lunes, 7 de febrero de 2011

mi chica pelirroja

Tenía el pelo del mismo color que el sol de los atardeceres de verano. Y no es una cursilería, es cierto. No hay otro rojo en el mundo como ese y como el de su larga melena ondulada. Se hacía muy difícil no quedarse prendado de ese color tan rojo, tan vivo, tan natural.  
Y no era sólo el pelo. Era esa piel tan blanca, tan perfecta, tan de porcelana.  Esos ojos tan verdes, tan claritos, tan alegres. Esos labios tan rosados, con un lunar sobre ellos. Eran esas caderas tan redondas, las piernas tan bien torneadas, los pechos altos y pequeños.
Era toda ella, que era una belleza. Y eso fue lo que le dije aquella primera vez que estaba desnuda entre mis brazos, en un sofá ajeno, al sol del amanecer. “Eres preciosa”, dije besándole la tripa. Y ella se rió, con su larga melena roja desparramada por los cojines.
Nunca pensé en deslizar las manos por una piel tan suave, en dibujar redondeles con mis dedos. Nunca pensé en besar unos pechos, en dejar que me llenaran la cuenca de la mano, tan dulces, tan turgentes. No pensé dejar que me rodearan esas piernas tan largas, esos brazos delgados. No pensé que unas manos tan pequeñas, unos dedos tan finos me fueran a acariciar cada centímetro de piel, que unas uñas tan largas que me arañarían la espalda.
No había pensado que una mujer me fuera a gustar. Pero ella era distinta. Era ella, su piel blanca, su pelo rojo, sus caderas redondas. No sé qué era, pero me gustaba.

Las anécdotas que rodearon nuestros encuentros fueron sonadas. La gente a veces no parece estar preparada para que dos mujeres se besen en la tarima de una discoteca. O en una tienda de campaña con un argentino al lado que se empeñaba en decir que “nos echaría una mano”. Aún a veces suena raro que dos chicas tan femeninas no quieran un hombre en medio. Pero a nosotras no nos importaba. Era nuestro pequeño momento. Nuestro capricho de piel suave, de besos sin barba, de desabrochar sujetadores.

Yo no soy lesbiana, obviamente tras las cosas que cuento. Y ni siquiera pienso que sea bisexual, nunca me ha gustado otra chica que no fuera ella. Pero mi pelirroja era diferente. Era mi chica. Mi chica de melena roja y piel blanca.

A veces me he preguntado si volveré a estar con alguna chica en mi vida. Si habrá otra que me guste de nuevo. Lo cierto es que no creo, pero tampoco me importaría. Lo que sí sé es que si ella quisiera, podríamos volver a compartir besos y caricias sin pensármelo. Sé que siempre me acordaré de ese sabor especial de su piel, distinta a la de todas las pieles que había besado. Ese olor, tan suave que tenemos las mujeres. Ese tacto. Ese pelo largo que se enredaba en mis dedos y me hacía cosquillas en la cara. Ese todo tan distinto que con los chicos. Fue más que una experiencia sin más, que un investigar, que un probar por probar. Fue una atracción irresistible y un montón de risas compartidas. Una amistad que a veces se cubría de besos y de ojos indiscretos.

Una mujer, femenina y preciosa, que se coló entre los hombres de mi vida.

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4 comentarios:

  1. Qué más da el sexo... lo importante es la persona.

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  2. Me gusta muchísimo que lo hayas contado. Y qué más da? Lo importante es lo que sentías, sientes y sentirás. El resto no importa.
    Un besote.

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  3. ¡Mucho más que genial!
    La entrada que más me ha gustado, por ahora.
    Describes muy bien la situación y me intriga saber cómo llegaste a conocer a la pelirroja.

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