Cuando empecé a vivir sola, cada viernes iba a pasar la
tarde a casa de mis amigos I y G, que por entonces eran pareja y vivían juntos
en el piso de alquiler donde nos conocimos como vecinos. Ir allí me hacía
sentir un poco más reconfortada, un poco en casa, un poco menos asustada, menos
sola y menos perdida. Iba y me sentaba
en unas banquetas altas y rojas de diseño que tenían junto a la barra que
separaba la cocina del salón del pequeño apartamento. Me sentaba en la del
fondo y me giraba sobre su eje de un lado a otro con su diminuto gato en brazos,
arrullándole a la vez que me mecía a mí misma con ese meneillo tan agradable de
los asientos giratorios. Aquel gato canijo me adoraba, y eso que no tenía
especialmente buen humor. A parte de a él, le llegué a coger cariño a la
banqueta. Me sostuvo en una etapa en la que el mero hecho de mantenerme en pie
era un esfuerzo.
Cuando se separaron ellos también y desmontaron el piso, I
me ofreció las banquetas y algunos muebles. Le dije que no. Tenían demasiado
significado para mí. Soy tonta, pero le cojo apego a las cosas materiales, les
otorgo una especie de alma. Y no me apetecía meter trastos de esa época tan
difícil en mi nueva casa, que estaba redecorando con esfuerzo y objetos sin
pasado.
A veces me he arrepentido de haber dicho que no. Me encantan
las banquetas altas tipo bar como estas. Y
estas eran especialmente chulas, de plástico rojo brillante, con un diseño
moderno a la vez que un poco retro, casi iguales que éstas. Y se podían regular de altura. Supongo que en parte porque soy bajita y me
gustan los asientos altos. Y en parte porque me recuerdan a esas cocinas
americanas de las películas, tan grandes y con una barra en medio que las
separa de la zona del salón. Por desgracia, mi cocina es la de pinypón y apenas
caben dos personas a la vez. Pero oye, soñar es gratis.
El caso es que aquella época en la que yo iba a refugiarme
un rato a casa de mis amigos pasó. Las banquetas rojas pasaron. Incluso ellos
se separaron y ya no les veo tanto. Supongo que eso es la vida, que las las
cosas sólo son cosas y que nada permanece mucho tiempo. Por eso este año he
hecho propósito de no acumular tanta cosa inservible y tanto trasto en plan
trapero y quedarme sólo lo que use o de verdad me guste. Curiosamente, aunque
no sé dónde las metería y posiblemente la usara muy poco, me gustaría haberme
quedado las banquetas rojas.
¿Qué hicieron con ellas al final?
ResponderEliminarSuenan muy de burdel, seguro que eran chulísimas.
Besos
35+3
Pues no lo sé seguro, creo que se las llevó finalmente I a su apartamento y no sé lo que haría con ellas luego. Eran una monada, me las tenía que haber quedado!! :)
EliminarA mí las banquetas altas me resultan incómodas. Nunca sé muy bien como sentarme en ellas. Será que tengo menos glamour del que me pienso.
ResponderEliminarMi madre también anda en etapa de desprendimiento total. Dice que está harta de juntar porquerías que ni usa ni usará. Debe de ser un virus. Jajajaja. Besotes!!!!
Pero mujer! con lo que molan! hay que entrenar ese glamour más, eh?? jeje
EliminarYo hago voto de ser poco guardadora, pero luego... al final siempre acumulo más de lo que debo, no sé por qué, pero tengo una tendencia a amontonar mierda que alucinas... a ver si este año consigo no terminar en plan trapero. :D
Yo creo que fuíste bastante lista y prudente. Aquel momento era complicado y entiendo esa necesidad de no meter en casa algo que podría traerte malos recuerdos. Quizás no hubiera pasado pero ante la duda, mejor prevenir.
ResponderEliminarMe pasa como a Alter Ego. Me siento muy rara en esas banquetas, me caigo palante, me caigo patrás, no sé qué hacer con los pies... Y vamos, si encima me das un gato iba a tener que hacer acrobacias.
Sí, en el fondo hice bien, porque además que ni pegan con mi decoración, ni sé dónde meterlas, pero a veces lo pienso y... jo.
EliminarMe estáis dejando alucinada, pero si son comodísimas!! Yo me sentaba ahí, me ponía a girar y a la vez achuchaba al gatete aquél que tenían, que era como una miniatura de Ron, muy gracioso el jodío. :)
Pues yo me uno a las que no saben sentarse en taburetes o banquetas, se me escapan los pies para delante.
ResponderEliminarAunque ese tipo que has puesto conozco gente que las tienen y como son de ese rojo manzana de feria me fascinan.
Sobre lo de desprenderse o despedirse de las cosas, me ha recordado a una frase que escuchado mucho últimamente y que no acabo de verle la gracia, dice algo así como: Madurar es aprender a despedirse.
Tu que opinas de la frase?
A mi me dan un poco de vértigo XD pero son preciosas!
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