En los últimos meses he perdido muchas cosas. No fundamentales, no imprescindibles… pero demasiadas. Perdí al desequilibrado. Y con él perdí mis muebles, mi dinero, mi paciencia, mi amor propio... Luego perdí al Ross, y con él perdí el corazón, las ganas, las fuerzas, y a ratos, hasta la capacidad de respirar. Luego he perdido cosas, pequeñas quizás, pero las he perdido. Me lo tomo con calma, con resignación, hasta con buena voluntad… pero a veces estoy agotada. Está siendo una temporada complicada, cuanto menos. A veces hasta me pierdo un poco a mí misma.
Así que al principio de saber esto, dije, bueno, una pérdida más. Pero no. Es una gota que cae en un vaso desbordado. Y no es una más. Él no es uno más. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Él es el dueño de mis sábanas... y creo que de algún modo siempre lo será un poco.
Por eso, con un poco de dolor y muchas, muchas dudas, le escribí esto cuando supe que se iba. Tras habérselo enseñado y tener su bendición, voy a compartirlo. Para descargar el alma un poco, para que conste, para que sea un punto final por todo lo alto. Y me cuesta, porque mientras he retenido estas palabras he pensado que de algún modo retenía en sentimiento… y le retenía a él. Pero es absurdo. Y la única verdad que conozco es que hay que seguir caminando.
Como el texto es demasiado largo y roza lo empalagoso, lo voy a dividir en un par de capítulos. Mañana o pasado publicaré la segunda parte. En fin, no os lo tomaré en cuenta si pasáis de él. Tampoco me lo tengáis en cuenta vosotros a mí por escribirlo.
Una vez te enfadaste conmigo porque te dije que eras un “chico capricho”. Tengo cierto don para enfadarte, pero es gracioso, en el fondo me gusta verte enfurruñado por lo que digo. Si no te importara mi opinión, no te enfadaría. Además, en este caso, no es del todo cierto. Es verdad que parece fácil encapricharse de ti. Eres guapo, simpático, listo y tal. Todas esas cosas que gustan a las chicas y de las que tú eres plenamente consciente. Si no, no las explotarías tanto. Pero yo sé lo que hay detrás de todo eso. Y por eso jamás has sido un capricho. Porque un capricho, cuando lo consigues, te deja de interesar. Nunca me encapriché de ti. Porque eso que ven las demás es lo que menos me ha importado de ti. Lo nuestro, aunque no haya sido una historia de amor, no ha sido tan superficial como un capricho.
Fue en estos días, de hace un porrón de años cuando me mandaste ese mensaje que tú y yo sabemos, y que cambió mi vida. El que me empujó al lado salvaje irremediablemente. Pero, momentos salvajes de lado, también en esos días me dijiste que presentías que todo iría bien. No ha sido así. Al menos no en mi vida. Desde entonces casi nada ha ido bien, pero eso no viene al caso. El tema es que tú pensabas que todo iría bien y yo te creía. ¿Recuerdas? Tú estabas en tu Mediterráneo, yo sumida hasta el cuello en el asfalto de mi Madrid y me dijiste que con los pies en el agua y el viento en el pelo, pensabas que every things gonna be all right. Querría que me lo dijeras de nuevo, para creerte una vez más, como te creí entonces.
He hablado mucho de nuestra historia, recordando los pedazos que se pueden contar y sólo insinuando los que tú y yo sabemos, nuestro reflejo en el espejo, mi lengua en tu piel, tu brazo en mis riñones... Las cosas que no se pueden reducir a palabras. Las miradas, los instantes entre la multitud, lo que hay detrás de lo que los dos parecemos. Por eso, hoy me cuesta tanto decirte esto otro, las cosas que no sabes, las que no te he dicho nunca, las que siempre he ignorado, mirando para otro lado. Las que dejamos fuera de las sábanas.
Estábamos medio enfadados cuando me dijeron que te ibas a Estados Unidos, hace ya unos pocos años. Y te mandé un mail, porque siempre me ha jodido en extremo separarme de la gente estando mal la relación. Te dije, recuerdo, que podíamos intentar ser amigos y que me daba igual lo que hubiera pasado porque nuestra amistad y nuestra historia era algo que me había merecido la pena vivir. Y quisiste que nos viéramos. Te ibas sin hacer mucho ruido, sin fiestas de despedida, sin amigos vitoreándote, sin adioses llenos de lágrimas. Te ibas, sin saber para cuánto, ni a dónde, ni muy bien con qué fin. Pero yo sabía que volverías. Esta vez, sin embargo, no me atreví a preguntar, porque sabía la respuesta. Sé que te vas porque aquello es tu sitio en el mundo. Más que tu mar, que se te quedó pequeño hace años. Mucho más que Madrid, a la que nunca perteneciste del todo. Me resulta difícil comprenderlo, pero es así, USA es tu sitio. Y por eso, estoy feliz por ti. Todos debemos encontrar nuestro lugar en el mundo antes o después. Y algún día, quizás, yo encontraré el mío y espero podértelo contar, a miles de kilómetros seguramente, y que tú también te alegres por mí.
Decía, que recuerdo que quedamos la primera vez que te fuiste. Yo llevaba una falda blanca y una camiseta negra, unas sandalias altísimas e iba bastante maquillada, como siempre que me siento insegura. Fui a verte a tu casa, aquella medio en ruinas del centro de esta ciudad maldita. Y te escuché canturrear bajito, con la guitarra sobre las piernas cruzadas. Me comía las lágrimas mientras tú susurrabas aquello que nos unió para siempre “… hey honey, take a walk on the wild side…” Nos besamos, como siempre, en aquél sofá roñoso que tenías en el salón. Te miré con ternura, y sonreíste, diciéndome que nos veríamos pronto, que no pusiera esos ojos tan tristes. Se hizo muy tarde, porque las horas se escurrían por tu piel demasiado rápido y me tuve que coger un taxi para volver. Monté, y como en las películas, me eché a llorar. Esta parte es la que no sabes, que lloré tú marcha. Lloré, todo el trayecto hasta mi casa, cuando me bajé, me repinté los ojos de negro y subí las escaleras como si no me temblaran las rodillas. Dejé que pasara la noche, me había acostumbrado ya a que al día siguiente de esconderme entre tu piel el mundo amaneciera y siguiera girando como si tal cosa, sin acelerarme apenas el corazón.
Durante aquellos meses, tu ausencia fue fácil. Nos mandábamos mails bastante a menudo, tú me contabas tus peripecias en las américas y yo te mantenía informado de las cosas que pasaban en nuestro grupo de gente en común y de lo que iba haciendo con mi vida. En ese trance, lo dejé con el Ross, perdí las riendas de mi vida y aún no las he recuperado. Pero siempre he aceptado bien que estuvieras lejos. Es lo bueno de no haber estado nunca unidos en el espacio, que me da igual que estés en Madrid, en tu rincón mediterráneo o al otro lado del charco. Qué más da, si nuestra unión es otra, si nunca nos hemos visto a diario, ni con frecuencia si quiera. Pero un día me dijiste que volvías. Y volvimos a encontrarnos. Fui la primera persona con la que quedaste. Y me faltó tiempo para correr a tus brazos. Casi, como si no hubiera pasado tiempo. Aquellos años todo parecía ir más despacio. La vida aún no viajaba a la velocidad de la luz mientras yo corría tras los acontecimientos como ahora.
...
Parecía algo frívolo lo del dueño de mis sábanas, pero veo que te ha calado hondo. Ojalá te vaya bien, yo esta semana también me enfrento a una pérdida, diferente, pero pérdida al fin y al cabo, y me gustaría escribir y contarle pero todavía no sé lo que ha significado para mí.
ResponderEliminarUn beso y ánimo. Gracias por compartir tu carta con nosotros, es preciosa.
Sí que me interesa... espero el final de la carta.
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