Hace poco leí este post sobre la bulimia. Y me dejó tocada. Porque es un tema que siempre me ha llamado la atención. Y verlo así, contado en primera persona, es fuerte. De paso, he encontrado a una nueva seguidora y comentadora. Cosa que agradezco porque tener un blog me ha dado muchas alegrías, pero la mayor es la gente que encuentro.
Yo también tengo un problemilla con la comida del que no suelo hablar. No es tan grave, ni mucho menos. Ni siquiera creo que sea una enfermedad, pero ahí está y convivo con él cada día. Y me perseguirá hasta el final de mi vida.
Fue hace ya unos cuantos años, una noche como hoy la que mi vida pegó un giro y todo cambió para siempre. Yo tenía 16 tiernos años. Aún no me había llevado palos gordos. Y tenía esa especie de arrogancia que da la adolescencia. Creía que era intocable, invulnerable. Que mi vida era mía y podía hacer con ella lo que me diera la gana, sin contar con nada ni nadie.
Pero aquella noche, cuando volvía a casa después de haber salido con mis amigos y mi primer noviete me empecé a encontrar mal. Después de cenar ya me puse malísima. Vomité y tuve diarrea durante horas. Mis padres llamaron al médico, pero como era jovencita y era día de fiesta, pensaron que estaba borracha y no me hicieron caso. Ya por la mañana, al ver que iba a peor, me llevaron al hospital. Me desmayé en urgencias. Mi padre entró conmigo en brazos desvanecida para que me atendieran. Y yo apenas recuerdo más. Sé que me pusieron una vía en el brazo para darme suero porque estaba deshidratada. Y que aún tengo la cicatriz. Sé también que creían que era apendicitis, aunque los síntomas no cuadraban del todo. Hubo un cirujano que tuvo a bien preguntar cuando había tenido mi última regla y eso le dio la pista: no era apendicitis, ni una gastroenteritis, como creían. Podía ser un cólico folicular, por quistes de ovario.
Durante meses me hicieron pruebas torturantes, crueles y dolorosas de toda clase. Pero no daban con nada. Y casi toda la comida me sentaba mal. Por eso cogí miedo a comer y me mantenía a duras penas a base de infusiones, tostaditas de pan y jamón de york en cantidades ridículas. Así que adelgazaba más y más. Cada vez me encontraba peor. Caí en un círculo vicioso de no comer, encontrarme mal, no comer, encontrarme peor… hasta que toqué fondo. Llegué a pesar 36 kilos con 1,60 de altura. Y creí que iba a morir. Me sentía muy triste y desgraciada.
Los médicos estaban perdidos. Creían que era un problema de estómago y me mandaron montones de pastillas. Mi doctora de cabecera creyó que era anoréxica y me mandó calmantes y ansiolíticos. Así que iba drogada, escuálida y atolondrada. Pero lo peor es que me daba igual, porque sentía el aliento helado de la muerte en mi cogote y ya ni eso me asustaba.
Al final, pasó. Tras meses de tormento, la muerte se alejó de mí. Poco a poco, aunque aún me quedaba mucho por pasar, supe que sobreviviría. De algún modo, saldría adelante fortalecida. Fue la primera gran hostia que me dio la vida. Y la primera gran remontada. Desde entonces es todo lo que he hecho, caer y levantarme.
Ahora tengo los ovarios muy chungos. Unas reglas terribles. El estómago delicado. Muchas intolerancias alimenticias. Una úlcera de estómago curada que a veces da guerra de nuevo. El colon irritable. Y cierta tendencia a adelgazar un poco peligrosa.
Pero a pesar de todo eso, la gran secuela que me ha quedado de todo aquello es cierta fobia a que la comida me siente mal. Por eso odio comer fuera de casa. Temo los cambios horarios. Me da pánico vomitar, pasar otra noche horrible como aquella y caer de nuevo en la enfermedad sin salida, sin solución, sin luz.
Eso hace que pague todos los problemas con la comida. Mi inercia es que si me disgusto, o me asusto, o me pongo nerviosa, no como. Si me encuentro un poco mal, no como. Si no he dormido, o he dormido demasiado, no como. Si se me pasa la hora o es demasiado pronto, no como. Si estoy con la regla y me duele la tripa, no como. Sea lo que sea, no como. Para que no me siente mal. Para no vomitar. Por si acaso.
Y así, en frío, sé que es un absurdo. Pero hay un cortacircuito en mi mente con el tema y no pienso claramente. Reconozco que sobre todo desde que vivo sola me he hecho más madura y conciente del tema. Sé que la responsabilidad es sólo mía. Y que no tengo más remedio que hacer caso a mi parte racional, comer y callar. Así que a diario desayuno, como, meriendo y ceno. Aunque a veces se me caigan las lágrimas mientras lo hago. Aunque a veces tenga que respirar hondo antes de cada cucharada, tragando más miedo que lentejas. Pero lo hago. Y estoy mejor desde entonces.
La verdad es que es una pirada mental absurda. Nunca ha hecho dieta, ni el peso me ha preocupado nunca. Soy de constitución delgada. Y aunque engordara, me daría lo mismo. No es el epicentro de mi problema. De hecho, cuando pesaba los malditos 36 kilos estaba muy acomplejada. Me veía horrible. Por eso no es anorexia, ni nada semejante. Y desde luego no es bulimia, porque tengo auténtica fobia a vomitar. Pero no deja de ser un problema con la comida. Tratar de controlar mi mundo a través de lo que como.
Nunca lo había reconocido así de abiertamente y me ha costado un huevo, por cierto. Pero ahora estoy bien. Como de todo, menos lácteos y cosas que me dan alergia, obviamente. Aunque a veces me sigue dando el yuyu. El mal rollo repentino de no querer comer para no ponerme mala. Y me resulta complicado luchar contra ello. Pero lo hago. Porque la vida es larga y puede ser maravillosa si la cuidamos un poquito. Aunque cada vez que esta fecha asoma al calendario, el miedo me ataca por la espalda, como un escalofrío. Y siento que podría volver a pasar.
Pero luego me repongo, otra vez. Si pasa que pase. Si muero, que muera. Pero sigo con mi vida. Comiendo, saliendo, haciendo lo que me de la gana. Por cojones. O por lo que sea. Que hay que vivir. Y sanseacabó.
Total, que los miedos se enfrentan y se superan. Así que ánimo. A esta chica que he descubierto y a todo el mundo que tenga un problema raruno de estos. Sea con la comida, con un complejo, una fobia o lo que sea.
Pa´lante. A caminar.
Muy bien, así se habla.
ResponderEliminarEspero que puedas superar ese miedo. Yo hace tiempo tuve problemas con las chuches, comía un montón, hasta que me dolía la tripa hasta que llegó un día que cuando me empezó a doler la tripa me obligué a comerme lo que me quedaba de chuches como castigo, en plan, pues ahora te fastidias... Me dí cuenta de que no era algo normal y acudí a un psicólogo, no era bulimia todavía porque yo también odio vomitar, pero estaba ahí... se ha pasado, aunque a veces me persigue un poco la sombra de aquello. Besicos y ánimo. Los miedos... se pueden superar y tú lo harás.
ResponderEliminarEspero que puedas superar tu fobia a la comida y que no vuelvas a recaer. Ánimo para superarlo.
ResponderEliminarTú eres muy fuerte. Lo sabes y lo se. Que hay que vivir, tragarse el miedo (y la comida ;D) y seguir adelante, porque la recompensa es buena: otro día respirando.
ResponderEliminarUn beso enorme, valiente.
Naar, que decir...todabía estoi secándome las lágrimas de los ojos.
ResponderEliminarPrimero de todo, ánimo, eres una chica muy valiente, y en segundo lugar, gracias por nombrarme (aunque no lo has hecho directamente) ya doy yo el permiso directo para que la gente lo sepa, para que la gente sepa que eres una gran persona, que un dia te fijaste en una entrada de mi blog y desde entonces estamos muy comunicadas (a pesar de que no nos conocemos en persona)Tienes una fuerza difícil de explicar, pero tienes una ternura y una empatía que muchas querrían tenerla.
Espero poder conocerte algún dia y darte un abrazo bien grande.
Yo no estoy pasando el mejor momento de mi vida, pero sabes qué? creo que soy fuerte y luchadora y seguiré tu consejo, así que pa'lante.
Un beso enorme!!!
Naar, te felicito por esta entrada. Imagino que debe haber sido muy difícil no sólo recordar esa época (aunque estoy segura que del todo no se olvida, aunque eres muy fuerte!!), sino contarla "en alto". Pero ¿sabes? A veces los miedos se hacen más pequeños cuando los contamos.
ResponderEliminarSigue así de fuerte, Naar, que el camino se hace andando :)
Un beso
Mali
Demuestras ser muy fuerte. Cuánto daño puede hacer un mal diagnóstico y de una medicación equivocada ni te hablo. A mí una vez un médico muy afamado, chulo, prepotente y marisabidillo me dio unas pastillas que me ponían a morir. Él decía que eran tonterías mías y que yo era muy infantil porque no me las quería tomar, pero lo cierto es que estaba malísima, a morir. Por suerte, una segunda opinión me quitó aquel veneno, dándome algo más adecuado y haciéndome mejorar. A día de hoy recuerdo ese momento con mucho coraje, coraje porque me tratara así, coraje por no haberme defendido, pero es que estaba tan mal que se aprovechó de mi debilidad. Hoy, desde luego, a mí no me da ese trato ni él ni nadie.
ResponderEliminarPor otra parte, siempre he tenido quistes en el ovario izquierdo. Tuve uno que casi llega al tamaño del ovario de grande que era y de tanto como he pasado, tengo el ovario resentido y es mi zona frágil. A veces me duele y corro a la gine por miedo a que sea otro quiste, pero ella al hacerme la eco me dice que simplemente es que tengo la zona dolorida porque es mi punto débil.
Y del cólon mejor no te cuento lo que llevo pasado, menos mal que fue hace ocho años y a día de hoy ya estoy bien del todo y sin secuelas.
Reconocer un problema, es recorrer la mitad del camino para solucionarlo. Aunque nunca lo soluciones del todo, es muy importante asumir que está ahí... Desde luego, no me extraña que seas tan fuerte, si ya desde jovencita has tenido que pasar por algo tan duro. Pero tú puedes con todo, que eso sí que lo he aprendido desde que te conozco. Un besote.
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