Hace un mes cumplí 38 años, aunque el
otro día lo vi en un documento oficial y me ofendí muchísimo.
Edad: 38. ¡¡Pero bueno, tamaña injuria!! Si yo tengo... cerebro
calculando... oh, mierda.
El caso es que pensaba que cuando
llegara a esta edad sería una persona más madura, más adulta,
más... yo qué sé. Cuando mi madre tenía mis años, yo era una
adolescente de 16. Y mi madre trabajaba con mi padre en el despacho,
daba sus clases, llevaba la casa de forma impecable, me atendía a mí
y hacía montones de cosas. Yo limpio una vez a la semana, la semana
que toca. Como nuggets congelados, salchichas, fideos de sobre y
patatas del burguerking con frecuencia, duermo hasta las 11 si puedo
y me quedo hasta la madrugada leyendo novelas románticas. Soy un
desastre, la adultez se me da reguMAL.
Lo mejor es que cada vez me importa
menos. Anda y que le den a las convenciones sociales. No sé quién
impuso ciertas normas, pero no me da la gana de cumplirlas.
Ayer se celebraron las elecciones de la
Comunidad de Madrid, cosa que quizá os pille de sorpresa porque
apenas se ha dado el coñazo en los medios (sarcasmo ON). Y hace unas
semanas me dio por pensar que igual, aparte de votar, podría hacer
algo. Así que puse una balconera del partido morado en el que milito
desde hace años. Y luego me supo a poco y dije, qué coño, voy a ir
de apoderada. Por lo de la fiesta de la democracia, que es la fiesta
más aburrida del mundo, pero después del 2020 ya cualquier cosa que
lleve aunque sea el nombre de “fiesta” nos vale. Así que me
apunté. En medio de mi euforia podemita, se lo conté a mi padre.
Aquí vienen los problemas. Mi padre es
un tipo raro. Vive en su propio mundo, navega por la vida la mayor
parte del tiempo y cree en las cosas que a él le salen de los
cojones, que por cierto son pocas y un tanto descabelladas. Descartes
al lado de mi padre era todo certezas. Luego está mi madre que por
tradición familiar es de derechas. No mucho, no tanto como para
mutar al verde, pero sí para seguir las estelas de las antiguas
gaviotas. Y claro, para ella mi partido es bilduetarra filocomunista
bolivarianochavista agresivoquemaestadios y con coleta. Y dos huevos
duros.
Mi padre al enterarse de que su única
hija, ya de por sí rara y rebelde se estaba volviendo tan roja que
ya pasaba al morado y que encima iba a ir a buscar camorra en las
elecciones (esto lo pensaba él, no era real que nadie quisiera
gresca), le empezó a dar el sarpullido. Ay, que me quedo sin hija.
Que los radicales me la matan. Que Pablo Iglesias me la viola. Que
los de vox se la venden a los piratas de ultramar. Y que encima tengo
que aguantar a mi mujer diciendo que qué habremos hecho para que nos
salga una hija como ésta. Ay madre la que me espera.
Y el buen hombre al principio no dijo
nada pero luego vino un día a hablar conmigo. No para disuadirme
como tal, pero un poco sí. O sea, que sí. A ver si me convencía de
que me quedara en casa tranquilita en lugar de ir por ahí exhibiendo
ideas políticas.
Al principio me sentí como cuando te
echan la bronca de adolescente. Que te dan ganas de mandar todo a la
mierda y hacer exactamente lo opuesto a lo que te dicen, pero que al
final no lo haces y te limitas a enfurruñarte y a poner cara de
mierda pero haciendo lo que te han mandado. Luego lo pensé otra vez.
Oye, que tengo 38 años. Que aunque haga el adulting regumal, sigo
siendo adulta. Esto lo pensé mientras comía patatas fritas de
bolsa, sentada en el suelo en bragas y escuchando a Green Day a toda
pastilla, actitud que refuerza la idea de ser super adulta. Pero
luego llegó el Dorniense. Y me dije, coño, espérate, si tengo un
marido. Que aún digo la palabra y me entra la risilla. Marido,
jijiji. Y como un marido suena a algo bastante más adulto, se lo
conté, que mi padre tal, que mi madre se disgustaría, que yo estoy
aquí con el culo helado pero que para pensar me siento en el suelo y
mira tú qué cosas. Y el Dorniense, que es de pocas palabras, pero
siempre certeras, me dijo: haz lo que tú quieras, no les estás
haciendo ningún mal. Eres buena hija, buena persona y esto no cambia
en nada lo que eres con ellos o con nadie. Y yo te apoyo al 100%. Y
además estoy muy orgulloso de ti.
Y yo sólo pude pensar que por estas
cosas me casé. Que tengo que averiguar cómo conservar a este hombre
toda la vida porque es lo mejor que me ha pasado nunca. Eso, y que
iba a ir de apoderada.
Total, que ayer me planté en el
colegio con mi tarjetoncio colgando del cuello, mis papeles en el
bolsillo y mi mascarilla morada. Los compañeros eran majos, los de
los otros partidos también y los de vox eran cuatro tipos clonados
con vaqueros, camisa, chaqueta, pin del partido en la solapa y mirada
de superioridad. Pues bueno. Y allí estaba yo, sin incidentes
reseñables hasta que salimos a la puerta a fumar un cigarro y me veo
a mis padres a lo lejos. Igual convendría que os dijera que les
había ocultado vilmente mis planes. Les dije que esa tarde no me
apetecía salir y me iba a quedar en casa. El hecho de que el colegio
sea donde votan ellos también, que esté en su zona de pasear todas
las tardes y a la vuelta de la esquina de mi casa, era un pequeño
fallo logístico.
Por suerte para mí, mi madre es miope
y mi padre es despistado. Pero vamos, que venían enfilados y yo
tenía que hacer algo. Algo adulto, como enfrentarme a ellos y
decirles “esto es lo que pienso y lo voy a defender” o darles un
discurso como el que me dio el Dorniense. O lo que sea que hacen los
adultos cuando desobedecen a sus padres. Así que me escabullí cual
gusana entre la gente, corrí colegio adentro como alma que lleva el
diablo y me escondí en el baño.
Así es. No me dan miedo los fascistas,
los cuatro tipos de vox me podían soplar el coño por turnos y
estaba dispuesta a enfrentarme a todo... menos a mis padres. Así que
esperé unos minutos prudentes para que mis progenitores estuvieran
fuera de mi radio de acción y volví como si tal cosa. Reconozco que
cuando cerraron el colegio sentí un alivio importante. Luego durante
el recuento de una de las mesas, mientras un tipo de vox trataba de
ligar conmigo (mira, de verdad, yo a esto no sé ni qué decir), mi
madre me llamó al móvil. Y volví a sentirme como una merluza a
medio descongelar. Saqué el tremendo valor de no cogerlo y de al
rato, mandarle un whatsapp para decirle que estaba en la ducha y que
si no era nada importante, hablábamos luego.
Al final todo salió mal, excepto mi
plan. La derecha ganó, mi partido se va al garete, Pablo dimite y
siento que pierdo una vez más la poca ilusión política que he
tenido en mi vida. Pero no me arrepiento de haber ido, de haberlo
intentado. No me arrepiento de haber desobedecido a mis padres, pero
francamente, tampoco me arrepiento ni pizca de haberme escondido de
ellos. Adulta, pero no mucho.
Jamás le perdonaré al fascismo que
matara a Miguel Hernández, que es uno de mis poetas preferidos. Y si
él, encarcelado y enfermo, pudo escribirle a su hijo que se riera
siempre, que la risa le haría libre y que la defendiera pluma por
pluma, trataré yo, humildemente y desde todos mis privilegios, de
hacer lo mismo. Por eso, a pesar de la tristeza de hoy, de la pena
que me da Madrid y del miedo que me dan algunos partidos, trataré de
recordar estas elecciones con una sonrisa.
Que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.