He estado unos días enfurruñada. Y cuando digo “enfurruñada”,
quiero decir furiosa a niveles de querer matar a alguien. Mis cabreos suelen
ser proporcionales a lo que me importa la persona que me hace enfadar. Así que
si es el Ross el que causante del enfado, el mundo tiembla y ruge como un volcán
a punto de entrar en erupción.
Tanto, pero tanto me enfadé, que terminé mala. A mí la
ansiedad y la ira me enferman físicamente. Así que he estado unos días encontrándome
muy mal, con el estómago cerrado y ganas de llorar y gritar barbaridades todo
el día.
Para colmo, supongo que causado por lo mismo, me salió un
orzuelo en un ojo con una infección y un malestar ocular considerable. O sea,
que daba gloria bendita verme.
Y diréis, ¿qué hacía el Ross a todo esto? Pues huir de mí,
el muy miserable. Pero es que el Ross es así. El por no enfrentarse a algo es
capaz de cavar un agujero y meterse dentro como un topo. Y yo le aterro. Sabe que
si me enfado me vuelvo muy hiriente con las palabras. Y sabe que conozco sus
puntos débiles. Y sabe que tengo mala leche de sobra para darme media vuelta y
dejarle con un par de narices el resto de la vida. Y desde luego, sabe que no
hay nada que me haga cambiar de parecer hasta que no saco todo el veneno que
tengo dentro. Y sabe que huir no es solución porque yo con el tiempo sólo me
enfado más y más… pero por si acaso él trata de ignorar el tema y escurrir el
bulto eternamente.
Así que caemos en un círculo vicioso muy chungo, él huyendo
y yo cada vez más peligrosa.
Yo con el Ross sólo me he enfadado así cuatro veces en la
vida contando esta. La primera fue al poco de empezar a salir y casi nos cuesta
la relación. La segunda daría para un post porque ahora consigo ver la situación
como algo medio cómico, pero en el momento creí que le iba a matar. Y la
tercera fue hace dos años cuando nos dejamos de hablar hasta este otoño. Así que
claro, esta vez él no sabía muy bien si tocaba muerte o dejarle de hablar para
los restos.
Por suerte, al final lo hemos medio arreglado. Lo único que
juega a su favor es que cuando por fin me desahogo y llego a un punto de
entendimiento, paso página. De todos los defectos del mundo, soy poseedora de
la mayoría, pero no soy rencorosa. Así que si yo digo que se pasó, se pasó. Pero
ojo hasta que se pasa.
El caso es que por eso he estado estos días sin escribir
mucho. Entre el cabreo, los dolores y luego el ojo purulento, no he tenido
ganas. Pero ya ha pasado la tempestad. Mi tripita va recobrando su estado
normal, mi mal humor se ha reducido al nivel normal y mi ojo vuelve a parecer
un ojo. El Ross me ha pedido perdón y hemos conseguido cierto entendimiento. Así
que vuelve la calma. O lo que sea que hay en mi vida cuando no me veo envuelta
en la tormenta de mí misma.
Yo canalizo todos los malestares en el estómago, por eso estoy siempre mal de la barriguita. Me alegro de que lo hayáis arreglado y sobre todo me alegro de que no seas rencorosa, yo estoy trabajando en ello. Biquiños!
ResponderEliminarYo los cabreos no los psico-somatizo pero el estrés, sí. Me salen granos que me pican y parezco una fresa. Me alegro de que se te haya pasado. Es una birria sentirse mal, por dentro y por fuera. Un besote!!!
ResponderEliminarMe alegro mucho de que se haya solucionado y ya estés mejor.
ResponderEliminarIntenta que estas cosas no te afecten tanto. No puedes caer mala cada vez que el Ross hace de las suyas. Va a acabar contigo!
Ya sabes cómo es. Intenta relativizar, por fa. Sé que es difícil, pero...
Ah... mil gracias por tu comentario de anoche en mi blog. :_) Eres amor.
Un beso!
Me alegro que estés mejor, a mi me pasa lo mismo, menos mal que no me enfado mucho, besos!
ResponderEliminar¡Qué miedo me das! Y si me das miedo a mí, en nuestro mundo virtual, no quiero ni imaginar el miedo que pasará el pobre Ross... (que seguro que tienes razón y es para matarle, pero pobrecito).
ResponderEliminar