Mi marido me ha abandonado.
Bueno, no del todo, vuelve en un par de días, pero me apetecía el toque dramático. Se ha ido a Dorne a ver su familia. Yo me he quedado con Ron y Maya y mi casa para mí sola. En realidad me gusta poder quedarme sola de vez en cuando, pero me resulta extraño. Antes era lo normal, lo de todos los días, era como vivía. Ahora ya no. Ahora hay siempre un señor por ahí haciendo cosas. Y no es que sea molesto, el Dorniense es limpio, silencioso y ocupa poco sitio. Dicho así, parece que hable de un gato. Pero no, yo sé a lo que me refiero. He vivido con otros hombres y tenía constantemente la sensación de que estaban por el medio, ocupándolo todo o ellos o sus cosas. Hacían ruido, ensuciaban todo y eran increíblemente molestos. El dorniense no. Y eso es bueno. Todo en él es bueno, en realidad. No es perfecto, obviamente, pero creo que sí es lo bastante bueno. Sobre todo para mí. Es lo que necesito y sabe siempre lo que hacer conmigo, a veces cuando ni yo misma lo sé.
A veces creo que es la única persona del mundo que me conoce realmente. Mucho más que mis padres, que les adoro pero son capaces de sacarme de quicio como nadie. Más que mis ex, a los que me vais a perdonar la expresión, pero yo se la sudaba muchísimo. Más que mis amigas, que saben lo que yo enseño y yo no soy ninguna artista del destape. El Dorniense es quien más cerca está de conocer mis oscuros rincones mentales. Es quien mejor sabe cuando necesito una respuesta y cuando es mejor un silencio. Cuando debe frenarme y cuando darme alas. Es el único que consigue acallar las voces de mi cabeza y consigue que me lata el corazón de una forma acompasada.
Aún a veces le miro cuando está concentrado en sus plantas, o limpiando o haciendo la comida y me quedo embobada. Hostia tú, que ese tío es mi marido. Y no es sólo lo mucho que me sorprenda tener un marido, que también. Es que tengo uno al que se le marcan los abdominales y que tiene los hombros más bonitos que he visto en mi vida. Pero no iba a decir eso, que se nota que llevo cuatro días sin verle y me desvío del tema. El caso es que le miro y me parece increíble que ese tío me quiera. Porque yo soy un desastre. Uno grande. Yo vivo desquiciada, me altero por cualquier cosa, propia o ajena. Me paso el día despotricando contra cosas. A veces pienso en voz alta y le aturullo con mi verborrea. Yo sí que ocupo espacio, sobre todo porque desparramo desorden a mi paso. No sé cómo lo hago, trato de evitarlo, lo juro. Pero las cosas se desordenan y se descontrolan, la pila de ropa de la silla se multiplica y el escritorio sufre invasiones incontroladas de bolsas y papeles. Y yo misma soy una especie de complicación con patas. El Dorniense dice que el peor error que ha cometido en su vida fue ponerse pajarita una vez. Y lo dice en serio, muy en serio. Ojalá mi peor error, o incluso el mejor, fuera un atuendo desacertado.
El caso es que el compensa todo eso que está desequilibrado en mí. Y a veces le quiero tanto, tan fuerte y tal claro, que siento un extraño picor en el pecho, como si el corazón se me hiciera un poco más grande ahí dentro. Porque mira que yo he querido, pero no así. No con esa sensación de que es lo acertado, lo correcto, que quererle está bien, que quererle es lo mejor que podía pasarme.
Me pasé muchos años viviendo sola, acostándome sola cada noche. Metiéndome en una cama enorme y helada o calentada con la manta eléctrica. Y me parecía lo normal. Ahora llevo cuatro días que se me hace un poco cuesta arriba. Porque no está él ahí dentro, respirando despacio, llenando la almohada de ese olor delicioso y haciendo que la oscuridad no me dé miedo. Porque todas las noches cuando me acuesto, lo primero que hago es oler a mi marido y me fascina lo bien que huele siempre. Así que antes de dormir le olisqueo un poco y le beso el cuello. Me acurruco a su lado y le pongo una mano encima. Acompaso mi respiración a la suya. Y en unos segundos toda esa nube gris que siempre pulula alrededor de mi cabeza, se disipa. Le gano la batalla a la ansiedad por un día más. Dejo que los malos rollos se vayan y que mis preocupaciones se aparquen. Pospongo hasta el día siguiente las cosas pendientes. Y dejo que su compañía, su simple presencia me acune, que su respiración me arrulle. Y por esos momentos, todo está bien, todo está en paz. Y esa es una sensación que no había tenido nunca.
Porque yo vivía sola, era lo normal, lo tenía asumido. Pero ya no. Ya no estoy sola, ahora hasta cuando se va, está él. Y vivir sola estaba bien. Pero con él es mejor.
Pues qué bonito. No sé si me ha gustado más que te comprenda de esa manera o que sea parecido a un gato en cierta manera ;)
ResponderEliminarUn abrazo.
"Que quererle es lo correcto, lo mejor que podía pasarme". Qué sensación tan guay, ¿eh?
ResponderEliminarYo también tengo un gato. No sé cómo se las apaña pero no hace ningún ruido cuando anda por la casa, ni siquiera cuando baja las escaleras. Le he pedido que empiece a hacer ruido o a anunciar sus apariciones porqué a este paso me iba a dar un síncope, de creerme de estar sola y girarme y que este ahí.
ResponderEliminarTe comprendo perfectamente con lo de dormir sola. Su respiración es lo que me ayudaba relajarme y dormir :)