Hace un año y unos meses olí las mimosas pensando en ti. Quería tener la mente positiva, quería
creer en los finales felices, quería pensar que todo iba a salir
bien. Quería creer en los poderes milagrosos de los buenos deseos.
Quería, a pesar de que en la boca del estómago, en el mismo sitio
donde a ti te descubrieron el cáncer, yo tenía una mala sensación.
Esta primavera volvieron a salir las
mimosas, volví a olerlas y me acordé de esos días. De las malas
noticias, del hospital, de los buenos deseos que no sirvieron de
mucho. Pero las mimosas habían salido de nuevo y tú seguías aquí.
Y pensé, a pesar de saber lo que ya sabíamos, que a veces la vida
se resiste a la muerte. Que a veces, todo es cuestión de volver a
ver cómo llega la primavera una vez más.
Ahora las mimosas se han secado y tú
te has ido.
Casi nunca me han caído bien las
amigas de mi madre. No sé por qué, pero es así. A algunas les he
terminado tomando cariño, a fuerza del tiempo, a base de ver que
eran buenas con ella o le hacían feliz. Otras me siguen cayendo
fatal. Pero contigo fue distinto. Había algo en mí que te recordaba
a ti misma de joven. Y había algo en ti que me hacía verme
reflejada. Por eso, a parte de amiga de mi madre, también lo eras un
poco mía. Cuando quedabais todas a comer y yo me apuntaba, casi
siempre nos sentábamos juntas. Me divertían muchísimo tus
comentarios por lo bajini. Tu finísimo sentido del humor, tu
sarcasmo, tu carácter aparentemente seco. Tu manera de pasar de
todo, de que te importara un pito la opinión del resto. Nos reíamos
del mundo sin que nadie lo entendiera del todo.
Y nos comprendíamos. De verdad que sí.
Tú te casaste jovencita y luego tuviste que echarle a la calle y
poner el vestido de novia en la basura. Me lo contaste cuando yo eché
al desequilibrado. Fuiste la única con la que fui honesta del todo,
a la que dí detalles, con la que no me costó hablar. Porque tú me
entendías, eras la única que no me ponía cara de pena, que no
hacía preguntas absurdas o que me juzgaba. Tú te separaste más o
menos a la misma edad que yo, pero en peores épocas, bajo peores
circunstancias. Y por eso encontré tanta comprensión, tanto apoyo,
tanta complicidad. Tu vestido de novia en la basura, cómo nos reímos
las dos como tontas cuando me lo contaste ante la mirada atónita de
otras.
A veces pensaba que eras la única que
me entendía. Porque éramos las únicas que vivíamos solas, éramos
las únicas “solteronas”. Tú sabías, lo hablamos mil veces, que
cuando te acostumbras a la soledad, se hace casi imposible volver
atrás. Que el primer día que coges el taladro te cagas de miedo,
pero cuando consigues hacer el agujero te sientes invencible. Y
después de eso, después de montar muebles, después de hacer lo que
quieres y ser la única responsable, después de que nadie te
contradiga, ni te cuide, ni te acompañe, ya no hay vuelta de hoja.
Ya no vuelves a ser la misma. Y la gente te dice que eres muy dura,
que tienes mala leche, que tienes demasiado carácter. Y recuerdo tu
mirada cuando a alguna de las dos nos decían eso. Me mirabas,
sabiendo que aunque nos separaban 30 años, éramos las únicas que
lo entendíamos. Porque éramos las únicas que lo habíamos vivido.
Y las mujeres fuertes, curtidas en mil batallas, apaleadas hasta los
huesos y que se han recompuesto solas, nos reconocemos sólo con
levantar una ceja. Por eso eras amiga de mi madre, pero también eras
mi cómplice, mi camarada.
Te vi por última vez en el hospital,
cuando aún te estaban haciendo pruebas. Cuando aún estabas como
siempre. Tenías tu ordenador, tus libros, tus apuntes de la clase de
historia del arte de mi madre. Todo desparramado por la habitación,
porque te aburrías. Charlamos con naturalidad. Me diste la gracias
por la visita, por el rato de conversación, por que ese rato te
habías encontrado mejor. Y te di un abrazo y dos besos, en medio de
bromas, porque igual que a mí, los besuqueos te ponían de mala
leche. Pero esa vez nos los dimos. Y fue la última. Porque no has
querido que nadie te viera demacrada por la quimio y la enfermedad.
No has dejado que te visitáramos en un año entero. Y quiero que
sepas, que aunque de forma egoísta me hubiera gustado verte, siempre
lo he entendido. Y te he defendido, he sido la única en defender tu
decisión, en pelear con todo el mundo, en darte la razón. Era tu
derecho. Y yo, una vez más, lo comprendo.
Mañana tengo que ir al tanatorio. Por
eso me estoy despidiendo aquí y ahora. Para llorármelo todo hoy y
no hacerlo mañana. Para que quede entre nosotras, como tantas cosas.
Para que una vez más, nos entendamos y le enseñemos el culo al
mundo.
Te echaré de menos. Te llevo echando
de menos un año. Y lo seguiré haciendo.
Ahora las mimosas se han secado y tú
te has ido. Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve, amiga.
Lo siento mucho Naar. Ha sido un post precioso y muy triste al mismo tiempo.
ResponderEliminarUn beso
lo siento muchísimo, naar. qué pena que se vayan los mejores.
ResponderEliminary sí, un amigo/a que cuando le cuentas algo no te juzga ni pone caritas, no tiene precio.
un beso grande.
Lo siento mucho. Bellísimas palabras que le has dedicado. Un besote muy gordo.
ResponderEliminarLo siento mucho, a veces la vida es una mierda.
ResponderEliminarLo siento mucho Naarcilla, asco de cáncer.
ResponderEliminarUn beso
Ufff que difícil es enfrentarse a la muerte y sobretodo a que personas como ellas sean arrebatadas. Un abrazo.
ResponderEliminarLo siento.
ResponderEliminarSabes? Estoy segura que se fue sintiendo haber cumplido con su misión en este lugar de paso. Dejó varias huellas (de las buenas) y una de ellas en ti. Salta a la vista, que conocerla te ayudó y te está ayudando mucho. Ojalá todos nos fuésemos sabiendo que nuestra existencia ha servido para hacer bien en la existencia de otros.
Un abrazo