Le estoy cogiendo gustillo a lo de la vida social. Como siga así, me convertiré en una juerguista. De momento, el sábado salí, anoche estuve en un conciertillo (que ahora lo cuento) y tengo planes para los dos próximos findes. Estoy que me salgo. A este paso, conoceré gente, me echaré novio y mis planes de ser la loca de los gatos se verán truncados. O al menos pospuestos.
Bueno, el caso, el concierto. Habrá quien se sorprenda si digo que nunca he estado en un concierto de verdad. De esos que canta gente conocida y van mogollón de fanses y hay que pagar entrada y todo eso. Me estoy haciendo social, pero mi fobia a las multitudes sigue en pie. Lo que pasa es que esto era distinto. No sé si me sigue algún madrileño, pero el sitio es mítico. Y además es pequeñito y no iba mucha gente, más que nada, porque a mi amigo Cantautor no le conocen más que en su barrio y en su casa a la hora de comer.
Total, que Anita y yo nos animamos a ir. Y justo antes de entrar estábamos tomando algo en una terraza, porque está siendo un otoño raro, cuando he visto que a nuestro lado estaban los que iban a cantar. Así he podido hablar con Cantautor unos minutillos antes del follón y de subirse al escenario. Me ha gustado verle y escuchar su voz. Me ha gustado verme otra vez en sus ojos marrones y verle sonreír. Me ha gustado recordar nuestra historia, contándosela a Ana cuando él ya se ha ido a preparar el escenario.
Voy a poner el relato de la misma, que lo publiqué hace años en aquél blog súper privado que a veces me dan ganas de retomar y que unas pocas privilegiadas quizás recuerden aún. Y además de esto, Cantautor también es del que hablé aquí.
Cantautor fue un compañero de facultad, muy del estilo setentero de mi universidad, que paseaba siempre con la guitarra al hombro y cantando canciones de Ismael Serrano. No era muy guapo, parecía sólo un chico más, con los rizos largos y sus canciones.
Yo le gustaba, me lo dijeron. Pero yo andaba liada con un menda guapete y fumado del que quizás hable otro día. Así que Cantautor siguió ahí, con sus canciones y sus historias, mirándome de ese modo especial, diciéndome que teníamos que ir a Madrid a tomar café a sitios de esos donde hacen actuaciones, donde la gente cuelga sus cuadros o donde uno se sienta en alfombras a fumar en pipa de agua. Esos sitios donde ahora actúa el. Y hablábamos, sentados en los pasillos, cigarros a medias y sentimientos a flor de piel. Yo escuchaba sus canciones, él leía mis cosas. Yo le tarareaba como una grupie, él me decía, ojalá las palabras me quisieran tanto como a ti. Y yo me reía, que no, ya quisiera yo hacer poesía como tú. Y me miraba con ternura, con sus ojos marrones, tan suaves.
Hubo una noche, una de verano, que estaba yo con una amiga en una casa medio abandonada que tenía por mi barrio y que usábamos como refugio los fines de semana. Algún día tendré que hablar detenidamente de esa casa, por cierto. El caso es que estábamos allí, más aburridas que monas, hablando de poesías y cantando canciones. Hasta que llegó una que no nos salía. Sí, hombre, esa que habla de un hombre que se enamora de una colegiala. Sí, de Ismael Serrano, de aquel disco que tú tenías. Sí, aquella, ¿cómo decía? Que al final el tío termina medio loco o algo así por que se enamora mucho de la niña. Sííííííí… ¿cómo era?
Y tras muchos intentos fallidos, le dije a mi amiga, no te preocupes, Cantautor se sabe todas las de Ismael, le llamo y que me la cante que si no, no duermo. Son las dos de la mañana, pero fijo que aún anda por ahí.
- Cantautor, tío, necesito un favor. Vas a pensar que estoy loca…
- Yo sí que estoy loco por ti.
- No seas tonto… - sonrisa de boba – escucha, necesito que me ayudes.
- Lo que digas, princesa.
- Sabes la canción de Ismael Serrano, esa que se enamora de una niña y lo cuenta y al final le echan del trabajo y le deja la mujer y eso porque está con la nena…
- Sí.
- Necesito que me la cantes.
- ¡¡No puedo!! Estoy con mis amigos, se reirían de mí.
- Jooooooooo, por favor, llevamos horas dándole vueltas, y he pensado en ti…
- Yo sí que pienso en ti, pero ahora no puedo.
- Joooooooo
- Ya hablamos, reina. No dejaré hoy de pensar en ti en toda la noche.
Colgué un poco frustrada. Nada, que no me la ha cantado, que tenemos que seguir a ver si nos acordamos. Jo. Decía algo del uniforme. Y de que él va a buscarla a la escuela. Diossssssssss, cómo era la puñetera canción. Me vuelve a llamar, espera que es él otra vez.
- ¿Sí?
- Mi vida empezó aquel día…
Y cantó durante unos minutos, con su voz dulce, con un puntillo a lo Serrat y su intento de ser Sabina. Yo al otro lado, con cara de mema otra vez. Cuando terminó, le di las gracias, me dijo que era un placer cantarme bajo la luna o una chorrada de esas que se le ocurrían y colgamos.
Mi amiga me dijo que me gustaba ese chico. Pero no, qué bobada, cómo me iba a gustar. Ya ves, qué tontería. La taquicardia era por el calor repentino que hacía y la sonrisa por haber conseguido acordarme de la canción y… las ganas inmensas de verle y abrazarle, el más sano agradecimiento… ¿o no?
Pues no, porque una hora más tarde, me llamó y me dijo, ya lo sabes, pero me gustas mucho. Me encantas, sólo te llamo para darte las buenas noches y decirte que yo hoy soñaré con los ángeles, porque me voy a la cama pensando en ti y no soñaré nada más que contigo. Y que estoy colado por ti, y me da igual todo, quiero quedar contigo y besarte y no me va a importar nada.
Y quedamos, claro. Quedamos y tomamos té de azahar y fumamos en pipa de agua. Paseamos por Madrid, nos sentamos en el césped frente al Palacio Real, me cantó bajito una canción suya que me encantaba, “báilame al agua, báilame…” Y caminamos bajo la lluvia hasta Príncipe Pío, bajo una tormenta muy suave que caía templada. Y nos besamos bajo la lluvia y nos dijimos que después del verano y los viajes que empezaban al día siguiente, hablaríamos.
El final es un poco triste, para variar. Mis historias, sobre todo de amor, siempre acaban mal. Pasó el verano sin que pudiéramos vernos apenas, viajando y tal. Luego, el monstruo me dio un susto amenazando con volver a mi vida. Tuve problemas con otro de los psicópatas que han pasado por mi vida. Y no quise involucrarle. Al pobre Cantautor, todo sensibilidad, no podría cargar con aquello. Quise protegerle y no le di explicaciones. Así que nunca volvimos a tocar el tema. Nunca volvimos a besarnos.
Y yo seguí caminando, con paso firme, como siempre, por mucho que me tiemblen las piernas. Meses después empecé con el Ross, me enamoré perdidamente de él y dejé que Cantautor fuera sólo un hermoso recuerdo. Pero a veces, esas noches solitarias de verano que no tengo nada que hacer, me digo, qué será de él, en qué oído cantará ahora, se acordará alguna vez de que pasé por su vida como yo recuerdo que él pasó por la mía. Y cuando oigo algunas canciones, el eco de su voz suena en mi cabeza.
Yo le gustaba, me lo dijeron. Pero yo andaba liada con un menda guapete y fumado del que quizás hable otro día. Así que Cantautor siguió ahí, con sus canciones y sus historias, mirándome de ese modo especial, diciéndome que teníamos que ir a Madrid a tomar café a sitios de esos donde hacen actuaciones, donde la gente cuelga sus cuadros o donde uno se sienta en alfombras a fumar en pipa de agua. Esos sitios donde ahora actúa el. Y hablábamos, sentados en los pasillos, cigarros a medias y sentimientos a flor de piel. Yo escuchaba sus canciones, él leía mis cosas. Yo le tarareaba como una grupie, él me decía, ojalá las palabras me quisieran tanto como a ti. Y yo me reía, que no, ya quisiera yo hacer poesía como tú. Y me miraba con ternura, con sus ojos marrones, tan suaves.
Hubo una noche, una de verano, que estaba yo con una amiga en una casa medio abandonada que tenía por mi barrio y que usábamos como refugio los fines de semana. Algún día tendré que hablar detenidamente de esa casa, por cierto. El caso es que estábamos allí, más aburridas que monas, hablando de poesías y cantando canciones. Hasta que llegó una que no nos salía. Sí, hombre, esa que habla de un hombre que se enamora de una colegiala. Sí, de Ismael Serrano, de aquel disco que tú tenías. Sí, aquella, ¿cómo decía? Que al final el tío termina medio loco o algo así por que se enamora mucho de la niña. Sííííííí… ¿cómo era?
Y tras muchos intentos fallidos, le dije a mi amiga, no te preocupes, Cantautor se sabe todas las de Ismael, le llamo y que me la cante que si no, no duermo. Son las dos de la mañana, pero fijo que aún anda por ahí.
- Cantautor, tío, necesito un favor. Vas a pensar que estoy loca…
- Yo sí que estoy loco por ti.
- No seas tonto… - sonrisa de boba – escucha, necesito que me ayudes.
- Lo que digas, princesa.
- Sabes la canción de Ismael Serrano, esa que se enamora de una niña y lo cuenta y al final le echan del trabajo y le deja la mujer y eso porque está con la nena…
- Sí.
- Necesito que me la cantes.
- ¡¡No puedo!! Estoy con mis amigos, se reirían de mí.
- Jooooooooo, por favor, llevamos horas dándole vueltas, y he pensado en ti…
- Yo sí que pienso en ti, pero ahora no puedo.
- Joooooooo
- Ya hablamos, reina. No dejaré hoy de pensar en ti en toda la noche.
Colgué un poco frustrada. Nada, que no me la ha cantado, que tenemos que seguir a ver si nos acordamos. Jo. Decía algo del uniforme. Y de que él va a buscarla a la escuela. Diossssssssss, cómo era la puñetera canción. Me vuelve a llamar, espera que es él otra vez.
- ¿Sí?
- Mi vida empezó aquel día…
Y cantó durante unos minutos, con su voz dulce, con un puntillo a lo Serrat y su intento de ser Sabina. Yo al otro lado, con cara de mema otra vez. Cuando terminó, le di las gracias, me dijo que era un placer cantarme bajo la luna o una chorrada de esas que se le ocurrían y colgamos.
Mi amiga me dijo que me gustaba ese chico. Pero no, qué bobada, cómo me iba a gustar. Ya ves, qué tontería. La taquicardia era por el calor repentino que hacía y la sonrisa por haber conseguido acordarme de la canción y… las ganas inmensas de verle y abrazarle, el más sano agradecimiento… ¿o no?
Pues no, porque una hora más tarde, me llamó y me dijo, ya lo sabes, pero me gustas mucho. Me encantas, sólo te llamo para darte las buenas noches y decirte que yo hoy soñaré con los ángeles, porque me voy a la cama pensando en ti y no soñaré nada más que contigo. Y que estoy colado por ti, y me da igual todo, quiero quedar contigo y besarte y no me va a importar nada.
Y quedamos, claro. Quedamos y tomamos té de azahar y fumamos en pipa de agua. Paseamos por Madrid, nos sentamos en el césped frente al Palacio Real, me cantó bajito una canción suya que me encantaba, “báilame al agua, báilame…” Y caminamos bajo la lluvia hasta Príncipe Pío, bajo una tormenta muy suave que caía templada. Y nos besamos bajo la lluvia y nos dijimos que después del verano y los viajes que empezaban al día siguiente, hablaríamos.
El final es un poco triste, para variar. Mis historias, sobre todo de amor, siempre acaban mal. Pasó el verano sin que pudiéramos vernos apenas, viajando y tal. Luego, el monstruo me dio un susto amenazando con volver a mi vida. Tuve problemas con otro de los psicópatas que han pasado por mi vida. Y no quise involucrarle. Al pobre Cantautor, todo sensibilidad, no podría cargar con aquello. Quise protegerle y no le di explicaciones. Así que nunca volvimos a tocar el tema. Nunca volvimos a besarnos.
Y yo seguí caminando, con paso firme, como siempre, por mucho que me tiemblen las piernas. Meses después empecé con el Ross, me enamoré perdidamente de él y dejé que Cantautor fuera sólo un hermoso recuerdo. Pero a veces, esas noches solitarias de verano que no tengo nada que hacer, me digo, qué será de él, en qué oído cantará ahora, se acordará alguna vez de que pasé por su vida como yo recuerdo que él pasó por la mía. Y cuando oigo algunas canciones, el eco de su voz suena en mi cabeza.
Para colmo, en el concierto, ha cantado aquello de “báilame el agua, báilame”, eso de “camino de la facultad todo sigue igual hoy nada ha cambiado”… y todas esas cosas que me cantaba cuando nos sentábamos en la asociación cutre donde pasé mis horas universitarias. Y sé que nunca volverá a estar a mi lado. Puede que ni se acuerde de que me besó aquella noche, de que me cantó por teléfono, de que caminé de su mano bajo la lluvia. Pero yo le recordaré siempre. Y esta noche, el calor de su cuerpo al abrazarme, su brazo en mi cintura y su mejilla contra la mía me han hecho tiritar. Su sonrisa, tan franca, tan sincera. Por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, el corazón se me ha estremecido de nuevo. Porque puede que haya sido la única historia con un punto de romanticismo absurdo que me he permitido en la vida. Y porque hay cosas que ni se deben ni se quieren olvidar.
Jo, nena... qué preciosidad. Y de verdad que no puede ser??? Ay... ¿de verdad?
ResponderEliminar(Yo si que me acuerdo de ese blog supersecreto...)
Te quieroooo!!!
Ay (suspiro largo)
ResponderEliminarse puede poner "me mola" 7 veces? :D
ResponderEliminar