Fue el lunes. A veces suceden milagros
aunque sea los lunes. Hallelujah.
Yo tengo una especie de norma con las
propinas. Si es en un restaurante o bar, depende de cómo me hayan
tratado y de gestos tontos como si el camarero ha sonreído, si ha
sido comprensivo con mi alergia o si la lata de refresco estaba fría
o del tiempo. Si es alguien que pide en la calle o en el metro,
siempre les doy si tienen animales y parecen bien cuidados. Y a los
que entran en los vagones, si van cantando, tocando instrumentos o
haciendo algo mínimamente artístico o entretenido, les doy algo. Lo
que puedo, tampoco gano una fortuna y tengo una casa y dos gatos que
mantener. Pero una monedilla, les cae. Si sólo piden, no suelo dar
nada. Sé que es una norma un poco tonta, pero tengo mis razones y a
mí me valen.
El caso es que el lunes iba en el metro
volviendo a casa mucho más pronto de lo normal. Había salido antes
del trabajo para ir a la operación de cataratas de la yaya. Iba
sumida en mis pensamientos de lunes: llegar a fin de mes, cosas que
necesito para la boda de Reichel, los médicos de la yaya, los de mi
madre, los de mi otra abuela, la abuela del Niño que está muy
malita, la lista de la compra, la factura del teléfono que tengo que
reclamar, las llamadas pendientes, lo de mi tarjeta sanitaria. La
virgen santa, la de problemas que tenemos los adultos.
Y entonces, la magia, el milagro de
lunes. Hallelujah.
Entró un chaval en el vagón y se puso
a mi lado, junto a la puerta. Llevaba un ampli pequeñito y una
flauta travesera. Era un chico joven, alto, muy bien vestido y
bastante guapo, con rasgos como sirios (quizás era pakistaní,
iraní, o algo así). Puso el ampli con una base musical de fondo y
empezó a tocar la flauta travesera.
En el metro había el ambiente normal.
Todo el mundo mirando el móvil (yo la primera), caras de sueño,
gente cabeceando, unos cuantos jovenzuelos montados en Ciudad
Universitaria hablando a voces... pero empezó a hacerse el silencio.
Aquella flauta nos estaba hipnotizando como a ratas en Hamelín. Y
entonces, apartó la flauta y empezó a cantar.
Silencio sepulcral en el tren. Silencio
absoluto, todos los ojos levantados de los móviles y fijos en el
chaval, que lo inundaba todo con una voz prodigiosa. Impresionante.
Emocionante. Instante de creer en la humanidad, en el arte, en los
dones divinos. Milagro bajo tierra. Hallelujah.
Cuando el chico terminó de cantar, dos
paradas después, rompimos en aplausos. No pudimos evitarlo. Todos
nos vaciábamos los bolsillos para darle monedas. Le dábamos las
gracias y le deseábamos suerte, le decíamos que había sido
precioso, impresionante. El chico nos daba las gracias creo que sin entenderlo todo y nos sonreía,
con una sonrisa sincera y luminosa.
Se bajó del metro, supongo que para ir
a deleitar a otros viajeros. Aún duró unos minutos el silencio y la
emoción flotando en el ambiente. Yo me quedé pensando. Le tenía
que haber pedido su teléfono para llamarle en alguna ocasión para
darle trabajo. Para la actuación de mi madre de Navidad, para una
boda, para... lo que fuera. Pero él se había ido, con su flauta, su
voz y su pequeño ampli.
Pensé también qué le habría traído
hasta aquí. Me puede la deformación profesional. Qué habría
sacado a ese chico con ese evidente talento y formación musical de
su país. Quizás la guerra, la pobreza, la persecución. Quizás
sólo el sueño de Europa. Vete a saber.
En cualquier caso, gracias. Gracias,
chico del metro por unos minutos de magia. Por emocionarnos y
ponernos la piel de gallina un lunes. Por hacer que levantemos las
narices de nuestras pantallas. Por ese momento de humanidad en mitad
de este caos de ciudad. Por esa sonrisa. Por esa maravilla de voz.
Por haberme sacado un rato de mis pensamientos aburridos de lunes.
Por haber hecho un milagro bajo tierra. Mil veces gracias. Hallelujah, amigo.
Y por si alguien aún se lo pregunta, esto es lo que cantaba. Sé de sobra que la versión original es de Leonard Cohen, pero qué diablos, la vena rockera me puede un poco. Y ver a Jon Bon Jovi medio descamisado también. Que si no, quedo de moñas.
todo un clásico. también hizo una versión christina rosenvinge. posiblemente yo también le habría dado alguna monedilla. el talento hay que premiarlo.
ResponderEliminaruna vez en el metro hubo un músico sudamericano que me cayó bien porque tocaba sólo con una guitarra, sin nada pregrabado, y era discreto, no daba ningún discurso ni resultaba invasivo... así que le di algo cuando terminó.
besos!!
Yo he ido poco en metro. Solo en las ocasiones que he estado de vacaciones porque en mi ciudad no hay. Y la verdad es que me maravillan los artistas que puedes encontrarte alguna vez.
ResponderEliminarYo también pienso lo mismo, lo que habrán tenido que pasar para acabar cantando o tocando en el metro, el dinero y tiempo invertido en una carrera musical que ha acabando arañando monedillas sueltas.
En fin, es una pena la mayoría de las veces, otras, es una opción escogida mientras recorren mundo.
Hay para todo, mientras tanto... aprovecha para deleitarte con su don :-P