domingo, 27 de septiembre de 2015

el amor, las rupturas y el petróleo

El amor es un sentimiento temible. Nos altera, nos trastorna, nos vuelve gilipollas. Y es bastante incontrolable. Curiosamente, hay gente que dice buscarlo. Que cada vez que lo oigo me entra el sarpullido. “Yo es que estoy buscando el amor”. Sí, mira y yo estoy buscando petróleo que es mucho más útil. “Pero es que quiero encontrar el amor”. Que sí, que yo quiero encontrar petróleo y fíjate que lo más parecido es el moho del borde de la ducha que rasco cada dos por tres.
No, a ver, en serio. Uno puede decir que está abierto a encontrar a alguien. Que está predispuesto, incluso. Pero “el amor” así dicho, es absurdo buscarlo. El amor no puedes encontrarlo. Es él quien te encuentra a ti quieras o no, lo busques o lo huyas. Y te pasa por encima como una apisonadora. Te traspasa de lado a lado, te deja helado, te destroza y te recompone en un segundo. O al menos así lo viví yo hace la torta de años: con cara de gilipollas. Que luego todo se calma, se relaja y vienen los tiempos realmente buenos, los de la confianza, el respeto y blablablá. Lo que sea, no estoy hablando de eso.
Bueno, en realidad tampoco quiero hablar de encontrar el amor en sí. Ay, me estoy liando. Vaya churro de post.
A ver, lo que pretendo decir, entre otras cosas, es que hace tiempo que me siento confusa y rara y asustada y más confusa y más rara y... tal. Al principio pensé que igual eran las hormonas porque casi todo en mi vida se reduce a las hormonas. Luego lo tuve que pensar un poco más casi por obligación y me di cuenta de que había muchas cosas en mi vida que no estaban del todo bien. Aún tenía temas que tratar conmigo misma, capítulos que cerrar, miedos que superar, conflictos que afrontar y encrucijadas que decidir. Y tenía que hacerlo sola.
Total, que decidí que el Niño Chico no volviera a visitarme. Hace ya un tiempo, pero no me apetecía hablarlo y francamente, sigue sin apetecerme dar explicaciones. Y no es que haya pasado nada malo, no puedo decir una sola mala palabra de él, ha sido, tal y como he dicho, un asunto mío personal e intransferible. De hecho, no quiero extenderme porque hace tiempo que decidí no hablar de él en el blog y quiero seguir respetando esa decisión. Sólo quería aclarar que no ha pasado nada malo entre nosotros y sobre todo que él es maravilloso, es una de las mejores personas que he conocido y que la chica que termine con él será muy afortunada. Sólo es que esa chica no soy yo. No puedo serlo. No quiero serlo sólo por egoísmo. No puedo darle lo que él quiere ni estar a la altura de lo que necesita. No puedo amarle como merece.
Y me da un poco de pena, claro. Pero curiosamente, he tomado esta decisión con una sonrisa y sigo con ella. Porque aunque sea por una vez, estoy segura de que es lo correcto y lo mejor para ambos. Ahora sólo puedo esperar que me perdone si le he hecho daño y que algún día, cuando todo lo feo pase, podamos ser amigos.
Y hasta aquí el asunto Niño Chico. Seguimos adelante, show must go on.
Decía antes que el amor no se busca ni se encuentra, que más bien te atropella. En general los sentimientos no son algo que uno controla. Por eso son sentimientos. Y digo esto desde la absoluta convicción de que los dramas para las novelas y las obras de teatro, que nadie se muere por amor ni por desamor ni por nada. Nadie en su sano juicio, al menos. Que hay que mantener una cierta cordura y dejar de montar tragedias griegas por todo. Pero aún así, me desconcierta el hecho de que a veces no podamos amar a alguien aunque sepamos que es lo correcto y lo mejor en apariencia. Y viceversa, a veces no podemos dejar de amar aunque nos empeñemos en ello con ganas. El corazón, que es un gilipollas, vaya.
Y por si sirve de algo, me he vuelto a poner el anillo vaginal de hormonas para ver si me centro. No creo que lo consiga, pero al menos he dejado de tener hemorragias incontroladas y me siento algo más estabilizada. Igual un día de estos encuentro petróleo y todo.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Pero joder

El otro día hablando con el Ross me dijo respecto a uno de los becarios que tiene bajo su mando en el laboratorio donde trabaja haciendo vete a saber qué cosas, “... resulta que el tío nació en el 90. ¡¡EL 90!! Joder, que yo tenía 7 años, que tengo recuerdos de antes de que este chaval naciera y ahora tiene la misma carrera que yo.” Me eché a reír. Le he dicho muchas veces que nos estamos haciendo asquerosamente mayores, pero no me creía. Ahora anda traumatizado y mira de soslayo al becario que nació en otra década que nosotros.
Yo por mi parte tengo mis propios asuntos con el paso del tiempo. Reconozco que la muerte del chico guapo de mi pueblo, tan traumática y abrupta me ha dejado tocada. No veo la vida exactamente igual que antes, aunque no sé explicarlo bien, aún lo estoy gestionando. Y a eso se añaden cosas, muchas cosas. Cosas que me dan de bruces con los 32 tacos que me gasto.
Bombita se casa al año que viene. Por fin se lo pidió a su chica este verano y en junio del 2016 si todo va bien, habemus bodorrio por todo lo alto. Y me alegro, pero joder. Bombita, ese tipo irónico, con una voz preciosa y los ojos grises más inteligentes con los que me entiendo en una décima de segundo. Bombita, el que siempre estaba inventando juegos tontos, el que dibujaba de maravilla y hacía los carteles de la universidad, el que cantaba canciones, el que bebía cervezas hasta la madrugada, el que siempre preguntaba a todas las chicas si sería posible, por favor, que se dejaran tocar un pecho. Bombita, el que se metió por la ventana de mi cuarto una noche de borrachera en su casa de la playa alegando que era más difícil pero mucho más divertido, el que se coló en el balcón del vecino para recuperar una toalla, el que una mañana tras una noche de juerga dijo “pensé que no era posible pero estoy aún más borracho que cuando me acosté hace media hora. No sé si tomarme un café o abrir una cerveza y seguir de empalmada.” Bombita, con el que he llorado y reído, al que me cuesta abrazar porque no le abarco, el que siempre se quemaba jugando al rugby y luego iba con la cara tan rosa como la camiseta. Ese, el mismo, se casa. Y me alegro, repito, pero joder, repito.
Por otro lado Reichel está embarazada. Y lo mismo, me alegro, pero joder. Porque sé que lo estaban buscando, que van a tener un niño precioso porque ella es muy mona y el holandés es un tiazo que está estupendo, porque sé que va a ser una madraza, pero me cuesta creerlo. Reichel, mi niña del aparato en los dientes y la ropa mona, la que se reía por todo, la del idioma raro, la del acento pijo, la del “tía qué es lo que suena”. Reichel, la que estuvo enamorada de un gay, la que se lió con un tipo de la edad de mi madre, la que conducía un coche con más años que ella, la que siempre estaba haciendo planes locos, la que hacía paella para todos los domingos, la que montaba fiestas en su casa. Reichel, la que me abraza y me hace sentir bajita y pequeña, la que discute, habla las cosas, las soluciona, las perdona y sigue adelante con una sonrisa. Reichel, la que bebía vodka, jugaba al jia y se sabía todas las canciones obscenas de rugby, la que se quitaba la camiseta y la agitaba por encima de su cabeza sin pensárselo si la juerga lo requería. Reichel, la que es capaz de contar las cosas más bochornosas con la mayor capacidad de reírse de sí misma que haya conocido, la del “un poquito más y nos vamos los dos”, la de las frases de los 80. Esa, la misma, ahora va a ser madre. Y repito que me alegro y repito que joder.
Y así todo. Hostias por todas partes para recordarme que tengo tres décadas y un pico. Y que empieza a hacer muchos años de la mayor parte de las cosas. Y sí, ya sé, lo he dicho mil veces, esta etapa tiene cosas buenas, lo mejor está por llegar, la madurez tiene ventajas, blablablá. Lo que sea. Me siento vieja, es lo que hay, es lo que siento, es lo que me viene a la cabeza ahora mismo. Y se pasará, porque luego veo los niños de mis amigos y les quiero así como sin razón y soy feliz por ellos. Porque voy a sus bodas y sonrío, me trago la emoción, las lágrimas y mi lucha interna y soy feliz por ellos, por su amor, por su proyecto, por su paso en la vida. Porque la vida siempre es vida y merece la pena ser vivida. Porque sí, porque las cosas buenas están en todas partes y la felicidad mana del interior de cada persona. Pero joder.
Y este post igual no se entiende porque yo siento mil cosas a la vez y no tengo tanto don como para explicarlas si ni yo misma las entiendo. Pero necesitaba decirlo. Tenía que decir que me alegro, pero que joder. Que me alegro por Bombita y por su chica que es un amor. Que me alegro por Reichel y el Rulas porque lo único que me jode de ellos es que estén tan lejos que no pueda abrazarles más a menudo. Que me alegro de los cambios, los avances y los rumbos que toma la vida. Pero que joder. Joder, y mil veces joder.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Galleteando.

Hace poco La Rizos pidió recetas para mejorar sus dotes cocinerísticas. Yo lo he pensado y ya que me las doy de cocinar bastante bien, voy a ser generosa y compartir mi sabiduría con vosotros, pobres mortales.
Así que abro sección para poner alguna recetilla de vez en cuando con un poco de humor y a mi estilo. Porque en la cocina, como en todo en la vida, si disfrutas y lo pasas bien haciendo algo, se nota en el resultado. Además son cosas que hago habitualmente, que son a mi estilo y que están testadas por todos mis amigos gordos. Espero que os animéis, las probéis y me contéis.
Como soy buena cocinera, pero mala fotógrafa, me vais a pasar por alto la cutrez del asunto de las imágenes y quedaros con el meollo de la cuestión que es la manduca.

Y si más preámbulos, vamos a meter las manos en la masa y a arrancarnos con unas galletas fáciles y rápidas.

INGREDIENTES:
1 huevo.
50 gramos de margarina.
50 gramos de azúcar.
100 gramos de harina.
1 pizca de levadura en polvo.
Bolitas de chocolate.

NECESITAMOS:
Batidora con varillas.
Un bol.
Una báscula o medidor de cantidades.
Un horno.
Papel para hornear.
Dos cucharillas.

AL TEMA:

Encendemos el horno a 180º, nos lavamos las manos y al lío. Ponemos en un bol la margarina, el azúcar y el huevo. Importante cascar el huevo antes. Yo uso margarina porque soy alérgica a los lácteos, pero supongo que vale con mantequilla si la dejamos que se ablande un poco.




Batimos con las varillas hasta que se haga una mezcla homogénea. Si no tenéis varillas eléctricas, se puede hacer a mano, pero yo es que soy de brazo flojo.


Se añade la harina y la levadura que os pongo en una cucharilla de postre porque sé que la medida "una pizca" es poco específica. Con un poquito vale porque es para que queden un poco más esponjosas, pero vamos, tampoco es algo que varíe la receta en sí. Lo que sí es importante es que la harina sea nueva y esté tamizada, es decir pasada por colador para qu eno tenga grumos. Y no, no vale la que sobró de rebozar pescado antes de ayer. A mí no me ha pasado, pero sé de casos.


Volvemos al dale que te pego de mezclar, que con la batidora se hace en un plis. La masa tiene que despegarse de las varillas con relativa facilidad, pero va a ser pegajosa. En muchas recetas pone "añadir harina hasta que se pueda manejar con las manos sin que se pegue". Yo jamás he conseguido eso. Tres kilos de harina, la masa dura como la pata de perico y aún como superglue entre los dedos. Así que olvidad el tema, igual hace falta un poco más de harina, pero no espereis que sea maleable.


Ahora se echan las bolitas de chocolate. También valen pasas o arándanos o nueces o lo que sea que tengáis a mano, pero yo es que soy ferviente defensora del chocolate. El chocolate es amor. El amor es bolitas de chocolate en medio de una galleta. Amor he dicho. Usad chocolate, coño.


En una bandeja de horno con un papel antiaderente del que venden en rollos en todos los súper, se van poniendo pegotes. Con un par de cucharillas es fácil ponerlos dejando un espacio entre ellos para que cuando se inflen no se peguen y terminéis teniendo una galleta gigante. Y no hace falta que tengan forma ni nada, pegotes, al tuntún, como caigan.


Y al horno. Como ya lo habéis puesto a calentar, un poco de cuidado de no quemarse. 180º, unos pocos minutos. Dependerá del tamaño de los pegotillos que hayáis hecho, pero no os despistéis porque se hacen rápido, en unos 7 minutos más o menos.


Y cuando estén un poco doradas, se coge una espátula, se sacan con cuidado, se ponen en una bandeja, plato o lo que sea y se apaga el horno. Y se comen. templadas están de vicio aunque aguantan bien un par de días. Igual aguantan más, pero no lo sé, nunca me han durado más.


Como veís no salen muchas, unas 14-18 dependiendo del tamaño. Es otra de las cosas que me gustan de esta receta, no hay que hacer veinte hornadas. Eso sí, si vaís a invitar a mucha gente o pretendéis pasar una tarde-noche en plan sofá, manta, peli y engullir galletas, más os vale doblar las cantidades y hacer unas pocas más. 

¡¡ESPERO QUE OS GUSTEN!!

jueves, 10 de septiembre de 2015

El taladro, la tubería y el momento de crisis.

Había dejado un post sobre la vuelta al cole programado para hoy, pero tengo que contar esto y si se os acumula la lectura, pues mira, es lo que hay.
El caso es que el fin de semana pasado me dio un jari mental de los míos y me puse a pintar el baño. Así porque sí. Ya que no puedo cambiarlo entero y tengo la suerte de que está alicatado hasta media altura, pues dije, seguro que otro color anima el asunto. Me compré un bote de color lila muy mono y me lié la manta a la cabeza. Después de un par de manos el baño estaba estupendo. Tan bonito él. Y decidí poner una estantería que había forrado con un papel de mariposas precioso. Me iba a quedar todo de mono...
Pero el gafe que me viene persiguiendo desde principios de verano estaba acechando detrás del lavabo o escondido tras las toallas. Riendo y fotándose las manos con aire malévolo. Esperando su oportunidad para chafarme la ilusión.
Ayer por la tarde vino el Ross para ayudarme a colgar la estantería. La sujetó contra la pared y yo marqué las escuadras de arriba y las de abajo. Y dije las palabras mágicas para darle la idea al gafe:

  • Espero que por aquí no pase ninguna tubería...

El Ross golpeteó un poco la pared, dijo que pensaba que no y se puso a hacer taladros subido a la escalera. Uno, dos y bien. El otro lado, uno, dos... Y de nuevo tentando al gafe:

  • Voy a hacer el tercero por si acaso...

Metió la broca, sonó un ruidito raro y de repente un chorro a presión salía directamente de mi pared a la cara del Ross. Él es bastante bueno conservando la calma... hasta que la pierde. Y yo soy una negada en eso porque a la calma y mí no nos han presentado. Así que entramos en una espiral de nervios y agua a presión de la que estaba visto que no podía salir nada bueno. Yo, básicamente me dediqué a corretear por la casa como pollo sin cabeza mientras el Ross gritaba cosas que me ponían más y más nerviosa.

  • ¡¡Corta el agua!! - chillaba desde debajo de las cataratas de Niágara - ¡¡Corta el agua!!
  • ¡Tú tienes las llaves de paso ahí!
  • ¡Pero no puedo, corta la general!
  • ¿Y eso dónde está?
  • ¡Yo qué sé, es tu casa, deberías saberlo tú!

Salí corriendo a la terraza y miré la lavadora. Ahí hay una llave. Le di media vuelta y nada. Volví al salón.

  • ¡Joder, que es la caliente, me voy a achicharrar!

Volví a la terraza. Igual podía quitar la caldera. Miré la caldera... ¿Cómo diablos se apaga esto?

  • ¡¡Joder, que me caigo de la escalera!!

En ese momento visualicé cómo mi baño se inundaba más y más mientras mi enorme exnovio flotaba muerto por haberse caído de dos escalones y se cocía en el agua hirviendo que salía de la pared. Así que hice lo lógico, abrir la puerta, darle un barreño y volver a dar vueltas sin sentido alguno por el salón. Y justo el momento en estaba valorando seriamente coger a Ron y huir de la escena del crimen, dejando atrás al Ross muerto y cocido como una gamba, el baño pintado de lila y la estantería forrada de mariposas, se oyó un estruendo y después, la calma.
Abrí la puerta del baño esperando lo peor. Y allí estaba, el Ross mojado hasta los huesos, la escalera volcada, el barreño bocabajo encima del váter y todo chorreando agua. Curiosamente, el tsunami de la pared había cesado.
  • He podido cerrar la llave de paso de aquí. - me dijo con las gafas llenas de gotitas y el flequillo chorreándole en la cara. - pero se me ha caído el barreño... aunque tampoco sé muy bien para qué me lo has dado.

Podría haber sido peor. Cuando me pongo nerviosa hago cosas sin sentido. Igual podría haberle dado la palita de recoger las cacas de Ron.
Al final recogí el agua, me fui a duchar a su casa, él cogió ropa seca y nos volvimos a cenar. Me echó un poco la charla por no tener seguro en casa, por hacer cosas absurdas y no dejar de inventar tonterías y después de no pegar ojo en toda la noche, hoy han venido a arreglarlo. Han picado la pared, tras mil complicaciones me han cambiado el pedazo de tubería roto y ahora mi baño tan mono está comido de mierda, tiene un pegote de cemento en medio de la pared y todo huele raro. Lo bueno es que tengo entretenimiento para una temporada entre que lijo de nuevo la pared, la vuelvo a pintar, compro un mueblecito de ikea y lo pego con patex de ese que no necesitas clavos ni tornillos ni nada potencialmente peligroso de perforar tuberías.

Igual el Ross tiene razón y debería estarme quietecita, pero la vida sería más aburrida. Como dijo mi amigo Bombita en una ocasión mientras trataba de colarse por la ventana de su casa borracho perdido “es más difícil, pero es más divertido”.

La vuelta al cole y los bolis nuevos

Cuando era cría y llegaba septiembre había que preparar la vuelta al cole. Eso implicaba probarme el uniforme a ver si seguía entrando en el del año anterior, comprarme unos zapatos feos que aguantasen la lluvia y el frio y durasen todo el invierno y mentalizarme a otro año de llevarme mal con mis compañeros. Para colmo, el propio colegio nos daba el material tipo cuadernos y bolígrafos para que todos los tuviéramos igual, no sé qué afán alienante tenían o qué extraño miedo a que un cuaderno de colores provocase una rebelión.
Cuando por fin fui al instituto, la cosa cambió drásticamente. Podía ponerme la ropa que quería, llevar los cuadernos que me diera la gana y escribir con los bolígrafos que me saliese de ahí. Y de repente descubrí que no sabía qué quería. Tantos años de que me lo dieran mascado, ahora no tenía idea de vestir, ni de con qué prefería escribir, ni de si eran mejor los lápices o los portaminas. Muy complicado todo. Me pasé todo el mes de agosto tratando de pensar qué podía ponerme el primer día de clase para no llamar la atención demasiado, no hacer el ridículo y no estigmatizarme de por vida. Creo que lo conseguí. Gracias, camiseta de rayas, estés donde estés.
Poco a poco le fui cogiendo el gusto al asunto. Ropa que al fin no era azul marino y gris. Deportivas a diario en lugar de zapatones feos. El gusto de escribir con bolis de tinta líquida. La maravilla de los portaminas en lugar de los estúpidos lapiceros que había que sacar punta cada dos por tres. Las gomas de borrar de colorines y formas divertidas. Todo un mundo de posibilidades fascinantes.
Cuando llegaron los años de universidad ya era una experta y me pasaba el mes de septiembre preparando todo el material cuidadosamente. Que luego apenas lo llegara a usar porque invertía más tiempo en la cafetería que en las clases es meramente anecdótico. Y que la tinta que más corriera aquellos años fuera la de la fotocopiadora tampoco viene al caso. Yo seguí comprando bolis de colores y estuches bonitos, cuadernos gordos de tapas duras y carpetas guays.
Ahora hago algo parecido con el despacho de mis padres donde hago como que trabajo. Mi madre es demasiado ordenada y mi padre es un caos. Así que yo medio entre los dos comprando sobres de plástico de colores y archivadores que además es lo que me gusta. Y me encargo de los usb y las memorias para que cuando mi padre coge la neura de borrarlo todo, no haya luego dramas porque se le ha ido la mano y ha perdido cosas importantes. También encargo los sellos, las tarjetas y los regalitos que hacemos a veces en navidad a los clientes. Además con internet es todo bastante más fácil, y hay páginas como OfficePaper donde puedes encontrar todo esto y no tengo que andar de sitio en sitio pidiendo cada cosa en una punta de la ciudad. No es tan sumamente emocionante como cuando era jovenzuela, pero tiene su gracia. Y además, me compro bolis para mí. Que no sé por qué, aunque cada vez escribo menos a mano, sigo sintiendo fascinación por los bolígrafos. Es una adicción como otra cualquiera. Y es que todos me gustan. De colores, negros, elegantes, divertidos... algunos me gustan tanto que hasta los guardo cuando ya no pintan. Es como un diógenes de cosas de escribir o algo así.

En fin, admitamos que el mes de septiembre y la vuelta a la rutina son un rollo, pero si hay que buscar un lado bueno, yo me quedo con los bolis nuevos.   

martes, 8 de septiembre de 2015

Maggie se fue al cielo

Nacer debe ser duro de cojones. Salir por un agujero por el que obviamente no cabes. Que a mí me preocupa mucho más la madre porque empatizo con el asunto, pero vamos, que no me gusta la idea tampoco de tener que salir de ahí.
Y morir es horrible, desde luego. Nadie quiere morir, los animales pelean todo lo que pueden, se resisten, patalean. La vida se te va y vuelves a pasar por un túnel o algo parecido. Y no, no mola.
Y vivir, que es lo que hay entre medias de lo uno y lo otro a veces también es complicado. A veces, incluso es una mierda pinchada en un palo. Pero oye, es lo que hay. Porque la opción alternativa es peor.
Ayer pasé la tarde con el Ross y sus padres. Y la última tarde con Maggie. A medio día me llamó el Ross para decirme que su gatita se estaba muriendo y que si quería ir a despedirme de ella. Maggie era una puñeta de animal, tenía un mal humor de espanto, no se dejaba coger, ni achuchar y si se le cruzaba el cable te bufaba y te arañaba sin razón. Y vivía con el cable cruzado. Sólo con que pasaras por su lado ya gruñía. Y como hicieras algo que ella no quería, como simplemente vivir en su mismo planeta, te la liaba parda. Pero era nuestra niña. Y la queríamos así, gorda y beligerante.
Yo la recogí hace diez años de una casa. Una mujer se había encontrado una camada en el parque y daba a los bebés de gato en adopción. Cuando llegué allí a por ella no creí que aquello fueran gatos. Eran pequeños, negros y chillaban, así que parecían ratas. Luego ya cogí uno en la mano y... bueno, era posible que algún día aquello llegara a ser un gato. Así que cogí uno un poco al azar y me fui. Por el camino en coche hasta mi casa aquella cosa pequeña y negra no dejaba de trepar por el asiento, de gruñir y de enfadarse. Yo la miraba con asombro. Pesaba menos de 100 gramos y tenía los ojos cerrados, cómo podía tener tan mal humor. La crié a biberón cada tres horas, le di masajes en la barriguita para que hiciera pis y caca, la dormí entre mis pechos y le compré una camita. Una semana después, cuando abrió los ojos y me aseguré de que aquella bichita diminuta iba a salir adelante, se la di al Ross, que no tenía ni idea de su existencia. Él había estado de vacaciones con sus amigos y entre sus padres y yo urdimos el plan de regalarle un gato, que siempre fue su sueño. Así que le llamé, le dije que viniera a casa porque tenía una cosa para él. Cuando la vio, la cogió y era mucho más pequeña que su mano. Se la puso en el regazo y él tan tranquilo y tan dulce, al final pudo calmar a aquel diablillo negro y blanco tan furioso siempre. Y la llamamos Maggie, como el bebé de los Simpson. Creo que se me ocurrió a mí por una vez, porque no soy buena poniendo nombres a los animales. Pero este fue perfecto.
Durante diez años ha sido la reina de la casa. El Ross la adoraba, sus padres la adoraban y yo de vez en cuando iba a verla porque la adoraba. Maggie nos odiaba más o menos a todos por igual, quizás a mí un poco más porque teníamos que repartirnos el corazón del Ross. Lo que no sé es por qué se enfadaba conmigo, si siempre tuvo las de ganar, si desde que la vio por primera vez el amor del Ross fue totalmente suyo.
Desde hace unos meses ha estado malita. Le salieron unos bultos malos y se la operó, pero salieron de nuevo. Y ya no se pudo hacer nada. Ayer ya casi no podía respirar. Y igual que cuando era pequeñita como un ratón lo único que la calmaba eran las manos y las palabras del Ross. La entiendo, él transmite serenidad aunque esté muerto de miedo, no sé cómo lo hace. Es igual que su madre, que es capaz de darme la mano y hacer que por primera vez en un montón de días sienta un remoto consuelo a mi desazón existencial. Y como siempre le gustó estar, a solas con su amor, a solas con el Ross, dejando que la tocara la carita y le dijera cosas, se fue. Estuvimos los cuatro toda la tarde, pero se fue los cinco minutos que estuvieron a solas.
Ahora está en el cielo de los gatos, que espero que quede muy cerca del de los humanos o esta vida habrá sido una pérdida de tiempo para mí si después no voy a poder estar al lado de todos mis animales. Por lo que me han contado, creo que hará buenas migas con Luhay y entre los dos tendrás firmes a todos los demás. Y ahí nos esperará, detrás de la puerta como se ponía siempre, para mirar con esa carita de buena y bufarte cuando le acercabas la mano confiado. Ahí estará mi Magguita, gruñendo y persiguiendo bolitas de media por los largos pasillos del cielo. Lamiendo batido de yogur y haciéndose caca en el suelo del baño. Allí estará con su camita de tela vaquera que le regalé cuando era un mico y que es la misma en la que se ha ido porque jamás quiso otra. Allí estará ella a sus anchas, mientras aquí deja un hueco mucho más grande que lo que ocupaba su cuerpo.

Te queremos, gorda. Te queremos mucho y te querremos siempre aunque tú nos odiaras un poco. Eras un bicho, pero eras fantástica tal y como eras. Araña las nubes y corre como una loca, haz ruido de madrugada y pon tu culo gordo delante de las pantallas de los ordenadores. Ahora eres tan libre como siempre te gustó ser. Te has llevado tu mantita, tu camita de tela vaquera, tu pajita de jugar y un pedazo de nuestros corazones. Sigue llenándolos de pelos.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Histeria arácnida

Últimamente no estoy de muy buen humor. Entre las cosas que se rompen, las que amenazan con romperse y mis problemas hormonales, digamos que estoy lo que popularmente se conoce como insoportable. Y bastante alterada. Las fábricas de valeriana se están forrando conmigo y hay días que para conseguir pegar ojo aunque sean tres o cuatro horas me tengo que chutar medio lorazepam. Y no paso de medio porque no le quiero coger el gusto. En fin, lo que sea.
El caso es que hace un rato estaba dispuesta a verme unos cuantos capítulos de Juego de Tronos que es de las pocas cosas que me calman, cuando compruebo que el capítulo no va acompasado con los subtítulos y que no hay más opciones, así que tengo que descargar otro capítulo completo. Me cago en todo, me acuerdo de Megaupload con lágrimas en los ojos y respiro hondo. No alterarse, no ponerse nerviosa. No pasa nada.
Y estoy haciendo mis ejercicios de respiración que no sirven para una mierda cuando veo que Ron se aplasta contra el suelo cual león en la sabana y que empieza a menear el culo. Los que tenéis gato sabéis a lo que me refiero. Los que no, os informo: ha visto algo y lo pretende cazar. A veces es un bichejo, a veces es uno de sus juguetes, a veces eres tú, a veces es la nada. Yo por si acaso suelo mirar qué está cazando mi fierecilla, porque además Ron no suele fallar y si me descuido me trae ricos trofeos, como media lagartija o la cola de una salamanquesa o un moscardón mordisqueado y espera que deguste tan exquisitos manjares. Por desgracia esta vez era una araña. Una bien gorda y bien fea y bien me cagoensuputamadre. Obviamente no le he dejado cazarla porque le puede picar. Así que le he cogido en volandas mientras el bicho del infierno caminaba por el ángulo entre el suelo y la pared donde no puedo matarla. Sin perder de vista las ocho patas asquerosas he encerrado al gato en el baño y he tratado de recordar donde está el flis matabichos... que evidentemente está en el baño donde Ron estaba afilándose las uñas en mi alfombrilla. Y mientras, la puta araña, de paseo por mi casa. Oiga, que no la ha invitado nadie. Qué mala educación, por dios.
Por fin, se ha puesto en el suelo y he ido a pisarla con decisión. Hay quien dice que le da asco. A mí no, ninguno. Lo que no quiero es acercarle mi mano ni dar la oportunidad de que sobreviva y se vengue. La quiero muerta, muy muerta y requetemuerta. Pero la desgraciada debía ser prima de Messi o algo porque me ha hecho un regate y se ha intentado colar por debajo de la puerta del baño. Y ah, no, querida, por ahí sí que no. A mi Ron no se acerca nadie. He abierto la puerta y... ni rastro. Me doy la vuelta sobre mí misma, miro a Ron, sentado en la taza del váter mirándome con toda la curiosidad gatuna el mundo... y nada, no hay araña.
Creo que ese, justo ese, ha sido el momento donde mis nervios se han disparado por completo. La araña era bastante grande, no es como para perderla de vista. Pero era más o menos del color de mi suelo, así que podría estar camuflada. Podría haberse colado por una rendija del parquet que está un poco regulero. Podría haber trepado por mi pie y... me he quitado las chanchas y las he sacudido con furia. Me he quitado toda la ropa, la he sacudido y apaleado. Me he frotado el pelo hasta quedarme casi calva. Y nada. Entonces he pensado de nuevo. Genial, estoy en pelotas, descalza, despelujada, gritando improperios, con un gato que no sabe si estoy jugando o me he vuelto definitivamente loca y la araña sigue suelta por ahí. Mi vida no podría ir mejor en este momento.
Por suerte, al ponerme las chanclas y darme la vuelta para recoger mi ropa la he visto, viniendo por el suelo directa hacia mí. Atacando por la espalda, la muy cochina rastrera. Así que he gritado “¡¡¡¡Ahora sí que vas a moriiiiiiiiiiiir!!!!” y me he lanzado contra ella con mis 45 ridículos y escasos kilos. Por suerte han sido suficientes y ha quedado reducida a un amasijo de patas y un gurruño de cuerpo contra mi suela. Ahora la chancla está en remojo con lejía y yo por si acaso no venía sola, he inspeccionado la casa y gaseado los puntos potencialmente conflictivos con flis. Parece ser que era un lobo solitario de esos que dicen en las noticias, pero no me fío. Seguiré alerta por si acaso.

A ver si al menos, se ha descargado el capítulo de Juego de Tronos en este tiempo porque ahora mismo tengo la adrenalina como para salir yo misma a liarme a espadazos contra los Lannister.