domingo, 19 de julio de 2015

Las fases del duelo (cosas que están mal 2)

Todo el mundo sabe lo de las fases del duelo. La negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Hay quien pasa más tiempo en unas que en otras, hay quien se salta alguna. La psicología no es una ciencia exacta, las personas no somos una ciencia ni somos exactas. Somos una amalgama de puñetas que apenas sabemos manejar.
Cuando mi madre me dijo la otra anoche que había muerto AD, el chico guapo, lo primero que hice sin darme cuenta, fue negarlo. Seguro que era un error. Una confusión. No hombre, no, cómo iba a haberse muerto. Seguro que era un malentendido. Quizás hubiera tenido un accidente, sí, pero lo habrían exagerado y al final había llegado una información aumentada y sacada de quicio.
Luego vi que en facebok la gente de Pueblodelsur empezaba a poner lazos negros en el perfil. Mi madre me confirmó que era verdad. Y entonces me cabreé. Estúpido guapo, mira que morirse. Si es que por algo me caía gordo. El muy memo. Se muere y me da de bruces con todos mis miedos, mis obsesiones, mis debilidades.
Pero esta mañana me he levantado con una sensación más oscura, más sombría, más fea. He pasado casi toda la tarde llorando. Sé que quizás no tenga motivos. No éramos amigos ya, no teníamos apenas trato. Pero joder, qué pena. Qué tristeza tan grande. Y de pronto, me gustaría verle una vez más, verle sonreír y decirle hasta luego, como cuando me cruzaba con él. Mirarle con su niño en los hombros y pensar, “joder, qué mayores nos hemos hecho”. Verle, tan gordo y tan mayor, y hacer el esfuerzo de recordar a ese niño delgado y con una cara bonita que se paseaba por la casa de mis abuelos adoptivos con aire de superioridad.
Hoy no he dejado de recordar anécdotas. Y yo que pensaba que no las tenía. Ayer sólo podía acordarme de cuando me montó en la moto. Hoy me he acordado de otras muchas. De cuando me enfadé con él porque se metió en mi cuarto de casa de los abuelos y cuando salí de la ducha y llegué envuelta en la toalla me lo encontré tan ancho, sentado en mi cama y ojeando mis revistas. Le saqué a voces mientras él se reía de mí. Me he acordado del día que me subió la cremallera del vestido porque mis titas no estaban y me pasó la mano por la espalda. De cuando me ayudó a montar un cumpleaños a mi madre y vino a mi casa cargado de bolsas de bebidas y comida, charlando conmigo y enseñando a los niños a gritar sorpresa cuando ella entrara. De cuando nos sentábamos en su puerta por la noche a jugar con mi nintendo y nos íbamos turnando una vida del Super Mario. Nos poníamos muy cerca, para ver cómo jugaba el otro. Apoyábamos las cabezas juntas, los hombros pegados. Y nos echábamos la bronca. Eres tonto, tío, te han matado en seguida y has perdido la seta grande. Así no, mujer, quita que ya lo hago yo. Oye, tramposo, no vayas a jugar dos vidas seguidas.
Recuerdo que cada dos por tres salía a la calle supuestamente recién salido de la ducha, pero perfectamente peinado, con la toalla a la cintura, oliendo a colonia para toda la calle y que lo hacía para lucirse por muchas excusas que pusiera. Que íbamos en bicicleta por las tardes al monte un grupo enorme de chavalillos, con bocatas y cocacolas y él siempre iba delante, con su bici de montaña. Pero a cada poco daba la vuelta para ver si los más pequeños iban bien. Se desvivía si alguien se caía. Ayudaba a las crías a cruzar las zonas con piedras. Nos daba ánimos y hacía montones de bromas. Cuando parábamos a merendar siempre contaba chistes, cantaba, inventaba tonterías y nos hacía reír. Y se reía él.
De repente recuerdo muchas cosas. Y siempre una constante, su risa. Es verdad que se lo tenía creído, es verdad que me molestaba muchas veces, es verdad que a ratos estábamos hasta el gorro el uno del otro. Pero nos reímos mucho juntos. Y ahora me está haciendo llorar por primera vez en la vida.
Y si pudiera, si sirviera de algo, trataría de negociar, claro. Entraría en esa etapa gustosamente, llegaríamos a un acuerdo para poder volver a verle por el pueblo, paseando tan tranquilo y decirle hasta luego. No pediría más. Sólo como los últimos años, un saludo breve, una sonrisa, un movimiento de cabeza. Un “eh, nos conocimos, vivimos los mejores veranos de nuestra vida juntos”. No me haría falta decirle que claro que me gustaba, aunque nunca se lo demostrase y eso le enfadara. No querría explicarle por qué los guapos de turno me enfadan y a veces su chulería me sacaba de quicio. No le diría que con 13 años escribía cosas con él de protagonista. No le diría que me hizo feliz la vez que me yendo con mi prima se paró a saludarme y a hablar conmigo y me dio un beso en la mejilla, haciéndola saltar de la envidia. No le diría que me alegro de haberle conocido, que sé que a pesar de nuestras diferencias nos apreciábamos, que fue un gusto tenerle de vecino fastidioso en la adolescencia. No le diría que joder, me duele su pérdida más de lo que nunca hubiera pensado. No, para qué. Sólo hasta luego y una sonrisa. Negociaría por eso, pero no hay con qué.
Y mientras lo acepto del todo, estoy triste. Claro que sí, claro que lo estoy. Me han quitado un pedazo de infancia. Y así sin avisar. Sin el consuelo de que ya no sufre ni esas mierdas que se cuenta uno para mitigar el dolor. No, aquí no hay consuelo. De repente, crack. Un segundo y al carajo. Un segundo y falta un pilar en el pueblo y aquello se hunde por momentos. Un segundo y el verano deja de tener tanta luz y todo se pone más gris, más feo. Un segundo y me doy de morros con un montón de recuerdos que ni sabía que tenía. Un segundo y me tengo que poner delante del espejo para reconocerme, para tratar de encontrarme, para saber que yo sigo aquí y otros se van, aunque no sepa la razón de lo uno ni de lo otro. Quizás lo acepte cuando vaya la próxima vez y al girar la esquina para entrar a mi garaje no estés sentado en la puerta de tus padres como cada tarde. O quizás lo siga negando pensando que igual estás en tu casa con tu mujer o en el bar con tus montones de amigos que hoy lloran desconsolados. De momento, desde aquí, sólo estoy triste.

Así que AD, aunque no eras de redes sociales porque para eso tenías todo un pueblo y varios bares en los que gastar el tiempo con amigos de verdad, estoy bastante convencida de que en el cielo hay algo parecido a internet. Si te aburres y llegas a este blog, quiero que lo sepas. Eras un coñazo de vecino, me hacías rabiar colándote en mi cuarto, robándome las zapatillas y haciéndome correr descalza por la calle detrás de ti. Me dabas por saco con tu guapismo subido y me quitabas la nintendo. Pero no tenías que morirte. Tenías que seguir criando a tu hijo, que te tenía loco de contento con lo niñero que eras. Tenías que seguir cantando en la comparsa cada carnaval y saliendo cada semana santa con tu cofradía. Tenías que seguir riendo. Tenías que envejecer y ser un anciano adorable y divertido como tu abuelo al que yo conocí. No tenías que dejar a todo el pueblo dolido, roto, con un vacío inexplicable e irremplazable. No tenías que darme esta bofetada de realidad, de miedo, de angustia, de joder cómo se explica esta mierda. Porque todo esto no está nada bien. Está mal. La hostia de mal.


6 comentarios:

  1. Y yo aquí llorando como una mona sin conocerle. Ya te vale, tía. Y a él también, por irse así, que como tú dices, eso no se hace.

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  2. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estamos, guapa. Un beso muy grande.

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  3. Complicado leer esto sin llorar. Y mira que siempre me río una barbaridad contigo...
    Creo que es la entrada más bonita que te he leído. Una carta preciosa que ojalá encuentre al destinatario en el cielo.
    Y los que os quedáis... que encontréis el consuelo.

    Un abrazo

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  4. Qué pena, tía...

    Hace poco falleció una persona con la que me llevaba fatal y lo único que pude decir fue: "qué lástima, aquello sí que eran discusiones de categoría"... y lo sentí por su hija.

    Santa putada la muerte...

    Besos

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  5. Me parece precioso cómo explicas una muerte tan cercana y de esas que “no tocan” y que por eso joden más. Haces sentirlo como algo propio.

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  6. Es una desgracia cuando pasan estas cosas.
    Lo siento mucho.
    Un beso.

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