miércoles, 17 de junio de 2015

El momento coca-cola no light

A veces el amor se acaba. No hay culpables, son cosas que pasan. Es simplemente, que te dejan de interesar las mismas cosas, dejas de tener afinidad, dejas de sentir algo especial cuando le ves. Y a veces, hasta empiezas a sentir una especie de cansancio vital de estar cerca.
A mí me pasa con Pueblodelsur. Lo nuestro fue un amor de los buenos. Yo estaba loca por aquello, por la gente, por el ambiente, por todo. Pero llegó un momento en el que se nos acabó el amor de tanto usarlo. O algo así. El caso es que cada vez empezó a interesarme menos aquello. Con la gente cada vez comparto menos cosas. El ambiente ya no es lo mismo. Y como que las cosas buenas ya no me parecen tan, tan buenas. Estas cosas pasan, no es por ti, es por mí, te mereces algo mejor. Blablablá, lo que sea.
El caso es que cada vez me cuesta más ir. Y contando con que últimamente voy a pegarme las palizas del siglo allí pintando, limpiando y haciendo chapuzas, pues como que mal tirando a fatal.

El fin de semana pasado apenas salí de casa porque hay mucho que hacer allí dentro como para andar de paseo, pero aún así los escasos minutos que lo hice, volví un tanto mosqueada. Reconozco que yo soy muy de ciudad. Más que eso, soy muy de Madrid. Y eso implica estar acostumbrada a hacer lo que me da la gana sin que nadie me cuestione. Madrid tiene sus cosas malas, pero tiene ventajas. Puedes salir a la calle vestida y peinada como quieras, a nadie le importa. Puedes liarte con mil tíos, llevar amantes cada noche a tu casa, a nadie le importa. Puedes hacer lo que te salga del higo, básicamente. Y a nadie le importa un carajo porque nadie te conoce. En un pueblo es todo lo contrario. Hagas lo que hagas, será criticado. Aunque seas la más decente, alguien inventará algo porque les interesa TODO lo que haces o podrías hacer o podría ser que hicieras. Y a mí esas cosas me ponen muy nerviosita, me entra rápido la paranoia y mi mal humor crece por momentos.

El viernes por la mañana, mientras mi casa se iba convirtiendo en un caos, me empezó a bajar la tensión. Y no había una triste coca-cola que echarse al gaznate. Así que me puse unos pantalones de chándal rotos, una camiseta de hace diez años y me arrastré pálida y ojerosa hasta la tienda del pueblo. Allí lo llaman “el súper”, pero a no ser que sea por lo súper cutre que es, el nombre no hace justicia. El sitio es pequeño, desordenado, se supone que hay de todo pero nunca hay de nada, todo está amontonado, los pasillos (los tres) son más que estrechos y la tía que está en la caja es imbécil del culo. Eso sin contar con que siempre está lleno de marujas gordas y sin nada mejor que hacer en todo el día que estar allí chismoseando. Así que si no es para una emergencia, no voy. Pero lo era. Cogí una bolsa de patatas fritas, un par de latas de cerveza de marca desconocida y me acerqué a la malhumorada cajera haciendo un esfuerzo por agudizar el oído y entender el acento.

  • Perdona, ¿no hay coca-colas normales?
  • ¿De doh litroh?
  • No, latas.
  • Pueeeee... ahí hay latah laih.

WTF!! ¿De qué cojones habla? Miré a mi alrededor. Ya había tres marujas gordas con sus batas de flores mirándome como si acabara de bajar de una nave espacial. Soy la única del pueblo que pesa menos de 50 kilos, estoy pálida como una muerta, tengo pintura en el pelo y llevo la ropa más roñosa del mundo. Y encima aquí la que habla raro soy yo. Suspiré.

  • No encuentro las latas de coca-cola normal. - repetí muy despacio.
  • Iguá no quean ahí. Voy a miráh la cámara, pero no sé lah que habrá. Que no ha venío hoy er der mandao.
  • Vale. - lo que sea.

La cajera se va hasta un frigorífico que le servía al pintor de las cuevas de Altamira para conservar el bisonte.

  • ¿Cuántah quiereh? - me grita.
  • No sé, ¿cuántas tienes?
  • ¿Cuántah quiereh?
  • ¿Pero cuántas tienes?
  • ¿Cuántah quiereh?
  • Cuatro. - las que sean para salir del bucle.
  • Tengo tré.

Por un momento dudé si estaría regateando y quería que le dijera “dame dos” para decirme “te ofrezco una”. Lo que pasa es que estaba muy cansada, malhumorada y sólo quería irme a mi casa. Y no a la que está cien metros más arriba del súper, si no la que está a trescientos kilómetros, en Madrid. Así que esperé pacientemente a que la tía volviera con mis tres coca-colas para pagar. Mientras, las tres marujas gordas de batas floreadas me habían rodeado y me miraban con curiosidad. Al final le dijo una a la otra “¿y ehta muchacha quién eh?”. Al parecer en los pueblos creen que la gente de fuera no tenemos la capacidad de escucharles. Ni de verles cuando se asoman a la ventana para tratar de adivinar quién eres. Volví a suspirar mientras la maruja número dos le decía “éhta no eh de aquí”.
Pues claro que no, señora. Soy un caminante blanco y necesito imperiosamente volver al norte del muro o moriré.


P.D. Le dedico esta entrada a @pratelly que leyó un tweet al respecto y se quedó con la intriga de lo que había pasado.


8 comentarios:

  1. Jajajaja. Esos momentos en los que uno se siente extraterrestre... El momento regateo con las latas me ha matado. Los pueblitos tienen su encanto pero pueden llegar a ser muy desesperantes para los que no estamos acostumbrados. Un besote!!!

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  2. Mi amor odio con el pueblo de mis padres empezó en el momento en que mandaron a estudiar fuera de allí... cada vez que volvía y a medida que pasaba el tiempo, mi mentalidad se alejaba más y más de la "mentalidad de pueblo" (perdón la generalización) a mi me tira de un higo lo que haga o no la gente con su vida mientras no hagan daño a los demás, pero en los pueblos (al menos en los que yo conozco) la vida de los demás es el topic más interesante (qué triste!)... y claro, yo entre la cantidad de tatuajes, que siempre he sido algo rarita... era carne de cañón para cotilleos. Me cansé y ahora como mucho vuelvo a tomar el turrón.

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  3. Jajajajajajajajajaja me parto!. Grandioso momento el del súper, no tiene desperdicio.
    Un beso

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  4. Jajaja tía qué risa, me meoooooooooooooooo xDDD

    Besosss

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  5. jajajajajajajaja bueníiiiiiiiiiiiiiisimo!!!!! =)
    No vivo en Madrid. Nunca lo he hecho y nunca lo he querido. Lo he esquivado con cuidado porque para mí es "demasiado". Sin embargo.en los últimos... mmm 7-8 años... estoy viviendo en ciudades grandes (digamos... entre las 4-5 ciudades más grandes de España) Y cada vez que vuelvo a "mi casa" (casa de mis padres en la que aún estoy empadronada... ejem) que es capital de provincia de esas que no llegan a los 60.000... me agobiooooo jajaja Por un lado me gusta la tranquilidad con la que puedes ir a cualquier lado, sabiendo que no existen "zonas malas" (pese a que ahí se creen que sí... jaja las zonas malas de ahí, son las buenas de las ciudades grandes...) etc etc... Pero el hecho de encontrarte en cada esquina con alguien conocido... que tu vida no sea anónima... a mí me agobia!! (Quizás creo que está bien para gente que viene de nuevas... porque ni lo conoce todo el mundo, ni es un pueblo en el que todo el mundo te mire regular porque no te conoce)

    Qué decirte... que yo viví un año en un pueblarro... en el que los que no son de ahí, son oficalmente "los forasteros" Y ya puedes llevar 10 años ahí... que como no tengas 7 generaciones previas ahí... sigues siendo forastero... jaajja

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  6. Pues será por la entonación con que lo he leído yo, pero me encanta el acento de la cajera. :P

    En todo caso, me alegro de que la aventura terminara bien y que hayas conseguido tus coca-colas (las tré).

    P.d. Lo del cotilleo puebleril puede llegar a ser muy cansino, estoy de acuerdo.

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  7. Jaaaajajaja buenísimo. Qué horror, cómo te entiendo, es para salir corriendo y no volver. Aunque te advierto que eso de que en Madrid no te cotillean… tenías que ver a mi portero...

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  8. Que asco de gente menos mal que hay mucha gente como tu. Aunque en ese pueblo supongo que no

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