Lo bueno de las malas personas es que te enseñan muchas
cosas. Quizás incluso más que las buenas. Como pasa con las rachas de la vida. Las
buenas te hacen feliz, las malas te endurecen, te agrandan, te hacen aprender. A
hostias eso sí. Como se suelen hacer las cosas en la vida, a palos.
He dicho más de una vez que una de las peores personas que
conozco es mi abuela paterna. Que tiene cosas buenas, claro, pero no son
muchas. Y lo peor es que cada vez son menos. Sin embargo, es una mujer muy
inteligente y si analizo con frialdad las cosas que me ha dicho a lo largo de
la vida y me tapo los ojos para no ver las heridas que esas palabras me
causaron, tengo que reconocer que tenía mucha razón. La muy perra del infierno
tenía razón en todo.
Desde que era yo muy pequeña me decía que no era sociable y
no entendía por qué no me gustaba ir al parque a jugar con otros niños. Mi abuela
nunca entendió que para mí los niños no han sido atractivos ni cuando yo era
una de ellos. No entendió que para mí esos seres bajitos y llenos de tierra del
parque eran desconocidos con los que no compartía nada. No entendía que ese no
era mi mundo. Así que me llevaba por la fuerza. Y yo pasaba fatal, nunca me gustó
acercarme a alguien y decirle “Hola, soy Naar, ¿quieres ser mi amigo?”. Y desde
luego no me gustaba (ni me gusta) que alguien que no conozco se me acerque y me
hable.
Generalmente me subía a un columpio y me pasaba el tiempo ahí
sentada, balanceándome hacia delante y hacia atrás, mientras mi abuela hablaba
con todo el que quería escucharla. Ella es como Forest Gump, se sienta en un
banco y habla con todo el que se siente cerca, quiere éste o no. A veces,
incluso sigue hablando aunque no haya nadie. Supongo que eso es ser sociable. Y
supongo que por eso le gustaba llevarme al parque a pesar de mi reticencia, mis
lloros, mis peticiones de hacer otras cosas. Para hablar ella y relacionarse
ella mientras yo me columpiaba con la tristeza de que mi abuela prefería hablar
con otra mujer desconocida que conmigo.
Recuerdo con claridad una vez que estaba sentada en la rueda
de coche que hacía de columpio mientras ella estaba a su cháchara, pero
curiosamente me miraba. No sé qué pasó, si resbalé o qué, pero me caí de
espaldas al suelo. Me hice mucho daño, me asusté porque por un momento me quedé
sin respirar y me golpeé la cabeza. Esperé unos segundos a que los brazos de mi
abuela vinieran a levantarme, me abrazara, me sacudiera la tierra, me consolara
y comprobara que no me había hecho nada grave. Pero no pasó nada. Yo seguía allí
tumbada en el suelo, magullada y humillada, sola ante las miradas y las risas
de otros niños. Así que me levanté sollozando y me acerqué a ella, que me
miraba con media sonrisa sardónica sentada en un banco. Le pregunté con
bastante enfado por qué no había venido a ayudarme. Me sentía muy, muy triste
porque lo único que me pasaba por la cabeza es que mi abuela no me quería. Que no
le importaba que me cayera y me hiciera daño. Eso me dolía tanto que apenas me
acordaba ya del coscorrón ni del golpetazo de la espalda. Ella seguía sentada,
sonriendo, sin inmutarse por mis lágrimas. “No
puedes ser tan blanda.” Me dijo. “No
puedes esperar que siempre vaya alguien a levantarte cuando te caigas. No puedes
esperar que siempre haya alguien para curarte, ni para consolarte, ni para
nada. Te caerás mil veces. Y quizás nunca haya nadie para levantarte, así que
vete aprendiendo.” Yo no entendía el alcance de esas palabras porque no debía
tener más de cinco o seis años, así que le repliqué que mi madre me cogía en
brazos cuando me caía y me curaba las rodillas si me las raspaba. Que mi madre siempre
me levantaba. Mi abuela me miró con su sonrisa malvada y me dijo “Bueno, hoy no estaba tu madre. Y muchas
veces no estará. Pero te has levantado, ¿no? tú solita, sin mamá. Te has
levantado. Aprende, porque lo tendrás que hacer muchas veces más en la vida. Como
hoy, tú sola. Así que deja de llorar, hoy has aprendido a levantarte como lo
hacen los mayores.”
Yo seguí sin entender nada y cuando llegué a casa se lo conté
a mi madre. Le expliqué que me había caído, me había hecho daño y mi abuela no
me había ayudado. Mi madre, con su habitual dulzura que tanto admiro, me abrazó
y me dio un besito en la cabeza y me dijo unas cuantas cosas cariñosas que no
recuerdo. Lo curioso es que le dije “pero
me he levantado sola, mamá, como los mayores.” Y me sentí extrañísimamente
orgullosa de mí misma.
Quizás fue la primera vez que lo hice, que caí y me levanté
sola. Fue porque no me quiso ayudar nadie, pero aprendí la lección: a veces
tienes que ponerte en pie solo. Y ahora comprendo que las palabras, quizás
demasiado crueles para una niña, de mi abuela tenían un alcance mayor de lo que
con cinco años pude sospechar. Porque es una mala persona, pero tenía razón. Joder.
Vaya si la tenía. La muy hija de puta.
De todo y de todos se aprende en esta vida; yo sólo tengo recuerdos de mi abuela materna y era una arpía...lo malo es que no aprendí nada de ella...bueno, sí, que si le decía que era Española se cabreaba como una mona (era argentina)
ResponderEliminarBss
Tunneando Blogger: Rediseña tu blog!
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Tenía razón pero hay cosas que no se tienen que aprender tan temprano. Lo que tu abuela no te dijo es que a veces te caerás y la gente se peleará por levantarte ;) Biquiños!
ResponderEliminarNunca me ha gustado el refrán que dice, quien bien te quiere te hará llorar, y es que yo soy de las que hubiera ido corriendo a recogerte!! Pero es verdad que de todo se aprende, : )
ResponderEliminaraunque es verdad que a veces tenemos que dejar que se levanten solis, te lo digo yo que veo muchas muchas muchas caidas... siempre hay que interesarse por la otra persona... decirle, venga que sí, arriba, que tal estas??? cosas de esas que las llaman habilidades sociales... ;)
ResponderEliminary por supuesto todo eso.no quita para que si la caida ha dido grande ir en su ayuda....
además fíjate a mí también me mola lo de " levantarse solo" pero y por que no nos enseñan a pedir ayuda? por qué no nos enseñan a que podemos no esrar solos?? con esto de la educación tú sabes que una mirada y un abrazo son mucho más fuertes que no decir nada...
así que quedate con mis abrazos... un besoooo... de regalo ;)
Tal vez no haya sido la mejor manera de hacértelo entender pero la verdad es que razón no le faltaba a la señora. Qué estricta, tu abuela... Yo hubiese buscado un término medio para hacerte ver ese punto de vista pero bueno, cada uno es como es y tienes razón en que a veces la gente que te ha tratado mal te enseña más que la que te trata bien. Triste pero cierto. Un besote!!!
ResponderEliminarMadre mía... :-S casi he imaginado a Maléfica...
ResponderEliminarEn todo caso, sí que pienso que se puede aprender sin hacer tanto daño. O al menos la función de los seres queridos es intentar hacer el menor daño posible, no sé...
Jajaja me parto con tu abuela!!!
ResponderEliminarYo tampoco he sido nunca muy fan de ir entablando amistades jajaja de pequeña me gustaba tener mis amigos íntimos y ya.
Siempre he desconfiado de los desconocidos que se te acercan a hablarte. Casi nunca lo hacen para algo bueno. Yo además tengo un imán para los pelmas en los viajes largos y termino con ganas de tirarme en marcha del autobús, el tren o el avión.
ResponderEliminarTu abuela tenía razón si, pero no era edad para aprender esa lección.
Besos!
Tuviste que aprender la lección muy pequeñita y a costa de un coscorrón y varias magulladuras, pero es cierto: en la vida, hay que aprender a levantarse solo. ¿Que tenemos a alguien a nuestro lado que nos ayuda a hacerlo? Pues genial, porque esa persona será nuestro apoyo y nos insuflará fuerzas si las necesitamos. Pero también puede suceder que esa persona no esté... que no haya nadie. Y entonces, te toca a ti solita apoyar un pie, luego el otro, curarte las heridas y seguir caminando. Antes de entrar en la vida adulta deberíamos firmar un contrato en el que aceptáramos estas condiciones. Me ha gustado mucho la entrada!
ResponderEliminarUn besazo :)
Por desgracia, y a pesar de la dureza, enseñanzas como ésa son de las más valiosas que te darán en la vida.
ResponderEliminarY lo cierto es que la aprendiste bien.
Hoy en día, se tiende a sobreproteger a los críos, hasta el punto de que cuando salen del cómodo núcleo familiar, no saben defenderse ni sacarse las castañas del fuego.
Es cierto que no fueron maneras las de tu abuela, y que aún eras muy pequeña, pero fue una importante lección.
La comparación con Forrest Gump me ha matado.... Qué grande eres! xD
Besotes!
Tenía razón, sí, pero no eran las formas, y esa sonrisilla mientras te lo decía denota que algo hijaputa sí que debía ser.
ResponderEliminarSi puedes levantarte sola, pues genial, pero si ves que necesitas que te ayuden aquí tienes una voluntaria.
Un beso.
Yo aprendí a levantarme sola más que nada porque cada 2x3 estaba en el suelo y con la cabeza llena de chichones... y tiene razón tu abuela, pero hay maneras y maneras, y no creo que esa sea la más adecuada, yo por gilipolleces más pequeñas le ponía las maletas en la calle a mi abuela jajaja imagínate lo que hubiese hecho en tu situación, le compraba un billete de avión a la conchinchina xDD
ResponderEliminarTomate
Razón no le falta. Pero hay maneras y maneras de decirle las cosas a un niño pequeño, coño. Pero te entiendo perfectamente Naar, que mi abuela paterna también las mete dobladas. Y ahora me doy más cuenta de ello. Y lo disfruta, vaya si lo disfruta.
ResponderEliminarA mi atormentó durante 20 años sobre mi físico. Hasta que me planté y la mandé a la mierda. Se puso a llorar delante de mi padre, a dar pena... pero le sirvió de poco, porqué no me retracté en absoluto. Y aún después de lo que pasó, sigue con el mismo cuento. Con eso y con que la carrera que estudié no me servirá de nada. Tócate los huevos.
Para que luego digan que las abuelas son adorables. Los cojones.
Mi abuela paterna también era algo así. Decía aquello de "quien bien te quiere te hará llorar". La muy... Y me llamaba estupidilla porque me costaba hacer amigos y me enfurruñaba con mis primos.
ResponderEliminarUna manera demasiado estricta de aleccionar a alguien de tan corta edad.