A veces el amor se acaba. No hay
culpables, son cosas que pasan. Es simplemente, que te dejan de
interesar las mismas cosas, dejas de tener afinidad, dejas de sentir
algo especial cuando le ves. Y a veces, hasta empiezas a sentir una
especie de cansancio vital de estar cerca.
A mí me pasa con Pueblodelsur. Lo
nuestro fue un amor de los buenos. Yo estaba loca por aquello, por la
gente, por el ambiente, por todo. Pero llegó un momento en el que se
nos acabó el amor de tanto usarlo. O algo así. El caso es que cada
vez empezó a interesarme menos aquello. Con la gente cada vez
comparto menos cosas. El ambiente ya no es lo mismo. Y como que las
cosas buenas ya no me parecen tan, tan buenas. Estas cosas pasan, no
es por ti, es por mí, te mereces algo mejor. Blablablá, lo que sea.
El caso es que cada vez me cuesta más
ir. Y contando con que últimamente voy a pegarme las palizas del
siglo allí pintando, limpiando y haciendo chapuzas, pues como que
mal tirando a fatal.
El fin de semana pasado apenas salí de
casa porque hay mucho que hacer allí dentro como para andar de
paseo, pero aún así los escasos minutos que lo hice, volví un
tanto mosqueada. Reconozco que yo soy muy de ciudad. Más que eso,
soy muy de Madrid. Y eso implica estar acostumbrada a hacer lo que me
da la gana sin que nadie me cuestione. Madrid tiene sus cosas malas,
pero tiene ventajas. Puedes salir a la calle vestida y peinada como
quieras, a nadie le importa. Puedes liarte con mil tíos, llevar
amantes cada noche a tu casa, a nadie le importa. Puedes hacer lo que
te salga del higo, básicamente. Y a nadie le importa un carajo
porque nadie te conoce. En un pueblo es todo lo contrario. Hagas lo
que hagas, será criticado. Aunque seas la más decente, alguien
inventará algo porque les interesa TODO lo que haces o podrías
hacer o podría ser que hicieras. Y a mí esas cosas me ponen muy
nerviosita, me entra rápido la paranoia y mi mal humor crece por
momentos.
El viernes por la mañana, mientras mi
casa se iba convirtiendo en un caos, me empezó a bajar la tensión.
Y no había una triste coca-cola que echarse al gaznate. Así que me
puse unos pantalones de chándal rotos, una camiseta de hace diez
años y me arrastré pálida y ojerosa hasta la tienda del pueblo.
Allí lo llaman “el súper”, pero a no ser que sea por lo súper
cutre que es, el nombre no hace justicia. El sitio es pequeño,
desordenado, se supone que hay de todo pero nunca hay de nada, todo
está amontonado, los pasillos (los tres) son más que estrechos y la
tía que está en la caja es imbécil del culo. Eso sin contar con
que siempre está lleno de marujas gordas y sin nada mejor que hacer
en todo el día que estar allí chismoseando. Así que si no es para
una emergencia, no voy. Pero lo era. Cogí una bolsa de patatas
fritas, un par de latas de cerveza de marca desconocida y me acerqué
a la malhumorada cajera haciendo un esfuerzo por agudizar el oído y
entender el acento.
- Perdona, ¿no hay coca-colas normales?
- ¿De doh litroh?
- No, latas.
- Pueeeee... ahí hay latah laih.
WTF!! ¿De qué cojones habla? Miré a
mi alrededor. Ya había tres marujas gordas con sus batas de flores
mirándome como si acabara de bajar de una nave espacial. Soy la
única del pueblo que pesa menos de 50 kilos, estoy pálida como una
muerta, tengo pintura en el pelo y llevo la ropa más roñosa del
mundo. Y encima aquí la que habla raro soy yo. Suspiré.
- No encuentro las latas de coca-cola normal. - repetí muy despacio.
- Iguá no quean ahí. Voy a miráh la cámara, pero no sé lah que habrá. Que no ha venío hoy er der mandao.
- Vale. - lo que sea.
La cajera se va hasta un frigorífico
que le servía al pintor de las cuevas de Altamira para conservar el
bisonte.
- ¿Cuántah quiereh? - me grita.
- No sé, ¿cuántas tienes?
- ¿Cuántah quiereh?
- ¿Pero cuántas tienes?
- ¿Cuántah quiereh?
- Cuatro. - las que sean para salir del bucle.
- Tengo tré.
Por un momento dudé si estaría
regateando y quería que le dijera “dame dos” para decirme “te
ofrezco una”. Lo que pasa es que estaba muy cansada, malhumorada y
sólo quería irme a mi casa. Y no a la que está cien metros más
arriba del súper, si no la que está a trescientos kilómetros, en
Madrid. Así que esperé pacientemente a que la tía volviera con mis
tres coca-colas para pagar. Mientras, las tres marujas gordas de
batas floreadas me habían rodeado y me miraban con curiosidad. Al
final le dijo una a la otra “¿y ehta muchacha quién eh?”. Al
parecer en los pueblos creen que la gente de fuera no tenemos la
capacidad de escucharles. Ni de verles cuando se asoman a la ventana
para tratar de adivinar quién eres. Volví a suspirar mientras la
maruja número dos le decía “éhta no eh de aquí”.
Pues claro que no, señora. Soy un
caminante blanco y necesito imperiosamente volver al norte del muro o
moriré.
P.D. Le dedico esta entrada a @pratelly
que leyó un tweet al respecto y se quedó con la intriga de lo que
había pasado.
Jajajaja. Esos momentos en los que uno se siente extraterrestre... El momento regateo con las latas me ha matado. Los pueblitos tienen su encanto pero pueden llegar a ser muy desesperantes para los que no estamos acostumbrados. Un besote!!!
ResponderEliminarMi amor odio con el pueblo de mis padres empezó en el momento en que mandaron a estudiar fuera de allí... cada vez que volvía y a medida que pasaba el tiempo, mi mentalidad se alejaba más y más de la "mentalidad de pueblo" (perdón la generalización) a mi me tira de un higo lo que haga o no la gente con su vida mientras no hagan daño a los demás, pero en los pueblos (al menos en los que yo conozco) la vida de los demás es el topic más interesante (qué triste!)... y claro, yo entre la cantidad de tatuajes, que siempre he sido algo rarita... era carne de cañón para cotilleos. Me cansé y ahora como mucho vuelvo a tomar el turrón.
ResponderEliminarJajajajajajajajajaja me parto!. Grandioso momento el del súper, no tiene desperdicio.
ResponderEliminarUn beso
Jajaja tía qué risa, me meoooooooooooooooo xDDD
ResponderEliminarBesosss
jajajajajajajaja bueníiiiiiiiiiiiiiisimo!!!!! =)
ResponderEliminarNo vivo en Madrid. Nunca lo he hecho y nunca lo he querido. Lo he esquivado con cuidado porque para mí es "demasiado". Sin embargo.en los últimos... mmm 7-8 años... estoy viviendo en ciudades grandes (digamos... entre las 4-5 ciudades más grandes de España) Y cada vez que vuelvo a "mi casa" (casa de mis padres en la que aún estoy empadronada... ejem) que es capital de provincia de esas que no llegan a los 60.000... me agobiooooo jajaja Por un lado me gusta la tranquilidad con la que puedes ir a cualquier lado, sabiendo que no existen "zonas malas" (pese a que ahí se creen que sí... jaja las zonas malas de ahí, son las buenas de las ciudades grandes...) etc etc... Pero el hecho de encontrarte en cada esquina con alguien conocido... que tu vida no sea anónima... a mí me agobia!! (Quizás creo que está bien para gente que viene de nuevas... porque ni lo conoce todo el mundo, ni es un pueblo en el que todo el mundo te mire regular porque no te conoce)
Qué decirte... que yo viví un año en un pueblarro... en el que los que no son de ahí, son oficalmente "los forasteros" Y ya puedes llevar 10 años ahí... que como no tengas 7 generaciones previas ahí... sigues siendo forastero... jaajja
Pues será por la entonación con que lo he leído yo, pero me encanta el acento de la cajera. :P
ResponderEliminarEn todo caso, me alegro de que la aventura terminara bien y que hayas conseguido tus coca-colas (las tré).
P.d. Lo del cotilleo puebleril puede llegar a ser muy cansino, estoy de acuerdo.
Jaaaajajaja buenísimo. Qué horror, cómo te entiendo, es para salir corriendo y no volver. Aunque te advierto que eso de que en Madrid no te cotillean… tenías que ver a mi portero...
ResponderEliminarQue asco de gente menos mal que hay mucha gente como tu. Aunque en ese pueblo supongo que no
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