El otro día en un blog escribí un comentario y con las prisas y el gran error de que nunca releo lo que escribo puse “el dolor duele siempre” cuando en realidad quería poner “el amor duele siempre”. Tengo que empezar a releer lo que escribo, como tengo que empezar a escuchar a la gente cuando me cuenta cosas que no me interesan. Pero ya otro día, si eso.
He tenido unos días complicadillos por cosas que no vienen al caso y he estado pensando en el dolor. Casi todo duele en la vida. Duele nacer y duele morir, como también duele todo lo que hay entremedias. Pero es curioso cómo aprendemos a vivir con la constante sensación de dolor a diario y casi no le damos importancia. Cada día nos hacemos daño con algo. Siempre hay algo con lo que tropezamos, aceite que salta al hacer la comida o una esquina de una mesa que no esquivamos a tiempo. Pero soltamos un quejido (en el mejor de los casos) y seguimos como si tal cosa. No hay para tanto. También nos duelen cosas emocionalmente como una palabra mal dicha, una bronca del jefe, un desprecio de un familiar, una llamada sin contestar de un amigo, un sueño que se rompe, una frustración. Cosas que en mayor o menor medida nos hace sentir mal. Y casi nos molesta más esto que el porrazo contra el picaporte o que el cabezazo contra la estantería. El dolor invisible, el de dentro, es mucho más difícil de ignorar. No se cura con trombocid, ni con hielo, ni con una tirita. No sabemos cómo gestionarlo, como enfrentarnos a él. Por eso tardan mucho más en cicatrizar las heridas del alma que las del cuerpo.
Yo al menos estoy bastante familiarizada con el dolor. Siempre he sido torpe y me he golpeado con casi todo lo que me rodea. Me torcido mil veces los tobillos, la muñeca derecha se me sale con facilidad del sitio y desde hace años tengo el hombro derecho como una carraca. También tengo los ovarios complicados, cada mes paso una semana de angustia, he tenido una úlcera de estómago, cólicos foliculares y hasta un cólico nefrítico. Una vez un dentista me hurgó (sin anestesia) en una muela del juicio picada y me metió un gancho metálico por el agujero hasta pincharme en el nervio maxilar. Se me nublaron los ojos y sentí nauseas. Y si pudiera recordar la cara del interfecto, le buscaría y le metería un gancho metálico por el orto. Total, que sé lo que es el dolor y a veces creo que daría algo gordo por tener esa “enfermedad” que hace que no sientas dolor alguno, aunque te cortes una pierna en vivo y en directo. Entiendo que tiene sus riesgos la enfermedad en cuestión, pero sigo creyendo que es una ventaja. El dolor sirve para ponernos alerta. Pero hay veces que pienso ¿alerta de qué? Ya sé que estoy con la regla, ya sé todo lo que tengo que saber al respecto, ¿para qué cojones dueles? Y hala, Naar de ibuprofeno hasta las orejas.
El dolor emocional estoy aprendiendo a manejarlo. Y hay días que se me da mejor que otros. Hay veces que me veo fuerte y creo que puedo con todo, pero hay días que me arrastro a ras de suelo y me siento lo más ínfimo del universo. Supongo que un poco como todo el mundo, sólo que yo soy muy extremista. Y unos de van de compras para canalizarlo y yo escribo sobre ello. Es lo que tiene ser pobre como una rata.
Además, el dolor es algo que tenemos que aceptar porque incluso las cosas que más nos gustan duelen. Sobre todo a las mujeres. Tenemos el umbral del dolor más alto que los hombres, lo toleramos mejor pero lo sufrimos más veces a lo largo de nuestra vida. Ahí van unos ejemplos.
El sexo duele. Las primeras veces, duele. Y luego, si pierdes práctica, si estás hinchada o si la otra mitad del asunto tiene una tranca como el as de bastos. Total, duele. Pero nos gusta. Y repetimos. Repetimos hasta que el dolor se hace soportable, se hace mínimo o incluso desaparece. Quizás sea la técnica general para la vida. Sólo que en otros asuntos la gratificación no es tan inmediata y tan evidente como en el sexo. Y eso imaginando sexo normal y no tíos pervertidos o simplemente torpes, de los que te retuercen los pezones o creen que el clítoris es un botón de on y off, que hay que apretarlo mucho para que se accione.
Los zapatos bonitos duelen. Los tacones, las sandalias con tiras finitas, las puntas estrechas… el dolor que te va a producir un zapato es directamente proporcional a lo bonito que sea, lo bien que te quede y lo mucho que te guste. Y no son sólo las rozaduras, las ampollas en cada dedito, las heridas y la quemazón de las plantas de los pies. Es lo que al día siguiente duelen los tobillos, las rodillas o incluso la espalda. Una auténtica tortura en pos de aquello de estar mona, de que te estilizan y te hacen sentir extrañamente bien aunque te machaquen físicamente.
Parir duele. Tener un hijo debe ser bonito. No lo sé y no tengo puñeteras ganas de saberlo, pero si un gato me hace sentir un amor tan desmesurado no quiero imaginar qué clase de madre babeante y ñoña sería. No he pasado por un parto, pero tuve un cólico nefrítico muy fuerte y dicen que se parece. Y en mi época mala de los ovarios he tenido contracciones. Y no es agradable. Es horrible. Que un melón salga por el hueco donde apenas cabe un limón no es una buena idea. Sin embargo, casi todas las mujeres normales (no las trastornadas como yo) quieren tener hijos. Aun sabiendo que van a sentir un dolor que roza lo insoportable.
El amor duele. Desde que somos adolescentes y vivimos amores platónicos, generalmente no correspondidos, hasta que nuestro novio nos abandona y descubrimos que jamás nos ha querido y que lo único en lo que piensa es en volver con la choni barriobajera sin neuronas de su ex. Las mujeres tendemos a enamorarnos de los menos indicados. Y sufrimos, vaya si sufrimos, por amor. O por desamor, que al caso, es igual. Sin embargo, llega un día que dejamos de revolcarnos en el barro, nos levantamos, nos maquillamos y salimos de nuevo al ruedo. Y volvemos a exponernos a que nos hagan trizas el corazón.
Y no voy a meterme en detalles, pero hay tantas cosas femeninas que duelen, los aros del sujetador, las fajas, las medias que se clavan en el estómago. Las horquillas, los moños apretados, las coletas tirantes, los rulos calientes, las planchas de pelo. La depilación, quitarse pelos de las cejas con pinzas… una locura todo.
¿Y por qué el ser humano (ya no hablo sólo del género femenino) es tan tonto que reincide a pesar de saber que saldrá escaldado? ¿Por qué nos empeñamos en hacer cosas, en exponernos, en arriesgarnos si sabemos que nos va a doler? Pues porque es parte de la vida. El dolor nos hace sentir, extrañamente, que estamos vivos. Y porque sabemos que el casi todo dolor tendrá una gratificación a cambio. Aunque sea el estúpido consuelo de que ha dejado de doler y de pronto eso es algo maravilloso. Quizá por eso nos tatuamos y agujereamos el cuerpo, por eso la estética se impone a la comodidad. Por eso amamos una y otra vez, sufriendo irremediablemente cada vez.
Puede que el dolor sea necesario. Eso que dicen que sin dolor no hay placer, que sin muerte no hay vida. Creo que lo único que se puede hacer es aprender de él, reponerse de los golpes, sean de la índole que sean. No recrearse en lo negativo y seguir adelante, sabiendo que se volverá a sufrir, pero que antes o después también volveremos a sentirnos bien. Saber que el dolor es parte de los sentimientos, de la vida.
Amén.
ResponderEliminarOlé, una vez más me ha encantado tu entrada. Hay algo que tengo que contarte, parir duele, al estilo que se hace hoy, oxitocina sintética para adelantarlo, epidural para calmar, hacerte sentir enferma en lugar de una mujer en un proceso biológico de su vida, pero cuando tomas contacto con el ahora, con el momento, con tu yo interno, el dolor te transforma y se transforma. Y lo más impresionante, al cabo de poco tiempo el dolor se olvida porque lo que has obtenido es mil veces más gratificante, por eso repetimos. Te hablo de esto desde la experiencia de dos partos inducidos, el segundo lo recuerdo con la palabra tortura y que si tuviera un tercero que no tendré lo pariría en casa con una matrona adecuada. Creo que al dolor no hay que tenerle miedo aunque quizás sí respeto.
ResponderEliminarAys! me encanta visitarte, perdona el rollo, me emocioné.
Besos.
Me parece tan acertada tu entrada, tan sincera y tan real a la vez que vas directa a mi muro de Facebook.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu entrada... tienes mucha razón en todo.
ResponderEliminarUn beso...
Dolor es lo que sufren mis párpados ahora mismo, como para leer a nadie, que entre unas cosas y otras llevo mil años en el ordenador, así que leeré tu entrada con calma mañana, que la tengo pendiente.
ResponderEliminarEso sí, como adelanto, que sepas que te acabo de entregar un premio. Pásate por mi blog cuando quieras para recogerlo. ;)
Un beso
Como bien dices, sin dolor no hay placer, y ahí está la clave, el dolor, del tipo que sea, es lo que nos hace valorar el placer.
ResponderEliminarComo decían los grandes filósofos, la conducta del ser humano se basa en la evitación del dolor y la búsqueda del placer; si no conociéramos el dolor, si lo apreciáramos negativamente, ¿cómo podríamos evitarlo para intentar abrazar los contrario?
Muy interesante tu entrada. ;)
PD. Si fuera mujer iría de hippy por la vida, con tal de no soportar torturas estéticas. XD
Esta claro, no se puede ser feliz sin haber sufrido antes, no valoraríamos la alegría si antes no hubieramos estado tristes...
ResponderEliminarQuizá donde haya sentimiento hay, inevitablemente, dolor. Por eso, en cada cosa que haces cada día sufres, te duele, te jode, pero, por un motivo u otro no puedes parar de hacerlo.
ResponderEliminarEstupenda entrada. Eres sencillamente genial.
Hola Naar,pienso que te comes el "coco" demasiado,sigue el día a día tal como se presente, con dolor o sin dolor , del cuerpo o del alma y adelante, y te aseguro, que el cólico nefrítico duele mas que el parto( lo sé por experiencia) jajaja.Un beso,LUZ.
ResponderEliminarla vida es así, mi amiga: duele.
ResponderEliminarhagas lo q hagas ... duele.
pones tanto ímpetu, ilusión, fuerza, amor, ganas, tiempo ... en algo q quieres q cuando no sale como esperabas: duele.
pero es como tú dices:
te duele, te caes, te enjuagas las lágrimas y tomas fuerza para seguir andando... no hay otra.
besos
alma