Vale, sé que no está bien cachondearse de los familiares y menos en momentos críticos como los que hemos pasado estos días. Pero como ya hemos salido del túnel, me da la gana de reírme de ellos.
En mi vida sólo hay dos hombres a los que quiero sin medida, sin rencor, sin desconfianza. Sólo hay dos hombres a los que adoro y por los que daría mi vida. Sólo hay dos hombres. Y a veces los enrollaría en una manta y los tiraría por un puente.
Mi padre y mi abuelo son los dos tipos más inútiles de la historia. Entre otras cosas porque están casados con dos pedazos de mujeres que les consienten todas sus tonterías y disimulan todos sus defectos. Para su desgracia, yo no soy tan buena y dedicada como mi madre y mi abuela y terminan por desesperarme con sus torpezas extremas. Pero es que no saben hacer nada. No cocinan, no limpian, no recogen... no saben qué hacer y están perdidos y desorientados sin sus mujeres. En esta semana que la yaya ha estado en el hospital y mi madre ha pasado todas las horas del día con ella, sólo quedaba yo para atenderles. Y mi paciencia ha sido colmada en múltiples ocasiones mientras ellos me miraban como cachorritos desvalidos.
Primero mi abuelo y su amor obsesivo y desmesurado por la yaya. Que sí, que está muy bien quererse tanto. Pero cuando no se puede, pues no se puede. Y el yayo se cogió un catarro, así que los médicos dijeron que nada de acercarse porque la yaya tiene que estar fuerte y nada de coger microbios. Solución del yayo: llamar a todas horas y tenerme a mí de intermediaria porque la yaya habla muy bajito, con esfuerzo y de teléfono nada. Así que me he visto envuelta en una historia de amor adolescente entre dos octogenarios, teléfono mediante:
- Yaya, que dice el yayo que ha comido bien, que sacó las judías que le dejaste en el congelador.
- Y de segundo el pescado en salsa. Estaba muy bueno, pero tenía muchas espinas.
- Que el pescado tenía espinas.
La yaya se encoje de hombros. Me hace un gesto y me susurra.
- Yayo, que si te has tomado el jarabe y el sobre para el resfriado.
- Sí, sí, me lo he tomado todo, dile que me lo tomo para ponerme bien y poder ir con ella.
- Que sí, yaya, que se lo toma, que así se pone bien y viene a verte.
La yaya gesticula y gruñe.
- Que te echa de menos, yayo, pero que te pongas bien primero.
- Dile que tengo una cosa muy mala de estar en casa en vez de con ella. – gimotea. – y que la quiero mucho.
- Yaya, que te quiere mucho.
La yaya me hace más gestos.
- La yaya te manda besos. – recibo un manotazo. – muchos, muchos besos.
- Pues imagínate yo a ella. Más, muchos, muchos más.
- Yaya, te manda muchos más besos. La habitación llena de besos.
- No, no. la habitación no. El mundo entero de besos.
- Yaya, que la habitación no, que el mundo entero de besos.
La yaya hace gestos, fuerza la garganta para decir que le quiere y tratar de que él lo oiga. Mi madre la regaña.
- Yayo, que sí, que te quiere mucho. Y ahora a dormir, eh? Voy a colgar.
- Vale, pero dile otra vez que la quiero. Y que sueñe con los angelitos. Y que yo estoy ahí con ella. Que no voy porque quiero que se ponga bien, pero que yo aquí… que no, que yo estoy ahí todo el día con ella.
- Que sí, yayo, que sí.
- No, pero díselo.
Cuando por fin salgo del culebrón, llevo a mi madre a dormir a casa y me encuentro con mi padre. Me protesta porque la carne que le ha dejado mi madre para comer le aburre.
- ¿Cómo que te aburre? ¿qué significa eso? - le digo.
- Que comer carne, así sin guarnición, ni nada…
- Pues fríete unas patatas…
Mi padre me mira como si le hubiera dicho que escalara el Everest.
- Pones la sartén con aceite y… - reflexiono un momento mientras visualizo su cocina en llamas. – o cuécelas. Hazte una patata cocida.
De nuevo cara de esfuerzo máximo irrealizable.
- Pones una olla con agua y sal y metes la patata dentro hasta que esté cocida.
Si hubiera llamado a alguno de mis amigos físicos para que le explicara la teoría de la relatividad, no habría puesto semejante expresión de perplejidad.
- Vaaaaale. Te traeré pasta de la que haga para mí.
Mi padre sonríe triunfante. Se ha salido con la suya de no hacer nada. Así que al día siguiente voy a su casa tras dejar a mi madre en el hospital a las ocho de la mañana. Hago su cama, que al parecer mi padre no sabe tampoco cómo se estiran las sábanas. Y eso que hizo la mili. Recojo sus cacharros del desayuno. Barro el suelo, repaso el baño. Le dejo el taper con los espaguetis y escribo una nota con claras instrucciones:
“Papá, esta es tu comida de hoy. Puedes calentarlos en el microondas. Si los pones en una sartén, pon un poquito de aceite antes. Te dejo el pan y la mesa puesta.”
Me pregunto mientras lo dejo todo listo si debería explicarle que tiene que ponerlos en un plato y usar un tenedor. Pero confío en su buen juicio, mínimo criterio, costumbre, instinto de supervivencia… me importa un carajo que se coma los espaguetis con la mano si hace falta.
Me voy a trabajar toda la mañana, vuelvo a mi casa, hago cuatro cosas, como y vuelvo al hospital. Según estoy entrando por la puerta, llama mi abuelo:
- ¿Nena? ¿cómo está la yaya?
- Bien, todo bien…
- ¡¡Dile que la quiero mucho!!
Por suerte he salido del bucle antes de volverme loca, de tener un arrebato durante el síndrome premenstrual y coger a los dos hombres de mi vida y hacerles pedacitos muy pequeños. La yaya ha salido hoy del hospital y está en casa de mi madre. Aún necesita muchos cuidados, pero está fuera de peligro y sólo podemos dar gracias a Dios y estar muy, muy felices de tenerla con nosotros. Así que poco a poco, volvemos a la normalidad… dentro de lo que puede significar “normalidad” en mi caso y el de mi familia.
Tienes que contar más cosas de tus yayos, son tremendos. Me alegro muchísimo de que todo saliese bien.
ResponderEliminarQué bonito lo que tienen tus yayos. Saludos.
ResponderEliminarYo creo que a base de pasar hambre acabarían espabilando, pero las mujeres de antes ya están resignadas después de toda una vida así. En fin...me río, pero si me tocase a mí no me haría gracia xd! Biquiños!
ResponderEliminar¡Qué bonito! ¡Cuánto amor!
ResponderEliminarPero... tienes razón, tu padre y tu abuelo son unos desastres. Malacostumbrados, que los tienen muy mimados.
¡Qué bonito es el amor!
ResponderEliminarJajaja me río yo del sexo "fuerte" xD
Yo nunca he visto a dos abuelillos así, que curioso que tras tanto tiempo estén como adolescentes. Respecto a tu padre, no caigas en sus ojos lastimosos de perrillo, que aprenda!!
ResponderEliminarPimiento
que monos son tus abuelos!! Me los prestas?? jaja y digo como pimiento, que hagan algo, aunque sea barrer, que eso no pueden decir que no saben!
ResponderEliminarBesos Naar y me alegro un montón que tu abuela esté mejor ^^
Tomate
Madre del amor hermoso... Qué paciencia tienes, Naar. Yo confieso que soy una inútil integral en la cocina y no sé qué haría sin el churri. Bueno, sí lo sé. Volver a mis épocas de soltería, donde Frudesa ya estaba planteándose hacerme accionista... Un besote y me alegro mil de que todo haya ido bien y de que tu yaya ya se esté recuperando del todo.
ResponderEliminarJoooooo, llego muy tarde pero te lo digo de todas formas. Me alegro muchísimo de que tu yaya esté bien, que todo haya salido bien y seguro que en nada está dando guerra, ;).
ResponderEliminarY sobre tus dos hombres, yo la verdad no lo entiendo, creo que involucionan. Mi padre, ese hombre que manejaba máquinas en la fábrica que sólo él y un alemán entendían, ahora se atora y no es capaz de comprar el pan y huevos. O viene con dos clases de pan bimbo o con dos docenas de huevos pero las dos cosas a la vez, imposible. Es un misterio...
lunasyhormigas