Hace poco leí un artículo que decía que volvía la moda de los pantalones de tiro bajo. Apenas seguí leyendo porque no me interesaba saber si los gurús de la moda estaban de acuerdo o no. Salí corriendo a bajar del altillo del armario la caja de la ropa que ya no me pongo pero tengo esperanza de volver a ponerme. Y ahí estaban mis amados pantalones del dosmilypoco. Ah, qué años aquellos.
La verdad es que tiré algunos. Los que tenían los bajos tan corroídos de arrastrarlos por el suelo que daban pena. Porque eso es cierto, muy higiénico no era el asunto. Ni muy cómodo cuando llovía, que ibas recogiendo agua hasta que te llegaba a la rodilla y cada pata pesaba un quintal. Sin contar con lo de enseñar la raja del culo a la mínima, tener que llevar bragas minúsculas, coger frío en los riñones y tener que depilarte el pubis porque, queridas, los pantalones de tiro bajo REAL, son los que te tapan lo justo o incluso menos. Que ahora ves en la tienda el cartelito de tiro bajo y sólo significa que se abrochan debajo del ombligo. Y no. Vale que es un avance tras años de pantalones a que llegan a los sobacos, pero no es eso lo que estoy buscando. Yo quiero volver de nuevo al 2003, cumplir 20, ponerme mis pantalones que apenas me tapan los pelos del coño y dedicarme a zanganear en ciudad universitaria. Cualquier otra cosa no me vale.
Y es que empiezo a pensar que hay algo en la moda que es una cuestión de nostalgia. Nos gustan cosas que nos traen buenos recuerdos. Y la ropa que te pusiste a los 20 y con la que te divertiste tanto parece más bonita cuando la recuerdas de lo que era en realidad. Creo que la memoria nos traiciona y nos hace recordar las cosas como le da la gana a ella. Quizás, sólo quizás, aquel garito no molaba tanto, aquellos pantalones no te quedaban tan bien, aquella música no era mejor y aquel chico no era tan guapo.
Pero qué más da. Hace un par de días alguien me dijo que importaba más el relato que la historia en sí. Y creo que para este caso se aplica que vale más el sentimiento que guardas que la realidad objetiva del asunto. Tener las cosas idealizadas es bueno siempre que no pierdas la perspectiva. Decirse a uno mismo, sé que lo tengo idealizado y aun así me encanta. Porque esos veranos de cuando éramos niños seguramente no fueran más cálidos, más luminosos y más largos. Esos programas de televisión no fueran mejores que los de ahora. Ese amor loco no fuera tan intenso. Y puede que esos pantalones de campana y de tiro bajo no te sentaran tan bien. Pero oye, qué bonito el recuerdo. Y qué sonrisa nos ofrece acordarnos cuando las nubes grises se ciernen sobre nuestras cabezas adultas. Quizás con eso ya valga la pena.
Llevo unos días con el cerebro pegajoso. Como si se me hubiera mezclado con cemento y las ideas tuvieran que luchar por salir, haciendo un gran esfuerzo por moverse. Saber que me tengo que despedir de Ron, el trabajo, el día a día y los recuerdos inoportunos no me lo ponen fácil cuando se mezclan con mis hormonas, mis desajustes y mi habitual falta de sueño. Y en estos momentos raros, en los que ni los pantalones de tiro bajo consiguen que me sienta mejor, los recuerdos felices son algo a lo que agarrarme. Me refugio mucho en los recuerdos de la yaya. En anécdotas tontas de cuando Ron era cachorro. En historias bobas de mis amigos los satánicos. En instantes a escondidas que son sólo míos porque quizás nunca se los he contado a nadie. Y me ayuda. Me devuelve la perspectiva. La idea que llevo tatuada y aun así a veces se me olvida: que esto también pasará. Que las cosas buenas hay que aprovecharlas y llenarse las manos y el corazón con ellas porque no serán eternas. Que las malas hay que aguantarlas como un chaparrón inoportuno porque nunca choveu que non escapara. Y que a veces, las buenas nos sirven de paraguas para afrontar un poco mejor la tormenta.
Tengo muchas cosas buenas en mi vida. Muchas. Y lo sé, soy consciente de ellas. Por eso, a pesar de todo, soy capaz de encararme con los momentos feos. El apoyo del dorniense, su estar a mi lado, su amor incondicional, su mera existencia. Ron y Maya y todo lo que me han dado y me dan cada día. Mis padres. Mis amigos. Mis recuerdos, las cosas que yo misma he construido. Todo me sirve para encontrar fuerzas y seguir adelante.
Y que aún puedo ponerme los pantalones de hace veinte años y que me la sople muchísimo si realmente se llevan o no, eso también hace.
Pues eso estaba yo pensando mientras te leía, que, aunque soy delgada y me mantengo muy en forma porque me encanta hacer deporte....mis pantalones del dos-mil´-y-poco no me suben de muslos ni de broma, jajaja
ResponderEliminarLos tiré todos hace años, al darme cuenta que volver a pesar siete kilos menos significaría que he enfermado.
Besos.
Los pantalones de tiro bajo y el aparcabicis que todos íbamos enseñando sin pudor ninguno. Hay una tesis doctoral ahí, eh? jajaja
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