Hay palabras que tienen un poder especial. Bien por el contexto, bien por la persona que las dice, bien por el tono o bien por la palabra en sí misma. Las palabras son más poderosas de lo que dicen porque ni una imagen vale más que mil de ellas, ni se las lleva el viento.
Una palabra terrible es quimioterapia. La oyes y tiemblas. La quimio es sinónimo de enfermedad, de malestar, de vómitos, de palidez, de defensas a tomar por culo, de caída de pelo. Quimio suena a hospital. Suena a otras palabras malditas, como cáncer o muerte.
Por eso cuando me dijeron que Ron tenía un linfoma (he ahí otra palabra espantosa) y que había que darle quimioterapia me vine abajo. Por más que me explicaron que el tratamiento en animales no suele ser tan agresivo como en humanos, que lo que tenía Ron era un linfoma de bajo grado intestinal totalmente tratable y en un estado muy inicial, yo seguía bajo el efecto perturbador de las palabras malditas. Así que, mientras él estaba totalmente normal, yo era la que andaba por ahí pálida, ojerosa, con la ansiedad por las nubes y nauseas que me impidieron comer durante días. Lloré dos noches enteras seguidas mientras Maya me pasaba su diminuta naricilla negra por la cara y me secaba las lágrimas con sus patitas también negras. Tras unos días de ir al trabajo en un estado lamentable, por fin llegó el fin de semana y le di a Ron sus pastillas, temiendo lo peor. Pero a veces lo peor no llega. A veces, por horribles que sean las palabras, son sólo eso, palabras. Y los hechos son otros.
Así que Ron está bien. Los efectos secundarios no han aparecido, como me dijeron que pasa en la mayoría de los gatos. Sigue comiendo, durmiendo y pidiendo más comida. Sigue contento y sin dolor. Sigue, ahora mismo mientras escribo, ronroneando pegado a mi costado. Así que si Dios quiere, seguiremos con el tratamiento y le daremos una patada en el culo a las palabras feas, dando la bienvenida a palabras más amables, como remisión o recuperación.
Lo cierto es que tampoco me gustó la palabra operación cuando me la dijeron a mí. Resulta que mi endometriosis se ha descontrolado y tengo el intestino a punto de colapsar. Así que hay quitar un par de cachos. Suena fantástico, lo sé. Y temo el día que me llamen y me digan palabras inofensivas, como fecha y hora, pero terribles por lo que va a haber detrás de ellas. Sin embargo, puede que eso también salga bien.
Pensando sobre el tema de las palabras, me he dado cuenta de que nunca digo que la llama se murió. Siempre digo que “se fue”. Y no es una cuestión de usar eufemismos. Es cosa de que la muerte suena demasiado definitiva. Irse, no tanto. Y yo creo, porque me ayuda a seguir respirando, que la muerte no es definitiva. No es el final. Sólo es el paso a otra cosa. Y que nos veremos algún día, dentro de muchos años, espero.
Leí hace muchísimos años un libro para adolescentes muy divertido y la protagonista tenía pánico a la palabra “muerte”. Así que en su lugar siempre decía “bananas”. Eso le hizo coger cierta aversión a susodicha fruta. Y a mí me gustan mucho los plátanos, así que prefiero no usar ese truco y seguir pensando que la gente se va, no se muere del todo pero tampoco hay ninguna banana implicada en el asunto.
Y por último, aún estoy cogiéndole de nuevo el truco a esto. Se me había olvidado. Ya no manejo tan bien las palabras como antes, ni las que me asustan ni las que me reconfortan. Pero aun así, siguen siendo un extraño consuelo.
Mucho ánimo y seguro que esa operación sale muy bien. Entiendo perfectamente lo que comentas y lo curioso es cómo sufrimos nosotros y ellos ni se enteran, pero también es consuelo. Son familia.
ResponderEliminarAbrazos.