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sábado, 21 de junio de 2025

Diazepam caducado

 

Llevo una racha que no duermo bien. Será la premenopausia. Será la ansiedad. Será el calor. Será lo que será. Qué más da. El caso es que ando medio rara y medio en crisis. Claro, que cuándo no estoy yo en crisis. Creo que llevo encadenando crisis desde parvulitos.

Anoche estaba tan hasta el coño de mí misma que me tomé medio diazepam caducado que había por ahí en mi caja de los medicamentos posiblemente caducados y me fui a la cama. Me he despertado a las 7:30 de un salto pensando que llegaba tarde al trabajo. He tenido que mirar el móvil varias veces para convencerme de que era sábado y no tenía que conectarme a un trabajo que odio, sólo tenía que ir a hacer recados que odio y eso al menos me permitía dormir un poco más, así que gracias por el mensaje erróneo, cerebro, casi me da un infarto, muchas gracias.

Este nuevo trabajo de persona normal de lunes a viernes por la mañana hace que tenga que invertir mis mañanas de sábado en hacer recados y compras, en ir al carrefour y al alcampo. Qué fue de las mañanas de dormir la mona, de hacer el vago o de simplemente pensar qué me iba a poner esa noche, quién sabe. Pero bueno, los pomos para el mueble nuevo no se iban a comprar solos y de paso pues me daba una vuelta y paseaba mi crisis por un estúpido centro comercial.

Luego he decidido echarme un rato de siesta después de comer. Me encanta el verano pero las tardes son eternas y a ver qué carajo haces desde las 4 hasta que el calor abrasador de los infiernos baja un poco y al menos puedes abrir la ventana. Y yo estaba agotada de haber elegido los pomos de las narices y de haberme perdido en el párking buscando mi coche (estaba una planta más abajo). Así que me he dormido, supongo que por puro aburrimiento. Ha sido una hora, pero me ha dado para soñar con toda clase de cosas que me hurgan en lo más hondo. He soñado con mi Ron. Muchas veces sueño con él y quiero pensar que es que viene a verme porque él también me echa de menos. Era un sueño realista, podía tocarle y olerle y abrazarle, y aunque sabía que en la vida real había muerto, sentía que tenía ese ratito con él. Esto me pone a la vez alegre y triste y no sé cómo explicarlo mejor.

Después dejaba a mi Ron y seguía con mi sueño, haciendo movidas y me encontraba con mi primer amor platónico de instituto. Mira qué bien, cuánto tiempo sin verte, persona que en realidad ya no es quien yo recuerdo. Curiosamente su voz sonaba como siempre y su sonrisa y sus ojos azules eran los de entonces y su pelo lacio y rubio le caía sobre un ojo y no tenía las cicatrices ni las mierdas que le han hecho los años. Así que le abrazaba y no sé qué pasaba que me besaba. Y qué bien oiga, porque en la vida real no le besé nunca, pero para eso son los sueños. Para abrazar a mi gato del cielo y besar a un tipo que me gustaba con 14 años. Por supuesto, en mis sueños yo no estoy casada, no hay un señor dormiense, no tengo responsabilidades de ningún tipo y evidentemente, no tengo 40 años. Así que el menda este me estaba besando y yo le decía que si podíamos pasar un día libre juntos y me miraba, se ponía serio y me decía: “no, no podemos. Esto no es real.” Y me he despertado. Gracias, cerebro, de verdad, no sé qué te he hecho, pero ya puedes ir dejando de putearme, muchas gracias.

Igual es por el calor, por la premenopausia o por la crisis de los 40, pero entre no dormir, los pensamientos aleatorios sobre cosas totalmente absurdas que me atacan cuando menos lo espero y ahora el boicot a los sueños, igual termino enganchada al diazepam caducado antes de lo que pensaba.

martes, 19 de junio de 2018

Araña y volante, peligro constante.


Me gusta el verano, el sol, el buen tiempo. Me gusta y este año lo echaba mucho de menos. Estaba hasta el gorro de frío, chaqueta, lluvia, botas y nubes grises. Estaba tan harta, que se me habían olvidado los contras del verano.
El primero y principal es que los gatos se ponen tontos. Comen menos, se tumban en el suelo como si estuvieran a medio derretir, no duermen la siesta conmigo y me miran con cara lastimera como si yo pudiera hacer que dejara de hacer calor pulsando un botón mágico pero no me diera la gana de hacerlo. Así que ahí estoy, tratando de tener la casa fresquita, persiguiéndoles para que coman, gastando un dineral el bolsitas húmedas para que tengan atún rico cuando les apetezca... en fin.
Otro de los contras es que el calor hace que ocurra algo que mi padre el hippy denomina que “aflore la vida”. Y por veinticinco pesetas, diga bichos que aparecen con el calor y le complican mucho la vida a Naar, como por ejemplo, mosquitos... un, dos, tres, responda otra vez. (Insertar aquí musiquita molesta tipo reloj de tic-tac)
Mosquitos que pican.
Mariquitas que Maya intenta comerse. (por cierto, no deben estar nada buenas)
Diminutos escarabajos que trepan por mis paredes.
Mosquitos que no pican, pero zumban en el oído.
Moscas.
Arañas.
Arañas que provocan accidentes de tráfico.
(Sonido de sirena)

Sí, una vez más, una araña ha intentado matarme. Y ésta encima ha intentado que pareciera un accidente. Cada vez perfeccionan más la técnica, las cabronas.
El caso es que hoy salía yo de trabajar a medio día con toda la solana. Me monto en el coche, bajo las ventanillas y me dispongo a callejear por medio Brónxtoles berreando cantando tan tranquila. Me enciendo un cigarro y saco la mano por la ventanilla porque soy así de chula. Y entonces la veo. La muy puta. Ahí en el retrovisor, a pocos centímetros de mi mano. Una araña blanca horrible que se había molestado en tejer su tela y todo como si no tuviera intención de irse. He pegado un respingo y dado un volantazo que por suerte no se ha llevado por delante a nadie. He subido la ventanilla sin dejar de mirarla y he empezado a ahumarme sola en el coche. La araña seguía ahí, tan pancha. Y yo conduciendo por las calles estrechas y horribles del centro del Bronx sin quitarle ojo y urdiendo un plan para echarla de ahí al poder ser sin morir en el intento por accidente ni por ahumamiento. Creedme, no es fácil.
Al pararme en un semáforo se me ha ocurrido quitarla con un papel... pero obviamente no iba a acercar mi mano a ese ser del averno. Así que me he puesto a tirarle bolitas de pañuelo. Además de poco efectivo, ha sido bastante ridículo, debo admitirlo. Así que me he armado de valor, he enrollado un pañuelo y la iba a quitar haciendo acopio de valor pero se ha movido y lo único que se me ha ocurrido ha sido dejar caer el pañuelo y gritar “¡¡tu puta madre!!”. El señor del coche de al lado me ha mirado con mala cara y a mí me ha dado la risa nerviosa, así que ha debido pensar que era una trastornada cualquiera y en cuanto se ha abierto el semáforo se ha alejado de mí todo lo posible.
Yo seguía conduciendo mirando a la araña y ella seguía ahí, a su bola. He pensado más formas de librarme de ella con las escasas armas a mi alcance. He localizado el mechero con el que me había encendido el cigarro. ¡Pues claro, fuego! No sé por qué, siempre que aparece una araña en escena, una de mis ideas es hacer fuego. Luego siempre me doy cuenta de que el fuego nunca es buena idea a no ser que sea para asar chuletas.
Así que si torpedear con bolitas de papel no funcionaba y el fuego no era una opción, sólo quedaba una salida: la velocidad. Si iba lo bastante deprisa, la araña se caería. En cuanto he salido a la carretera, he acelerado como fitipaldi. Pero la araña resistía. Y por un momento he hecho cálculos... ¿a qué velocidad hay que ir para que se despegue ese bicho asqueroso? ¿a qué velocidad multan? ¿hasta qué punto sonaría creíble si me para la policía por exceso de velocidad que voy muy rápido porque una araña quiere matarme?
Por suerte, cuando iba ya a meter quinta y que fuera lo que Dios quisiera, la araña se ha movido y fuuuu, ha salido volando.
Sólo me ha llevado el resto del camino a casa de ir rascándome y mirando a mi alrededor como una loca el convencerme de que se había ido para no volver.
De verdad, de verdad, que me gusta el verano. Y que si no fuera por lo mal que lo pasan los mininos, firmaría por 30 grados todo el año. Y que los bichos no me molestan siempre que tengan menos de seis patas. Pero las arañas no. Ellas se pueden ir al infierno sobre sus ocho patas y dejarme conducir tranquila.





viernes, 8 de junio de 2018

Ojos pochos y ronquidos.


El Niño Chico se ha venido a vivir a Madrid. No a mi casa, porque pasar de vivir a 600 kilómetros a vivir en 40 metros cuadrados es demasiado radical. De momento vamos a tentar a la suerte viviendo en la misma ciudad, que no es poco.
El caso es que he decidido celebrarlo con una especie de conjuntivitis o algo semejante. Siempre que me he ido a vivir con uno de los ex o que la relación se ha puesto más seria, mi cuerpo ha dado claros avisos de querer boicotearme. Al menos está vez ha sido poca cosa, sólo son ojos irritados inyectados en sangre y con un escozor brutal. Peor fue cuando empecé con el Ross y tuve unas hemorroides que me llevaron a urgencias (y que curiosamente luego desaparecieron como si nada). Mezclado con la dermatitis aquella de origen desconocido y con una caída de pelo que pensé que me iba a convertir en la señora bombilla.
En fin, lo que sea.
El caso es que llevo toda la semana con los ojos súper llorosos, rojos e hinchados. Y sí, he ido al médico, me mandó un colirio y me lo doy puntualmente porque me gusta echarme cosas en los ojos que no sirven para nada.
En el centro los abuelos me consuelan todo el rato. Creen que me pasa algo y me abrazan y me dicen que no me preocupe. Y yo ahí, aguantando el tirón mientras las auxiliares se parten de risa.
Y no sé si por lo de los ojos o por qué, pero estoy un poco... irritable. Sí, eso.
En parte porque con los ojos así no puedo trabajar bien y se me está acumulando el trabajo. El miércoles doy una charla en el centro y me temo que vaya a tener que improvisar las diapositivas el día de antes porque no he podido ponerme a hacerlas, por las mañanas tengo los ojos mucho peor y mirar la pantalla del ordenador es una tortura.
En parte también estoy de mal humor porque no duermo bien. A ratos tengo frío y a ratos calor, doy vueltas en la cama y tengo sueños rarísimos de esos que te despiertas aún con el cabreo. Ron ha decidido que las cuatro de la mañana es buena hora para un tentempié y viene a exigir bolitas a cabezazo limpio hasta que me rindo, me levanto y se las pongo. Y para colmo mi vecino ronca como un demonio. Lo he dicho más veces, ese hombre ronca a niveles no conocidos por el ser humano hasta ahora.
La otra noche por ejemplo, me acosté pacíficamente a las doce y media de la noche. Lo que para mí es prontíííísimo. Y según me meto en la cama, digo qué cojones es ese ruido. Levantaba la cabeza como los perros cuando enderezan las orejas. Nada. Volvía a apoyarme en la almohada. Ruido. WTF? Levantaba cabeza. Nada. Así un rato. Identifiqué por fin al gilipollas roncador a la vez que Maya, que sube siempre a dormir conmigo, daba vueltas por la habitación también buscando el ruido, ya que cada vez que el desgraciado roncaba ella hacía un ruidito de interrogación. Los que tenéis gato sabéis a qué ruidito me refiero. Te miran y hacen “prrrraw??”. Y a ver cómo le explico al mico negro que es el vecino y que se duerma.
Así que hice lo que haría cualquier persona irracional y absurda como yo: poner la melodía de Juego de Tronos a todo volumen en el móvil y pegarla a la pared colindante. ¿Y por qué esa música? Primero, para dejar claro que iba a declarar la guerra a medio mundo si seguía oyendo sonidos sólo conocidos más allá del Muro y segundo porque es lo que tengo en el móvil.
Curiosamente, no funcionó. El roncador siguió a lo suyo, es decir, roncando.
Así que me poseí por el espíritu de marujona que tengo en mi interior, me armé del palo de la escoba y le di unos cuantos mamporros a la pared a la vez que reprimía las ganas de gritar “callaos, gamberros, que no son horas”. Y no lo hice, porque francamente, ante unos ronquidos esa frase no procede. Pero los golpes sí hicieron efecto. Al menos durante suficiente tiempo como para que yo pudiera dormirme y dejar de oírle.
Y este es mi resumen de la semana. Estoy cansada, medio ciega, con cara de zombi y una presentación sin hacer. Todo funciona a las mil maravillas. Puro Naar style.

P.D. No os habéis dejado ningún capítulo sin leer, el Niño Chico y yo retomamos lo nuestro y somos muy, muy felices, pero no quiero hablar demasiado de él en el blog por razones que no me da la gana de explicar. Pero estamos muy bien y me alegro mucho de que vivamos a menos de 500 kilómetros por primera vez en la vida.

martes, 29 de mayo de 2018

Un guiño con la lengua fuera, la jerga policial y el ictus.


Sabía que no debía hacerme amiga de un poli. Lo sabía. Porque claro, conoces a uno, es majo, te encariñas un poco y le das una oportunidad. Venga, vamos a ser amigos a pesar de que seas lo que eres. Y entonces los demás lo saben. Como las avispas, que si matas una vienen cincuenta a vengar su muerte y al final es peor. Se comunican con sus walkie-talkies esos de policía o lo que sea que usen. Y cuando los demás saben que eres una presa fácil, que estás debilitada, empiezan a acorralarte para ser también tus amigos y llenar tu vida de orden y ley y uniformes todas esas mierdas suyas.
Primero fue mi amigo el poli. Y bueno, me caía bien y cuando me enteré de que realmente era policía ya era muy tarde para ser antipática con él.
Luego el memo de mi excompañero de insti que pretendió ligar conmigo. Me ha escrito un par de veces más por whatsupp y me pone nerviosa porque usa un montón de emoticonos que no sé interpretar. Es algo tipo “Hola, qué tal?” *carita sonriente, guiño, guiño con lengua fuera, risa con un ojo más grande que otro, guiño y lengua.* Y yo pienso “pero ¿qué le pasa a este hombre? ¿a qué tanta mueca? ¿tendrá un tic? ¿síndrome de Tourette? ¿Le estará dando un ictus? ¿Hay un médico en la sala? Call nine-one-one!”
Total, que era todo muy complicado y decidí no ser su amiga, más que nada porque no lo hemos sido nunca y tanto emoticono por palabra me confunde.
Y entonces llegó otro policía. Otro que en dos miniconversaciones por whatsupp ya ha conseguido sacarme de quicio unas veinte veces.
El caso es que estaba yo trabajando y en el vado de la puerta para poner las furgonetas de la ruta y que los abuelos suban y bajen había aparcado algún gilipollas desaprensivo. Porque a ver, es gente en silla de ruedas, con muletas, enferma y en el mejor de los casos, muy mayor. ¿Para qué coño pones tu puto coche ahí durante horas? Total, que llamamos a la poli. Le multaron, se fueron y el coche seguía ahí. Volvimos a llamar, volvieron a multar, volvieron a irse. Obviamente, el coche seguía ahí. Llamamos OTRA VEZ ya más cabreados. Y por fin vino uno que llamó a la grúa.
Yo estaba a mis cosas cuando entró la directora y me dijo que estaba dando una información del centro al policía en cuestión y que iba a darle mi tarjeta por si necesitaba ayuda con servicios sociales o información o algo. Francamente, no le hice ni puñetero caso porque acababa de llegar del hospital de ver a mi usuario, iba a recoger unos papeles y me quería largar cuanto antes.
Unos diez minutos más tarde conseguí salir para irme a mi casa cuando un policía municipal, con su unirme y sus gafas de sol y todo se me pone delante y me llama por mi nombre.

  • Perdona, ¿eres Naar?
  • No... ¿Naar? ¿qué Naar? Yo soy... señora de incógnito.
  • Ah, es que me ha dado una compañera tuya una tarjeta y me ha dicho que la trabajadora social...
  • ¡¡Vale!! lo confieso, soy yo, soy Naar. ¡Deja de interrogarme!

El tipo parecía majo, pero yo ya conozco esa estrategia. A mí no me engañan más. Que huy, qué simpático y amable que soy... ¡que no me la das, que eres policía! Y mientras yo no dejaba de mirar mi coche aparcado en una zona de carga de y descarga (debo decir en mi defensa que eran las dos menos diez y la zona sólo es de carga y descarga hasta las dos), el tipo me contaba su vida. Que si su abuela, su tía y la madre que parió a panete. Y yo “ahá, ahá, comprendo (mirada de reojo a mi coche aparcado en descarga) claro que te escucho, ahá, ahá”. Pensé que me estaba librando cuando me dice:

  • ¿Este móvil de la tarjeta es el tuyo?
  • ¡No es mío, es de la empresa! ¡Lo juro, no lo he robado!
  • No, es por si puedo preguntarte alguna duda cuando vaya a servicios sociales.
  • Ah, sí, claro.
  • ¿Y tienes whatsupp?
  • Sí, pero sólo para cosas legales, lo prometo.
  • Bueno, ya te diré algo, no te entretengo que tendrás prisa.
  • No, es que tengo el coche aparcado en carga y descarga. - mierda, ya la he liado – Pero han sido cinco minutos, de verdad. Y ya me iba. Por favor, no me multes. Te puedo ayudar en las gestiones si no me multas. Lo he dejado ahí porque tenía prisa. - sólo hay una forma de salir de esto. - O sea, prisa... es que llevo un cadáver en el maletero y tengo miedo de que los perros lo huelan y descubran el alijo de drogas de los bajos.

El tipo se echó a reír. ¡Mira, un policía con sentido del humor, corre, pide un deseo!
Me dijo que ya me escribiría y me diría algo. Como tengo que ser buena empleada y tratar de conseguir nuevos usuarios le dije que vale y me fui a mi casa. Al rato me escribió para decirme que era el policía Fulánez. Que al parecer no tiene nombre, sólo apellido, como los policías de bien. Y que si me ponían una multa, se lo dijera, y que jaja, cara con guiño y lengua fuera. Vaya por dios, otro que sufre ictus y trata de comunicarlo con emoticonos. Eso, o es una jerga policial que yo no comprendo, porque empiezo a ver un patrón aquí.
Al día siguiente me escribe de nuevo y me dice que ya tiene la cita en servicios sociales. Bien, has sido capaz de marcar un número y pedir una cita. España está orgullosa de tu efectividad. Y que si al final me ponían una multa le avisara, guiño, guiño, lengua fuera. En serio, que alguien me lo explique.
Al otro día me volvió a escribir. Que tenía una duda con la ayuda al cuidador y el cheque servicios. Le dije que iba a dar una charla sobre esos temas en mi centro, que viniera a verla y a informarse. Y me dice que vale pero añade:

  • Aunque no sé, me das un poco de miedo, al fin y al cabo, eres una delincuente.
  • ????
  • Por lo del cadáver en el maletero y tal. - jajaja, guiño, risa con un ojo más grande que otro. - aunque te estoy encubriendo.
  • Ah, jeje, vale. No te preocupes, no soy peligrosa.

Y aquí viene lo bueno, me preguntó si llevaba armas. A ver, me lo dice un tipo que pasa sus días con una puta pistola, una puta porra y unas putas esposas en la cintura. Así que le dije “menos que tú, a ver quién es el que es más peligroso”. Según lo dije me arrepentí. El sentido del humor de los policías es delicado. Sin embargo el policía Fulánez volvió a reírse y a sacar la lengua. En serio, qué problema tiene esta gente con las muecas extrañas. Y me dice que a ver si me va a tener que cachear. ¿Perdona? ¡¡¿¿PERDONA??!! Que cacheo ni qué cadáver en el maletero. Oiga, que yo aparqué cinco minutos en una zona de carga y descarga, no creo que me merezca este suplicio. Y váyase a ligar con otra a la que le gusten los uniformes y las cosas raras. Déjeme señor policía, que crecí al grito de “agua, agua” y pasé mis años universitarios diciendo eso de “mucha policía, poca diversión”. Déjeme, que me pongo nerviosa y digo tonterías y cualquier día de estos me pongo a usar emoticonos sin sentido y la gente va a creer que estoy sufriendo un derrame cerebral.

Se lo he contado a la directora. Se ha reído y me ha dicho que sea amable para ver si conseguimos que traiga a su abuela. O sea que ahora soy una presunta delincuente y puta en potencia que no sabe descifrar los emoticonos de la policía. Mi vida mejora por momentos.

lunes, 2 de abril de 2018

el semi sueño semi cumplido


He pasado la Semana Santa haciendo el vago. Lo necesitaba, las semanas anteriores fueron bastante chungas en el trabajo y estaba cansada. Así que he visto un montón de series, he leído mucho, he escrito bastante y he dormido siestas largas abrazada a los gatos. Ha sido una gran semana.
También quedé una tarde con Chema y con Álter, nos pelamos de frío pero nos reímos mucho y aprendí lo que son los límites matemáticos, que hay gente que tiene el pelo peludo y que la canción de la numeración del Puma es una plaga.
Al día siguiente me quedé en casa atrincherada porque me dolían los ovarios y tenía aún dos capítulos de la tercera temporada de Outlander, que sin ser como la primera, me ha gustado mucho. Ahora me siento sola y vacía sin mi pelirrojo y voy a tener que ver las escenas porno en bucle hasta que salga la cuarta temporada. Ya por la noche estaba aquí tirada en pijama y despeinada cuando me llamó mi amigo Poli. Que qué tal, que blablá. Que quería cenar gratis, vaya. Se vino y se acopló en mi sofá y se tapó con mi manta. No sé qué tiene este sofá baratero de ikea que todo el que viene se hace una especie de nido en una esquina y se queda atrapado. Luego nos contamos cosas, nos reímos muchísimo y hablamos de millenials y de heces restregadas en la pared. No preguntéis.
Y entonces, entre risas y conversaciones, pasó lo que tenía que pasar. Ocurrió, no vamos a negarlo. Era algo que tenía que llegar tarde o temprano.


ME HIZO UN DIRTY DANCING.

Empezó a pedirme leer un poco de mi no-novela. Le dije que no y a pesar de sus técnicas policiales de mierda, le dije que si hacíamos el dirty dancing me lo pensaba. Francamente, pensé que no podía hacerlo. A ver, que sí, que está más o menos fuerte y yo peso poco. Pero. El caso es que aceptó, muy decidido como es él. “Claro que sí, dirty dancing, venga, vamos.” Y yo le miraba y valoraba la escena. El tipo medirá algo más de 1,70. Si estira los brazos por encima de la cabeza nos ponemos a una altura de más de dos metros. Si a eso le añadimos que soy más torpe que un pato, vamos mal. Si también contamos con que estaba con la regla y eso hace que esté menos fuerte, menos flexible y considerablemente hinchada, vamos peor. Y si terminamos de rematarlo con mi capacidad para la risa floja y absurda, pues ya vamos fatal. Así que pensamos en hacerlo con él de rodillas. Se pondría de rodillas delante de mi cama, yo saltaría, él me cogería y en el peor de los casos, caería de cabeza en la cama. Los daños parecían mínimos para la posibilidad de cumplir el sueño de mi puta vida y hacer un dirty dancing. O algo remotamente parecido.
Así que al final me decidí a intentarlo. Las primeras veces conseguí patalear un poco en el aire y descojonarme de la risa mientras iba de cabeza a la cama. Pero poco a poco pulimos la técnica. Y sí está fuerte el Poli, sí. Que el tío me levanta y me aguanta ahí arriba como un jabato. Al final, cuando estaba a punto de asumir mi derrota, mi fracaso, mi incapacidad para cumplir mi sueño, lo conseguí. Me quedé en el aire, estiré bien las piernas, hice fuerza con el abdomen a pesar de lo mucho que me dolía el puñetero útero y abrí los brazos. Qué maravilla. Algún día moriré y después de de mi temporada en el purgatorio, iré al cielo y buscaré a Patrick Swayze y le pediré un bailecito con momento volandero incluido. Obviamente para entonces yo bailaré bien, porque es lo que tiene el cielo, que tienes todas las cosas guays que deseabas en vida y sonará Hungry Eyes y el bueno de Patrick llevará su camiseta negra ceñida y estará tan guapo como en esa peli. Y bailará conmigo y me levantará por los aires. Y todos aplaudirán. Y seré la reina del baile en vez de la torpe de la esquina por una vez. Y entonces vendrá mi pelirrojo y me cogerá de los brazos de Patrick y me llevará a una ladera escocesa cabalgando los dos juntos tapados con su tartán y luego junto al fuego...
Vale, creo que he visto muchas veces las escenas erótico-festivas en los últimos días.

El caso, que he conseguido algo remotamente parecido a un sueño que tenía yo ahí enquistado. No es el hombre de mis sueños el que me levantaba, no tengo cojones para hacerlo de pie e iba con un pijama en lugar de llevar un vaporoso vestido. Pero bueno, yo soy así, muy de low cost.
Y por cierto, por si también es vuestro sueño os informo: si estás un rato ensayando, al final te quedan cardenales en las caderas. Que en las películas estas cosas no te las cuentan.

P.D: le dejé leer tres páginas de la no-novela.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Mi cerebro me odia

Mi cerebro me odia. A veces me lo imagino como en la peli (maravillosa, por cierto) de Inside Out, en la que los monigotes que controlan mi cabeza no dejan de decir “vamos a putear a la imbécil ésta”. Si no, no me lo explico.
Y es que siempre ha habido una especie de lucha en mi interior. Una especie de batalla entre lo sensato, lo correcto, lo que sé que debo hacer. Y luego, lo que realmente hago porque una fuerza sobrehumana me empuja a ello. Eso que hace que dinamite por los aires todo lo que construyo, que hace que cuando todo va bien pulse el botón de autodestrucción. Esa fuerza que hace que huya de la policía, que me gusten los macarras, que me acueste a las tantas de la madrugada, que me ría en los momentos de crisis y que diga palabrotas delante de mi jefa. Ese monigote que pulsa los botones de mi cerebro y me obliga a hacer cosas mientras yo misma me digo “¿pero qué haaaaaaces mongola??”
En fin, convivo con ello, no os preocupéis por mí.
El problema últimamente es que mi cerebro ya ha mandado a la mierda casi todo lo poco que tenía y entonces se dedica a putearme con cosas más sutiles. Por ejemplo, con canciones de mierda. Hace tiempo os conté que pasé una racha totalmente obsesionada con una canción del Puma. La madre que lo parió. Semanas viviendo a ritmo de “numera... numera... viva la numeración” y escuchando “uhhh... pavo real” en bucle. Empecé a pensar seriamente en darme un par de mamporros con el rodillo de amasar. Desde entonces, mi cerebro vio que en la guerra psicológica él tenía las de ganar por razones obvias. Así que me hace la guerra de guerrillas a base de canciones de mierda.
En las últimas semanas ha habido de todo. ¿Sabéis que Marta tiene un marcapasos que le anima el corazón? Yo sí, lo tengo clarísimo. En la misma línea, también he estado alternando con Las chicas cocodrilo. Y por cierto, Laura no está, Laura se fue. Porque no es que me emocione otro amanecer, es que es el primero que me vienes a ver. Además que no, no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión. Y yo qué sé. Uhhhh.... pavo real.
Total, que estaba a punto de nuevo a darme con el rodillo de amasar y aplanarme el cerebro. Pero el monigote de los cojones se apiadó de mí. O temió por su propia vida y dijo “vale, es evidente que voy ganando, vamos a darle un respiro a esta pobre mujer.” Y empezó a ponerme música de mejor calidad. Que no es que no me gusten los Hombres G, que me recuerdan a cuando era cría y los oía con mi madre. Y me parecen canciones graciosas. Pero cansa. Y del Puma prefiero no hacer comentarios. El caso es que empecé a escuchar canciones mejores. Y con ellas, no sé por qué porque no hay relación, vino la imagen de un actor británico que me gusta. Supongo que era mi cerebro queriendo agradarme, en plan videoclip guay, música guay y chico que te gusta. Hala maja, entente un rato. El problema es que cuando digo que me gusta quiero decir me pone cachondísima. Y cuando digo cachondísima quiero decir me derrito viva, me suben las pulsaciones y se me entrecorta la respiración cada vez que le veo sonreír. Bueno, pues ahí está, todo el día en mi cerebro. Él y las canciones que me gustan. En bucle. Que estoy en el trabajo, supuestamente escuchando al abuelo de turno hablarme sobre la operación de prótesis de rodilla mientras lo que realmente oigo es “working on our nigth moves in the summertime... oh, in the sweet summertime” y me imagino a mi hombre quitándose la camiseta y sonriéndome de medio lado. Hasta que el abuelo me dice “¿y tú qué crees, hija?” Y yo “Pues haga caso a su médico, que es el que mejor le aconseja” mientras rezo para que no haya cambiado de tema mientras yo estaba visualizando detenidamente el costado del hombre de mis sueños y pensando “madre mía, tengo que ahorrar para ir a Irlanda a frungirme algún pelirrojo”.
Y a ver, sí, mejor es mejor esto que el melenón del Puma. Pero no me concentro. Y mi cerebro ha visto un nuevo filón. Hacerme la vida más difícil, pero sutilmente, con cosas que me gustan, pero que me impiden comportarme como un ser medianamente inteligente. Y ahí está. Descojonándose de mí mientras yo me paso el día empanada con cara de boba y la mirada perdida, escuchando y viendo cosas que me sacan del mundo real. Y ya no sé si necesito un par de polvos, un reproductor de música que me meta Iron Maiden en vena todo el día o directamente un cerebro nuevo.


miércoles, 16 de noviembre de 2016

Anuncio de la Lotería (la conspiración de las viejas chochas)

Me reconozco poco sentimental. Y admito que las historias (películas, libros, anuncios, lo que sea) que van directamente a sacar la lágrima y a emocionar a costa del recurso barato, lo que hacen es cabrearme. A todo esto le sumamos que iba predispuesta a que no me gustase el anuncio de la lotería porque la verdad es que nunca me gustan. Y porque les tengo manía, que nunca me cae ni la cochina pedrea.
Entonces, lo ponen y al Ross le da la risa floja. Él, que se le salta la lagrimilla viendo a Pocoyó, a carcajada limpia en el sofá mientras todo el supuesto pueblo, no sé muy bien por qué, participa en mentir a una vieja chocha. Y claro, me lo pega. Y yo me río, sin saber muy bien por qué, mientras él, entre hipos me suelta “la puta vieja, jajajaja, está vacilando a todo el pueblo, jajajaja”. Y el colmo es el final, cuando el hijo va a decirle que no ha tocado nada y ella le regala el décimo, que obviamente no vale lo que han pagado por él. Que lo que cuenta es la intención y que la mujer lo que quiere es darle todo al hijo, blablá. No me vengáis a dar explicaciones, coño, que lo he pillado, que no es tan profundo. Entonces es cuando el Ross se retuerce en el sofá a la vez que se ríe, tose y se medio ahoga. Y a mí me pega las carcajadas mientras dudo si la tía realmente es estúpida, chochea en plan “hay que llevar a la abuela a un sitio especial” o se está quedando con todo el mundo y vengándose del hijo por algún retorcido y oscuro secreto del pasado, cosa que no me extrañaría ya que en este pueblo todo el mundo parece muy predispuesto a mentir sin ton ni son.
Me da por pensar en Homer cuando dice lo de "Y Lisa lloró. Y yo lloré. Y a Maggie le dió la risa... es más mona esa criatura". Porque claro, media España diciendo lo mucho que le ha tocado la patata el anuncio y el Ross y yo mientras, aquí descojonados.
Y es que a mí se me plantean muchas dudas. ¿Por qué es bueno mentir a una vieja? ¿Tanto poder tiene el gobierno que hasta en los anuncios hace apología de mentir a los pensionistas para ganar votos? ¿Por qué a todo el mundo le parece bien seguir la bola? La ilusión, blablá. Yo es que odio que me mientan, aunque sea para algo “bueno”. Porque vale, supongamos que la engañan. Que ya es inocente y pazguata la mujer para los años que gasta, pero vale. ¿Y ahora qué? ¿La engañan de por vida? ? ¿O algún día alguien le va a contar la verdad de UNA PUTA VEZ? ¿O hay que esperar a que llegue el cuñao de alguien y le diga eso de “pero que era una broma, mujer, que hay que tener sentido del humor” mientras le da palmadas en la espalda? O no, toda la vida pensando que tiene dinero y es más pobre que las ratas pobres. Porque esa es otra. Se lo da al hijo... ¿Y? ¿Ahora el hijo tiene que empezar a vivir como si le hubiera tocado la lotería? ¿pedir un préstamo para mantener la ilusión de la madre? ¿decirle que compró preferentes y lo perdió? ¿O como no queremos dar disgustos a la vieja hay que seguir mintiendo y gastando lo que no tenemos hasta que la visite la parca? Vaya herencia que nos dejó la abuela, oye. La muy cabrona. El puto pueblo endeudado por culpa de una anciana que chochea. Y a todo esto la nuera, que parece encantada con la mentira. Intuyo que la nuera la odia y quiere que a la vieja le dé un infarto, bien por la alegría, bien por el batacazo que se va a llevar al saber la verdad. No hay más que verla, parece que se relame pensándolo “déjala que se lo crea, la muy gocha, que no ha puesto ni una pasta para el café en su vida y ahora quiere celebrarlo. Vas a celebrarlo, sí... pero rodeada de velas, mala pécora.” Qué familia, señor, qué familia más perturbada.
Además, me vienen ideas muy perversas a la mente. ¿Os acordáis de ese pueblo que puso molinos de viento y con lo que se supone que iban a ganar se iban de viaje al caribe y llevaban a estrellas a las fiestas del pueblo y construyeron toda clase de chorradas? Ahora están endeudados hasta las trancas para los restos. Como media España que hizo carreteras, aeropuertos y toda clase de cosas inútiles, por cierto. Que en las épocas de vacas gordas la gente gastó y gastó hasta lo que no tenía. Luego vino la crisis y así nos luce el pelo. Pues el anuncio es lo mismo. Que como le hace ilusión a alguien, vamos todos a dejar que corra la bola, que se haga bien gorda y que ya se ocupe otro cuando todo se vaya al garete. Igual es una forma subrepticia de meternos el mensajito de “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades porque se ha fomentado así, peeeero... era por vuestro bien, para que tuvierais ilusión.” Pues me cago en la madre que parió a panete, oigan.
O, mejor aún, igual es otro mensaje más feo aún y menos retorcido que es algo tan sencillo como “no os va a tocar ni un duro, pringaos, pero comprad con ilusión que es lo que cuenta.” Ya la mitad se la va a llevar el estado sí o sí, quizás dentro de poco no haya premio ni nada de nada y el sorteo sea simbólico, te toque, pero no te den un duro. Pero oye, la ilusión y tal.
Como se puede ver, soy una entusiasta de la lotería. Y de las viejas chochas. Y de los asuntos familiares ocultos, las venganzas y los mayordomos asesinos.


P.D. Para Reyes me pido un gorrito de albal para que los globos sonda del gobierno no puedan leer mis geniales pensamientos. 

jueves, 6 de octubre de 2016

La recluta patosa

La verdad es que tomo algunas malas decisiones. Bueno, generalmente tomo malas decisiones. Vale, casi siempre tomo malas decisiones y a veces, ojo, a veces, las tomo peores.
Por ejemplo, antes de verano eché mi solicitud para pilates como vengo haciendo los últimos tres años y me la concedieron a la primera. También me apunté a inglés con mi profe australiano pirado. Y entonces me di cuenta de que tenía un montón de tardes libres a la semana. Y en lugar de pensar algo sensato, como clavarme palillos bajo las uñas o iniciarme en el bello arte de hacerse el harakiri, dije “voy a hacer algo divertido”. Y me apunté a clase de danza oriental. Mala, malísima, horrible decisión.
La verdad es que nunca he sido una persona a la que se le dé especialmente bien nada que implique esfuerzo o movimiento físico. No soy muy ágil, ni resistente, ni tengo mucha coordinación, ni fuerza, ni desde luego soy rápida. Tampoco tengo buen oído ni gracia natural. Soy más bien como una patata con dos pies izquierdos y ambos de madera. Así que no, no y mil veces no. La danza no es lo mío. Ya tuve una experiencia hace años con las sevillanas, pero al parecer, no escarmiento. Además de poco hábil físicamente, tampoco soy muy lista.
El primer día fui allí con una pequeña esperanza. La misma que tenía de cría cada vez que me apuntaba a una actividad nueva antes de fracasar estrepitósamente en ella. Igual se me da bien. Igual descubro mi talento oculto. Igual no soy tan sumamente torpe como creo. Igual, simplemente, no hago el ridículo. Pero una vez más en la vida, me equivoqué.
Para empezar llegué con mallas y camiseta negras a una clase donde todo el mundo lleva faldas de gasa, pantalones de seda de colorines y top minúsculos de encajes que apenas les tapan los pechos. Y por supuesto, van todas con pañuelos de moneditas en la cintura y cadenitas en los pies. La profe se me acercó me espetó que todas las demás llevaban ya muchos años con ella (no como yo, la novata) y que bueno, empezaríamos despacio (por mi culpa). Que el próximo día llevara algo corto para enseñar la tripa y que me descalzara. Creo que eso fue lo último que entendí y quitarme los zapatos lo último que hice bien. Como las demás llevan mil años meneando el culo, la tía no se detiene a explicar dos veces lo mismo. Así que enseña el paso y todas lo hacen como si fuera lo más normal mientras yo la miro con la ceja levantada.
Por supuesto, la segunda clase no ha ido mejor. Todo el mundo parece saber lo que hace mientras ahí estoy yo, negra como una cucaracha entre tanta gasa estridente y tanta monedita y tanto casacabel sin ser capaz de hacer ni una cosa bien, sin saber dónde están mis brazos, sin poder coordinar dos partes de mi cuerpo a la vez y desde luego, yendo siempre al revés del resto del mundo. Si ellas terminan con el pie derecho, yo acabaré con el izquierdo, si giran hacia acá yo iré hacia allá y chocaré con algo, si levantan los brazos yo los tendré de cualquier forma mongola y si ellas bailan y se agitan de forma guay yo pareceré de nuevo una patata con pies de madera rodando por la clase.
La verdad es que tengo una especie de dilema porque estoy pensando dejarlo. Y hay algo dentro de mí que me recuerda que dejé el ballet, la gimnasia rítmica, la natación, el voley, el kárate e incluso la hípica que era lo único que me gustaba. Y que no debería desistir tan pronto, que debería luchar contra mis complejos, mis miedos, mi sentido del ridículo y perseverar. O al menos aguantar el trimestre que tengo pagado. Pero también hay otra parte de mí que me dice que si lo he dejado todo era por una razón: soy una inútil. Que no mejoraré nunca porque soy una negada y que lo único que hago es pasarlo mal tontamente. Porque se supone que el baile segrega endorfinas y que sube la autoestima y que los bailes orientales te hacen sentir una diosa. Pero lo más perecido a una diosa hindú que me siento yo es una elefanta. Y paso una hora sintiéndome el recluta patoso, sin dar pie con bola, volviendo a ser la niña perdida y asustada de las clases de gimnasia. Salgo con la moral por los suelos, a punto de tirarme al suelo y echarme a llorar.

Para colmo de mis males, tengo agujetas. Hacer las cosas mal provoca dolores en zonas del cuerpo que uno no era consciente de tener. Así que ahora sigo sin poder bailar pero ando como Chiquito de la Calzada. Así que lo único que se me daba medio regular que era el pilates se va a ver afectado por el hecho de que apenas puedo moverme. En lugar de mejorar en una cosa he conseguido ser peor en dos. Qué fantástico comienzo de curso, oye.

jueves, 30 de junio de 2016

Mala hostia y acero valirio

Estoy en crisis. Yo, yo misma y mi ombligo. Sé que nadie tiene la culpa, pero les salpica porque
estoy de mal humor. Muy mal humor. Así que digamos que mi crisis se va extendiendo como cuando intentas hacer un souflé y eso empieza a crecer como una masa alienígena, se sale del molde, se espurrea por la bandeja del horno, sigue creciendo informemente, lo pringa todo, se quema, sale humo, te apesta la casa y le dan ganas de dar de patadas al gilipollas que te pasó la receta y te dijo que quedaban muy buenos y que eran muy típicos franceses. Me cago en tu estampa y en la puta cocina gabacha. (Basado en hechos posiblemente reales. Presuntamente reales. Le pasó a alguien que conozco. Sí, eso. A alguien.)
En fin, mal humor, decía. Creo, y empiezo a pensar que me repito, que son las hormonas. Dejé el anillo hace unos cuatro meses porque me siento gorda cuando lo llevo. Es absurdo, estoy un poco hinchada pero me cabe mi ropa (de la talla 34) de sobra, o sea, que no es que me ponga como tonelete. Pero yo me siento gooooorda. Y las tetas me crecen una cosa loca. Eso sí es objetivo, no hay sujetador apto para Naar en esos momentos. Y a veces también me afectan psicológicamente tipo estar triste, muy triste, pensar que se avecina una desgracia todo el tiempo, sufrir episodios de obsesiones recurrentes e incontrolables y ganas de subir a un campanario con un fusil de asalto y liarme a tiros. Estados Unidos, qué bellas cosas aprendemos de ti. Si yo fuera americana, ni estatua de la libertad, ni banderita ni pollas. Yo, rifle, fusil y munición a cascoporro, encaramarme al campanario, torre o lo que fuera y venga a cargarme peña.
¿Por dónde iba? Ah, sí que me quité el anillo. Y ya sabemos lo que me pasa cuando me lo quito. Que sangro unos 25 días de cada mes, la regla me dura dos semanas, me duelen los ovarios como si fueran a explotar y me pongo de mal humor. No estoy preocupada por una imaginaria desgracia inminente, no estoy tan obsesionada por cosas locas, controlo mis pensamientos recurrentes y no estoy nada triste. Pero mala hostia, la que quieras. Tanta, que lo del campanario se me hace muy cutre. Me vuelvo más tipo Juego de Tronos, en plan pillar una espada y liarme a mamporros con la sangre salpicando y yo venga a cortar brazos y cabezas y a travesar peña con mi acero valirio. Vamos, que llego a estar yo ahí, en este estado e Invernalia había caído en media hora.
Supongo que me volveré a poner el anillo este mes. Me sentiré gorda, me pondré triste, cada vez que Ron se duerma me acercaré a contar cuantas veces respira y me lamentaré de mí misma por no haber nacido en Kentucky para poder hartarme de pollo frito y comprarme un rifle.
Y es una solución de mierda, pero es que si no, esto me cuesta el divorcio antes de llegar ni al año de convivencia. Porque yo antes, cuando pasaba estas rachas de crisis mental, me encerraba en mi casa, me ponía mis series y mis pelis, lloraba hasta hartarme si me apetecía o despotricaba por todo conmigo misma. Y punto. Ahora hay un tío aquí siempre. Que me despierto y ahí está, me acuesto y ahí está. Termino de comer y ahí viene de trabajar. Y estoy harta de verle. Porque a veces, viene y me habla. O me toca. Y a mí lo que me apetece es liarme a espadazos. Y el otro ahí, con su pachorra, tan tranquilo, roncando mientras los mil demonios del averno se apoderan de mí. Y a veces hasta me dice cosas bonitas. O me da un beso o me quiere abrazar. Y yo lo que quiero es mi acero valirio. Total, que le estoy tomando manía. Luego me siento culpable y cuando me acuesto le rasco un poco la espalda y le hago un cariñito. Y se da la vuelta y me pone su enorme brazo de oso encima. Y me da calor. O pone la cabeza en mi lado de la almohada y la deja sudada. Y vuelve a enfadarme porque esas cosas no se hacen con una mujer loca y con las hormonas revueltas si quieres seguir respirando. Que llego a tener mi espada y te decapito como a Ned Stark, chaval.
Igual el problema es que mi casa es demasiado pequeña. No puedo regodearme en mi propia mierda como me apetecería sin que él esté por medio. Igual tenía que haber asaltado Invernalia.
En fin, no sé. Espero que el anillo mágico traiga de nuevo la paz al sur del muro.


P.D. Se ha terminado Juego de Tronos. En un tiempo haré crónica al respeto, pero daré margen a los que aún no lo han visto para no espoilear demasiado. Y contaré los días hasta que vuelva. I'll miss you so much, Jon Snow. I'll see you next year.  

miércoles, 25 de mayo de 2016

El altavoz del apocalipsis

La otra tarde estábamos echando la siesta los tres en el sofá. Montamos una especie de tetris entre el Ross, mis trescientos cojines, el gato y yo y curiosamente estamos cómodos y caemos en los brazos de morfeo en cuanto termina el telediario. De todas maneras, mi pobre sofá que es el más barato del ikea, debe tener algo porque a todo el mundo le encanta.
Decía que la otra tarde estábamos los tres fritos cuando de pronto se empieza a escuchar un ruido estridente que parecía venir del baño. El Ross fue a mirar y me dijo que era el grifo. Yo, que tardo un poco en poner el cerebro en marcha, le dije que igual habían cortado el agua. El ruido se parecía remotamente a cuando las tuberías cogen aire. Pero no. El Ross en plan Homer Simpson empezó “grifo abierto, grifo cerrado, grifo abierto, grifo cerrado...” como eso no parecía arreglarlo, hizo una de esas cosas típicas suyas y decidió que era buen momento para irse al otro baño porque sintió la llamada de la naturaleza. O sea, que me dejó sola ante el peligro.
Y el ruido ese cada vez era peor. Yo empecé a acojonarme porque de verdad parecía que fuese a explotar algo y tenemos malas experiencias con tuberías de las que sale agua a presión. Me levanté y cerré la puerta. Mira, si explota que sea ahí dentro y luego ya si eso lo pensamos.
Pero no, el ruido subía y subía de intensidad y estridencia, Ron estaba empezando a ponerse nervioso y yo veía la explosión inminente. Estaba a punto de meter al gato en el transportín y echarme a la calle en pijama cuando el Ross volvió y entró de nuevo en busca del ruido maldito. De repente, suelta una risita y me dice:

  • Nena, no es el grifo, es el altavoz.
  • WTF??
  • Tu altavoz pequeñito, que lo dejaste aquí.

Y aparece con esto en la mano. Esta simpleza que tiene una pinta tan inocente emitiendo el sonido del infierno.



Curiosamente, estaba apagado. Lo cojo, lo enciendo, y se calla. Lo apago y vuelve a sonar. Lo enciendo y suena. Lo apago y se calla. Miré al Ross en busca de respuesta, el señor físico sabelotodo siempre tiene respuestas a este tipo de cosas. Y por suerte había sido testigo de todo el proceso, porque si se lo cuento sin haberlo visto, no me hubiera creído y me hubiera dicho que seguro que yo había tocado algo. Él se encogió de hombros y se fue a jugar al ordenador. Pues vaya con el obseso del empirismo, oye.
Total, que viendo que el asunto era un misterio, me puse a merendar un donuts. Y de repente, el Ross se gira hacia mí y me dice todo serio:

  • He estado pensando sobre lo del altavoz. Podría ser una especie de campo magnético. Una bomba atómica sonaría así.
  • … - el donuts se me quedó a mitad de a garganta. Dios mío, íbamos a morir todos y yo con estos pelos y los cacharros sin fregar.
  • Sí, o una tormenta solar de alta intensidad.
  • Ah, pues ya me quedo más tranquila, oye.
Y es que así es el Ross. El que lo reduce todo a la lógica y a los datos, el que pretende explicarlo todo desde el plano de lo racional, el que ve más factible que un altavoz de cinco euros suene por culpa del campo magnético de una tormenta solar que por un cable pelado. Y mira, puestos a dar explicaciones absurdas, casi hubiera preferido que fueran los alien tratando de comunicarse.
Por si os sirve de algo, no era una bomba atómica ni una tormenta solar. O sí y hemos muerto y el más allá se parece al más acá y menuda mierda de otra dimensión que es igual que la primera. Y si eran los alien no les entendí una mierda. ¿Qué era? Pues yo qué sé. Un cable pelado, una conexión extraña, una de esas cosas que pasan porque sí.



viernes, 22 de abril de 2016

Las conservas de melocotones

Hay dos tipos de personas, los que viven como si fueran a morir mañana y los que viven como si hubieran muerto ayer. Y sí, hay mil tipos de matices, personas, blablá. No me jodáis la frase con el bienquedismo.
El caso es que hace unas semanas, decidí que ya era hora de que alguna gente empezara a desvirtualizar al Ross, no vaya a ser que penséis que me lo invento todo. Así que quedamos con Alter y su churri para tomarnos unos algos y echar unas risas. El caso es que no sé cómo terminamos hablando de locos. Supongo que para sentirnos un poco mejor con nosotros mismos viendo que hay gente que está peor de lo suyo. Y salieron los preparacionistas, que son esos pirados (norteamericanos en su mayor parte, cómo no), que se pasan la vida preparándose, de ahí el nombre, por si llega algún tipo de apocalipsis. Decía Alter que vio un reportaje sobre esta buena y para nada desequilibrada gente y salía una mujer que se pasaba el día haciendo conservas de melocotones para guardarlas en el búnker. O sea, que si realmente llega el catacroc y por lo que sea tu plan no funciona y palmas, te has pasado los años en los que podías disfrutar del mundo envasando melocotones. Diversión a tope. Y en el caso de que sobrevivas, te has pasado los años buenos haciendo las puñeteras conservas y ahora tienes unos cuantos más por delante para comértelos mientras observas un paisaje postapocalíptico de lo más alentador. Todo bien.
La verdad es que esa gente que vive como si hubiera muerto ayer me saca de quicio. Hay tanta gente enferma, con los días contados o desgraciadamente muerta que tenía ganas de vivir y estos mustios de la vida por ahí amargados la mayor parte de las veces sin razón alguna. Me parece egoísta y absurdo. Que todos pasamos malas rachas o días de sentirse calimero, pero coño, luego ya a seguir adelante. Me recuerdan a esas viejas del pueblo de mi padre que se vestían de negro, se ponían el pañuelo en la cabeza y se quedaban en casa pochas como pothos sin regar desde los 50 años o antes, repitiendo que para ellas se había acabado ya todo. Mira, hay formas más rápidas e indoloras de morir. Y de paso, dejas oxígeno para los demás.
De la gente que vive como si fuera a morir mañana se puede decir mucho más. Reconozco que la idea de “vas a morir mañana” me sugiere más el sentarme en una esquina a acunarme repitiendo “no quiero morir, no quiero morir” que salir de fiesta a darlo todo. Pero ya me entendéis. Hay quien vive la vida sin pensar en los riesgos, con el carpe diem por bandera para hacer toda clase de gilipolleces. Mi ex el desequilibrado era un poco así. La fiesta, el alcohol, las drogas y toda retaila de irresponsabilidades eran su modus operandi porque “la vida había que vivirla”. Pues que te cunda, chavalote. Sigue cruzando sin mirar a los lados y verás que bien te atropella la vida en forma de trailer.
Por otro lado están los envasadores de melocotones, que por aquello de si el mundo mañana hace chof, se dedican a intentar salvarse el culo de las formas más peregrinas. Y mira, qué queréis que os diga, para vivir después de un desastre nuclear o una tormenta solar o alguna mierda de estas, casi mejor que me muero. Que los zombis me dan mal rollo y paso de vivir estresada en un paisaje chungo sin más finalidad que comerme los putos melocotones que he estado envasando. Que les estoy cogiendo tirria ya nada más que de pensarlo.

Supongo que como de costumbre, la virtud está en el punto medio y lo mejor es vivir, disfrutar de la vida y asumir que hay ciertos riesgos y que las cosas pueden pasar, pero tomando precauciones. Es decir, ser consciente de que la muerte es la única seguridad que tenemos y que va a llegar algún día, nos ayuda a poner los pies en la tierra, a relativizar los problemas y a exprimir los buenos ratos al máximo. Y a veces, tenemos que plantearnos cómo de graves son las consecuencias de lo que realmente queremos. Si nos apetece decir a alguien que le queremos, por qué no vamos a hacerlo. Y si por el contrario, alguien no nos aporta nada bueno y es tóxico para nosotros, por qué seguir aguantando en lugar de mandarlo al carajo. Por qué esperar y esperar para ser quien queremos ser o para hacer lo que nos gusta. Por qué castigarnos con dietas, problemas, complejos y absurdeces si mañana lo mismo nos cae una teja y nos deja tontos. Por qué envasar melocotones en lugar de echar un polvo, comerte un pastel de chocolate o comprarte esos zapatos tan monos que has visto. Por qué arrepentirte mañana de no haber hecho ese viaje o haberle dicho a esa persona lo mucho que significa para ti. Supongo que el truco puede ir por ahí, por, ante una duda o una tribulación, preguntarse de qué me arrepentiría más si muriera mañana, si de hacerlo o de quedarme quieta.

Y yo ahora lo que me pregunto es si alguien en su lecho de muerte se arrepentirá de no haber envasado muchos más melocotones.

domingo, 3 de abril de 2016

Diga treintaytrés

El día de la marmota es (o era) una bonita tradición americana, que a falta de historia y de raíces de verdad, se las sacan del mangote. El caso es que era una cosa que se hacía para ver cuánto iba a durar el invierno, o algo así. Como las cabañuelas o esas mierdas que también se hacen aquí. ¿Queréis saber de verdad lo que dura el invierno? Medidme los pelos de las piernas.
Sin embargo, ahora decir “día de la marmota” se asocia inevitablemente con la película, con el despertador y su insistente “I got you, babe”, con levantarse una y otra vez en el mismo día de mierda. Una extraña alegoría de la rutina con nombre de animal regordete y peludo. Como aquella pintada enorme sobre la puerta de mi facultad que se me tatuó en la memoria “buenos días, rutina” a ritmo de Cher y Sonny.
Un agujero de gusano es una cosa muy inteligente, complicada, culta y científica que sólo Stephen Hawkins y el Ross comprenden. Bueno, y supongo que algún físico más, pero que yo conozca, esos dos. Y que conozca bíblicamente hablando, sólo el Ross. Podría decirse, a modo de reflexión empírica, que bajo mis circunstancias, la única persona que comprende los agujeros de gusano es el Ross.
Sin embargo, un gusano musical es esa cosa tonta que a todos nos pasa más o menos frecuentemente cuando una canción de mierda que ni siquiera nos gusta, que ni siquiera nos sabemos, se cuela en nuestro estúpido cerebro y se repite en bucle hasta volvernos locos. Esa cosa horrible que hace que nos levantemos y nos acostemos durante todo un aciago día escuchando “viva la numeración, quién ha visto matrimonio...” del Puma. El puto Puma en mi cerebro. Yo poniendo Rock Fm muy alto, tratando de que Iron Maiden me deje sorda, de que Extremoduro, Loquillo o Fito me transporten a otro lugar más feliz, pero no. En cuanto me bajo del coche, ahí está el Puma, con su melenón y su despropósito musical otra vez detrás de mi oreja.
Absurdamente, cada vez que oigo “agujero de gusano” yo pienso en el gusano musical que está horadando agujeros en mi masa encefálica a ritmo de la numeración y el matrimonio y no sé qué más, porque odio esa canción y no sé más que esas dos frases sin sentido que se repiten como un disco rayado. Como la marmota, como la rutina, como esas cosas que odias pero haces cada día casi sin darte cuenta.

Y más o menos, así se sucede la vida. Entre asociaciones de ideas, canciones que odias pero escuchas en bucle y una extraña rutina a la que te acostumbras y sin la que no sabes vivir. Como las drogas. A nadie le gustan, pero dependemos de ellas. De drogas legales, ilegales, reconocidas o disfrazadas de otra cosa. Tabaco, alcohol, convencionalismos sociales, compromiso, sexo, chocolate, rutina. Drogas, cosas que al principio no nos gustan pero que aceptamos. Que vamos viviendo con ellas hasta que les cogemos tolerancia. Hasta que nos acostumbramos. Hasta que nos gustan. Hasta que dependemos. Hasta que su carencia nos confunde, nos trastorna, nos hace sentir vulnerables.

Es una reflexión como cualquier otra, pero ¿qué es un año? Una sucesión de fechas, de eventos, de etapas que nos hacen sentir seguros, porque nos colocan en el lugar correspondiente. Navidades, Reyes, san Valentín, carnavales, semana santa, (mi cumpleaños), feria de abril, san Isidro, verano, vuelta al cole, el Pilar, los Santos, la Constitución, Navidades de nuevo. Saltamos de fecha en fecha, creyéndonos a salvo de la Marmota. Pero no. Es sólo que la marmota se ha hecho grande, oronda y ocupa todo el año.
Y a veces, buscas como loco el botón que detenga el mundo para bajarse de él. Te planteas saltar en marcha. Pero no puedes. Porque viva la numeración, quién ha visto matrimonio. Y paras un segundo. Joder, me estoy volviendo loca. No, espera eso ya lo dije ayer. ¿O fue hace dos días? ¿O ha sido hoy? La marmota, que ataca de nuevo llevando el pelo cardado como el Puma.

Y a pesar de todo, de la confusión, el caos, las drogas, la rutina, las marmotas, los gusanos y el Puma, sigue mereciendo la pena vivir. Porque hay instantes que pareces poder mantenerte a salvo de la locura. Cuando el gato se te duerme en brazos y parece sonreír. Cuando te dan una buena noticia que parecía que no iba a serlo. Cuando te acurrucas en la cama al lado de esa persona y jurarías que todo está en paz. Cuando las cosas que dabas por imposibles se hacen realidad cada día y no puedes dejar de mirarlas con asombro. Cuando tus amigos de la juventud tienen hijos y les ves, pequeños y parecidos remotamente a ellos, continuando el ciclo. Cuando tus padres te abrazan y sientes que de repente, eres más alto y más fuerte que ellos. Cuando te pones a trabajar con una cría descarriada y unos meses después te abraza y te da las gracias. Cuando escribes un post así, sin sentido ninguno más que para tu maltrecha cabeza y sin embargo viene gente que te lee, que no te conoce quizás o que sí, pero que te lee, que te da las gracias, que sonríe.

Hay mil razones para sonreír, para ser feliz, para disfrutar. Más que nada porque la vida es efímera y más te vale disfrutarla mientras puedas o se hará demasiado tarde. Os lo digo yo, que pasado mañana es martes y cumplo 33 años. Y empiezan a ser muchos, pero tengo muchas razones para dar las gracias, para sonreír y para ser feliz.

Pues que viva la numeración, oye.  

viernes, 22 de enero de 2016

El amor frustrado y spameado

La otra noche mientras el Ross roncaba en la cama y Ron se había montado un nido con su manta entre mis piernas, yo, tirada en el sofá, curioseaba por internet. Al principio de vivir juntos, traté de ser buena mujercita y acostarme con mi maridito, pero a la segunda semana estaba muy de los nerviecitos porque yo no puedo acostarme a las 12 de la noche. Es superior a mis fuerzas. Así que le doy muchos besitos de buenas noches y me quedo tan fresca leyendo y escribiendo. Los dos somos más felices así porque mi estado de ánimo es francamente mejor que si tengo que pasarme cuatro horas dando vueltas en la cama sin dormir.
Decía que estaba mirando cosas sin importancia cuando me llegó un correo. En inglés. Mi profe de la lengua de Shakespeare siempre nos insiste en que hablemos y leamos todo lo que podamos porque nos ayudará a mejorar rápido. Y bueno, hasta que estrenen Juego de Tronos y me ponga a recitar juramentos como una loca de la pradera, algo hay que hacer. Así que lo abrí. Y era un oficial de la marina de los USA que quería entablar relación de amistad conmigo. Oiiiiiigggghhh... un oficial de la marinaaaa... con su uniforme blanco y su gorra y esas cosas tan monaaaaas... qué bieeeeeen. Igual es un oficial y caballero o algo de eso. Y a ver, que sí, que yo quiero al Ross y tal, pero un oficial de los USA, es un oficial de los USA y no se le puede hacer un feo. Que además igual sabe secretos de estado o cosas de esas de la CIA o qué pasó con el caso Roosvelt o quién mató a Kennedy. Que los americanos son muy interesantes. Y hablan inglés. Sí. Eso. Que se me olvidaba el tema del inglés.
El caso es que me leo el correo. Hola, qué tal te va todo espero que bien, yo soy un oficial de la USA que quiero entablar amistad sincera y profunda, blablá. Qué orgullosa estoy de mi inglés, madre mía, qué bien le entiendo, ¡lo nuestro va viento en popa! Me gusta nadar y cocinar (esto está bien, tendrá anchas espaldas de nadar y hará barbacoas sin camiseta de esas que hacen los yankis, porque a ver qué otra cosa sabe cocinar esta gente). Puedes escribirme a mi correo personal y podremos intercambiar fotos para conocernos mejor. Fotos, qué bien. Seguro que es rubio y alto y guapo. Así en plan fornido con sus anchas espaldas, su pelito corto, sus ojos azules como el mar y el uniforme, sobre todo el uniforme. Qué mono él. Y hablando inglés, ojo.
Entonces veo su correo y su firma al lado... “Mery Beth”. ¿Cómo que Mery Suputamadreteníauncorderito? Así que es una tía. Bah, fijo que es fea y machuna. Que le gusta nadar, dice. O sea, que tiene unas espaldas dignas de cargar sacos de papas. Y que le gusta cocinar. Mira, hermosa, a mí me enseñó mi bisabuela a guisar, no me ganas tú ni haciendo bocadillos. Además, veo más abajo que es soldado. ¿¿Soldado?? O sea, pringada. Esta no sabe secretos de inteligencia ni nada. Cuando era un hombre yo imaginaba un oficial todo chulo, de rango alto y con uniforme impecable. Soldado suena a uniforme verde caqui lleno de mierda y a botas feas. Suena a gente que repta por el suelo y que se pringa de barro. Mira, Mery Beth, que no me interesas. Que seguro que no hablas inglés en condiciones. Vete a cantarle lo del corderito a otro pastor.

Bromas a parte, me pregunto por qué siempre los correos de spam en los que alguien está deseoso de conocer amigos la interfecta es una mujer. ¿Es que los hombres están tan desesperados que pican? ¿Es que las mujeres no tenemos fantasías con rusos de familias ricas que quieren que gestionemos sus millones o con marines que nos dejen ponernos sus gorras a lo final de peli romántica? ¿No es esto un caso de micromachismo de ese? ¡¡Exijo mi correo spam con hombres ardorosos de exóticos países y extrañas lenguas que quieran ser mis amigos o entregarse a mis sucias pasiones!!


En fin, por suerte el Ross es alto, rubio, tiene los ojos verdes y la espalda bien hermosa de jugador de rugby. Ahora sólo tengo que encontrarle el uniforme molón. Y hacer que deje de roncar, ya de paso.

viernes, 1 de enero de 2016

GAME OVER

Estimados señores de Nintendo.
Hace años tenía una game-boy y jugaba al super Mario. Cuando ya cogí cierta técnica, era capaz de pasar la primera pantalla sin perder una sola vida y siendo grande porque había cogido una seta que me hacía crecer. Además me había cargado un montón de bichos con la estrellita que me daba inmunidad y rapidez. Y por supuesto, había recogido todas las monedas, incluidas las que había dentro de los túneles secretos. Si por lo que fuera, no me salía bien y no llegaba al final de la pantalla en óptimas condiciones, me “suicidaba” a propósito las tres vidas que tenía para volver a empezar y hacerlo bien. Eso me daba muchas más posibilidades de pasar el resto de las pantallas con cierta ventaja. Y no me merecía la pena hacerlo de otra forma.
Bien, pues quería saber si ustedes saben cómo se hace eso en la vida real. Es importante para mí.
Es verdad que yo no soy super Mario, no tengo bigote, no llevo un mono vaquero ni una gorra roja. Y apenas sé mucho de fontanería. Tampoco suelo meterme por tuberías ni como setas. Y por desgracia, cuando me he golpeado con bloques de hormigón, nunca han salido monedas. Pero estoy segura de que esta vida no puede ser lo único que haya. Estoy convencida de que, de un modo o de otro, aquí también hay un game over. Sólo tengo que encontrar el modo de desbloquearlo. No me puedo creer que en una maquinita que funciona a pilas con una diminuta pantalla amarillenta se pueda volver a empezar para remediar errores y en este mundo que está en 3D y todo, no haya oportunidad de cambiar nada. Me niego a pensar que aquí sólo se pueda hacer una vez y si la cagas tengas que cargar con ello toda la vida. Que si no cojo una seta me vaya a quedar pequeña para siempre. No. En algún sitio tiene que estar la seta que me haga crecer. Les agradecería también que me dijeran dónde.
Así que por favor, ante la expectativadel año nuevo, les ruego que me recomienden algunos trucos para este juego, porque creo que a pesar de llevar treinta y dos años en él, no le he pillado aún el tranquillo. Y necesito saber cómo se puede volver a la pantalla inicial. Cómo se resetea esto. Y no me remitan a otra compañía, ya he hablado con los de Sony a ver si se podía volver a tras metiéndose un boli bic en una oreja y dándole vueltas como con las cintas y créanme, no funciona. Da gustillo porque rasca la orejita, pero no funciona a modo de rebobinar.
Les quedo muy agradecida por su ayuda.
Atentamente,
Naar.



Señorita Naar,
Nos ponemos en contacto con usted para comunicarle se encuentra en el año 2016. No es 1996. Haga usted el favor de descargar las nuevas actualizaciones mentales que seguramente le ayuden a asumir que este año va a cumplir 33 años, que la game-boy dejó de fabricarse hace años y que las cintas magnetofónicas son algo totalmente arcaico. Por favor, deje de vivir en el pasado y póngase al día. Quizás no pueda resetear su vida, pero podrá ver lo que le depara el futuro. Quizás no pueda volver a empezar, pero puede tratar de mejorar lo que ya tiene.
Así que sáquese los bolígrafos de las orejas que tememos que termine metiéndoselos más de lo recomendable y se haga una lesión cerebral que empeore su ya precario estado mental. Y tampoco coma setas con la esperanza de hacerse grande, tenemos entendido que en su país eso no es legal. Y desde luego, por favor, no golpee bloques de hormigón con la cabeza, no saldrán monedas. Nunca.
Así que, en resumen, señorita Naar, siga su propio lema y camine hacia delante. Empieza un año nuevo y quizás le esperen en él cosas fantásticas. Y si no, quizás sea un poco más adelante. Volver una y otra vez a la pantalla de inicio no es vivir, es repetir indefinidamente lo mismo. Y eso es un aburrimiento, por eso el fin de los videojuegos es avanzar, como en la vida. Quizás usted esto no lo sepa porque siempre ha sido una negada jugando a cualquier cosa, pero es así. Así que avance. Coja experiencia y armas. Gane puntos. Así podrá derrotar a los dragones que se le presenten por el camino.
Un saludo.




O sea, que no hay más vidas. Mierda. Me crearon falsas expectativas.





jueves, 21 de mayo de 2015

Mucha, mucha policía...

No sé si a vosotros os pasará o si será un problema mío que nací para delincuente pero luego me dio pereza y pues ya tal. Cada vez que se me acerca la poli, cada vez que voy conduciendo y veo unas luces azules, cada vez que hay una patrulla por mi barrio, cada jodida vez que veo un policía me tenso. Pero mucho. Me pongo más tensa que Doraemon pasando por el control de aeropuertos cuando le piden que vacíe los bolsillos.
Y no sé por qué, la verdad, se supone que no soy una tía peligrosa ni hago cosas chungas. Pero oye, no lo puedo evitar. Igual es que mi barrio imprime carácter y eso de crecer al grito de “agua, agua” me dejó marcada de por vida.
De hecho el único poli que no me pone nerviosa es mi amigo y porque sólo le he visto de uniforme una vez. Si le viera de uniforme a menudo no sería mi amigo. Y una de dos, o me pondría nerviosa y me escabulliría de él o le diría aquello de que he sido una niña mala y que me cacheé a ver si encuentra algo por lo que detenerme. Y entonces me resistiría y él tendría que hacer uso de la fuerza policial y... me estoy desviando.
El caso es que hoy iba conduciendo a casa de Prima Amai par dar de comer a los mininos y a las jerbas, que me lo pidió mientras ella y el Vasco estaban de vacaciones. Yo recién salida de pilates, con mis chachipintas de deportista que no se cree nadie y la música a todo volumen.


Entonces me doy de morros con un par de coches de la policía nacional en la calle a la que acabo de entrar y por la que no tengo escapatoria. Por que es otra cosa que me pasa con la policía, que su presencia me incita a huir, esconderme o tratar de disimular. De verdad que debo ser una versión fina del vaquilla. Pero freno y trato de no hacer nada raro. De fondo Extremo sigue a lo suyo “... me inventé mil manera de perder la cabeza, es más sencillo así.” Bueno, podría haber estado escuchando algo más comprometedor.
El señor policía se acerca a mi ventanilla y quito la música. Le miro y me prometo a mí misma que pensaré las cosas antes de abrir la boca porque suelo decir las cosas sin pensar y la experiencia me dice que los polis no suelen tener demasiado sentido del humor.

  • Buenas tardes señorita.
  • Buenas tardes... - ¿Madero? ¿Nacio? ¿Pitufo? ¿Puto poli? Hummm... - agente.
  • ¿Dónde va usted?

A atracar un banco. No. A matar un par de viejas y quedarme sus joyas. No. A hacer un ritual satánico con sacrificio humano incluido. No.

  • A casa de mi prima a dar de comer a sus gatos. Y a las dos jerbas.

El policía me mira y levanta una ceja. Yo me agarro al volante con tanta fuerza que lo voy a doblar. No digas nada incoherente, no hagas bromas, no le preguntes si los pantalones se quitan con velcro como los de los stripper. Y sobre todo no grites “mucha policía, poca diversión”.

  • Ah, claro. ¿y dónde vive su prima?
  • En Plazatal.
  • ¿Y va usted por aquí a Plazatal? ¿De dónde viene?

De atracar un banco, de matar viejas, de robar joyas, de hacer rituales satánicos...

  • De hacer pilates.
  • Señorita, le pregunto de qué lugar viene.
  • Del centro cultural de mi barrio, es que el pilates en gimnasio es carísimo.

El poli se levanta un poco la gorra y me mira fijamente. Dios mío, ya la he cagado. Seguro. ¿llevo un cadáver en el maletero? ¿Cuatro alijos de droga? ¿Tres inmigrantes en los bajos? Mire, deténgame y terminamos antes.

  • ¿Por qué viene por aquí para ir a Plazatal?

Porque en este barrio venden el mejor costo de Madrid. No. Porque tengo controlado un cajero en un rincón oscuro y sin cámara de seguridad. No. Porque les debo pasta a unos sicarios y me están buscando, así que atajo por sitios raros. No.

  • Porque vivo ahí detrás.
  • Ya. ¿Y dónde dice que va?
  • A Plazatal.
  • ¿Y a qué?
  • A dar de comer a los gatos de Prima. Y a las dos jerbas.
  • Ya, comprendo.

No sé por qué, pero a la tercera vez que me lo ha hecho repetir, me sonaba fatal hasta a mí. Parecía la típica excusa de mierda que pones cuando vas a matar a alguien y llevas el maletero lleno de herramientas de muerte y destrucción asegurada.

  • ¿Me permite ver su documentación?
  • ¿Los papeles del coche? - sudores fríos. Seguro que no los encuentro, seguro que llevo algo caducado, seguro que hay un machete malayo en la guantera.
  • No, sólo su carnet de conducir.

Se lo doy con desgana. Me quiero ir, me quiero ir, mequieroiiiiiiir... el poli me mira el regazo. Llevo la mochila en forma de saquito que uso para ir a pilates. Juraría que sólo llevo la toalla, una botella de aquarius, la cartera y el móvil, pero me siento como si fuera llena de droga dura.

  • ¿Me permite ver su bolso?

¡¡La droga no es mía, se lo juro!! Yo sólo llevaba una botella de aquarius y una cabeza de caballo para metérsela en la cama a un tipo que me debe pasta por un asunto que...

  • Sí, claro.

El tipo mira un poco por dentro con desgana y al final me la devuelve sin sacar nada. Me da también el carnet. Me sonríe y yo siento que me deshidrato. Espero que la botella siga ahí porque me estoy quedando pegada al asiento del coche. Dios, cómo me suda el culo.

  • Muy bien, continúe.
  • ¿Me puedo ir?
  • Sí, claro, vaya a dar de comer a los gatos. Y a las jerbas.
La verdad es que suena raro de cojones. Soy yo la policía y me llevo a pasar la noche al talego, al trullo a... a la mierda ¡¡Mucha policía, poca diversión!!




miércoles, 22 de abril de 2015

la tarjeta de absurdipuntos

Considero que ser un desastre humano está infravalorado. Porque no es fácil estar metiendo la pata todo el tiempo. Creo que a las personas torpes con tendencia a las situaciones ridículas deberían concedernos una tarjeta de puntos, como las de los supermercados y cuando acumulásemos suficientes, regalarnos algo. Una tostadora con un sistema especial para que si se nos cae dentro de la bañera no nos electrocute o algo así. En fin.
Yo por ejemplo llevo unos días acumulando puntos como para que me den el apartamento en multipropiedad en una urbanización a medio construir por culpa de la crisis cerca de Cullera.
La otra noche mi lavadora se poseyó por todos los demonios del averno y empezó a hacer unos ruidos infernales. Se supone que estaba centrifugando, pero no. Toda mi casa temblaba, la lavadora saltaba y se golpeaba contra las paredes como si estuviera aclarando a la niña del exorcista con agua bendita. Ron y yo mirábamos atónitos el espectáculo esperando a ver qué salía de allí, pero tras un rato nos cansamos y me fui a hacer un bizcocho. Bueno, pues mi batidora empezó a oler a cable quemado y me dio un calambre. De verdad que no entiendo qué pasa, todos mis electrodomésticos me odian. Y claro, con la mano medio dormida por el chutazo de electricidad, me tembló el pulso y eché una cucharada de aceite encima del móvil en vez de en el molde del bollo.
De ahí me fui a tender lo que fuera que hubiera salido de las tripas del infierno en el que se había convertido la lavadora. Curiosamente, sólo era mi ropa de color. Yo esperaba vómitos verdes o niñas que andan al revés o algo así, pero no. Sólo ropa.
Me puse a colgar cosas y entre mi torpeza habitual y la mano medio agilipollada de la descarga de la batidora, se me cayó un sujetador al patio. De pura frustración tiré la pinza con la que iba a sujetarlo con una mala leche considerable. Que no tiene ningún sentido hacer eso, pero desde cuándo hago yo cosas con el más mínimo sentido.
Y entonces, en vez de oír el “plonc” de la pinza impactando contra el suelo oigo un quejido. Me quedé un poco extrañada. ¿Desde cuándo las pinzas se quejan? ¿Tanto daño se había hecho? Me asomé entre asustada y preocupada por la pobre pinza. Y ¡bingo! El vecino del segundo al que le caigo fatal quitándose mi sujetador de la cabeza y con la pinza en la mano mirando hacia arriba. Así que hice lo que cualquier persona normal y madura haría en mi caso: esconderme. Lo cual es ridículo porque ya me había visto, pero fue un impulso. De pronto, según estaba en cuclillas en mi terraza, al lado de la lavadora del infierno y rodeada de mi ropa mojada me dije, “Naar, no eres de las que huyen, eres de las que afrontan los problemas. Además, ya no puedes hacer nada para empeorar la situación.” Así que volví a asomarme y al ver el ceño fruncido del vecino sólo se me pudo ocurrir decir una de esas frases memorables que te sacan de cualquier apuro con elegancia y clase.

  • Joder, perdona, se me ha ido la pinza.

Y entonces me dí cuenta del juego de palabras y me eché a reír. A carcajada limpia. Cual psicópata absoluta. Si algún día mato a alguien y vienen los periodistas a mi portal mis vecinos no podrán decir que yo parecía normal y que saludaba siempre. Ni saludo, ni parezco normal ni nada de nada.
El vecino, por su parte, no tiene ningún sentido del humor, así que me dijo que me dejaría el sujetador en el portal para que lo recogiera luego mientras yo, presa de un ataque de risa nerviosa apenas fui capaz de contestar.
Y qué queréis que os diga. Con frecuencia pienso eso de que tengo que hacer algo con mi vida, pero para como me salen las cosas más sencillas últimamente, mejor me quedo quietecita y sigo acumulando puntos en mi tarjeta de desastre personal con mis tareas cotidianas.

Al menos, el bizcocho estaba buenísimo.

jueves, 26 de marzo de 2015

Satanás, ¿estás ahí?

Alguna vez os he dicho que fui una niña rara. Por eso, seguramente me he convertido en una adulta un poco rara también. Creo que es un problema genético, así que no tiene solución. Mis padres son raros, yo soy rara, los hijos que no voy a tener serían raros… Total, que cuando iba a preescolar ya era un bicho raro diminuto. Quizás por eso no tenía muchos amigos y me buscaba la vida sola para entretenerme.
En los recreos las niñas jugaban a ser mamás de sus chaquetas enrolladas. Tal y como lo cuento. Cogían sus chaquetas azul marino del uniforme, las enrollaban de una extraña manera que nunca supe y las usaban como bebés. Absurdo, ridículo y estúpido hasta la nausea. Obviamente yo NO jugaba a eso. Y los niños jugaban al fútbol en una pista de cemento rojo que había en el patio de los pequeños. Dicho así, parece que estudié en los años cuarenta, coño, con las niñas ensayando para marujas y los niños en pantalón corto correteando detrás de un balón de cuero. Da igual.
El caso es que como en todos los sitios y los colegios del mundo, en el mío había varias leyendas de que si se aparece un fantasma, que si murió una niña o que si no sé qué cosa pasó en no sé qué pasillo. Yo soy rara, ya lo he dicho, pero nunca tuve miedo. Siempre fui un tanto escéptica y ni de niña tuve miedo de fantasmas, brujas y monstruos. Pero un día me tocaron en el punto débil. Me contaron algo que parecía igual de absurdo que las otras historias… PERO. Tenía un punto que algo en lo que yo sí creía. Y es que al lado de la pista de fútbol y baloncesto de cemento rojo, había una zona de arena dura y unos bancos donde se solían sentar las profesoras y las monjas. Ahí si escarbabas un poco, salía tierra roja. Lo que pasa es que las profesoras no nos dejaban hacer hoyos en esa zona, para eso estaba el resto del puñetero patio y no justo la zona de suelo duro donde por cierto, estaban los bancos y paseaba la gente sin ganas de meter el pie y romperse un tobillo en el agujero que hubiera hecho un mocoso. O no. Porque alguien extendió el rumor de que si escarbabas lo suficiente, aparecía el diablo. Y por eso, obviamente, no dejaban hacer prospecciones ahí.
Así que sabía que no podía ser, que era una más de las patrañas que se contaban entre mis infantiles compañeros… PERO. ¿Y si no? ¿Y si era verdad? ¿Y si esa remotísima posibilidad era verdad y yo me iba a quedar sin descubrirlo?
Y un día decidí comprobarlo. Y me puse a hacer un hoyo. Un hoyo estupendo y muy hondo. O lo que a mis diminutas manos les parecía muy hondo. Hasta que una monja vieja me descubrió en mi empeño y se acercó.

  • Niña, no escarbes ahí.
  • Sí, tengo que hacerlo.
  • Pero vete a otro sitio, por aquí pasa la gente y se pueden caer.
  • Ya, pero es importante.
  • Niña, deja de cavar.
  • No.
  • ¡¡Pero bueno!! ¿Se puede saber qué buscas?
  • Al demonio.

Lo debí decir tan convencida, que la monja se fue a buscar a mi profesora, que vino a hacerme desistir. Como los argumentos dialécticos no me sacaron de mi empeño, finalmente me cogieron de la mano y me llevaron a rastras mientras yo repetía obstinadamente que tenía que seguir cavando a ver si se aparecía el demonio o no. pero nadie comprendía mi drama de querer saber y/o demostrar a mis compañeros que eran estúpidos de forma empírica.

Lo intenté varias veces más ante el asombro de mis profesoras, pero nunca me dejaron llegar o bastante profundo para ver si satanás se aparecía de aquella tierra roja o no. Así que aún tengo la duda, qué queréis que os diga.

lunes, 23 de marzo de 2015

mis locuras primaverales

Se me ha terminado de ir la olla. Pensé que iba a aguantar hasta la menopausia par ser la loca que he pronosticado muchas veces, pero mira, ya que tengo las hormonas como unas maracas, pues para qué esperar.
El caso es que el otro día recogí un mueble de la basura. Yo iba a comprar con mi carrito (lo del carrito es importante para ser una loca de la pradera, no sé por qué, pero es un grado más en el nivel de chaladura) y lo ví apoyado contra los cubos. Era una especie de estantería con unas molduras monísimas. Me quedé mirándolo y dudando un poco. Me gustaba mucho, y obviamente era gratis. Pero empezar a recoger basura a los treinta es un poco chungo. Al final decidí ir a comprar y si a la vuelta seguía ahí, me lo subiría a casa.
Me di cuenta de lo mucho que quería ese mueble cuando compré a toda prisa para que no me lo quitaran. Y cuando empecé a ponerme triste porque de lejos me pareció que no estaba donde lo había dejado. Y desde luego, cuando me llevé la alegría del día al comprobar que sí estaba esperándome. Así que lo cargué en mi carrito de loca y me lo llevé a casa.
Lo he lijado y tengo que pintarlo, pero estoy esperando a que deje de llover para poder trabajar en la terraza.
Y el caso es que con la excusa del mueble recogido de la calle, me dio por pensar que estoy un poco aburrida de mi casa. Todos los años me pasa igual, que me da la chaladura por estas fechas y me pongo a limpiar, a ordenar, a cambiar las cosas de sitio... el año pasado hasta me lié la manta a la cabeza y pinté el salón. Ahora me ha dado por los muebles. Y es que mis muebles son muy normalitos, de esos aburridos que tiene todo el mundo porque son baratos y tú los compras, tú los llevas, tú los montas y encima, tú los pagas. Así que creo que voy a pintarlos, empapelarlos, dibujarles flores o lo que sea que se me ocurra.
Mi madre me mira horrorizada cada vez que le cuento una de mis nuevas idas de olla. Creo que se teme que así desde luego, no va a haber forma de casarme nunca. Y me manda enlaces de tiendas de muebles, como el de Homy, que a ella le gusta mucho para que al menos me haga una idea y vea cosas monas y no me ponga a hacerlo todo a lo loco, que yo soy capaz de terminar con la casa como un circo ambulante.
También tengo que cambiar la celosía que tengo en la terraza para que no se caiga ni se escape Ron porque se ha roto una parte. El otro día se lo conté al Niño y el pobre no se molesta en contradecirme porque sabe que es peor, pero sé que en el fondo le dan los males de imaginarme taladrado piedra y haciendo cemento. Y eso sin contar con cuando le espeté que voy a pintar el baño de magenta. Creo que por suerte ni siquiera sabe lo que es el color magenta, así que una de estas veces vendrá y se encontrará con el susto.

En fin, dicen que la primavera la sangra altera y a mí me da por el síndrome de tunear la casa. Aquí cada loco con su tema.

jueves, 5 de marzo de 2015

La tabla de la salvación

El otro día mi padre vino tan contento del banco. Que ya es raro. Traía dos cajitas.

  • Mira lo que me han regalado.
  • ¿Qué es?
  • No tengo ni idea. - pero las cosas gratis siempre animan, claro.
  • Anda, mira, es un cargador de móviles portátil. - dije al abrirlo.
  • Ah, ¿y para qué sirve?
  • Para asar patatas, como su propio nombre indica.

El caso es que me quedé uno y el otro se lo dí a mi madre, que al menos por el nombre sí intuyó para lo que podía utilizarse.
A mí el invento me parece un poco una chorrada porque por poco que duren las baterías de móvil es cuestión de ser un poco previsor, pero oye, ha sido gratis y eso está bien. Seguro que en algún momento me termina sacando de un apuro.

Ayer se lo enseñé al Ross. Él lo abrió y se puso a curiosear las instrucciones para ver no sé que de los vatios, los voltios o los newtons, ni idea. El Ross y sus cosas. Pero luego se empezó a reír. Y empezó a leerme en alto. Al principio estallé en carcajadas porque hacía como tres días que no era capaz ni de sonreír y de repente me hizo gracia algo. Luego lo pensé y es un tema muy importante que le puede cambiar la vida a cualquiera. 
En las instrucciones había un apartado de “solución de problemas” que os transcribo tal cual. Añado la foto al final, pero es muy pequeña y no se vé nada bien. Ojo al asunto:

PROBLEMA
POSIBLES CAUSAS
SOLUCIONES
El power bank no se carga del todo
No se ha cargado suficiente tiempo
Cargar el power bank durante 5 o 6 horas
El power bank no proporciona energía a los dispositivos
1. tiene poca carga
2. mala conexión
3. conector incorrecto
1. recargar el power bank
2. compruebe las conexiones
3. use el conector correcto
Un dispositivo no se carga del todo con el power bank


Se ha agotado la carga del power bank
Recargue el power bank

Yo aquí lo que veo clarísimo es que la vida es que te cagas de fácil y si la complicas es, obviamente, tu puto problema porque todo se podría ajustar en esta tabla y ahorrar una barbaridad en ansiolíticos y dolores de cabeza. Veamos:

PROBLEMA
POSIBLES CAUSAS
SOLUCIONES
Soy pobre
No tiene suficiente dinero
Gane más dinero
Estoy muy enfermo
Ha contraído una enfermedad
Cúrese
Tengo hambre
No ha comido suficiente
Haga más comida


Como veís, no me he ido a lo fácil, que he puesto tres problemas bien gordos. Y de pronto, tachán, la respuesta. Así que la todo era la hostia de fácil y nosotros aquí complicándonos la vida. Menos mal que ha venido el Ross a mirar las instrucciones porque me ha abierto los ojos un mundo nuevo sin preocupación alguna.

En fin, os animo desde ya a hacer una tabla de estas y dejar que vuestra vida fluya entre la felicidad y la calma de que no hay problema sin sencillísima solución a la alcance de la mano.