez en cuando me da el perrenque de limpieza y me deshago de mierda acumulada, sí. Pero que tenga que pasarme media vida colocando, ordenando y pensando si este jersey beige me hace feliz o no, pues como que me mosquea. Yo tengo muchas cosas que hacer. Cosas que me gustan. Y no me da tiempo a la mayoría. Yo con trabajar y dormir lo tengo casi todo hecho a diario. Lo siento, soy así de inútil. Yo de lunes a jueves duermo, trabajo, como, duermo otra vez, me ducho y vuelta a empezar. No tengo tiempo para más. Apenas veo un capítulo de una serie mientras ceno o leo un ratín antes de dormir. Mis compañeras de trabajo dicen que hacen más cosas porque le quitan horas al sueño. Pues mira, allá tú. Yo necesito dormir. No le veo ningún sentido a restarme salud y a estar cansada y malhumorada siempre para invertir esas dos horas que “ganaría” en ordenar cajones de bragas y hacer la colada de forma concienzuda. Me pegaría un tiro y dejaría mi piso minimalista, ordenado y cuadriculado hecho unos zorros. Prefiero mi caos en el que soy razonablemente feliz.
Como decía Roxanne en la mítica serie de los 90, “perdona el desorden, pero es que vivimos aquí”.

martes, 1 de enero de 2019

Al 2019 le pido...


Querido 2019:

como no soy de hacer propósitos porque luego se me olvidan y no los cumplo, voy a hacer una lista de deseos. Te dejo aquí las cosas que quiero y a ver si la magia de los Reyes Magos, las campanadas o quien se encargue este año de repartir, se estira y me los cumple. Ya verás que no son muy complicados. Al menos no todos.

  • Salud, porque es algo que no depende totalmente de nosotros y que hay que desear siempre, es lo más importante y sin ella estamos perdidos.
  • Tener a mis niños sanos y fuertes. Oír sus maullidos alegres, ver sus trotes y sus juegos. Toquetear sus patitas.
  • Tener a mis yayos, a mis padres, a mi Niño Chico. Que no me falte nadie.
  • Acurrucarme en el costado del Niño y olisquear su cuello. Que él siga oliendo siempre tan bien. Poder mirarle a sus ojos y encontrar en ellos la fuerza para seguir adelante cuando la cuesta sea empinada. Seguir caminando de su mano.
  • Seguir trabajando, protestando por madrugar, quejándome los domingos y saliendo los viernes en estampida de la oficina.
  • Tener algo de dinerillo para cuando se me antoja algún potingue.
  • Algún día de sol radiante en invierno y algún día de lluvia en verano.
  • Soñar un par de veces al año con el Dueño de mis sábanas y despertarme con esa sensación de felicidad y nostalgia, de recuerdo de haber sido joven y de cómo se abrieron mis alas entre sus brazos.
  • Dormir la siesta con Ron y las noches con Maya.
  • Salvar algún otro gatito de la calle y encontrarle hogar.
  • Quedar a veces con mis amigas, reírnos de todo, tomar algo, contarnos cosas.
  • Quedadas blogueras con mis cabras.
  • Bailar a veces, aunque sea sola en casa. Cantar (desafinando por desgracia) en el coche a pleno pulmón.
  • Poder huir a ratos de Madrid y otros ratos hundirme en su ombligo de asfalto.
  • Abrir el grifo y que salga agua limpia, pulsar un botón y tener calor o fresquito.
  • Que siga existiendo el mar, el verde, el cielo y los animales. Que no se extinga ninguna especie. Que ninguna disminuya su número. Que no de reduzca la selva. Que no se descongelen los polos.
  • Leer a veces, escribir otras, ver series antes de acostarme.
  • Hacer planes que salgan bien.