Hoy se han acabado mis primeras vacaciones del año y tengo la sensación de no haberme movido apenas del sofá. No me he encontrado con ánimo ni con fuerzas ni con nada. Yo qué sé. De vez en cuando vienen los demonios a cobrar sus cuentas y yo soy pésima pagadora porque me paso la vida en huida hacia delante.
Ron sigue aquí conmigo, apoyado en mi cadera mientras escribo, gordo y feliz. Es lo bueno de ser gato, te importa una mierda el futuro, te atormenta una mierda el pasado y la mayor parte de las palabras significan una mierda para ti. Así que mientras su enfermedad me pasa factura a mí, a él se la viene sudando bastante. Sé que estamos en una cuenta atrás, pero mientras él se encuentre bien, pues seguiremos adelante y le diremos a la muerte “not today”. Y esperaremos un día más de regalo.
Pero el caso es que yo no estoy muy
bien. Las hormonas empiezan a pasarme factura también y eso sumado a
los nervios, el estrés, la ansiedad por lo de Ron y por más
cosillas que no vienen al caso, pues... mal. Y hoy mientras conducía
dando una vuelta bastante tonta para ir a comprar comida a Ron, lo
pensaba. La gente “normal” (si es que existe eso) se suele dar
cuenta de que está mal porque se siente triste o irritable o algo.
Yo no. Yo me doy cuenta porque lo primero que hago es empezar a
pensar demasiado mucho bastante con frecuencia a veces en el dueño de mis
sábanas. Maldita la hora que le puse ese nombre. Debería explicar
también la teoría de mi querida Antoña y admitir que el nombre es
parte de su atractivo sexy porque la palabra sábanas es como muy
sensual y erótica, se desliza por la lengua y se enreda sola en los pensamientos. Quizás
debería evolucionar al dueño de mis tapetes de ganchillo y así la
cosa bajaría de grados. En cualquier caso, decía que me da por
pensar en él. ¿Y por qué? Pues porque es como una válvula de
escape. Él no tiene nada que ver con nadie más de mi vida. No está
relacionado con mi día a día, con mi rutina, con mi mundo real.
Estar con él un rato es... desconectar de todo. A veces hasta de mí
misma. Sobre todo de mí misma.
Por eso cuando estoy mal, incluso antes de darme cuenta, me da por pensar en él. Como un mecanismo de autodefensa. Como una alarma de “tía, desconecta un rato que se te está sobrecargando el sistema”. El problema es que luego no es tan buena solución ni es tan inocuo el asunto, pero eso es tema para otro día.
Esta mañana mientras conducía, como decía dando un rodeo bastante tonto por culpa de la verbena de San Isidro, he intentado pensar en las otras formas que tengo de encender la luz de alarma de que no estoy bien además de querer llamar al innombrable de la ropa de cama. Una de ellas es mirar páginas de potingues y maquillajes que no me compro, pero curioseo. Otra es leer de forma obsesiva como si el libro fuera un escudo ante el mundo y mientras estoy en en Prythian o en Mundodisco o en Atlantia no pudiera pasar nada malo en el estúpido Madrid porque já, yo estoy lejos y nadie puede verme. Es una reacción muy madura, lo sé. Quizás un dato interesante sea que en dos semanas de vacaciones me he releído por completo la saga de ACOTAR, además de cinco libros de Mundodisco, el último de Sarah MacLean y dos de Jennifer Armentrout que tenía por ahí.
También he llorado un poco a lo tonto, me he quedado en casa sin hacer nada, me he pasado las mañanas durmiendo y las horas enteras abrazada a Ron diciéndole cosas mientras él ronronea encantado de la vida de recibir montones de mimos y de comer todo lo que quiere.
Y he pensado muchas veces en una conversación que tuve hace un par de meses o tres con el dueño de mis fundas para los cojines en la que me dijo que podía ofrecerme “comprensión, empatía, inteligencia emocional y algo de experiencia” (sic). Luego añadió cosas que nos llevarían de nuevo a lo de las sábanas, así que nos vamos a quedar con lo primero. Y he pensado varias veces utilizarlo como si fuera un vale. Decirle “oye, tú, me debes un día de empatía y comprensión, dámelo que lo necesito.” Pero algo me dice que las cosas no funcionan exactamente así. De todos modos, no descarto nada si mi salud mental sigue tambaleándose y ni siquiera surte efecto mi famoso mantra “cálmate mongola que en realidad no te pasa nada”.
En cualquier caso mañana vuelvo a trabajar. A ver cómo gestiono el asunto de la ansiedad y la agorafobia después de dos semanas de no salir o no alejarme de casa más de lo necesario para ir a por el pan. Espero que me venga bien y me ayude a avanzar un poco. No sé hacia donde, pero avanzar.
Y recordadme también que si todo lo demás falla, puedo volver a escribir. Escribir mierdas sin sentido como esta, pero escribir. Que es lo que me ha salvado siempre y quizás pueda hacerlo una vez más.
De mierda sin sentido nada, tiene todo el sentido. Y sí, por favor, escribe, que lo haces requetebién, me encanta. ¿En qué estaría yo pensando para alejarme tanto tiempo del mundo blog? ¿En qué están pensando los otros que también se han ido y todavía no vuelven? Ainsssss. Bueno, si te sirve de consuelo, esto de la ansiedad y la preocupación por nuestro gato (los míos son coetáneos de Ron y tienen una pila de años ya) lo compartimos muchas. Un besazo.
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