Este post de Key (genial como siempre,
por cierto) me ha recordado que yo tuve un cangrejo. Mi amor para con
los animales venía conmigo de serie. También el hecho de tener un
hermano mayor en forma de perro ayudó al asunto. Mi primer compañero
de juegos, la víctima de mis pequeñas manitas curiosas y el objeto
de más de un bocado por mi parte fue el sufrido Amigo. El pobre
tenía una paciencia infinita conmigo. Ponía su cara de resignación,
dejaba caer las orejas y yo trepaba por su grupa, le aporreaba la
cabeza con mis cacharros, le tiraba de los bigotes, de las cejas y le
metía la mano en la boca. Él como mucho soplaba con pinta de
cansancio. Y a veces, me empujaba un poco con el hocico en plan “echa
pallá, cansina”.
El caso es que me recuerdo toda la vida
rodeada de amigos de más de dos patas. Porque también he tenido
hámster y cobayas. Y caracoles a montones. Incluso dos me llegaron a
criar porque nadie me había explicado el concepto “hermafrodita”.
En fin. Decía que me ha recordado Key que yo tuve un cangrejo. Y
obviamente se llamaba Sebastián.
Un día al volver del colegio con mi
madre pasamos por el mercado. De esos de antes que tenían sus
puestos y sus comerciantes que te conocían y tal. Al salir, había
un cangrejo de río en la puerta. Se había escapado de la caja en la
que lo vendían para el arroz y había huído de la pescadería todo
lo que había podido. A mí todos los bichos del mundo me gustan, me
parecen guapos, graciosos y simpáticos. Pero es que encima reconozco
que los que se empeñan en vivir, los que se salen del camino, los
que patalean un poco más de la cuenta me ganan la batalla antes de
empezar. Así que le cogí y me lo llevé a casa. En mi corazoncillo
de de 10 años no entraba la posibilidad de dejarle allí en la
puerta y que muriera cuando le había visto y estaba en mi mano
salvarlo. Y mi madre, ya resignada a que siempre hubiera bichos por
casa y a que yo lo recogiera todo, me dejó un barreño para que le
echara agua y me advirtió que si se moría, no quería verme llorar
compungida una semana. Y yo le puse agua. Y le di de comer. Que por
cierto, los cangrejos son carroñeros. Comen pescado crudo, vísceras
preferiblemente o en su defecto carne. No les deis lechuga,
mentecatos.
Tras una semana, mi padre que es del
que he heredado el amor por todo ser viviente preferiblemente no
humano, me dijo que aquél cangrejo necesitaba un sitio donde
esconderse. Así que fuimos a la Casa de Campo, le cogimos unas
piedras y le hicimos una cueva.
Total, que Sebastián vivió un año
entero en su barreño, con sus piedras y sus raciones de carne y
pescado cada día. Debió ser el cangrejo de río más longevo del
mundo. Yo le lavaba el barreño a diario y le ponía su agua
fresquita. Y evitaba que el perro metiera el hocico y tratara de
bebérselo.
Pensaréis que estoy como una chota y
que ya lo estaba con 10 años. Pues sí, mira tú qué novedad. Y
además el cangrejo me conocía. No me pinchó jamás con las pinzas.
Me dejaba cogerlo porque sabía que era la que le daba de comer y que
le limpiaba el agua. Y conocía mi voz, porque si le hablaba salía
de la cueva esperando su rancho. No puedo decir que fuera una mascota
cariñosa, pero no me negaréis que era original.
Así que claro, ahora estoy cuidando de
los mininos de Prima de Bilbao y de sus dos jerbas. Y ella alucinó
el primer día que fui a conocerlos cuando a los cinco minutos
estaban conmigo como si fueran de toda la vida, con las ratas
corriéndome por los brazos y los gatos pegándome cabezazos. Pero
jamía, si domestiqué un cangrejo que huyó de un mercado cómo no
me voy a hacer con tres gatos y un par de ratonas.
Otro día os cuento lo del gorrión que
me siguió y terminó viviendo con nosotros unos cuantos meses. O el
murciélago que cuidé un fin de semana hasta que pude volver a
soltarlo.
Total, que si existieran los dragones,
la Khaleesi iba a ser una pringada a mi lado.
Domesticar un cangrejo es muy tú, que sabes que ahí va a estar pero te dará el cariño justo jejeje na, me ha encantado. De pequeños, y algunos de mayores somos muy de querer a todos los bichos.
ResponderEliminarYo de pequeña hablaba con una mosca que estaba siempre en mi ventana. Y se la abría para que se fuera y nunca se iba. Hasta que un día mi madre me vio hablar a la ventana, cogió un matamoscas y zasca. La historia del conejo que me encontré vendimiando ya otro día.
Lo dicho, me ha encantado. Muestra el lado tiernecito de Naar :)
Ayyy, me había olvidado de tu cangrejo!!! Me encanta la gente bichera y lo sabes. La gente a la que no le gustan los animales no es de fiar. Un besote!!!
ResponderEliminarjajaja, que bueno!! Mola mucho tu historia con Sebastian!!. Yo no soy muy bichera, pero soy de fiar!! no es que no me gusten, que me gustan, pero creo que no se tratar con ellos, envidio mucho a gente como tu, pero a mi, es que no me sale tener trato con los ánimales. Pero cuando vivía en Sevilla había un mirlo (Merlín), que venía todos los días a beber a mi jardín, y un día rescaté un pajarillo que estaba en el patio con una pata rota, !!
ResponderEliminarqué buena historia!!! *-*
ResponderEliminar¡Oooooooooooohh tenías un cangrejo que se llamaba Sebastián! JO QUÉ GUAY.
ResponderEliminarHoy leí tu historiad Sebastian buscando como cuidar a un cangrejo que encontramos en mitad d una plaza , acabo d colocarlo en un barreño y espero que sobreviva .Gracias
ResponderEliminarSi es de río tenéis posibilidades, pero si es de mar no, lo siento. Espero que haya suerte, recuerda darle carne o pescado crudos, ponerle el agua bien limpia cada día y un lugar para esconderse. Suerte! :)
Eliminar