Mis padres son peculiares. Siempre lo he pensado, pero según va pasando el tiempo, me voy dando más cuenta de sus rarezas.
El otro día, por ejemplo, se fueron por la tarde a comprar un melón. A pesar de vivir en la ciudad más grande de España, mis padres no encuentran una frutería que les guste. Y la única que medio les convence está muy lejos. Pero da igual, allá que se fueron a la busca del melón. Extrañamente, tras recorrer siete fruterías, no hubo melón que les convenciera. No sé exactamente qué espera mi padre de una fruta, pero al parecer es más exigente a la hora de comprar un melón que para ninguna otra cosa.
Dada su frustración, vinieron a mi casa, se acoplaron en la terraza, se trincaron dos cervezas, se comieron una bolsa de bocabits, mi padre se fumó dos cigarrillos de liar que se dejó Anita en su última visita (acompañados de anécdota al respecto de liar tabaco en los setenta) y se fueron.
Como yo ya estoy acostumbrada, esto me parece lo más normal y rutinario del mundo.
Ayer, por el contrario, fui yo a buscar a mi madre a su casa para dar un paseo. Me la encontré planchando algo diminuto.
- No te lo vas a creer, pero encontré mi Barbie en casa de los yayos y me la he traído. – me espeta. – Mi Barbie, fíjate, que me la trajo el tío Nosecuantos de América. Me la regaló por mi cuarto o quinto cumpleaños, cuando en España no había Barbies.
- Pues ahora valdrá una pasta, fijo.
- Me da igual lo que valga. La he lavado el pelo, le he dado su suavizante y todo y mira qué mona ha quedado. Tengo su vestido de novia en remojo y su ropa de esquiadora tendida.
- …
- Y estoy planchando su traje de chaqueta.
- Muy bien todo, mamá. Escucha, mañana…
- ¿Sabes? Como tú jugaste con ella de pequeña estaba metida en una bolsa. Así, como lo haces tú todo, hija, a lo bruto. Mi pobre Barbie, con el pelo enmarañado y hecha un desastre. Y no encuentro su traje de baño, pero claro, nena, con lo desastre que tú eras, lo mismo lo metiste en cualquier sitio o lo perdiste o vete a saber qué.
- Sí, mamá, ya lo sé, llevo toda una vida luchando contra mi propio desorden y voy perdiendo. Escucha, mañana viene el niño chico y…
- ¡¡Miiiiira!! – canturrea mientras rebusca en una caja. - ¡¡Los zapatos de fiesta!! Estos no los perdiste, menos mal. ¡Y las sandalias!
- Mamá, no me escuchas. En serio, mañana viene el niño chico y…
De pronto levanta la cabeza despeinada de su caja de mierdas de la Barbie y me clava los ojos verdes como si no me hubiera visto llegar hasta ese momento.
- ¿Estás segura de que no es un loco zumbado de esos que te gustan a ti? No sé si me fío de este asunto, nena. No me fío de los hombres en general, pero es que los que tú eliges… en fin, qué te voy a decir. No sé de dónde has sacado ese gusto por los hombres tan… malos. – para mi madre “malo” es lo peor que se le ocurre decir de alguien.
- No es “malo”, mamá, es un chico muy…
- Huy, mira lo que hay aquí, jejeje. Un vestido de tu Barbie de cuando eras pequeña. Está nuevo, claro, porque no sé por qué no te gustaba jugar con la Barbie. Lo esturreabas todo por ahí, por el suelo y luego pasabas del tema. Mira qué ochentero, con su volante y todo. Pero lo que te decía, ¿tú crees que es buena idea que se quede en tu casa?
Mi madre es capaz de hablar de veinte cosas a la vez y perderse en sus propias divagaciones. Además, contando con que el niño se ha pasado gran parte del verano en casa, no sé cómo explicarle que simplemente me he cansado de mentir, pero que a estas alturas sé convivir mejor con él que con ella misma, aunque me haya parido.
- Mamá, no es un zumbado, en serio. No me pega, no me explota, no quiere cambiarme por camellos y llevarme a un país exótico y lejano… en serio, es un chico normal y corriente.
- ¿Normal y corriente? No me gusta. Tú te mereces alguien especial, alguien que te haga sentir algo maravilloso, que sepa lo que tú vales y que… ¡andaaaaaa! ¡Pero si este traje lleva una boina a juego! Mira qué monada, no me digas.
- Sí, muy bien. Mamá, normal en el buen sentido, en el de que no es un pirado como tú crees.
- Bah, todo el mundo está loco. Y tú a este chico no lo conoces, nena, no puedes saberlo. Igual es un… un…
- ¿Un loco que coge muñecas antiguas y pasa hora atusándoles el pelo y poniendo a punto sus vestiditos?
- O… o que te ate a la cama y no te deje salir.
- Eso no suena tan mal, ¿sabes? Y créeme, por lo que conozco al niño, te aseguro que la loca de la relación soy yo. Y la familia loca, también es la mía.
- ¿Le gusta la ensaladilla rusa? Tengo un taper enorme para que te lleves y os lo podéis cenar mañana. Total, seguro que es gordo, como todos tus exnovios.
- No, no es gordo. No es naaaaaaada gordo. Está muy, pero que muy… bueno delgado.
- ¿Qué no es gordo y no está loco? ¿Estás segura de que te gusta?
- Sí, bastante.
- Ay, hija, qué rara estás últimamente, en serio.
Manda huevos, como dijo Trillo… manda huevos.