El pensamiento me atravesó como una
relámpago. No había recordado su nombre desde hacía años.
Ojalá esté bien. Espero que tenga un buen trabajo, familia, mujer,
hijos, perro, gato. Yo qué sé. Espero que sea feliz. Y sobre todo,
estos días, espero que esté bien.
Era tan guapo que la primera vez que le
vi se me fueron los ojos detrás de él. Tan rubio, tan blanco, con
las facciones tan perfectas. Pasó por delante, con una camiseta
blanca. Parecía casi algo etéreo entre tanto colorido chillón,
tanta piel achicharrada, tanta ropa hortera y tanto mal gusto.
Era el verano del 2003 y la zona de
fiesta de Denia. Yo había ido con mi amiga M a pasar la semana
tostándonos al sol y pasándolo bien. Teníamos 20 años recién
cumplidos y muchas ganas de fiesta. Se nos acercaban muchos tíos,
éramos jóvenes y guapas, pero casi siempre nos reíamos más que
otra cosa porque la mayor parte eran locos, o chulos de playa o
famosetes de medio pelo. Tíos que se acercaban con una ristra de
frases absurdas, preguntando si estudiábamos o trabajábamos, si
éramos de allí y si estábamos de vacaciones. Tíos que parecían
estar haciendo una competición a ver con cuántas fulanas se
enrollaban esa semana de playa. Nosotras bailábamos, nos reíamos un
rato y volvíamos a casa con un puñado de anécdotas divertidas.
Cuando él pasó, las dos le miramos.
Le dije a M que no se podía ser más guapo y ella, aunque me dio la
razón se había quedado prendada de un tipo enorme con rasgos árabes
que le acompañaba. Yo ni había reparado en el otro. Seguimos
hablando, sentadas en la terraza. Aquel chico estaba fuera de mi
alcance, era evidente. Nunca se fijaría en mí. Por eso cuando vino
el camarero y nos dijo con una sonrisa burlona que nos invitaba a una
ronda de parte de los chicos del fondo, nos temimos lo peor. Otro
loco o otro chuloplaya. Pero señaló hacia el fondo. Y desde allí
nos sonrió y nos saludó con la mano. Vino a nuestra mesa y se
sentaron con nosotras.
El chico más guapo del mundo resultó
ser francés, su madre era medio española y hablaba con un acento
dulzón. Y por alguna razón desconocida, yo le había gustado. No me
explico todavía por qué. Todas las chicas de todos los sitios de
alrededor le miraban. Pero él decía que había sido un flechazo,
que me había oído reírme y que le había gustado mi sonrisa. Yo
descubrí con agrado que cuando le daba el sol era pelirrojo. Ya sí
que no podía ser más perfecto.
Pasamos una semana juntos. Íbamos a la
playa, a la piscina de su urbanización, a la de mi amiga M, a tomar
algo por la zona del puerto. M estaba encantada porque los otros
chicos franceses la trataban de maravilla y así practicaba inglés.
Yo iba de su mano, mirándole, gastándonos bromas, disfrutando de
cada palabra suya dicha así como él la decía. Besándonos en los
rincones, tumbándonos en el césped y paseando por la arena. Besaba
de maravilla. Y me susurraba cosas que entendía a medias. Todas las
chicas de Denia me odiaron durante cuatro días.
Después nos despedimos. Los dos
sabíamos que tenía que pasar, así que sólo fueron un par de
lágrimas de final de verano. Nos abrazamos, nos dijimos cosas, nos
besamos una vez más. Me acompañó al portal, le acompañé de nuevo
al coche. Me besó otra vez. Qué mal que vivamos tan lejos. Él se
rió, hay vuelos directos a París, no es para tanto. Si vas, te
enseñaré la Torre Eiffel, aunque es difícil no verla. Si vienes a
Madrid no sé dónde podría llevarte. Al Bernabeu, dijo con una
sonrisa. O a donde tú quieras, lo más bonito de Madrid siempre
serás tú. Le besé por enésima vez. Y me fui. Sabía que nunca le
volvería a ver. Nos escribimos mensajes un tiempo. Nos mandamos un
par de cartas. De algún modo me sentí un poco en París un tiempo y
yo le llevé a él por Madrid en cada uno de mis pensamientos.
Luego llegó septiembre. El nuevo
curso, la universidad, el “buenos días rutina” que me acompañaba
cada día en la facultad. Mis amigos, los planes, las fiestas en la
asociación cutre donde pasaba las horas. Y llegó el Ross. Y con él
mi mundo empezó a girar a otro ritmo. Nuevos amigos, equipo de
rugby, terceros tiempos, casa Paco, fiestas “satánicas”. Supongo
que a él le pasaría igual. En navidades nos felicitamos el año. Y
creo que con el 2004, él fue diluyéndose en los recuerdos de
verano. Creo que la última vez que supe de él fue cuando los
atentados del 11-M. Quiso saber si estaba viva y bien. Por suerte, no
me tocó de cerca. Ni a mí, ni a los míos.
Ojalá, tantos años después él pueda
decir lo mismo. Ojalá mi precioso parisino esté bien, él y los
suyos. Ojalá el horror no le haya pillado cerca. Ojalá esté
casado, tenga hijos, perro, gato, lo que sea. Ojalá sea feliz. Ojalá
ese pedacito minúsculo mío que hay en París esté intacto en medio
de la locura, de la barbarie, del despropósito humano. Ojalá estés
bien, querido mío. Ojalá la ciudad de la luz siga iluminando tus
ojos verdes. Ojalá tu sonrisa siga haciendo frente al miedo.
Ojalá sea así. Ojalá su preocupación no sea más que sacar al perro por la tarde o lo que sea...
ResponderEliminarPreciosa historia.
Qué bonitos los amores de verano...
PD: nunca pensaste en buscarlo por facebook?? (yo lo hice con algunos amigos... franceses también, con los que en su día, época de cartas, perdí el contacto. Porque aunque fue antes de todo esto, también quería saber que estaban bien. Y que tenían perro, o gato... o lo que fuera. Pero que estaban bien)
Ojalá.
ResponderEliminar¿Y no tienes cómo localizarlo? Seguro que está bien y así os ponéis al día de vuestras vidas. Un besazo, hermosa.
ResponderEliminarQué horrible todo. Ojalá esté bien...
ResponderEliminarQué horrible todo. Ojalá esté bien...
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