Siempre digo que mi cumpleaños es gafe y nadie me cree. Y lo que es más, no es el día de mi cumpleaños en sí, son los días aledaños, toda la semana en la que cae.
Este año los males han sido pequeños por el hecho maravilloso de que hago todo el tiempo lo que me da la real gana y porque estoy rodeada de una gente maravillosa que me vale su peso en oro varias veces. Pero aún así ha estado la sombra del gafe, para que no me olvide.
Esas pequeñas cosas malas son que mi yayo tiene un herpes en la espalda que le tiene bastante fastidiado, que los problemas con el casero del otro piso van a costar mucho dinero y muchos disgustos y que yo ando un poco averiada. Mis averías son pequeñas, pero son muchas y todas juntas. Tengo un virus en el ojo izquierdo, por lo que me levanto como un hámster con el ojo legañoso y pegado, tengo que darme gotas y pomadas, no puedo pintarme y lo tengo rojo e irritado. Tengo otitis en el oído izquierdo, pero la suerte es que se me ha quedado en el oído externo por lo que el dolor es soportable. Tengo la garganta muy irritada y estoy afónica, tengo la voz como si me hubiera chimplado un barril de cazalla yo solita y a morro. Y tengo un pelotazo alérgico que me hace estar moqueante y atolondrada. Esto muy bien, vaya.
A pesar de todo esto y de todos los medicamentos que se supone que me tengo que tomar (las gotas del ojo, la pomada del ojo, las gotas del oído, el antihistamínico, el antinflamatorio, y las pastillas para la garganta), ayer junté a mi gente. No
para celebrar mi cumpleaños exactamente. Eso es la excusa. Es juntarles porque les quiero, porque les necesito, porque son los mejores.
Así que tras la comida de celebración de los 80 años de mi yayo con mi familia, me vine a mi casita y al poco tiempo llegó Anita. Luego vineron I y G, que pensaban venir a las copas de la noche, pero surgió una cosilla familiar. Después llegó Pa y cenamos las tres chicas solitas. Había pensado hacer una buena cena y una tarta, pero entre enfermedades e imprevistos, no pude. Pero me lo perdonaron y Ana trajo una empanada estupenda. Después vinieron mis otros niños, Jimy y el Rubio a tomar una copa. Charlamos, nos reímos y disfrutamos de la primera noche de terraza y de copas en mi mesa y sillas nuevas de colores. Nos dieron las tantas entre anécdotas, teorías, ron y humo.
Serían las cuatro cuando nos fuimos a dormir. Las tres niñas en mi cama y los chicos en unos sacos en el suelo del salón. Ojalá tuviera algo mejor que ofrecerles.
La noche ha sido curiosa. Me he sentido un poco como en los campamentos, oyendo respiraciones y movimiento a mi alrededor. Es raro, acostumbrada como estoy al silencio más absoluto que sólo rompo yo misma. Pero me gusta. La casa estaba llena de la vida que le falta a diario.
Por la mañana ha venido la mejor parte. Siempre me encantaron los desayunos. Soy muy feliz desayunando con gente, oliendo a café, preparando tostadas… así que nos hemos vuelto a salir a la terraza a desayunar al sol. Y se lo he dicho: “chicos, este es el mejor regalo que me podíais haber hecho”. Y es cierto. Porque me han regalado un rato de felicidad.
En fin, sigo cansada, medio tuerta, medio sorda, medio muda y medio gilipollas, pero soy feliz. Gracias, gente, mi gente. Sois los mejores. Y os quiero a rabiar.
te quiero!
ResponderEliminarana
¡¡Eres genial!!y por lo demás ,no hay mal que 100 años dure .Un besazo,LUZ
ResponderEliminarBravo, un beso.
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