Aunque me esfuerzo en quejarme poco, sigo en la búsqueda desesperada de trabajo. Y empiezo a pensar seriamente en la prostitución o en ir de pretendienta a hombres, mujeres y viceversa, que para es lo caso, es lo mismo.
El tema es que el otro día hice una entrevista. Y empecé a pensar que era algo raro porque no me dijeron nada concreto sobre el puesto. Que si es muy dinámico, que si es de publicidad, que tal y que cual. Pregunté si era de vendedora, porque yo tengo algunas cualidades (no sé muy bien cuales) pero desde luego no le vendo una barca a un náufrago. Y me dijeron que no. Huy, no, no, no, qué va. No es de vendedor, no es de nada que tenga que ver con ventas. El departamento de comerciales es otro.
Me llamaron después y me citaron para volver al día siguiente y hacer una prueba. Así que en principio, me alegré y todo.
El sitio donde me hicieron la entrevista y tal estaba en Plaza de Castilla, al lado de los juzgados. Y no es que me pille cerca precisamente. Además el horario era de 3 a 9, así que comí un poco de pasta a la una del medio día y me fui para allá, tan mona yo, con mis tacones y mis collares y tal.
Llego y me presentan a una pelirroja preciosa que va a ser la que me va a enseñar cómo va todo. Y mi vena lésbica-obsesa-con-los-pelirrojos entra en acción. Tan mona ella, tan blanca, con su pelo rizado taaaaaaaan bonito y un sujetador de encaje que se trasparenta bajo su camisa blanca. De pronto me siento un tío mientras me esfuerzo en no mirarle el escote.
Debió de ser la confusión semilésbica o algo por el estilo, porque si no yo no hago estas idioteces (hago otras, pero estas no). El caso es que me presentan a otro tipo y a una chica que acababa de hacer la entrevista como yo. Y nos montamos los cuatro en un coche, porque, según dijeron, íbamos a “hacer unas gestiones”. Como sentada en el asiento de atrás no veía a la pelirroja, ya la cosa me empezó a parecer rara, pero nos empiezan a dar charla y la otra nueva era malagueña y súper maja. Así que venga a hablar y venga a conducir, cada vez más lejos. Hasta que me mosqueo y pregunto dónde vamos. A Aranjuez, me dicen. Que es el extremo ese raro que cuelga de la Comunidad de Madrid. Tócate los cojones. Y allí qué vamos a hacer. Y los veteranos venga a darnos largas, que esto es muy dinámico, que hay que hablar con la gente, que es para hacer una publicidad del asunto y que tal y que cual. El mismo rollo de nuevo.
Si realmente hubiéramos ido a Aranjuez, habría tardado bien poco en cogerme el tren, un autobús o lo que hiciera falta para volverme a mi casa. Pero no. Fuimos a una zona de chalets a tomar por culo de toda civilización humana. Y allí descubro que el trabajo consta en patear la calle como un pringado y llamar de puerta en puerta para convencer a la gente a base de mentiras para que ponga una plaquita de publicidad del producto en su casa y a cambio se le regalan cosas y se hacen descuentos cuando vengan los comerciales la semana siguiente. Y a comisión, obviamente Pero no somos comerciales, noooooooo. Qué vá. Somos algo mucho mejor. Marketing a puerta fría que se ha llamado toda la vida. Apertura de mercado. Mejor aún que el de comercial, vamos.
Pues me tiré toda la tarde (desde las cuatro y algo que llegamos a Aranjuez hasta las nueve y pico) andando por una urbanización desierta donde más de la mitad de los chalets estaban abandonados y no había allí ni Perry. Por supuesto, ni bus, ni tren ni nada para volverme. Los pies machacados, las rodillas, me duelen aún. Un bajón de tensión de la leche porque llevaba desde la una sin probar bocado. Y sobre todo, una mala ostia de escándalo. Si tuviera novio, le habría llamado para que viniera a buscarme. Pero no lo tengo.
Cuando estábamos de vuelta le pedí al chico que conducía que me dejara en alguna zona cercana a mi casa. Porque el colmo, es que el trabajo es hasta las 9 de la noche en la zona que te toque y luego tienes que volver a Plaza de Castilla, entregar los papeles de los pazguatos a los que hayas convencido (que por cierto, fue ninguno) y de las calles que has recorrido y luego ya te puedes ir. Pero yo lo único que quería era verme en sitio seguro y no agarrar por el cuello a nadie.
Cuando por fin me quité las botas, me desmaquillé y cené un poco, empecé a tranquilizarme. Y me sentí mitad gilipollas, mitad estafada. Si el trabajo era eso, me lo podrían haber dicho y no hacerme perder el tiempo de esa forma. No hacerme caminar durante horas por una zona siniestra y lejana. No hacerme sentir así de imbécil.
La conclusión de todo esto es que siempre ha habido chorizos, pero con esto de la crisis, hay mogollón de gente que se aprovecha de la desesperación ajena. Que saben que necesitamos el trabajo y pretenden que traguemos con cualquier cosa. Es deprimente. Y cabreante. Y desesperante. Porque he perdido un día, me duelen aún las piernas, he desgastado las suelas de las botas y sigo sin trabajo. Toma ya.
Si me permites, vaya panda de hijosdeputadeloscojones.
ResponderEliminarSe están aprovechando de las necesidades de la gente para tratar de colar/nos trabajos indecentes.
Me dan asco.
Pero lo que nos importa a los que te leemos es que esperamos que pronto encuentres un trabajo decente. Buena suerte.
Indecente, totalmente indecente y completamente de acuerdo con Goyo. ¿Te imaginas cuanto trabajo por el morro están sacando llevando personas de 2 en 2?
ResponderEliminarTe mereces todo lo mejor así que ánimo. Besos.
Creo que no me hubiera montado en el coche sin saber a lo que iba... pues menudo acojone ver que te llevan a una zona medio desértica. Lo de encontrar trabajo está complicado, eso sin hablar de los sueldos. Espero que tengas suerte pronto.
ResponderEliminarCuidado Naar,te puede pasar como a caperucita,que te coma el lobo por andar con desconocidos.Mucha suerte,un beso.LUZ.
ResponderEliminarLo de subirse a ese coche tenía pinta de aventura excitante. Vaya fiasco. Alégrate mujer. Al menos llegaste a casa sana y salva. Si hubiera sido Pitis...
ResponderEliminarUn saludo