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viernes, 5 de enero de 2024

La Niebla

 

Igual antes de proponerme volver al blog debería haberme propuesto conseguir un ordenador nuevo, que llevo media hora para conseguir que arranque. En fin.


Ayer fue la cena con los satánicos, que hacemos siempre por navidad pero resulta ser casi en Reyes. Es una de nuestras extrañas tradiciones. Fui aunque me encontraba fatal. De hecho lo estuve pensando durante mucho rato y llegué tarde y no cené. Pero les vi y me llené de abrazos, que es lo que cuenta. A la vuelta, pensaba como siempre disfrutar de mi rato en coche por la noche, rumiando el tsunami emocional y cantando a pleno pulmón. Pero había una niebla horrible, espesa y blanca como la muerte la misma. Ni en una película de terror se atreven a crear una niebla tan densa, tan impenetrable.

Me acordé de Lo que el Viento se Llevó, que este año volví a verla el día 1 como hacía cuando vivía sola. Me acordé de Escarlata, soñando que persigue algo entre la niebla sin conseguir alcanzarlo. Me acordé de cuando vestida de negro, tras perder a su hija y a su única amiga de verdad, persigue a Rhett por Atlanta para descubrir que va a dejarla.

Y lo que iba a ser un viaje agradable de vuelta a casa, terminó siendo un horror de ir super despacio y acojonada si ver más allá de mis narices y preguntándome si el padre Karras estaría a la vuelta de la esquina o si llegaría a casa y encontraría al Dorniense poniéndose el sombrero y diciéndome que todo ya le importa un bledo. Por suerte y como suele pasar, no ocurrió ninguna de las dos cosas, ni de las mil catástrofes que se me ocurren por minuto, y llegué a casa sana y salva, con el Dorniense plácidamente dormido y sin exorcista recortando su negra silueta en la noche.


Aún así, en medio de todo eso me dio tiempo a pensar cosas mínimamente lúcidas. Una de ellas es que la niebla nos da miedo porque no nos deja ver lo que hay más allá. Y el cerebro es un cabrón que se inventa cosas horribles todo el tiempo. Cosas que por lo general, no pasan. Cosas, que suelen ser más terribles en nuestra cabeza que fuera de ella. Cosas que multiplicamos, afeamos, llenamos de matices espantosos sacados de las peores pesadillas. Cosas con las que ni el diablo podría competir. Pero en general, cuando se aclara la niebla, cuando el sol o la luz la filtran, cuando el amanecer rompe por fin el manto helado de la noche, lo que sigue ahí es lo de siempre. Lo cotidiano que nos hace sentir seguros. La carretera por la que hemos ido mil veces y sabemos de memoria. La ciudad en la que habitamos. La calle en la que bailamos mil noches de borrachera. El bar que cerramos entre cantos y risas. El portal de nuestra casa, cálida y segura, donde nos esperan los seres a los que amamos.

Al final, debajo de la espesa capa de niebla que nos ha asustado, sólo está la vida de siempre. Que a veces también da miedo, pero al menos la vemos, la reconocemos y la podemos mirar a la cara.


Este blog ha sido siempre mi terapia, ya que no creo en otra. Ha sido donde me he atrevido a decirme a mí misma las cosas que si no, no digo nunca. Ha sido donde me he roto y me he reconstruído unas cuantas veces. Donde he admitido errores y he caído en la cuenta de mis propias equivocaciones. Donde he dado la bienvenida y he dicho adiós. Donde he despejado la niebla de mi cabeza para ver que debajo seguía estando yo.


Por eso, anoche, en mitad de la M30 una vez más, mientras la niebla me atería el alma, me di cuenta de que tenía que volver. Y no sólo de vez en cuando. Tenía que volver para ir despejando la mente, para irme enfrentando a miedos, para ir exorcizando demonios. Y a veces, quizás, para escribir cosas a quien dice leerme siempre con la esperanza de encontrase entre mis letras.


No espero que me siga tanta gente como antes. No espero muchos comentarios. No espero nada. Pero os recuerdo que en blogger te puedes suscribir para que te lleguen la entradas al correo. Y que suelo poner el enlace el twitter. Y que si no, aquí de momento las puertas siguen abiertas.


Feliz 2024. Que Dios nos dé salud para enfrentar el resto. Que no me falte nadie más. Que vaya deshaciendo nudos de mi mente. Que el sol al fin, venza los bancos de niebla.


jueves, 11 de mayo de 2017

Mr Hyde hormonado

Todo el mundo tenemos ciertas cualidades que nos hacen ser quien somos. Algunas son muy evidentes, otras más sutiles. Y muchas veces, nosotros mismos desconocemos cuales son las que nos hacen especiales. Yo últimamente, tras pasar por una racha de mierda, he llegado a varias conclusiones sobre mí misma.

He comentado alguna vez que tengo endometriosis y problemas con mis reglas y mis ovarios desde que era una cría de 16 años. Eso me ha llevado a pasar largas rachas con un anillo de hormonas metido en el mismísimo. Y tiene un lado muy positivo. Mis reglas se vuelven regulares, de duración y flujo normal, me encuentro un poco mejor físicamente, no tengo tantos dolores y cólicos. Además, se me ponen unas tetas envidiables y cojo algo de peso, por lo que parezco más saludable y los vaqueros me sientan mejor. Y encima, la ventaja de frungir a prepucio remangado, que diría mi amigo Gordito.
Y diréis, qué bien, qué de ventajas. Pues no. No son suficientes. Porque la cara oculta de todo esto es que dejo de ser quien soy. O, mejor dicho, pierdo todas las cosas buenas que me hacen ser quien soy, pero potencio lo malo, lo oscuro y horrible, convirtiéndome en una versión muy negativa de mí misma. Soy un Mr Hyde hormonado, triste y abatido al que lo único bueno que le queda son su preciosas tetas.

Hace un mes y una semana que me quité el anillo y a pesar de que muchas cosas en mi vida no funcionan como deberían, soy de nuevo una Naar a la que no me cuesta reconocer. No soy un ente que se sume día tras día en una depresión absurda, con una negatividad, un mal rollo y una capacidad autodestructiva que la hace insoportable. Vuelvo a ser yo, con mis días buenos y mis días malos, pero yo. Vuelvo a tener ganas de reírme, de escribir historias, de cantar en el coche.

Ya sabía que las hormonas me afectaban de muy mala manera, sabía que me quitaban la capacidad de reírme porque hace ya un par de años me lo dijo el Niño Chico y él me conoce más que nadie. Y es verdad, yo, que le veo la gracia a todo, me dejo de reír. Dejo de divertirme y de disfrutar. Dejo de reírme. Y lo repito, porque en la mayor parte de mi vida, ha sido lo que me ha salvado del naufragio, ha sido mi arma, mi escudo, mi fuerza, parte de mi identidad. Y lo pierdo. Y qué coño soy yo sin reírme.
Lo malo es que esta vez, que ha sido muy chungo el tema, he perdido más cosas. Había perdido la capacidad de escribir. No sólo de paridas, con humor y tal. No era capaz de juntar tres palabras seguidas. Que quien dijo eso de que en las malas rachas es cuando se escribe mejor y que la tristeza inspira mucho, se equivocaba conmigo. Porque no era capaz de escribir nada, ni alegre, ni triste, ni deprimente. Ni siquiera una nota de suicidio. Para colmo, no aparecían historias en mi cabeza, de esas que no llegan a nada, pero que me entretienen, que a lo mejor dan para un cuento o para un post o lo que sea. No daba ni para contar una anécdota. Y qué coño soy yo sin historias.

Total, que una vez más, como un ave fénix que resurge de sus hormonas, estoy reconstruyéndome de nuevo. Porque no es fácil darte cuenta de que esos demonios viven dentro de ti y que tienes que luchar con ellos. Que vas a estar toda tu vida lidiando entre tu cuerpo y tu cabeza, que tienes que elegir entre sentirte bien físicamente y ser un persona que no te gusta o pasar la mayor parte del tiempo dolorida y ser medianamente feliz. No es fácil aceptar que tienes un lado oscuro, jodido y destructivo y tu única manera de combatirlo es a fuerza de reírte de ti mismo y de todo lo que te rodea.

No es fácil asumir quién eres, pero nadie dijo que lo fuera.  

domingo, 23 de agosto de 2015

Por favor, basta de gafe

No me suele gustar el mes de agosto, mis padres se van, todo el mundo está de vacaciones y yo me quedo aquí como una pringada subiendo y bajando persianas y con demasiado tiempo libre para pensar. Por suerte está Ron, que está de lo más contento con las noches algo más frescas y con la idea de que vivo por y para él sin apenas distracciones.
Y bueno, todo eso no está tan mal si las cosas se mantienen más o menos en su sitio. El problema es que este año todo es un caos. Parece que me ha mirado un tuerto o he roto quince espejos, porque estoy de un gafe que da gusto. Y al principio eran cosillas tontas, como que se me rompió la correa de mi reloj favorito o me cagó un pájaro en la cabeza. Pero el tema ha ido subiendo de tono.Ya tengo hasta miedo de moverme, la verdad.
La cosa empezó con la luz trasera del coche. Que estaba oxidada y no sé qué y había que cambiarla. Por tratar de ahorrarme dos duros porque estoy tiesa, me compré el foco para cambiarlo yo. Problema: comprarlo barato no fue tarea fácil. Tuve que buscar en mil sitios y terminar yendo a Orcasitas unas veinte veces. Me perdí en Orcasur y mira que he trabajado en los barrios más chungos de Madrid, pero nunca he visto cosa igual. Era como una capítulo de callejeros en directo. Ese “paseo” hizo que el sitio de los repuestos estuviera cerrado porque llegué tarde y tuve que volver al día siguiente. Luego me habían traído sólo la mitad de mi pieza y tuve que volver de nuevo por tercer día consecutivo.
Mientras tanto, el disco duro externo donde tengo TODO se me dio un golpecillo y dejó de funcionar. Me dio un infartito y le tengo puestas velas a todos los santos y les rezo a los Siete para que al final pueda sacar la información porque si no, estoy jodida. Pero bien jodida.
A todo esto, no sé si como consecuencia de los soponcios o sólo por diversión, mis ovarios y mis hormonas se están haciendo fuertes en mi contra. Hace años me diagnosticaron una leve endometriosis, pero me temo que ya no sea tan leve. Esto ha provocado que en menos de tres semanas tenga varias hemorragias y en dos ocasiones el asunto se ponga feo y termine con el baño al estilo del ascensor del hotel de El Resplandor. Lo divertido es que como estoy sola, pues en lugar de irme a urgencias o algo, pues cojo estropajo y bayeta y me paso la siguiente hora limpiando sangre de mi estúpido baño de impolutos azulejos blancos. Creo que a estas alturas tengo destreza suficiente para matar a alguien y no dejar rastro. Yo sólo lo digo.
Lo más gracioso es que uno de los días, después de haberlo limpiado de arriba a abajo, me di un golpe con la repisa de cristal donde tengo mis potingues y dejando de lado el dolor y la pequeña brecha, se me cayó todo por ahí rodando y puse el lavabo, el espejo y la mampara de la ducha perdidos de sombra de ojos de diversos colores, cremas y demás cosas pringosas. Por supuesto, los soportes de la repisa están deformados porque son una mierda y no la puedo volver a colocar, así que ahora tengo mil trastos por ahí desperdigados y dos bonitos agujeros en la pared.
Y para colmo, no sé qué coño le ha pasado a la radio del coche que ha dejado de funcionar. No sé si es la radio en sí, un problema eléctrico o qué, pero de un día para otro, nada. Y claro, para mí un coche sin música no tiene ningún sentido. Mañana trataré de ir al taller o de prostituirme con un mecánico o de invocar a algún espíritu ancestral que repare cosas.

Mientras tanto, creo que hoy voy a quedarme muy quietecita. Hoy, mañana, pasado y hasta que la mala racha se vaya porque empiezo a estar hasta las narices. Y porque creo que me estoy resfriando. 

lunes, 6 de abril de 2015

el maldito gafe

Sabéis que soy una persona generalmente positiva y sobre todo, que se aleja del drama lo máximo posible. Me mosquea la gente que vive en constante culebrón venezolano, que sólo le pasan desgracias y que todo en su ridículo mundo es terrible, importante y gravísimo, digno de ser tratado con seriedad asnal.
Y digo esto porque si yo, la reina del pragmatismo y la racionalidad la hora de resolver problemas digo que algo es gafe, no os atreváis a contradecirme. Porque lo es. Como mi cumpleaños. Mi cumpleaños es gafe. De hecho, toda la semana de mi cumpleaños lo es. Yo cada vez que se acerca el 1 de abril tiemblo, os lo juro. Porque siempre pasan cosas raras, se me tuerce todo o se estropea algo. Así que ando acojonada desde finales de marzo hasta el 10 de abril, que milagrosamente desaparecen todos los nubarrones porque el 11 es el cumpleaños del yayo y ese día tiene todo su buen rollo.
Yo este año me mentalicé mogollón. Mi cumpleaños caía en Domingo de Resurrección, así que guay, pasaría la Semana Santa con el Niño y ese día comería con mi familia. Regalitos, jiji, jaja y hala, al día siguiente lunes nuevo y vida que sigue como si tal cosa. También acepté la idea de que siendo festivo nadie se acordaría de felicitarme para que así no me importara demasiado el sentirme ignorada. Así que como el fin de semana anterior vinieron Pimiento y Tomate y lo pasé genial, firmé una especie de tregua conmigo misma y estaba tan contenta.
Craso error el mío. Al gafe le gusta atacar cuando estoy desprevenida.
El miércoles me empecé a encontrar mal, fui a peor por momentos y por la noche ya caí en la cama como un fardo. Al día siguiente apenas me pude levantar y pasé el resto de la semana con fiebre, dolores, mocos, congestión, dolor de cabeza y lo que viene siendo un gripazo de los que hacen afición. Hacía años que no me ponía así. O sea, yo me acatarro más o menos fuerte, varias veces cada invierno pero puedo seguir con la vida relativamente normal. Esta vez no. Apenas era capaz de ponerme en pie para hacer la comida. El dolor de todo era horrible. El cuerpo me pesaba mil toneladas. Respirar era misión imposible.
A todo esto, esa misma semana tuve la regla con sus cólicos, sus calambres, sus hemorragias descontroladas y todas esas cosas guays.
Total, que decir que mi estado ha sido lamentable sería quedarse corto. Por supuesto, no pude celebrar mi cumpleaños, comer con la familia ni nada. Por supuesto, siendo festivo se acordaron de mí cuatro gatos (gatos importantes, eso sí) y me siento un tanto dolida y decepcionada con algunas personas por cosas que no viene a cuento explicar ahora. Y por supuesto, cada vez estoy más convencida de que es una puta fecha gafe.
Lo bueno es que ya ha pasado. Y aunque me sienta aún como un trapo y tenga la sensación de que la vida no es otra cosa que una especie de terremoto que te lo tira a todo a todo a tomar por culo cuando has conseguido medio recomponerlo, al menos ya está pasando.

Y además, en el calendario de sobremesa que tengo este año cada mes tiene el dibujo de un animal mitológico y abril es el Ave Fénix. Por algo será.




jueves, 29 de mayo de 2014

Cuidado!!

Estoy con la regla. Y eso es malo. No para mí, que también. Es malo, así en general, malo para el mundo.
Hace un par de días me levanté después de haber dormido tres horas. Duermo  fatal cuando estoy con la regla porque me duele todo, estoy hinchada como un globo, tengo calor, tengo frío, tengo calor, mucho calor, muero de calor, me destapo, me quedo helada, me tapo, sudo. Y doy vueltas a las cosas, me pongo nerviosa, me agobio, me como las uñas, me agobio más, pienso en lo que no debo, me destapo de nuevo, doy vueltas, pego patadas, despierto al gato… Soy un una maravilla, un remanso de paz.
Total, que me levanté ojerosa y malhumorada, sin ganas de vivir. Y yo cuando no tengo ganas de vivir, hago cosas de bricolaje o limpio compulsivamente en rincones absurdos, obsesionada por encontrar arañas enormes agazapadas, esperando su oportunidad de comerme.
Dicho todo esto, me estoy empezando a preguntar cómo puedo estar soltera, si soy una joya.
El caso es que después de limpiar el mueble nuevo que había montado el día anterior con el Ross y rellenarlo con las cosas que había en la estantería antigua, reordenar las otras estanterías y limpiarlas a fondo en busca de las arañas que nunca encuentro, me quedé mirando la estantería que me sobraba. Agarré  mi sierra de calar y la corté por la mitad. Así, sin pensarlo dos veces, entre contracciones menstruales, sofocos menopáusicos y locuras transitorias hormonales, convertí una estantería alta en dos medianas.

Ayer me levanté algo mejor, pero por la tarde me aburría y decidí limpiar el mueble grande del salón por dentro (otra vez) y ordenarlo mejor. Lo saqué todo, lo ordené en cajas y bolsas etiquetadas. Reordené y seleccioné la ropa. Usé una de las partes de estantería para hacer un zapatero de lo más apañado. Fregué todas las copas y los vasos que tengo y los coloqué en la vitrina nueva. Cambié las cazuelas de sitio. Le grité al Niño Chico por algo que ni recuerdo (lo dicho, soy una joyita)  y volví a agarrar mi sierra de calar para recortar un poco más el otro cacho de estantería y convertirla en un mueble para la entrada.
Pero, oh, desgracia, oh, infortunio, mi sierra ha muerto. Contando con que me costó 7 euros y que he serrado todo lo que se me ha puesto por delante en las últimas semanas, no es una sorpresa… pero oye, es un fastidio. Además que huele a chamuscado y sale humillo, por lo que deduzco que igual no vuelve a funcionar nunca. Pensé en llamar al Niño Chico y volver a gritarle, pero pensé que igual no estaba por la labor. Así que recurrí a mi otro hombre para casi todo.

-         ¡¡Ross!! ¿tienes sierra de calar en el curro?
-         Yo qué sé… sí.
-         Traémela mañana.
-         ¿Mañana? Jo, me viene fatal porque…
-         ¡¡Mañana!!
-         Pero es que entreno por la tarde y …
-         ¡Ross! ¡Ma-ña-na!
-         Pero es que el viernes es el torneo de rugby y tengo que ir cargado al curro con un montón de cosas como para encima llevar la sierra…
-         ¿Te estoy preguntando? ¡La quiero mañana!
-         ¿Sigues con la regla?
-         ¡¡¡Eso no tiene nada que ver!!!
-         Vale, mañana te la llevo, pero ten cuidado, que es bastante potente y tú estás un poco… así como… desquiciada.
-         ¿¿Quién?? ¿Yo? ¡¡¡¡Joder, Rooooooss!!!!
-         Bueno, hala, que te dejo, que tengo cosas que hacer. Recuérdame mañana lo de la sierra. Un beso.

El pobre después de 15 años ya me conoce y es inmune a mi ira. Y sabe que cualquier cosa que haga o diga será utilizada en su contra. Y estaré armada con una sierra eléctrica.

En fin, por si acaso, manteneos alejados de mí. Mucho. Ya os avisaré cuando mis hormonas vuelvan a norm… cuando el Ross se lleve de nuevo la sierra y ya no sea tan peligrosa.

jueves, 7 de noviembre de 2013

indignación menstrual

Vale, lo confieso, escribo esta entrada desde el dolor y en un mal momento. Mucho dolor. Y muy mal momento. Pero es lo que toca una vez al mes.
Os lo digo en serio, odio ser mujer. No me considero feminista por el mero hecho de que creo que ser mujer es horrible y absurdo y estúpido. No le veo las ventajas, no le veo el lado bueno. No le veo nada más que una especie de castigo que tengo que pagar con sangre, sudor y lágrimas literalmente. Y estará la que rápidamente me diga “pero las mujeres podemos dar a luz a nuestros hijos y blablablá”. Pero yo no quiero tener hijos y tengo el instinto maternal de una patata, así que ya se jodió la ventaja.
De todos modos aunque sea una mujer un tanto desnaturalizada, de vez en cuando me sale la vena feminista y me enfadan ciertas cosas.
Una de ellas es la publicidad. Me enfada que nos hagan pensar que necesitamos mantenernos jóvenes eternamente, que necesitamos potingues, cremas y ungüentos. El otro día vi un anuncio de un champú para mantener el pelo joven. WTF?? Qué pelo joven ni qué diablos. Ya es lo que me faltaba. Tenemos que estar delgadas, bellas, sin pelos en el cuerpo, sin arrugas, sin ojeras y ahora también tenemos que tener el pelo joven. Vaya presión absurda y alienante. Porque ya no es tener el pelo sano, bonito o brillante… es joven. Ojo al matiz.
Y el colmo de mi cabreo son los anuncios de compresas. A ver, señores publicistas, a ninguna (o casi ninguna) mujer nos gusta tener la regla. Dejen de vendernos que por llevar esta compresa nos van a dar ganas de montar a caballo o de salir a pegar saltos mortales. Porque NO es verdad. Es falso como el beso de Judas. La mayor parte nos pasamos esa semana doloridas, dobladas por la mitad, tratando de no morir en el intento. Y llevar una compresa es lo más asqueroso del mundo. Son como un puto pañal de plástico que se pega al culo, se nota con la ropa, cruje y molesta. La primera vez que me puse una me quise tirar por la ventana, así de claro. Y sobre todo, huelen. Ahora anuncian las compresas que quitan el olor. Y es un anuncio súper falso con tías vestidas con ropa impensable para llevar con compresa, haciendo pasitos de ballet y pasando el chichi por la cara a tíos, demostrando así que no huele. Y aunque esto suene un poco asqueroso, os lo digo bien claro: la regla huele fatal por culpa de las compresas. Porque para que sean blancas y bonitas, los materiales están tratados con cloro. Eso hace una reacción chunga con la sangre y apesta a mil demonios. A parte del hecho de que por mucho que te cambies, la sangre se queda acumulada en la compresa durante bastante tiempo. ¿Cómo no va a oler? Os lo digo yo que uso la copa menstrual: la sangre de la regla es totalmente estéril y NO HUELE a nada. Esa peste que todas conocemos es culpa de las compresas, no nuestra. Así que no nos vendan que ahora van a neutralizar nuestro olor para que nos sintamos limpias. ¡¡Es lo que me faltaba!! Yo ya estoy limpia, que una se lava todos los días. Y no necesito que se neutralice ningún repugnante olor que salga de mi cuerpo porque no es verdad que sea así. Que sólo les falta decir que nos metamos un ambientador de pino por el coño, joder. Así que para las mujeres que aún no conocen la copa menstrual, os lo repito: haced lo que queráis, pero que nadie os haga sentir sucias, que nadie os haga pensar que la culpa de que eso huela a rayos es vuestra. La regla es limpia y no huele. No se puede decir más claro.
Y estará quien me salga con los tampones. Los tampones son una solución comercial para todos estos engorros de las compresas, pero no son buenos ni saludables. Yo los usé durante años, entre otras cosas porque no conocía otro remedio. Y el ginecólogo me los prohibió absolutamente. El flujo de la menstruación tiene que salir. Y por mucho que absorba un tampón, efectivamente tapona como su nombre indica. Eso es malo, niñas. Además que la sangre de la regla no es ese fantástico liquidito azul de los anuncios. Es espesa y tiene cuajos. No es agradable decirlo, ni sentirlo, pero es lo que hay. Y eso los tampones NO lo pueden absorber, por lo que los coágulos se quedan dentro durante más tiempo.  A todo esto, añadimos de nuevo el problema del cloro. Al parecer las mujeres somos estúpidas (o los fabricantes piensan que lo somos) y queremos que nuestros productos de higiene sean blancos impolutos y huelan a frescor de montaña. Eso se consigue blanqueando el algodón y la celulosa con cloro. Y eso, niñas, también es malo. Los tampones causan una barbaridad de reacciones alérgicas por los compuestos químicos con los que han sido tratados y que se absorben a través de la vagina, lo que en casos extremos se conoce como el SST (síndrome de shock tóxico). Como son dosis muy pequeñas, la mayor parte ni los notan, pero hay mujeres, como una servidora que somos más sensibles y hemos sufrido terribles irritaciones en tan delicadas partes. Y no os lo recomiendo.  En todo caso, por muy bien que penséis que os funcionan los tampones, pensad en la cantidad de horas que ese producto potencialmente tóxico está en vuestro interior. Sin hablar de lo sumamente agresivo que es para las paredes vaginales el tirón de sacárselo…

Y diréis, ¿qué nos quiere vender esta chalada? Pues os juro que nada. Aunque deberían planteárselo porque les hago una publicidad impagable, los de las copas menstruales no me dan ni un céntimo. Y la mía me la tuve que comprar con mi dinerito. Ahora bien, ha sido la gran inversión de mi vida. Los treinta euros mejor gastados en muchos años. Qué felicidad, qué liberación y qué todo. Más bien que nada. Adiós alergias, adiós irritaciones, adiós incomodidades, adiós al puto olor que ahora me quieren vender que es mi culpa…
Total, que ya hablé de este tema hace tiempo y sé que me repito, pero es que me indigna. Es que, por poco feminista que seas, una se siente indignada de que te estén atacando a tu naturaleza constantemente. Que te digan que apestas y que eres guarra con cosas como “ahora el sistema que elimina tu olor” o “ahora te sentirás limpia”. Oiga, guarra igual era su puñetera madre. Me enfada, me enfada mucho.
Y como se puede deducir del post, la copa menstrual no quita el mal humor, ni los dolores, ni los altibajos emocionales, ni las ganas elevadas de matar. Pero aún así merece la pena. El resto, se puede arreglar con chocolate, culpando a los churris de todo y con un gato caliente sobre la tripa.

Y hasta aquí el naar-consejo y la naar-indignación de hoy. He dicho. Coño ya. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

La Naar de los Anillos

Hola, soy Naar y aunque odio la saga del Señor de los Anillos, a veces me siento Frodo.

Como alguna vez he comentado, llevo años usando un anillo de hormonas al que denomino el anillo mágico. Y es que tiene poderes, os lo juro. Es como el del Señor de los Anillos. De hecho, creo que la peli es una alegoría clara. Un anillo raro que te lo pones y tiene efectos rarunos sobre tu cuerpo y te vuelve loco por momentos. Hacedme caso, el viaje dura tres semanas y el monte del destino ese de Mordor no es más que la regla. Clarísimo.
Hace muchos, muchos años empecé a tener problemas hormonales. Básicamente, desde los 16 mis hormonas son las culpables de todo lo que me ocurre. Sí. Las hormonas. Eso.
Total, que harta de jaleos, a los 22 años me empecé a hormonar hasta las trancas. Algunos médicos me lo recomendaron antes, pero el ginecólogo se negó porque me había desarrollado tarde y no le parecía bien meterme ese chute siendo una cría. Cuando al fin probé el anillo mágico, una nueva vida se abrió ante mis ojos. Cogí algo de peso pero me estabilicé mucho, mis reglas se volvieron regulares y descubrí el maravilloso mundo de frungir a prepucio remangado.
PERO.
Con los años tanta acumulación hormonal empezó a pasarme factura. Mis quistes del pecho crecieron, empecé a tener náuseas matutinas como las preñadas y me fui convirtiendo en un orco malhumorado. Así que cuando rompí con el desequilibrado, mandé el anillo a Mordor (y al desequilibrado también, ya de paso) me quedé tan a gusto en donde quiera que viviera el enano ese (o hobbit o lo que sea) antes de ponerse a viajar por ahí como un capullo.
Y bien, oyes. Estaba más contenta, más animada, más delgada y más feliz de nuevo. Mis reglas hacían lo que querían, pero como no frungía, me importaba un cuerno. Y estaba mucho más estable mentalmente y de mucho, mucho mejor humor, porque el anillo me vuelve un cóctel de hormonas chungo y sobre todo me sube mucho el nivel de ansiedad. O sea, lo mismo que en la peli. O más o menos.
PERO 2.
Cuando mejor estaba, apareció el niño chico. Y bien, ¿eh? Que no me quejo. Pero claro, que si los condones son un rollo repollo, que si un poco la puntita que no pasa nada, que si huy que bien así, que si cari no me baja la regla pero tú no te preocupes que me pasa siempre. Total, que volví al anillo. Y me puse gorda. Y me crecieron tanto las tetas que pensé en comprarme una carretilla para llevarlas. Y me volví muy loca y muy desequilibrada. En plan me río, lloro, me enfado y estoy de los nervios todo a la vez. Pero frungiendo a prepucio remangado como que todo se ve mejor en la vida.
Cuando lo dejamos, pensé en quitarme el anillo, pero aguanté un poco para tener mis reglas controladas cuando operaron a mi yaya. Y luego empecé con el Ross. Así que me lo dejé. Y cada vez estaba más gorda, más tetona, más loca, más desequilibrada y más enfurecida. Llegué a límites muy chungos e impropios de mí. Cosas que no cuento por miedo a que llaméis al manicomio y me pongan una de esas horribles camisas de fuerzas que no combinan con nada. Y me encontraba fatal. Así que al fin, en mayo mandé al carajo al Ross y al anillo. A Mordor los dos, de nuevo. Yo repoblé Mordor a base de exnovios, vaya. Y tan bien.
Adelgacé muchísimo. Mis tetas se redujeron a un tamaño casi diminuto y volví a ser feliz todos los días, también volví a no saber cuando me bajaría la regla, a estar en un continuo estado de susto con ese tema y a retorcerme de dolor un par de semanas al mes. Pero tenía tan buen humor y estaba tan delgada que me daba igual.
PERO 3.
Entonces me fui al Algarve, acabé en Sevilla y no perdí mi silla, pero encontré de nuevo al Niño. Y (Niño, vete de aquí, no leas esto) frungir con él es la mejor experiencia del mundo. ¿Puenting? ¿Caída libre? ¿Vuelo sin motor? Mierdas. Nada en el mundo como el Niño chico sin ropa. Y claro, otra vez a los sinvivires de los condones o a los de cari no me baja la regla pero tú no te preocupes. Así que decidí volver al anillo. Porque sí, porque soy así de inconstante. Porque tengo pocos vicios en la vida y me temo que el niño en horizontal es uno de ellos. Y de lado. Y en vertical a veces también.  
Bueno, pues no llevo un mes y ya estoy engordando. Y mis tetas crecen exponencialmente cada día. Y estoy de un humor variable, digamos. Los primeros días me volví muy loca y me angustié mucho por todo, pero luego me di cuenta de que era el modo orco del anillo y me calmé. Me cuesta mantenerme en un estado consciente y no llorar, gritar, enfurecerme hasta el nivel máximo y matar a medio mundo, pero lo consigo. Por las mañanas tengo un poco de nauseas, pero por las noches me da un hambre atroz capaz de acabar con las existencias de roñidonetes del universo. Y bueno, cuando está el niño se compensa a base de frungimientos a prepucio remangado. Pero cuando no está, lo único que hago es zampar chocolate por la noche y estar gruñona por las mañanas. Y engordar. Engordo cada día. Me hincho como un globo. Y me crecen las tetas cada minuto. Creo que si me quedara mirándolas ante el espejo podría ver como se hacen más y más grandes, como los reportajes esos que ponen a cámara rápida como se abre una flor. Y los hombres diréis que qué problema hay. Pues que duelen, demonios. Me duelen porque están a punto de explotar. Y están duras como piedras. Y no puedo dormir bocabajo. Y no voy a entrar en el vestido de la boda de mis yayos.
Total, un drama todo. No sé de qué se quejaba el canijo ese que llevaba el anillo a no sé qué fuego que hay en Mordor. Que se lo hubiera metido por el culo, le hubieran crecido los huevos hasta pisárselos y hubiera sentido todos los efectos esos devastadores en un solo día y su único consuelo fuera ponerse hasta las cejas de roñidonetes a sabiendas de que eso le hará engordar y se sentirá peor, lo que le deprimirá y le empujará a querer comer más y más chocolate.  Eso sí es un marrón, querido. Llevar el anillo a Mordor acompañado por tu coleguita y rallarse de vez en cuando es una mierda. Quejicas que sois los hombres, coño ya.
Conclusión del asunto: la peli del Señor de los anillos es un coñazo, pero narra bastante bien el proceso por el que pasa una mujer con un tratamiento hormonal.
Conclusión dos. Mis tetas están gordas como melones y yo me estoy poniendo jamona.

Conclusión tres, seguramente el niño me quiera matar después de leer esto, pero creedme, frungir a prepucio remangado con él merece la pena un viaje a Mordor, convertirse en orco y gastarse un dineral en roñidonetes. 

lunes, 10 de junio de 2013

dos es peor que uno

Vale, estoy en esos días en los que odio así a la gente en general. Porque sí, porque me duelen los ovarios, porque me encuentro mal, porque estoy cansada… porque me sale de ahí. Y ya. Pero es que manda huevos.
Este verano está planteándose un poco mal. Porque la vida son rachas y el año pasado tuve suerte, hice viajecitos, escapadas y tal. Este no, este todo está torcido y no creo que pueda salir de Madrid ni para respirar otro aire un poco menos contaminado que este. Pero bueno, es lo que hay. Espero que esto os haga sentiros mal a los que vivís en lugares más agradables y me invitéis a visitaros. Y no lo hagáis con la boca pequeña, porque luego voy a ir y no quiero quedarme en la calle con cara de perrito abandonado.
El caso es que el fin de semana que viene al menos sí tenía un plan guay porque mi amiga Reichel viene de Ámsterdam y hemos quedado todos los amigos para cenar y salir de marchita. Bueno, a falta de pan, buenas son tortas.
Pero entonces me llama Amigachica del sur y me dice que ese fin de semana van a bautizar a su nene, mi sobrino pequeño al que aún no conozco.
Estupendo. Todo el puto verano vacío y en un solo fin de semana dos planes completamente incompatibles. Porque no sé vosotros, pero yo no tengo el don de la ubicuidad y estar a la vez en dos lugares con más de 250 km de distancia me resulta imposible. Y tampoco tengo un teletransportador que me lleve rápidamente de un lugar a otro. Para colmo, mi casa del sur está en obras y parece un solar bombardeado de Kosovo. Así que no tengo donde dormir ni donde ducharme ni donde nada. Aunque podría llevarme una tienda de campaña, ponerme en mi patio y sacar agua del pozo para hacer un apaño, claro. Pero no tengo tanto espíritu de aventura qué queréis que os diga.  

Total, que vaya mierda pinchada en un palo.  Vaya depresión de verano, joder. 

sábado, 18 de mayo de 2013

Socorro!! Me quieren preñar!!

Para los que no me seguís en twitter o no lo leísteis porque reconozco que tengo unos horarios que no son para todos los públicos, lo voy a contar.

Hace cosa de un par de semanas o así, no sé a cuento de qué chorrada, el Ross me preguntó si no estaría embarazada. Y le dije que por supuesto que no, qué cómo diablos iba a estarlo si uso el anillo mágico de Frodo. Y él, con esa pachorra suya que a veces me descompone, me dijo “jo, pues no creas que no me darías una alegría.”
Creo que estuve a punto de tirarme por la ventana. ¿Qué diablos insinúa? ¿Quiere un hijo mío? ¿AHORA? Ay, que me da el síncope y me caigo muerta aquí mismo.
Y es que yo tengo el instinto maternal de una patata. Lo he tenido siempre. A mí los niños no me gustan. Y sería una madre horrible. Y que no quiero, corcho. Que no.
PERO.
La edad no perdona y yo tengo 30 añazos que me sientan como treinta patadas en el culo. Y todo el mundo a mi alrededor tiene hijos, o se casa o ambas cosas… o está planeándolo para un futuro cercano. Y aunque yo no quiera, la presión a veces hace mella. Te planteas que ya no eres una cría y tal y cual. Las hormonas se apoderan de ti y te vuelves loca totalmente. Así que aunque yo siga siendo una patata en lo que a maternidad se refiere, hay una pequeña parte de mí que me pregunta si igual no es una idea tan descabellada. Entre otras cosas, porque si hay un solo hombre en el mundo con el que yo me pudiera plantear la remota posibilidad de siquiera pensar en tener un hijo, sería el Ross. Por eso me escama más aún que él tenga la idea, porque temo que me convenza. O lo que es mucho peor, temo que el Ross haga las cosas al estilo Ross, que es “no digo nada, no discuto, pero a lo tonto a lo tonto, me salgo con la mía por las buenas o por las malas.” Así que ahora tengo miedo. Y veo preñadas por todas partes. Y veo niños vaya donde vaya.
Y estaba en medio de toda esta crisis cuando el martes, mientras estaba en su casa tumbada tranquilamente viendo la tele, empezó a preguntarme cosas. Todo así, a su estilo, como quien habla del tiempo. Que si cuándo me bajó la regla, que si cuando me terminaría, que tal y que cual. Y me sorprendió bastante, porque el Ross es de esos hombres que prefiere ignorar ciertos temas y hacer como que no existen. Pero siguió interesándose por uno de sus tabús y hasta llegamos al punto en que me preguntó qué día tenía que volver a ponerme el siguiente anillo. Empecé a mosquearme un poco cuando le dije que el jueves y rezongó. Que igual no debía ponérmelo, que igual era mejor dejarlo, que eso no era natural, ni sano ni blablablá. 
Fruncí el ceño y me quedé pensando. Qué diablos le importarán a este mis hormonas ni las cosas naturales ni nada. Si además no deja de decir que estoy mejor ahora que he ganado unos kilos. Y no he ganado unos putos kilos, son las hormonas que me hinchan y me ponen las tetas como enormes globos a punto de explotar. Que por cierto en cuanto termine con la regla me pongo a dieta. Además, seamos sinceros, qué hombre en su sano juicio prefiere usar preservativos que frungir a prepucio remangado.
Y entonces empecé a darme cuenta… ¿y si quiere que deje el anillo para hacerme un bombo? ¿y si ahora su fijación es tratar de fecundarme? Que el Ross es de ideas fijas y como se le meta algo en la mollera no hay manera de que entre en razón. Ay, dios. Este loco de la pradera quiere preñarme como sea. Ahora sí que no dejo el anillo. Ni ahora ni nunca, vaya.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

continuación de una noche-buena

A ver, lo último que conté es que yo llegué a mi casa de la de mis yayos en Nochebuena. Y me puse a escribir presa de una fiebre alcohólica inexistente. Porque dije una copa de cava, pero es mentira: fue media. Debieron ser los langostinos, que me comí dos. Yo que sé. Algo me tuvo que sentar mal al cerebro. Igual es porque estoy con la regla, para colmo de alegría navideña. Sí, debe ser eso. Las hormonas, las malditas hormonas, como siempre.
El caso es que tuve un arrebato de sinceridad, de confesión y de amor generalizado. Borracha perdida de hormonas. Y escribí, ya lo dije, para no ponerme a llamar y a mandar mensajes inadecuados. Porque varias veces tuve el móvil en la mano diciendo “Total, tengo la excusa de las fiestas, le felicito y ya si eso…” pero luego recapacitaba. “No, Naar, no. No se mandan mensajes a los ex, ni a los hombres de pasado en general, ni al Ross, ni a nadie.” Y daba a cancelar y dejaba el móvil. Tecleaba furiosa otro rato, me fumaba un piti, me comía una bolita de coco de las que me dio mi abuela y están buenísimas.
Pero esa noche tenía una fijación en la cabeza y volvía una y otra vez a pensar en él. En el que siempre me devuelve la alegría, pensando que quizás tuviera él la que había perdido. En el que siempre me ha hecho sentir la mujer más fuerte y maravillosa del mundo. En el que siempre me hace sonreír. En el que nunca he dejado de pensar por completo. En el dueño de mis sábanas.
Y otra vez al soliloquio mental. “mándale un mensaje, mujer, si total, hace poco hablasteis por facebook y todo está bien. Le felicitas las fiestas, que sabes que está en su mar. No va a pensar nada raro de ti, que tampoco lo haces con intenciones ocultas, que sólo sois amigos… ¡¡No!! No escribas nada a nadie. Estate quieta, pedazo de imbécil. Que no aprendes. Que te he dicho que este año tienes que mantenerte alejada de todo ser masculino y hacer voto de castidad voluntario.” Así que dejaba el móvil una vez tras otra pero sin dejar de pensar en lo guapo que estaba en la foto que había colgado por la mañana, tomándose su colacao al sol de una terraza desde que se veía el mar que le pintó los ojos de azul.
Con mucha fuerza de voluntad, cuando terminé el post, las bolitas de coco y los pitis, me fui a la cama. Sin llamar a nadie. Toda orgullosa yo de mi falsa borrachera y de mis hormonas bajo control. Me tapé hasta las orejas y seguí pensando en él. Porque sí. Porque es mi lugar feliz. Porque es el único hombre al que no quiero olvidar de todos lo que han pasado por mi vida.
Y entonces, casi a las seis de la mañana, en el silencio sepulcral de mi casa, cuando estaba justo a punto de dormirme con el gato enroscado en las piernas, tronó el móvil sobre la mesilla. Un mensaje. ¿Y qué gilipollas manda un mensaje a esas horas? ¿Quién podía estar más borracho o más hormonado que yo? ¿Quién no ha sabido controlar sus impulsos lo suficiente?
Pues él. ¡Él! El dueño de mis sábanas. Él tenía que ser. De entre todos los hombres del mundo, él. Y me decía que una vez más tenía arena entre los dedos, los pies en el mediterráneo y que algo le decía que everythingsisgonnabeallright. Lo mismo que me dijo en el ya lejano 2004, cuando nuestra historia truncó mi vida estable y me empujó al lado salvaje.
Ay dios, ay dios, ay diooooooos. Pegué un salto en la cama. A tomar por culo mi poco sueño. A tomar por el culo mi plan de no hablar con nadie en ese estado lamentable de borrachera falsa y hormonas alteradas. A tomar por culo mi calimero, mi pena, mis malos rollos. A tooooooomar por culo todo.
Y es que sólo saber que él, en un momento de la noche pensó en mí, me hace feliz. Que aún se acuerda de ese verano que me mandaba mensajes desde la playa, que aún tiene grabado igual que yo ese everythinsisgonnabeallright. Que aún existo en su mente, en su mundo, en sus recuerdos. Que aún hay un arañazo mío en su corazón. Que aún tiene un minuto de madrugada para escribirme unas palabras. Que aún no hay fuerza humana o divina que nos haya separado del todo. Eso ya me devuelve la sonrisa, la alegría y las ganas de vivir. Porque hay gente que se va de tu vida a la primera de cambio, y hay otros que aunque les cierres las puertas se cuelan por las rendijas. Esos son los que valen, esos son los que de verdad te quieren y les importas. Esos son los que se quedan para siempre.
Sabía yo que volvería a ser feliz en breve, pero no sabía que fuera a ser tan rápido, tan fácil, tan de un segundo para otro. ¡Zas! Unas pocas palabras en el momento justo y vida nueva. Sabía que alguien tenía mi alegría, pero no sabía que fuera él… de nuevo él, quien la tuviera.
Y ahora también añado: esto no es el principio de ninguna historia. Sigo con mi plan de castidad voluntaria. No tengo el coño para farolillos. Pero él… siempre será ÉL. Y con un mensaje ha valido para romper el huevo de calimero, ha valido para descongelarme el corazón, ha valido para devolverme la luz que se había apagado. Y no necesito más. Él siempre será capaz de tener ese efecto mágico sobre mí. Siempre sabrá cómo hacerme vibrar. Por eso, no sé si lo leerá o no, pero gracias corazón, gracias por ser el único y absoluto dueño de mis sábanas.

P.D. Y mil gracias a vosotros. Hoy estoy totalmente sobria de cava, pero aún más hasta el culo de hormonas y aún así os sigo queriendo. Sigo pensando que sois los mejores lectores del mundo. Mil gracias por todos los comentarios de los que nunca comentan (animaos más a menudo, no me seáis rancios), por los que sí lo hacen siempre, por el terreno donde enterrar cosas, por los guiris nuevos de Salamanca (pronto, Key, pronto estoy allí haciendo estragos de rubios grrrrr) y por… por todo. Sois al menos la mitad de mi alegría, de mi corazón recompuesto y de mis ganas de seguir adelante.

miércoles, 8 de agosto de 2012

aceitunas contra los problemas

Sé que tengo una extraña tendencia a culpar a mis hormonas de todos los males. Pero es que es verdad. Mis ovarios me odian y yo les odio a ellos. Todos en paz. Más o menos, porque la batalla se libra en mi endeble y poco cuidado cuerpo. Y con frecuencia, en mi cabeza. Mis hormonas controlan mis estados de ánimo y mis chifladuras. Y así me cunde a mí la vida, claro.
Por razones que no vienen al caso, llevo un par de meses con más alteraciones de las normales. Y ha habido de todo: cosas buenas, cosas malas, sustos, viajes, cambios de horarios, problemas alimenticios tanto por exceso como por defecto, frungimientos estilo batir record guiness… os hacéis una idea del caos de vida que llevo desde principio de verano. Y claro, mis enemigas las hormonas se frotan las manos. Es el momento de acabar con Naar. Y ríen malignamente. Las muy cabronas.
En cualquier caso, esta vez sabía que iba a tener una regla complicada. Pero no que me fuera a volver totalmente loca. En serio, creí que me dolería más (aún) o algo así. Algo medio normal. Pero no. Primero, me tiré tres días furiosa. Convertida en un volcán de ira dispuesto a erupcionar en cuanto alguien se acercara. Mi familia me miraba asustada. Luego, empecé a sentirme gorda. Muy goooorda. Mi parte racional, que está por ahí al fondo, me decía “a ver, so pirada, no estás gorda, la ropa te queda igual” pero no valía de nada. No es que estuviera o me viera gorda. Es que me sentía gorda. Y quizás alguna de las lectoras me entienda mientras los hombres suspiran sabiendo que eso ya les ha traído más de un problema con su pareja. El caso es que en medio de mi gordura mental, me dio por tener ansiedad. Ansiedad por nada, hay que decirlo, que no tengo motivos para ello. Pero he estado dos días sin dormir y desquiciada. De muy mal humor, ojerosa, sintiéndome enormemente gorda y con la ansiedad disparada. Un lujo de persona, vaya. Un regalito para cualquiera.
A todo esto, empecé a encontrarme mal físicamente, no sé si como causa o consecuencia del resto de las cosas. Así que me dolía todo, tenía el estómago revuelto y no tenía ganas de nada.
Extrañamente, Pa se empeñó en venir a verme en medio de este caos. No sé si estaba preocupada o sólo sentía curiosidad profesional por mi lamentable estado. Y ya que venía, fuimos al Carrefour a comprar una goma para la ducha, que inexplicablemente se ha vuelto a romper por segunda vez en un mes y cuarta en lo que va de año. Y de paso, a buscar un cargador para mi e-reader. Yo me encontraba fatal y estaba a punto de echarme a llorar cuando mi plan de conseguir un cargador gratis se chafó, pero Pa, que se toma la vida con calma, decidió que le apetecía mucho comer aceitunas. Así que con las monedas que rescatamos de la guantera de mi coche, compramos aceitunas gigantes con sabor a berenjena, revuelto de aceitunas, pepinillos y cebolletas y una bolsa de lacasitos. Dieta sana y equilibrada perfecta para una mujer menstrual con el estómago hecho trizas.
Pues oye, mano de santo. Llegamos a casa, me puse hasta el culo de aceitunas, nos reímos de cosas sin sentido y de pronto, ya no me dolía tanto nada, ya no tenía ansiedad, ya no me sentía gorda y mis ganas de matar se habían esfumado. Así que me puse a comer lacasitos como si no hubiera mañana para celebrarlo. Punto para Naar en su lucha hormonal. Ja.
Lo curioso, es que a mí no me gustan las aceitunas, aún no he cambiado el cable de la ducha y sale agua por todas partes, el e-reader sigue sin batería, aún tengo la regla y me duelen los ovarios... pero, extrañamente, me importa todo un bledo.

viernes, 13 de julio de 2012

copas menstruales (cómo no pagar 21% de IVA de lujo por tener la regla)

A ver, procuro no pronunciarme de temas políticos, lo sabéis de sobra. Pero estoy hasta los mismísimos ovarios de recortes y agobios a los ciudadanos de a pie. Y oye, uno tiene que comer, no hay duda. Pero en todo lo que se pueda putear un poco, pues mejor.

La idea me la ha dado Charlotte con este post sobre compresas, tampones y cosas de esas. Siempre han tenido IVA de lujo. Y digo yo, ¿qué lujo es llevar un papel medio plastificado pegado a las bragas? ¿¿Qué lujo es pasar una semana al mes hecha polvo y jodida y encima gastando dinero?? Pero el colmo es que ahora un 18% no es suficiente. No. Nos lo suben a un 21%. Porque tener la regla mola tanto que hay que pagarlo a precio de oro. Y lo mismo ocurre con los tampax, los salva-slip y muchas otras cosas de higiene diaria y necesaria. Vamos, que ser mujer es un lujo. O al menos hay que pagar por ello como si lo fuera.

Yo desde hace tiempo tengo prohibidos los tampones por el ginecólogo. Y la verdad, es que investigando un poco, dejan de darte ganas de meterte un zurullo de algodón con un hilo colgando en semejante sitio. Y diréis, queridas mías, “vale, son malos, malísimos… pero ¿qué hacemos?” Y es que casi todas odiamos las compresas. Llevar eso pegado al culo es agradable como una patada en el ídem. Y en verano sudas. Y todo huele a… bueno, que huele. Sin hablar de la horrorosa sensación de llevar un pañal. Para colmo, yo soy alérgica. Así que encima me lleno de granos, picores y mala hostia. Creo que se me nota lo mucho que me gusta ser mujer. Es un lujo auténtico, de veras. Un lujo del 21%.
Total, que hace meses ya, Pétalo publicó este post y me dio mucha curiosidad. La verdad es que nunca había oído hablar de las copas menstruales hasta el momento. Pero estoy dispuesta a escuchar casi cualquier sugerencia sobre el tema, así que indagué un poco. Y qué queréis que os diga. Amo a mi copa. La amo mucho. Es maravillosa. Totalmente. Soy muy, muy feliz desde que la tengo. A ver, no es que esté deseando de que me baje la regla, pero ya no es tanto trauma como antes. Y es que te olvidas. Ya no hay regla. No manchas nada, no hueles raro, no pica, no molesta. No tienes que usar enooooormes bragas para sujetar las compresas en su sitio. Puedes ir con tanga, o con el culo al aire. Puedes llevar falda, short o pantalones blancos. Puedes hacer todo lo que te salga de las narices. Y de verdad, no como las subnormales de los anuncios.



Os lo juro, todo ventajas. A parte de estas comodidades, se añade el hecho de que es ecológico. Pensad un momento en todos los tampones o compresas que tiráis al cabo del mes. Por todos los meses de vida fértil. Por todas las mujeres que los usan. ¿No es un horror? Montones de deshechos infectando el planeta. Sin embargo esto es una copa de silicona. Una. Que la lavas, la hierves y se reutiliza. Oh, gran palabra que hoy en día casi desaparece: reutilizar.
Y luego, es bueno para la economía. La vuestra, no la de los políticos, claro. Porque sí, la copa es un poco cara, cuesta unos 30 euros (que tampoco es una ruina) en tienda, aunque es bastante menos si la compráis por Internet. Pero es que dura años. Y de paso, jodéis a los políticos sin darles un puto duro de IVA de lujo en un producto que de lujoso tiene lo que mis cojones.

Total, que si alguien tiene dudas, quiere saber cómo funciona, cómo se usa, dónde se compra o lo que sea, que me mande un mail, que sabéis que contesto siempre y os respondo a todo lo que haga falta.

Me voy a terminar volviendo una perroflauta (gatoflauta en mi caso) pero estoy indignada, harta y muy, muy hasta los ovarios. Así que, diré una frase que viene muy al tema: que no me toquen el coño que no lo tengo para farolillos. Hombre ya.

miércoles, 18 de enero de 2012

Corazón de barro

Estoy un poco chunga estos días. Mis problemas hormonales y mis ovarios cada vez están más furiosos conmigo y me tratan peor. Así que estoy dolorida, revuelta y tristona. En días calimeros de los míos, vaya.
Anoche hablé con alguien a quien adoro, pero por petición expresa, de momento guardo su identidad. El caso es que me dijo, con cierta mezcla entre resentimiento y consuelo: “al menos, cada vez que te rompen el corazón, duele menos.” Y yo, calimera total, añadí: “hasta el día que sabes que debería habérsete roto, pero apenas sientes nada.”
Hicimos un silencio cómplice de esos que a veces valen más que las palabras. Y esta persona, que posee la inteligencia más audaz que conozco, me dijo: “yo siempre lo imagino de esta forma, a ver qué piensas tú. Es como si el corazón fuese una pieza de barro cocido. Y tú la llevaras en el pecho. La primera vez que alguien te hace daño de esta forma tan peculiar que lo hace el amor, te coge ese corazón de barro, y lo tira al suelo. Se rompe en muchos cachos, y pierde su forma. Pero tú, no puedes hacer otra cosa que coger el pedazo más grande que haya quedado, colocártelo más o menos donde estaba antes… y seguir adelante. La siguiente vez que te lo rompen no es tan traumático, porque sabes lo que es. Así que de nuevo, cuando cae al suelo, te limitas a recoger el pedazo más grande que ha quedado y volver a ponerlo en tu pecho. Así una vez tras otra, cada vez con un pedazo de barro más pequeño y más amorfo en lugar de corazón. Hasta el día en que el trozo que te queda es tan pequeño, que aunque se caiga mil veces más, apenas se descascarilla y se le cae un poco de polvo.”
Me quedé pensando, cómo alguien tan puramente científico era capaz de hacer imágenes tan poéticas, tan preciosas y bien descritas. No sé si será mi parte calimera o qué, pero en el momento me pareció una definición bastante exacta. Cada vez que lo he pasado mal por temas sentimentales, me ha dolido menos que la anterior… pero más que la siguiente. Hasta el punto de ahora, que ni siento ni padezco. Que me da igual todo. Que sea lo que sea, apenas me altera el pulso. Y por un lado me alegra, porque evitarse dolor siempre es bueno y yo he acabado hasta las narices de sufrir. Pero por otro me da pena, porque echo de menos que los sentimientos me den cierto calorcillo en mi pecho de hojalata.  
En fin, mientras sigo en modo drama y compadeciéndome de mí misma, no recomiendo que nadie me tome demasiado en serio.
Por eso ayer, a pesar de decir todo el rollo de que apenas nos queda un burruño informe de barro en el pecho, esta persona me dijo al despedirse: “no te preocupes por nada, todo al final saldrá bien. Y yo te quiero mucho. Aunque algún día sólo me queden unos granitos de barro en lugar de corazón, los usaré para quererte.” Y juro que no mentía cuando, con mi media cáscara de huevo en la cabeza, mi hatillo al hombro y lagrimillas brillando en mis ojos de pollo, le dije: “y yo a ti también te quiero. Creo, que eres de las pocas personas a las que aún quiero de verdad y querré por muchas veces que el corazón se me rompa, por mucho que deje sentir... para ti siempre habrá hueco.”
Total, que ya se me pasará. Algún día, aunque sea tras la menopausia, las hormonas dejarán de controlar mi vida y podré comportarme como una persona normal. O no, pero entonces ya seré vieja y no importará que esté chiflada.

jueves, 15 de septiembre de 2011

problemas hormonales y la pornodoctora

Hace unos meses fui al médico y le expliqué que me encontraba muy mal casi a diario sin explicación aparente. Mi doctora, que no dice que sí, ni que no, ni todo lo contrario, me mandó al ginecólogo a petición mía.
Con los ginecólogos (y un poco los doctores en general) tengo mala suerte. Siempre me tocan pervertidos, tíos que pretenden que me estire de los pezones, me preguntan por mi horóscopo o me preguntan si mis pechos son reales. Todo verídico. El caso es que esta vez me tocó una mujer. Una especie de actriz porno, teñida de rubio platino, con unos enormes labios rojos rellenados de colágeno y los ojos excesivamente pintados de negro y azul, sobre todo para ser las nueve y media de la mañana. Aunque lo cierto es que parecía que la buena mujer aún no se hubiera acostado, lo que haría menos desconcertante el que llevara un extraño corpiño con encajes bajo la bata blanca. Por un momento temí que se subiera a la mesa con una fusta y me obligara a presenciar como azotaba a la enfermera, a la vez que entraba un fornido camillero con descomunal verga y nos decía algo así como  “doctora, ¿necesitaba usted un termómetro para controlar esa subida de temperatura?”
Mientras mi mente maquinaba guiones porno, la mujer echó un ojo a mi historial y me dijo que si me encontraba mal, que dejara el anillo hormonal por unos meses. Mis explicaciones de que necesito ecografías de los quistes del pecho o de los de los ovarios, no sirvieron para nada. La pornodoctora no tenía ninguna gana de escucharme. Debía tener resaca. O ganas de encontrarse al camillero cachondo. Así que me echó de la consulta y me dijo que volviera cuando hayan pasado seis meses de descanso hormonal sin hacerme ni puñetero caso.
Y bueno, a falta de mejores opciones y aprovechando mi abstinencia sexual, dejé el anillo mágico. Y desde entonces me siento un poco mejor en algunos aspectos, pero tengo unos terribles dolores durante la ovulación y no tengo ni idea de cuando me va a bajar la regla. A veces se adelanta, pero generalmente se retrasa.
Total, que volví a ver a mi doctora silenciosa para que me mande unas ecografías. Mis ovarios poliquísticos urden maldades contra mi persona y quiero pillarles in fraganti. Mi doctora consiguió hilar unas pocas palabras para decirme que tengo que pedir cita directamente con la pornodoctora y que ella me las mande, todo esto con el volante que ella me dio hace meses. El cual, obviamente, no tengo ni puñetera idea de dónde está.
Y como no tengo ganas de complicarme, que bastante dura es la vida de por sí, he decidido pasar. Que mis ovarios, mis hormonas y mis quisten bailen la conga si quieren. Ya me lo plantearé cuando vuelva a tener pareja, aunque posiblemente para cuando eso ocurra, estaré menopáusica y ya no hará falta. Y es que un retraso ahora me incomoda, pero un retraso habiendo tenido relaciones, aunque sean con protección, me puede inducir al suicidio.
¿He dicho alguna vez que me encanta ser mujer? No, ¿verdad? Pues eso.

miércoles, 15 de junio de 2011

pass free

Cuando estoy en “esos días” me muero de calor. Me dan sofocos, como a las menopausicas. Desarreglos hormonales o no sé qué leches. La conclusión es que estoy más o menos normal y de repente, calorcalorcalooooooor. Temo por la combustión espontánea. Temo estallar envuelta en llamas que surgen de mi interior. Temo reducirme a cenizas en segundos. Pero bueno, tras años de ardores repentinos lo tengo bastante controlado, me calmo, respiro hondo y me abanico. Y en esos momentos es mejor no hablarme, no tocarme y no alterarme. Puedo salir ardiendo.
Anoche estaba en el sofá abanicándome como las señoras mayores y mirando feisbuc, cuando se conectó el dueño de mis sábanas. Llevaba unos días preocupadilla por él por una cosa que leí y decidí saltarme mi norma de alejamiento y preguntarle cómo iba todo. Sé que no es recomendable hablar con alguien que te sube a temperatura cuando ya estás ardiendo de por sí, pero bueno, no es su culpa que yo viva medio menopausica desde los 20 años.
Y me dice que sí, que está bien. Que está liado y tal y pascual. Y que se rompió la nariz jugando al rugby. Y yo haciendo esfuerzos por no recordarle con esos pantalones cortos haciendo el bruto entre otros hombres, revolcándose en el barro y luchando por un melón de cuero. Grrrr… Soy rara, pero encuentro el rugby un deporte altamente erótico y masculino. Pensamientos malos, caca, fuera de mi cabeza. Nariz rota, eso, pensemos en narices rotas, eso es poco sensual, no me sube los cuarenta grados. Nariz rota, sangre, pus, esas cosas.
Y me dice “pues justo ayer estuve pensando de ti”. Mal, mal, maaaaaaaaal. Nariz rota, sangre, pus, caca de la vaca. No acordarme de que encima de esa nariz hay unos ojos azules súper peligrosos que me traspasan. No acordarme de que más abajo está su sonrisa que me derrite. Esos labios que me han besado hasta el alma. No. Mal, mal. Piensa en cosas no eróticas, piensa en cosas no eróticas…
Como soy idiota, me poseí por un momento calimero de los míos y le dije que quería saber por qué había pensado en mí. Que necesitaba algo que me subiera la moral. Que no razono, ya lo he dicho más veces. Y calimero más fiebre es igual a desastre seguro.
Me contó que había estado pensando en si tuviera un pass free (o algo así, yo qué sé, el bilingüe es él) que es básicamente un vale para hacer lo que le diera la gana por una vez sin consecuencias para con su novia y su vida actual. Y al parecer, yo sellaría ese vale.
Hummmm. Rápido, piensa en cosas no eróticas. Nariz rota, sangre, pus, caca de la vaca.

Gracias a Dios, tuvo que dejar la conversación poco después. Porque si no, ya habíamos terminado degenerando hasta que yo hubiese salido ardiendo literalmente. Por suerte me abaniqué un rato y me fui a la cama. Pero como no podía dormir, pensé un rato en lo del pass free ese de marras. Cuando yo estaba con el desequilibrado también pensaba eso a veces. Soñaba que tenía un paréntesis de todo vale sin consecuencias y por supuesto, me iba con el dueño de mis sábanas. Incluso reconozco que en otros momentos de mi vida, me he tomado el pase libre sin permiso y me he ido con él a una barra libre de besos prohibidos. Él es mi libertad en estado puro. Con él era yo, más desnuda en cuerpo y alma que nunca. Y luego, volvía a mi vida normal. El dueño de mis sábanas es mi paréntesis, mi pass free, mi vale de hacer lo que me de la gana por un rato.  Y como estaba prohibido, no se enteraba nadie, más que él y yo y nuestras sábanas, por lo que luego el día siguiente amanecía como si tal cosa. Todos los veranos me acuerdo de él, porque eran esas noches cálidas cuando nuestros momentos se hacían realidad sólo para nosotros.
En mis años con el desequilibrado, al que fui completa y absurdamente fiel, desee muchas veces tener un pass free. Y ahora que estoy soltera lo tengo a diario, podría hacer lo que quisiera a cada momento. Pero no lo hago. Porque ni quiero ni puedo. Y me autoimpongo orden de alejamiento con el dueño de mis sábanas. Aunque él tuviera el pass free de los cojones. Mejor no. Mejor cosas no eróticas, nariz rota, sangre, pus, caca de la vaca.

miércoles, 11 de mayo de 2011

quiero ser un tío

-         ¿Sabes lo bueno de la edad? Que la menopausia se acerca.
-         ¿Eso no es lo malo?
-         ¡¡Qué coño malo!! Lo malo es perder una semana de vida al mes. Lo malo es pasarlas putas cada tres semanas. Lo malo es estar hormonada hasta las orejas. Lo malo es sentir dolor, nauseas, migrañas y que se me hinche todo el cuerpo, que parezco un puto globo. Lo malo… lo malo… ¡¡lo malo es ser mujer!!
-         ¿Tú crees?
-         Vaya que si lo creo. Yo quiero ser un tío. Quiero mear de pie, quiero rascarme la entrepierna aunque no me pique, quiero no depilarme, quiero ser “soltero de oro” y no “solterona”, quiero tener barriga y que mi novia lo encuentre adorable.
-         Tía, estás desvariando.
-         Sí, ¿y sabes por qué? Porque, efectivamente, soy una tía. Si fuera un tío, las hormonas no se apoderarían de mí y no tendría estos accesos de furia, las ganas de llorar incontrolables y la euforia repentina. ¿No lo ves? Todos mis problemas se solucionarían si fuera hombre.
-         Tienes toda la razón.
-         ¿Sí, verdad?
-         No, pero cualquiera te lleva la contraria estos días…

jueves, 23 de diciembre de 2010

esa semana del mes

Siempre he dicho que si en la próxima vida me dejan elegir, no soy mujer ni de coña. Y hombre en realidad tampoco. Tendría que hacerme gay para no aguantar a una tía a mi lado y a mí el rollo del culo no me excita nada. Bueno, el tema, que no me gusta mucho ser humana. Menudos líos que montamos, oyes, con lo tranquilito que está Ron, con sus horas de comer, su ama todo el día pendiente de él y con sus miles de sitios donde dormir una buena siesta.
El caso es que hoy yo no estaba de buen humor. Las hormonas controlan mi vida y me la hacen muy difícil, las perracas. El caso es que cuando estoy con la regla suelo tener el humor variable. Igual estoy muy eufórica, que muy triste, que muy, pero que muy enfadada. Y no, no es que me dure la regla todo el mes, es que yo soy así, sólo que en esta semana, las cosas se vuelven más extremas. Aún.
Además la regla me provoca efectos secundarios extraños, como por ejemplo:

-         Me quedo dormida en todas partes y circunstancias. Hoy me he levantado, he desayunado y me he dormido, inexplicablemente, cuando me iba a vestir. Me he despertado una hora después, confusa y dolorida, hecha un higo en el sofá.
-         Tengo calor. Mucho, mucho calor. Yo, la persona más friolera del mundo, que en pleno agosto se le quedan los pies helados si no lleva calcetines. Yo, que duermo sobre una manta eléctrica tamaño cama y que necesito mantas hasta que apenas pueda moverme. Pues yo, esta semana, muero de calor. No puedo ni acercarme a una estufa, un solo jersey me agobia, duermo destapada y tengo que quitarme a Ron de encima porque su calor me mata.  Sudo, cosa que no hago nunca y siento como el calor emana de mi interior.  Es raro, pero mi madre dice que es lo que se siente con los sofocos de la menopausia. No sé si alegrarme y todo.
-         Me obsesiono con los olores. Todo huele raro. Y no es mal, ni bien. Es “raro”. El aceite de la freidora: raro. El aliento de Ron: raro. El pasillo de los detergentes del mercamoñas: raro. Yo misma huelo raro y me lavo y perfumo compulsivamente, pero el jabón y la colonia también huelen raro.
-         Me hincho como un globo. Y no es la tripa hinchada normal, no. Toda yo soy una enorme burbuja a punto de explotar. Las piernas, las caderas, los brazos… todo se me hincha.

Y eso sin contar con los dolores propios de asunto. Me he llegado a desmayar por un dolor de ovarios. El médico llegó a la conclusión de que cuando se me revientan los quistes mi cuerpo me protege del dolor desmayándose. Al parecer mi cuerpo es estúpido, porque para protegerme de un dolor, me expone a caídas, coscorrones, choques de toda clase y accidentes de diversa gravedad según la situación. Gracias a Dios nunca me ha dado por desmayarme en una escalera o conduciendo por ejemplo.

En fin, es todo una gracia. Y eso, que desde que estoy hormonada y uso el anillo mágico (al estilo de ese de la peli) estoy mejor. Mejor que antes no significa necesariamente bien. Solo es que no estoy al borde de la muerte.
Luego, claro, veo esos anuncios en los que las pavas se han fumado la compresa y se preguntan a qué huelen las nubes y yo pienso, “pues raro, ¿a qué van a oler? ¡Si todo huele raro!”.  Y esos otros, de tías que se alegran de ser mujeres, tan felices ellas haciendo cosas estupendas que yo no hago ni en los días que no tengo la regla y me dan ganas de matarlas. O de que prueben mis ovarios un mes. Hala, guapa, ahora ten narices a decirme que mola mil ser tía.
Y eso sin hablar de tampones. Que los tengo prohibidos por el médico. Al perecer pueden provocar que mis quistes se hagan más fuertes y poderosos y acaben conmigo. Además hacen que mi útero se contraiga de no sé qué modo que provoca contracciones tipo parto y la muerte por sobredosis de ibuprofeno.

Esto es la pera de divertido, de verdad. Y yo no dejo de hacer cuentas: llevo casi 14 años con la regla y estoy desquiciada. Contando con que tengo 27, me quedan como mínimo otros 14, que multiplicados por 12 meses, son al menos 168 reglas. Igual me suicido antes.