Tras unos días de repliegue y reflexión, me asomo un momento aquí para decir una cosa que digo muchas veces, pero me parece una de las palabras más bonitas del mundo: GRACIAS.
En estos días me han llovido los mensajes, las palabras de apoyo, los mails, los ofrecimientos… yo no tengo amigos, yo tengo una guardia pretoriana que cierra filas en torno a mí en cuanto pasa algo. Y mira que he dicho que no era grave, que sólo era una hostia inesperada y traicionera. Pero da igual, mi guardia me cuida, me protege y me defiende con uñas y dientes. No deja que nadie me hiera, ni siquiera yo misma que soy mi peor enemiga. Los amigos de verdad son eso. Y me siento muy orgullosa. No debo hacerlo tan mal cuando tengo gente tan sumamente cojonuda a mi alrededor. Y tanta. Tantísima. Puede que no me lo merezca, pero joder, qué feliz me hace. Qué grande me hacéis sentir. Que reflejo tan bueno dais de mí misma hasta cuando yo no me quiero mirar al espejo. Sacáis lo bueno, lo mejor de mí. Por eso, gente, gracias. Desde lo más profundo de mi alma: gracias. Sois la hostia. Ahora sé que si no me caigo es porque estoy apuntalada por los cuatro costados. Ahora sé que si no me duelen las cosas es porque la guardia pretoriana no deja que pase ni una mota de polvo a rozarme. Y además, desde todas partes me llegan estas cosas. Tengo invitaciones para ir a media España. Me han ofrecido hueco en sus casas. Me han ofrecido teléfonos abiertos las 24 horas “para cada vez que lo necesites, no lo dudes.” Me han dicho palabras preciosas. Han pasado horas conmigo, de un modo u otro. Y eso, no tiene precio.
Así que a todos, que lo sepaís, me habéis emocionado como nadie sabe. Mi Ignacio, con nuestras rancheras y nuestro tequila, que me devolvió la vida y que me dice siempre que mis ojos son los más bonitos del mundo. Y que además, en san Juan, desde la playa, a las doce, me mandó una foto de las hogueras y me dijo que si quería que quemara algo por mí. Me llegó muy dentro que estando por ahí de viaje, de vacaciones, de playa, se acordara de mí. Y que encima me dijera, “eso siempre.” Isita, que me dijo que tengo una habitación con mi nombre en su casa, con vistas al monte, con piscina y con los cuidados de mamá osa. Aún termino en Barcelona dejándome querer. CMQ, que estando en un momento malo, tiene palabras para mí y un teléfono que funciona siempre, el colmo de la generosidad, de la comprensión, del apoyo. Key, que ofrece fiesta en Salamanca para ir a la caza del guiri buenorro o se viene ella a Madrid a seguir buscando, que anda que no hay guiris en estas fechas. Anita, que está jodida pero no cree que lo mío sea una chorrada, si no todo lo contrario, me apoya y me cuida mientras yo me siento inútil por no saber cómo ayudarla. Pa, que vuela a mi lado y me reconforta sólo con su presencia, además de hacerme hueco en su casa de Valencia y prestarme a sus perros, cosa que vale mucho porque abrazar perros siempre me ha dado una sensación maravillosa. Y encima, vino la noche de San Juan y montamos una minihoguera en mi terraza quemando en un cuenco papeles con cosas malas escritas. Para que se reduzcan a cenizas y se las lleve el viento. Jime, que lo está pasando mal y me dijo que íbamos a arreglarlo todo con fiesta y vacaciones, con la alegría que yo la contagio. Que no piense nunca que estoy sola y que una de las mejores cosas que le ha pasado en España soy yo. Al dueño de mis sábanas, porque la otra noche, hablando con él, riéndonos juntos, me di cuenta de que siempre, pase lo que pase, estará ahí. Al otro lado del mundo, quizás, pero ahí. Porque el único cachito de corazón que me queda es el que ocupó él y lo cuidaré con mi vida. El Jimmy, que me dijo una de sus grandes frases con un rotundo: “elige qué necesitas, si venirte de fiesta a Toledo, si que vaya a partirle la cara a alguien o si que vayamos el Rubio y yo a echarte un polvo.” Cuando le dije que no a todo, me dijo, “elige o haremos las tres cosas quieras o no”. Y claro, me hizo reír. Porque sé que lo haría. Todo. Al igual que A, que me llamó y nada más oír mi voz me dijo “¿estás bien? ¿a quién hay que placar?” esos instintos del equipo de rugby que aún no se le han pasado. Cuando le dije que a nadie, me dijo, “bueno, pues estoy con Miguel y con Santama, si no tenemos que placar a nadie, vente, que te hacemos un cachopo entre los tres hasta que se te pase todo.” Y me reí de nuevo. Porque un cachopo es que te hagan una especie de sándwich con ellos como pan. Y claro, son muy grandes. Y me da miedo morir aplastada, pero me anima que te cagas.
Y desde luego a todos los comentarios, los vuelve, los no lo dejes y los te echaremos de menos. Y a Davidsan, que aunque es relativamente nuevo por estos parajes, me dijo cosas estupendas y escribió esto, dándome un último empujón. Ahora sé que no puedo dejaros de ningún modo. Porque escribir me da la vida y ya no puedo hacerlo para mí sola. Porque cuando abrí este blog todo era de verdad un desastre y me convertí en Naar, que puede con todo. Así que imaginaos ahora que en realidad ha sido una chorrada. Porque el espíritu de este blog y de todos los que formáis parte de él es lo que me hace fuerte día a día. Total, si todo sigue así de bien, volveré en breve. Y no me iré nunca. Os lo prometo. Y que os quiero, coño. Que sois la mejor guardia pretoriana que se pueda imaginar. Que así da gusto vivir.
Ah, y un poco más de autobombo: algunos lo sabéis porque os sigo desde allí o ya lo habéis visitado, pero si mientras vuelvo y no, echáis de menos mis estupideces, tengo otro blog donde explico mis peripecias como mujer independiente. Tenéis el enlace ahí a la derecha, bajo mi perfil. Animaros y echad un ojo.