A veces creo que nos hemos vuelto todos gilipollas. Y en Navidades esa parte gilipollas sale a la luz de un modo descarado. Menos mal que ya han pasado y poco a poco el mundo vuelve a su normalidad.
El otro día estaba haciendo unas compras para Reyes. Y esperando la cola de una tienda, escucho la conversación entre dos marujas que me pone los pelos de punta. Son las típicas con abrigo de pieles y sortijones en ristre. Y una le dice a la otra:
- Yo es que esto de los regalos lo veo un despilfarro. Regalas cosas a la gente sin saber si le van a gustar. Y te gastas el dinero sin saber lo que ellos se van a gastar en ti.
La otra gorda, rubia oxigenada y pintada como una puerta, asiente y añade:
- Yo lo digo siempre: sería mejor si el dinero que gastamos en regalar a los demás lo gastáramos en regalarnos a nosotros mismos las cosas que realmente queremos. Así todos tendríamos lo que nos gusta y sin gastar en otra gente. Que a veces uno se gasta un dinero y recibe una porquería de los chinos.
Puede que a efectos puramente prácticos esta tía tuviera razón. Que uno puede coger su presupuesto para regalos y gastárselo en uno mismo. Así recibe cosas que le gustan sí o sí. Pero no recibe sonrisas y abrazos. No le dan las gracias. No desenvuelve paquetes con intriga, ni ve la cara de sus seres querido al recibir algo que has estado buscando durante días. Y sí, hay regalos que parecen una venganza. Pero en general merece la pena sólo por la ilusión con la que se hacen o se reciben. Digo yo, vamos.
Y es que esta sociedad es una mierda. Cada vez estamos más solos, más aislados y somos más egoístas. Tenemos chorromil amigos virtuales, pero nadie con quien tomar un café cara a cara. Nuestra agenda del móvil es interminable, pero apenas somos capaces de llamar a unas pocas personas de esa lista. Tenemos mil compromisos sociales en Navidad, pero vamos renegando y sin ganas a todos. Gastamos una pasta en regalos, pero gruñendo y con resquemor por si los demás se gastan menos que nosotros. Pues qué mierda. Qué pedazo de mierda, oye.
Total, que yo sigo haciendo regalos a mi familia y mis amigos más cercanos con ilusión. Tomo nota mental cuando les oigo decir que quieren o necesitan algo. Busco lo que les pueda gustar e imagino sus caras, su sorpresa o su ilusión. Y recibo los suyos con alegría y agradecimiento. Y no es cosa de cuanto se gasta uno o cuanto vale lo que te han dado. Porque el contacto humano no tiene precio y curiosamente es de lo que más carecemos en los tiempos que corren.
Bueno, es que más razón no puedes tener. Es asqueante oir estas conversaciones, me gustaría ver a las famílias de estas personas.
ResponderEliminarPD. gracias por el enlace, lo he visto ahora :)
Plas, plas, plas. Gran aplauso por el post.
ResponderEliminarPorque será que cada dia me gustan más tus entradas al blog?
ResponderEliminarTienes tanta razón...y esque vivimos en una sociedad hipócrita.
Suerte que todabía queda gente cómo tu.
Qué te voy a decir... chapeau.
ResponderEliminarEsas conversaciones serían cabreantes si no fuera por la tragedia que hay detrás de esas palabras: a esas señoras nadie las conoce lo suficiente para acertar con los regalos y ellas muy probablemente tampoco conocerán bien a nadie. Miden el afecto por el dinero. Deberíamos preguntarnos todos cómo hemos permitido esto.
El consumismo desmesurado va a terminar por consumirnos. Sólo quien sea capaz de desligarse de las modas y de las normas, del aparentar y del "ser feliz a toda costa" va a poder pensar con claridad.
La verdad es que la temática que tocas da para un libro.
Me gusta cómo trabaja tu cerebro, chica ;)
Suscribo letra por letra todo lo que has escrito. Yo soy de compartir esas ilusiones en la gente que quieres. A veces peco en ser más espléndido en los demás que en mí mismo. Pero no me importa. La vida es compartir, no en ser un avaricioso.
ResponderEliminaruy, si yo te contara... se de alguien que no es que se compre los regalos para si misma, es que saca dinero de la cuenta de su hijo o de su marido para comprarse ella sus propios regalos y asegurarse de que a) tiene regalo, b) el regalo le gusta, y c) se gastan lo que ella considera que deben gastarse. Cuando me lo contó casi le escupo, jajajajaja.
ResponderEliminarEn fin, reina, como siempre, chapeau. Un besote enorme!!!
Qué pobre de espíritu es la gente que regala para que le regalen. a mí me hace muy feliz regalar, mucho más que ser agasajada yo. No puedo con el egoísmo y el individualismo.
ResponderEliminar¡Qué post más sabio!
La pena es que cada vez hay más gente así. ¡Y luego lo llaman espíritu navideño!
ResponderEliminarYo soy de las que disfrutan más haciendo los regalos que recibiéndolos... Desde luego a mí no me importa lo que cuesta el regalo, o si no recibes uno a cambio. Yo lo que quiero es ver esa cara de ilusión, ya sea en mis hijos, en mi marido, en mi familia o en mis amigos.