Nacer debe ser duro de cojones. Salir
por un agujero por el que obviamente no cabes. Que a mí me preocupa
mucho más la madre porque empatizo con el asunto, pero vamos, que no
me gusta la idea tampoco de tener que salir de ahí.
Y morir es horrible, desde luego. Nadie
quiere morir, los animales pelean todo lo que pueden, se resisten,
patalean. La vida se te va y vuelves a pasar por un túnel o algo
parecido. Y no, no mola.
Y vivir, que es lo que hay entre medias
de lo uno y lo otro a veces también es complicado. A veces, incluso
es una mierda pinchada en un palo. Pero oye, es lo que hay. Porque la
opción alternativa es peor.
Ayer pasé la tarde con el Ross y sus
padres. Y la última tarde con Maggie. A medio día me llamó el Ross
para decirme que su gatita se estaba muriendo y que si quería ir a
despedirme de ella. Maggie era una puñeta de animal, tenía un mal
humor de espanto, no se dejaba coger, ni achuchar y si se le cruzaba
el cable te bufaba y te arañaba sin razón. Y vivía con el cable
cruzado. Sólo con que pasaras por su lado ya gruñía. Y como
hicieras algo que ella no quería, como simplemente vivir en su mismo
planeta, te la liaba parda. Pero era nuestra niña. Y la queríamos
así, gorda y beligerante.
Yo la recogí hace diez años de una
casa. Una mujer se había encontrado una camada en el parque y daba a
los bebés de gato en adopción. Cuando llegué allí a por ella no
creí que aquello fueran gatos. Eran pequeños, negros y chillaban,
así que parecían ratas. Luego ya cogí uno en la mano y... bueno,
era posible que algún día aquello llegara a ser un gato. Así que
cogí uno un poco al azar y me fui. Por el camino en coche hasta mi
casa aquella cosa pequeña y negra no dejaba de trepar por el
asiento, de gruñir y de enfadarse. Yo la miraba con asombro. Pesaba
menos de 100 gramos y tenía los ojos cerrados, cómo podía tener
tan mal humor. La crié a biberón cada tres horas, le di masajes en
la barriguita para que hiciera pis y caca, la dormí entre mis pechos
y le compré una camita. Una semana después, cuando abrió los ojos y me aseguré de
que aquella bichita diminuta iba a salir adelante, se la di al Ross,
que no tenía ni idea de su existencia. Él había estado de vacaciones con
sus amigos y entre sus padres y yo urdimos el plan de
regalarle un gato, que siempre fue su sueño. Así que le llamé, le
dije que viniera a casa porque tenía una cosa para él. Cuando la
vio, la cogió y era mucho más pequeña que su mano. Se la puso en
el regazo y él tan tranquilo y tan dulce, al final pudo calmar a
aquel diablillo negro y blanco tan furioso siempre. Y la llamamos
Maggie, como el bebé de los Simpson. Creo que se me ocurrió a mí
por una vez, porque no soy buena poniendo nombres a los animales.
Pero este fue perfecto.
Durante diez años ha sido la reina de
la casa. El Ross la adoraba, sus padres la adoraban y yo de vez en
cuando iba a verla porque la adoraba. Maggie nos odiaba más o menos
a todos por igual, quizás a mí un poco más porque teníamos que
repartirnos el corazón del Ross. Lo que no sé es por qué se
enfadaba conmigo, si siempre tuvo las de ganar, si desde que la vio
por primera vez el amor del Ross fue totalmente suyo.
Desde hace unos meses ha estado malita.
Le salieron unos bultos malos y se la operó, pero salieron de nuevo.
Y ya no se pudo hacer nada. Ayer ya casi no podía respirar. Y igual
que cuando era pequeñita como un ratón lo único que la calmaba
eran las manos y las palabras del Ross. La entiendo, él transmite
serenidad aunque esté muerto de miedo, no sé cómo lo hace. Es
igual que su madre, que es capaz de darme la mano y hacer que por
primera vez en un montón de días sienta un remoto consuelo a mi
desazón existencial. Y como siempre le gustó estar, a solas con su
amor, a solas con el Ross, dejando que la tocara la carita y le
dijera cosas, se fue. Estuvimos los cuatro toda la tarde, pero se fue
los cinco minutos que estuvieron a solas.
Ahora está en el cielo de los gatos,
que espero que quede muy cerca del de los humanos o esta vida habrá
sido una pérdida de tiempo para mí si después no voy a poder estar
al lado de todos mis animales. Por lo que me han contado, creo que
hará buenas migas con Luhay y entre los dos tendrás firmes a todos
los demás. Y ahí nos esperará, detrás de la puerta como se ponía
siempre, para mirar con esa carita de buena y bufarte cuando le
acercabas la mano confiado. Ahí estará mi Magguita, gruñendo y
persiguiendo bolitas de media por los largos pasillos del cielo.
Lamiendo batido de yogur y haciéndose caca en el suelo del baño.
Allí estará con su camita de tela vaquera que le regalé cuando era
un mico y que es la misma en la que se ha ido porque jamás quiso
otra. Allí estará ella a sus anchas, mientras aquí deja un hueco
mucho más grande que lo que ocupaba su cuerpo.
Te queremos, gorda. Te queremos mucho y
te querremos siempre aunque tú nos odiaras un poco. Eras un bicho,
pero eras fantástica tal y como eras. Araña las nubes y corre como
una loca, haz ruido de madrugada y pon tu culo gordo delante de las
pantallas de los ordenadores. Ahora eres tan libre como siempre te
gustó ser. Te has llevado tu mantita, tu camita de tela vaquera, tu
pajita de jugar y un pedazo de nuestros corazones. Sigue llenándolos
de pelos.
Escribes de maravilla. A mí solo se me ocurre decirte que "es bárbaro la cantidad de cariño que se llega a coger a los animales con los que convivimos". Son auténticos. Esa gata tuvo muchísima suerte de encontrarse con vosotros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pobrecita, tía, ¡qué disgusto! :( DEP
ResponderEliminarEn cuanto encuentre el centímetro mido eso.
Besos
Sólo los que amamos a los animales sabemos lo mal que se pasa en estos casos, pero a mí siempre me consuela pensar que les dimos la mejor vida posible que podrían haber tenido. Y que ellos nos hicieron la nuestra un poquito mejor, claro. Con eso hay que quedarse :)
ResponderEliminarUN besazo, princess.
Jo, me has hecho a llorar. Lo siento muchísimo, Naar... Da tanta pena cuando se nos va un peludito querido, que dejan un hueco ahí para siempre. Lo bueno es que siempre se compensa con todo el tiempo que nos dieron.
ResponderEliminarEstoy segura de que Luhay le dará una buena bienvenida y se dedicarán a hacer el trasto a placer. Un besote.
Me has hecho reír y llorar, expresas los sentimientos como nadie, sin pastelear pero dando donde duele.
ResponderEliminarMe río por como describes la mala leche de la minina y lloro por el hueco que os deja.
Un beso
=( Sorbiendo mocos y secando lágrimas...
ResponderEliminarLo siento, es muy duro cuando se va un peludo. Y pienso como tú, el mundo no merece la pena si luego no te puedes reunir con ellos.
ResponderEliminarFue querida, la gatita.
ResponderEliminarPobre Maggie, que descanse allá donde esté :(
ResponderEliminarEres una poetisa, que lo sepas. Tienes un "duende" escribiendo que emociona de veras.