Cuando era cría y llegaba septiembre
había que preparar la vuelta al cole. Eso implicaba probarme el
uniforme a ver si seguía entrando en el del año anterior, comprarme
unos zapatos feos que aguantasen la lluvia y el frio y durasen todo
el invierno y mentalizarme a otro año de llevarme mal con mis
compañeros. Para colmo, el propio colegio nos daba el material tipo
cuadernos y bolígrafos para que todos los tuviéramos igual, no sé
qué afán alienante tenían o qué extraño miedo a que un cuaderno
de colores provocase una rebelión.
Cuando por fin fui al instituto, la
cosa cambió drásticamente. Podía ponerme la ropa que quería,
llevar los cuadernos que me diera la gana y escribir con los
bolígrafos que me saliese de ahí. Y de repente descubrí que no
sabía qué quería. Tantos años de que me lo dieran mascado, ahora
no tenía idea de vestir, ni de con qué prefería escribir, ni de si
eran mejor los lápices o los portaminas. Muy complicado todo. Me
pasé todo el mes de agosto tratando de pensar qué podía ponerme el
primer día de clase para no llamar la atención demasiado, no hacer
el ridículo y no estigmatizarme de por vida. Creo que lo conseguí.
Gracias, camiseta de rayas, estés donde estés.
Poco a poco le fui cogiendo el gusto al
asunto. Ropa que al fin no era azul marino y gris. Deportivas a
diario en lugar de zapatones feos. El gusto de escribir con bolis de
tinta líquida. La maravilla de los portaminas en lugar de los
estúpidos lapiceros que había que sacar punta cada dos por tres.
Las gomas de borrar de colorines y formas divertidas. Todo un mundo
de posibilidades fascinantes.
Cuando llegaron los años de
universidad ya era una experta y me pasaba el mes de septiembre
preparando todo el material cuidadosamente. Que luego apenas lo
llegara a usar porque invertía más tiempo en la cafetería que en
las clases es meramente anecdótico. Y que la tinta que más corriera
aquellos años fuera la de la fotocopiadora tampoco viene al caso. Yo
seguí comprando bolis de colores y estuches bonitos, cuadernos
gordos de tapas duras y carpetas guays.
Ahora hago algo parecido con el
despacho de mis padres donde hago como que trabajo. Mi madre es
demasiado ordenada y mi padre es un caos. Así que yo medio entre los
dos comprando sobres de plástico de colores y archivadores que
además es lo que me gusta. Y me encargo de los usb y las memorias
para que cuando mi padre coge la neura de borrarlo todo, no haya
luego dramas porque se le ha ido la mano y ha perdido cosas
importantes. También encargo los sellos, las tarjetas y los
regalitos que hacemos a veces en navidad a los clientes. Además con
internet es todo bastante más fácil, y hay páginas como OfficePaper donde puedes encontrar todo esto y no tengo que andar de
sitio en sitio pidiendo cada cosa en una punta de la ciudad. No es
tan sumamente emocionante como cuando era jovenzuela, pero tiene su
gracia. Y además, me compro bolis para mí. Que no sé por qué,
aunque cada vez escribo menos a mano, sigo sintiendo fascinación por
los bolígrafos. Es una adicción como otra cualquiera. Y es que
todos me gustan. De colores, negros, elegantes, divertidos... algunos
me gustan tanto que hasta los guardo cuando ya no pintan. Es como un
diógenes de cosas de escribir o algo así.
En fin, admitamos que el mes de
septiembre y la vuelta a la rutina son un rollo, pero si hay que
buscar un lado bueno, yo me quedo con los bolis nuevos.
A mí también me gustan "las cosas de escribir".
ResponderEliminarMe encantan las cosas de papelería. Y entrar en papelerías nuevas donde todo está super bien colocadito y las cosas huelen genial, a nuevo. Yo también tengo esa fiebre de acumular bolis para el próximo curso, aunque después siempre utilizo mi querido Pilot. Eso sí, los dieciséis pavos que cuesta la agenda de Mr Wonderful no me los gasto; con una de los chinos voy bien :D
ResponderEliminarYo flipo en las papelerías. Me gusta cómo huelen y lo que tienen. Y si ya son papelería- librería, son un sueño hecho realidad.
ResponderEliminarBesos
Aquí otra fan de las papelerías. Amo los cuadernos, los bolis, los archivadores... Todo!!! Y también soy de guardar bolis que ya no pintan sólo porque me parecen monos. Un besote!!!
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