Sabéis que me gusta mi trabajo. Lo
digo muchas veces, no me importa reconocerlo. Me gusta lo que hago,
me gusta ser trabajadora social. No gano mucho, no tengo mucho
“prestigio”, no llevo ropa elegante y desde luego, nunca me haré
rica con esto. Pero oye, me gusta.
O casi siempre me gusta. A veces no. A
veces me pasa como a Homer y me pregunto si eso no puede hacerlo
otro.
Y esas veces que no me gusta no es
cuando discuto con el jefe. Ni cuando un abuelo se pone pesado o
enfadado o me cae algún insulto por no dejarles hacer lo que quieren
(generalmente, escaparse). No es cuando la familia se pone pesada o
cuando me llaman a deshora. No es cuando me equivoco y me cae bronca.
Ni siquiera es cuando tengo que hacer papeleos interminables y darme
de bruces una y otra vez contra los muros administrativos. No, no es
eso. Eso me da igual.
Es cuando le coges cariño a alguien y
llega el punto en que no puedes hacer más. Es cuando me siento
impotente. Es cuando veo que un caso se me escapa de entre los dedos
sin remedio. Es cuando, como hoy, me doy cuenta de que no depende de
mí lo que pase con ese usuario que es más que un “usuario” y es
alguien con nombre, apellidos, una historia, un pasado y una sonrisa
que se me hace familiar. Es cuando ese “usuario” me mira a los
ojos y sólo puedo encogerme de hombros y tratar de calmarle con
palabras que yo misma no me creo.
Cuando empecé en este mundo, quería
trabajar con adolescentes y lo hice durante unos años. El día a día
es muy duro, los adolescentes son pura vida y te agotan. Tienen más
energía que tú, son más rápidos, más fuertes y más
inconscientes que tú. Y luchas y luchas y luchas y sólo a veces ves
resultados. Pero crees ilusamente que estás trabajando por darles un
futuro. Que te estás dejando la piel por mejorar a su personita del
mañana. Y cuando ocurre, se te despegan los pies del suelo. Cuando
te llaman y te dicen que tienen un trabajo, que han salido de la
mierda. Cuando te dicen que les diste una oportunidad, cuando te dan
las gracias por creer en ellos. Cuando te dicen que ahora son mejores
gracias a lo que hiciste por ellos. Ese día, la vida merece la pena
con tanta fuerza que casi te da igual lo que pase.
Y no quería trabajar con ancianos
porque no puedes ofrecerles eso. El día a día es más fácil. Son
menos conflictivos, más cariñosos, más agradecidos a primera
vista. Les ayudas a vivir lo poco que les queda un poco mejor, pero
sabiendo que sólo tratas de darles un final más digno. Que quizás,
tu misión es que mueran cómo o dónde quieran. Que sólo puedes
ayudar, paliar, poner parches. Pero que no hay un futuro mejor porque
básicamente no hay un futuro. Y eso duele. Escuece. Y a diario
tratas de no verlo, de quedarte con lo bueno, con sus sonrisas, sus
besos y sus carantoñas y no ver que quizás mañana no estén ahí.
Pero hay días, días como hoy, que nada vale contra el dolor y la
impotencia.
Hoy no he hecho nada de lo que tenía
planeado. No he podido hacer mis informes, ni mis visitas, ni
preparar mis contratos ni nada de nada. Un “usuario” al que tengo
un cariño especial no contestaba al teléfono, ni ha bajado a la
ruta. Como tengo llaves, me he ido a su casa con la enfermera,
dejando a medias todo el trabajo de la mañana. Y ahí estaba, pobre
mío, tirado en el suelo, en un charco de pis, sin ropa, temblando y
con el cuello retorcido entre la pared y la cómoda. Estaba vivo, sí,
pero podría no haberlo estado. Llevaba así horas. Y no, no tiene a
nadie en el mundo. Y si yo hubiera seguido haciendo mi trabajo y no
hubiera ido a su casa, seguiría así, en el suelo tirado, sin nadie
a quien le preocupara. Hemos llamado a la ambulancia y se le han
llevado al hospital. Me miraba mientras le vestía y le lavaba con
una toalla húmeda, con los ojillos medio despistados y me decía que
a dónde íbamos ahora. “Pues al médico, ¿dónde vamos a ir, a la
verbena?”, le digo. Y me sonreía. Cuando se le llevaban en la
ambulancia, le he repetido otra vez que a quién tenía que llamar
si necesitaba algo o si los médicos le preguntaban. Y con los ojos
grises de cataratas, el golpe de la cabeza y el pantalón de chándal
que le hemos puesto de milagro, me miraba y me decía “que sí, a
ti, que te llamen a ti, que no se me olvida”. A ver si es verdad.
Y ahí estoy, como una gilipollas, con
el corazón encogido, hablando con la trabajadora social suya de
generales, con la del hospital y con todo el que puedo. Diciéndole a
mi jefe que mi ética profesional está por encima de los intereses
de la empresa y me la pela lo que el opine. Recogiendo un charco de
pis con la fregona mientras intento no echarme a llorar y gastando
bromas a un “usuario” sabiendo que sólo yo iré a verle al
hospital y que seré quien reciba las malas noticias que tengan los
médicos. Y tendré que lidiar con ello. Y con la cara de mierda del
gerente cuando sepa que he “perdido” dos días de trabajo por
estar con un usuario que se va a ir del centro porque ya necesita
otros cuidados. Y en ese momento, en ese momento en el que mi
“usuario” me mira pidiendo ayuda en silencio y sabiendo que sólo
confía en mí, me pregunto si no podría hacerlo otro. Si no podría
yo estar en una fábrica de hacer tornillos que cuando cumpliera mis
horas me fuera a mi casa con la cabeza despejada y el corazón
tranquilo.
Sé que lo que yo hago es necesario. Sé
que tiene que hacerlo alguien. Sólo es que hay momentos en los que
duele, escuece tanto, que me pregunto si no podría ser otro alguien.
Si no podría hacerlo otro y no yo.
'usuario' entiendo que es el término que se usa en esos centros sociales. desde luego resulta un tanto frío...
ResponderEliminartú lo has dicho, ese tipo de trabajo no es como una cadena de montaje donde se puede sustituir a un trabajador por otro. cuando se crean lazos afectivos, las personas no se pueden sustituir así como así. ese hombre sentirá que tú eres la que mejor sabes tratarle. y más aún si está solo en el mundo...
son situaciones muy duras. mañana a la luz del día lo verás más claro. tú haz lo que sientas que debes hacer.
besos!!
usuario es en servicios sociales lo que paciente en medicina. Es una forma un poco fría de llamarles, pero a ver, algún nombre tiene que tener.
EliminarY sí, esto no es una cadena de montaje, par alo bueno y lo malo :)
joder! has conseguido que me emocione, considero que tu trabajo es duro, muy muy duro.
ResponderEliminarno digo que no sea gratificante, pero tienes que tener un temple, te admiro por ello.
Yo soy vendedora, he sido camarera y administrativa y ahora vendo, soy buena, o eso quiero creer pero el día de mañana habré pasado sin pena y sin gloria por la vida de la gente a la que atiendo. En cambio tú, se que se irán antes que tú, pero estás en su pensamiento y en sus corazones.
Si, seguramente preferirías a ratos que lo haga otro, poder bajar la persiana y no preocuparte de nada, pero de corazón te digo, es admirable o que haces.
Un beso enorme
https://similocuramedeja.blogspot.com.es/
Gracias. Todo trabajo es admirable... y ninguno lo es. Cada uno valemos para lo nuestro y algunos lo hacemos lo mejor que podemos o sabemos, sea lo que sea. Y todo tiene su valor, todo es necesario. :)
EliminarHacerme llorar en un autobús a las 6:30 de la mañana no está nada bien... Eres algo increíble, en serio. Te admiro un montón por lo que haces. Un besote, reina.
ResponderEliminarVoy a escibirte una nota aclaratoria para cuando llores en el bus tipo "no estoy loca, es que voy leyendo un blog".
EliminarY gracias :)
No eres gilipollas... eres humana. Una humana increíble con gran empatía y valores. Desde que conocí Cruz Roja desde dentro admiro a todo Trabajador social que se precie porq creo q vuestro trabajo es encomiable, con adolescentes o ancianos. No, no es cierto y sabes por qué no lo Es? Pues porque todo el mundo no es capaz de trabajar con ancianos, de tenerles paciencia y darles cariño en sus últimos días. Te admiro mucho. Un abrazo
ResponderEliminarGracias. Hago lo que sé y lo que puedo... no sé si valdría para otra cosa :)
EliminarPues me has dejado hecha polvo. Y no sé qué más decirte. Que vaya mierda de sociedad vivimos que nos aparta como trastos usados cuando llegamos a viejos, y que afortunadamente hay personas como tú que trabajan en esto y que son corazón y alma y no calculadoras con patas.
ResponderEliminarUn besazo
Bueno, hay de todo. Hay mucha gente mayor que está super bien cuidada y atendida, hay mayores que son hijos de puta redomados y te dan ganas de dejarles por ahí tirados. Y hay otros que lo pasan mal... Hay de todo. Y bueno, para esos que están solitos estamos los que creemos que esta profesión va un poquito más allá del horario laboral :)
EliminarSolo puedo decirte GRACIAS.....por dejarnos entrar en tu vida con tus historias y por involucrarte como te involucras en tu trabajo.....
ResponderEliminarUn beso y ánimo
Huy, ya ves. Gracias a los que me leéis :)
EliminarGracias. Un abrazo.
ResponderEliminarPues nada... aquí.. sorbiendo mocos...
ResponderEliminarTe entiendo, te comprendo. Y he vivido situaciones similares y diferentes. Es lo que tiene tratar directamente con personas "frágiles"... por su edad, por su salud, por lo que sea... Duro. Y al mismo tiempo el único motivo por el que continuar. Porque yo no echaría constantemente horas de más si no fuera por los pacientes...
Es admirable lo que haces!Gracias por ser como eres y compartirlo. Besos
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