miércoles, 14 de diciembre de 2016

Coches y recuerdos

El otro día, por una conversación que no viene al caso, mi padre y yo terminamos hablando de coches. A los dos nos la pelan mucho los motores, los modelos y blablablá. Un coche es, aparentemente, una caja con ruedas que te lleva de aquí para allá y poco más. Sin embargo, reconozco que yo siento algo especial por el mío. Es tan mono, tan pequeño, tan abollado, tan viejo, tan sucio y tan fiable y tan potente que me hace sentir bien. Es mío, es la mejor cosa material que tengo. Y lo mola todo. Además, como casi todas las cosas buenas de mi vida, llegó en un momento jodido, cuando estaba a punto de tirar la toalla, cuando estaba ya hasta el moño de todo. Llegó, como un rayo de luz. Y me enamoré de él. Qué mono mi coche.
Mi padre, por su parte, de joven empezó a conducir un seat 600 la tira de viejo que tenía mi abuelo paterno y ya no usaba porque se había comprado otro mejor... un seat 127. Mi padre y Tíopaterno se turnaban el 600 hasta que el pobre coche dijo que ya bastaba y no sé muy bien qué fue de él. Entonces mi tío se compró un Chrysler rojo precioso y mi padre heredó el 127 porque por desgracia, mi abuelo cayó enfermo y ya no se recuperó.
El 127 duró años. Muchos años. Tantos que ya estaba un poco cascado y mis padres se compraron uno mejor, más grande y más cómodo. Se compraron un Fiat Tipo horrible, blanco y cuadrado como un panzer. Pero lo dejaron para las vacaciones, viajes largos y demás. Mi padre usaba el 127 a diario y su plan era que durase lo suficiente como para que yo aprendiese a conducir con él. Incluso se informó en especialistas para seguros de coches clásicos porque el pobre trasto contaba ya con sus 20 años cuando yo aún era una adolescente. La verdad es que el cochecillo iba tirando, pero a mí me daba un poco de corte cuando me iba a llevar al colegio con él. ¿Por qué tenía mi padre que ser tan cutre? Luego entendí, con los años y tal, que le tenía cariño porque era de las pocas cosas que le quedaban de un padre que se fue demasiado pronto.
El caso es que yo no llegué a conducir el 127 por poco tiempo. De hecho, justo se averió irreparablemente cuando yo tenía los 18. Creo que el pobre coche pensó en la idea de otra novata más a sus espaldas y se rindió. Total, que yo aprendí a conducir con el Fiat Tipo del demonio. Ese coche y yo nunca nos caímos bien. Era un coche pesado, enorme y muy poco práctico para alguien que está empezando. Además ya tenía sus doce o trece años y tenía varias taras que mi padre se empeñaba en no ver. Cosas como que no frenaba bien, que se iba a la derecha, que el aire acondicionado no funcionaba, que olía siempre a gasolina o que el tubo de escape se caía cada dos por tres. Yo lo iba reparando como podía, pero entre las chapuzas y lo muchísimo que gastaba en gasolina, me dejaba el sueldo del mes en el maldito coche que cada dos por tres me dejaba tirada.
Entonces, entre un poco que tenía ahorrado y otro poco que me pusieron mis padres pude comprar el mío. Y oh, qué gloria. Un coche pequeño que cabía en todas partes, que consumía poquísimo, que no se calaba cada dos por tres, que frenaba en seco si hacía falta y que no era blanco y cuadrado. Amor total.
Al final, el año que el Tipo cumplía los 20, se lo robaron. Como el carro de Manolo Escobar, pero en versión coche feo. Otra vez mi padre sin poder usar los seguros de coche clásico. Una lástima. Yo creo que el robo fue un acto divino porque aquello era más un peligro sobre ruedas que otra cosa, pero a mi padre le dio mucha pena. Y ahora, de nuevo con los años, le entiendo. A los coches se les coge cariño. Te acuerdas de las cosas que has vivido en ellos. Mi coche, a parte de llevarme de aquí para allá, es parte de mi juventud y de mi vida. Recuerdo las risas el día que nos metimos siete, cuando dos amigos se intercambiaron los pantalones en la parte de atrás, cuando hacíamos el tonto, cuando gritábamos por las ventanillas. Recuerdo los viajes que he hecho, la gente que lo ha conducido, las canciones a voz en grito agarrada al volante. Y no me gustaría que alguien me robara eso.

Los coches son como las casas, sólo son cubículos hasta que tú los llenas de recuerdos y los haces realmente tuyos.  

4 comentarios:

  1. Cuando dejé mi Polo blanco (Mendocito lo llamaba un amigo madrileño, por aquello del presidente del Ral Madrid) en el concesionario para aprovechar el plan renove en la compra del León negro que tengo ahora, lloré amargamente.

    Me senté a esperar que me dieran las llaves del nuevo llorando como una magdalena, con una sensación de culpabilidad tremenda, como si abandonara a un amigo o se me hubiera muerto el gato. Por momentos mi lloro era incontrolable y mi ex, que estaba conmigo esperando, no sabía dónde meterse.

    La sensación de libertad y de buen rollo que te da el primer coche, no te lo da nadie más en tu vida.

    Te quiero Mendocito, y siempre me acordaré de ti.

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  2. Mi madre también tuvo un 127, fue su primer coche y una vez un camionero borracho nos pasó por encima y casi nos mata.

    Me acuerdo de eso y pienso que si fueran mis hijos los que lloraban sentados en una acera lo habría matado a hostias. Qué infausto recuerdo...

    Besos

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  3. a mí me gustan mucho los coches antiguos, tipo seat 600, citroen 2cv, renault 4, simca 1200... que cuando éramos pequeños ya eran antiguos, y ahora son antiquísimos. cuando veo alguno por la calle le hago una foto. la gente ya conoce esa afición mía, y por eso cuando ven algún coche antiguo me etiquetan en facebook. y hace poco me han regalado varios en miniatura. ^_^
    fue una faena que os robaran el coche, porque si lo hubierais venido algo os habrían dado. pero si era tan problemático, a la larga fue algo bueno.
    besos!

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  4. Buff yo también paso de las coches. Cuando espero a alguien que me venga a buscar en coche, y me preguntan que coche es, solo se decir el color jaja!!. Pero es verdad que se les coge cariño, sobre todo cuando tienen personalidad y ha costado conseguirlos. Yo tardé en sacarme el carnet y mi padre no tenía coche (no le gusta conducir y cuando se murió el último, decidió que no tenía coche hasta la jubilación), así que ahorré con mi mierda de sueldo y me compré un ford fiesta de 13 años, apodado florito...buff la de recuerdos que tengo del, y le hablaba y todo, era mi segunda casa. Tenía la ilusión de que llegase a los 20, pero un accidente unos meses antes de su cumple, tuve un accidente y ya no me mereció la pena arreglarlo. No veas lo que lloré cuando se lo llevó la grúa...Ahora tengo otro, de segunda mano también, pero no es lo mismo, es más moderno y no inspira lo mismo, le puse nombre pero no lo uso, pobre...A veces pienso que soy injusta con el, jijii, por que no veas la de veces que me acuerdo de florito!!!.

    Y me acuerdo mucho del Dyan 6 de mi padre, que tenía capota y todo!! que pena que mi padre lo malvendiera!

    Disfruta de tu coche, sigue llenándolos de recuerdos y escucha la música que te apetezcaaaaa!!!!

    Bicos

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