Nunca he creído en ese rollo de que los mejores polvos son los de reconciliación. Si he tenido una bronca monumental contigo, van a pasar días hasta que me apetezca abrirme de piernas y que tú estés en medio. Así, como dato.
Sin embargo, contando con que no hablo de personas, ni de broncas, ni de polvos, estoy en etapa de reconciliación. No sé bien por qué. Tampoco sé qué era lo que me había llevado a estar distanciada de esas cosas, pero por alguna razón había ocurrido. Y benditos acercamientos que rompen el hielo y sacuden la escarcha de los corazones en mitad de este Madrid que sigue blanco y congelado. Gracias a la Filomena y a su manto de nieve que aun no deja transitar las calles de mi barrio, me he encontrado con dos semanas de vacaciones de mis clases que no esperaba, pero que francamente, ahora veo que necesitaba. Me están viniendo de lujo y los estoy disfrutando por primera vez en años.
Hace dos meses que la yaya se fue al cielo. Aún no me he reconciliado con la idea, pero ya voy aceptándola. Y me voy reconciliando conmigo misma tras semanas de un dolor tan horrible que me impedía respirar.
Eso incluye las croquetas. Sólo una vez en mi vida las intenté hacer y me quedaron fatal. De hecho, no llegaron a ser croquetas porque la maldita bechamel se quedó tan líquida que era imposible moldearla. Al final fue lasaña. En cualquier caso, no volví a intentarlo. Para qué, si me las hacía la yaya. Como la tortilla de patatas, que nunca la hice porque para eso la tenía a ella. Pero en noviembre la yaya se fue y yo me quedé sin croquetas, sin tortilla y sin uno de los mayores apoyos de mi vida. Y no puedo recuperar nuestras conversaciones por la tarde, ni sus anécdotas, ni contarle las cosas que sólo le contaba a ella. Pero puedo hacer croquetas y tortillas. Las primeras veces que las hice lloré como una magdalena todo el tiempo. Ahora las hago y “hablo” con ella mientras tanto. La siento extrañamente cerca mientras el pan rallado se acumula entre mis dedos pringosos. Y no, no me salen como a ella, pero al tiempo. Jamás nada ocupará su lugar, pero me enseñó a vivir hasta en las condiciones más adversas con alegría. Y por ella que voy a hacerlo. Se lo debo. Por eso escribo esto con las lágrimas saltándome a los cristales de las gafas, pero el corazón me sonríe. Porque como le juré la noche antes de que se fuera, ella y yo siempre estaremos juntas.
También me he reconciliado con la lectura. Yo de pequeña devoraba libros. Tanto, que pasé demasiado pronto a la literatura adulta por el simple motivo de que se me acabaron los libros infantiles y mis ansias lectoras cogían todo lo que había por casa, que por suerte era mucho. Y fue así hasta hace unos años, que por alguna razón mi cerebro se cerró. No me apetecía leer nada, no me enganchaba, no lo disfrutaba. Y a regañadientes no puedo hacer cosas. Así que me pasé años en los que sólo leía de forma esporádica. A veces ha habido libros que me han gustado mucho, pero mi ansia terminaba con la última página. Sin embargo también lo retomé con la marcha de la yaya. Las tres noches que pasé con ella en el hospital me ayudó a no volverme loca el poder leer durante horas y horas. Era un libro de Marian Keyes, ni siquiera recuerdo cuál. Pero me ayudó a pasar esas horas infernales mientras le daba la mano a mi yaya que estaba ya más en el otro mundo que en este. Y desde entonces he leído bastante. Me refugia del mundo meterme entre líneas de letras que sirven de escudo ante un presente como mínimo, raro.
Ahora, como consecuencia de una serie de Netflix, me he enganchado a las novelas de los Bridgerton. Leo como cuando era cría, hasta las tantas de la mañana, me llevo el libro al baño, a la cocina, leo mientras como y mientras fumo un cigarro en la ventana. Leo por la noche y después de comer y después de desayunar y si alguien me habla, sólo pienso que me está quitando tiempo de seguir leyendo. Llevo cuatro novelas en poco más de una semana. Soy una enferma. De hecho, estoy escribiendo esto y pensando que a ver si lo termino de una puta vez y me puedo poner a leer. Y sí, es novela facilona y predecible, pero me hace sentir bien. Y eso ya es bastante en estos momentos. Estoy hasta el gorro de los elitistas de las cosas que creen que para que algo valga la pena tiene que ser tortuoso, complicado y coñazo. Vete a leer a Nietzche y pégate un tiro, pero a mí déjame bailar en el Londres decimonónico con afables caballeros en levita.
Por último, me he dado cuenta de esta época de reconciliación gracias Bruce Springsteen. Siempre me había gustado pero por alguna razón, hacía años que no le escuchaba. Sabe Dios por qué. Pero el otro día en ese estúpido reproductor de canciones aleatorias que tengo en el cerebro sonó Glory Days. Tanto y tan fuerte que me la tuve que poner mientras me duchaba. Y de repente la voz de Springsteen me hizo sonreír y bailar en el baño. Hacía tiempo que no hacía. Y me sentí bien. Así que he retomado lo mío con él. Que además, cómo no me iba a gustar, si un tío que puede bailar y sonreír mientras canta como lo hace él ya tiene media polla dentro. Mirad el vídeo de Glory Days. O el de Dancing in the dark. Os juro que me se me retuercen los colmillos con esos vaqueros ajustados.
Me estoy desviando, que en un solo post lo mismo hablo de mi yaya moribunda que del movimiento de caderas del Boss. Quizás esto pasa por escribir tan poco, que ahora se me amontonan las cosas que decir. Igual me vuelve a dar también una racha de escribir a lo loco, quién sabe. Yo soy muy de obsesiones pasajeras pero intensas. Tengo una conducta un tanto compulsiva cuando algo me interesa, pero también soy de atención dispersa, así que vaya a saber.
En cualquier caso, feliz año. No es que de momento el 2021 lo esté poniendo fácil para que le cojamos cariño, pero no vamos a rendirnos tan pronto. Cuidaos, cuidad a los vuestros y sólo pidamos salud, que nunca fue tan importante.
hola naar, siento mucho lo de tu abuela. :( me consta lo unida que estabas a ella. siempre te quedarán sus buenos recuerdos.
ResponderEliminara mí también me ha pasado mucho eso de reconciliarme con grupos y artistas que me gustaron en alguna etapa y mi vida, y luego tuve olvidados por lo que fuera.
abrazos!!
Siento lo de tu yaya, seguro que la has disfrutado un montón, y siempre estará en tí.
ResponderEliminarEste tiempo tan raro que estamos viviendo nos hace reconciliarnos con cosas, yo me he reconcilidado con la vida blogger jajajajaa. Besines
Muchas gracias por compartir tanto con nosotros. Un saludo
ResponderEliminarTe mando un besote gordo, voy ahora mismo a ver ese video del Boss :) MUAS
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