Siempre que escucho a Dover me acuerdo de ti. Me parece que fue ayer aquél día en el primer año de instituto cuando nos pusieron “devil came to me” en clase de inglés para transcribir la letra. Y tú, con tu melenita de un rubio dorado precioso cayéndote sobre los ojos, te pusiste a tararearla mientras escribías con ese pulso nervioso y rápido.
Recuerdo, la cinta de casete que me dejaste, sabe Dios de dónde la habrías grabado tú, con aquel primer disco de Dover en la cara A y música clásica en la cara B. Así eras tú de raro.
Y recuerdo también, un día que estaba yo con los cascos puestos a la salida del instituto y te acercaste, con ese aire distraído y medio perdido que llevabas siempre y me quitaste uno de los cascos. Pensé que me ibas a decir algo, pero sólo te lo pusiste en la oreja y sonreíste mientras sonaba “Serenade”. Estabas cerca mía, con esos ojos de un azul puro como pintados con acuarela mirándome mientras sonaba la canción y nos unía un cable. Literalmente. De tu oreja a la mía. Con Dover de por medio. Yo apenas lo oía. Me bombeaba el corazón tan fuerte que parecía latirme todo el cuerpo. Pero tú agitabas la cabeza concentrado en la música y tu pelo dorado y suave se mecía ante mis atónitos ojos adolescentes.
Me pellizcaste un poco el corazón aquel intacto que tenía yo entonces. Pero sólo a nivel platónico. Siempre supe que no eras para mí. Que estabas un poco zumbado. Que ese aspecto de genio loco que irradiabas no era compatible conmigo. Pero me gustabas mucho. Eras guapísimo, tan rubio, tan blanco, con esos ojos tan sumamente azules. Y tan listo, tan rápido, tan inquieto. Siempre investigando. Desconcertando a los profesores con preguntas sobre las supernovas. Entendiendo las matemáticas mientras cabeceabas de sueño en las primeras horas de clase. Haciendo experimentos con cosas inflamables y pegándonos sustos de muerte cuando estallabas mecheros. Eras increíble.
Sólo tú sabrás por qué echaste tu vida a perder cuando con 16 años decidiste estúpidamente dejar de estudiar y ponerte a trabajar en una gasolinera para comprarte una moto con la que te estrellaste poco después, dejándote una cicatriz de lado a lado de aquella cara angelical que sólo queda en mi memoria. Sólo tú sabrás si mereció la pena engancharte a las drogas. Pegarte una hostia con el coche que dejaste siniestro antes de terminar de pagarlo y llenarte de nuevo de heridas que aún te duelen. Juntarte con gente que te llevó por caminos indeseables. Perder el rumbo mil veces. Volver, de vez en cuando a nosotros, herido y desorientado, pidiendo otra oportunidad y tratando de subirte a trenes en marcha que se te escapaban. Sólo tú sabrás por qué lo hiciste. Sólo tú sabrás si mereció la pena. Si ahora eres feliz. Sólo tú sabrás, si es que lo sabes, qué queda de aquél chaval de flequillo liso sobre los ojos, de sonrisa medio tímida, de manos nerviosas que nunca paraba quieto.
Yo sólo sé, que cada vez que escucho a Dover me acuerdo de ti. O de aquel que fuiste antes de las cicatrices, de los golpes, de los errores, de los caminos complicados que elegiste. Me acuerdo, quizás mejor que tú mismo, de quién eras y de quién fuiste para mí. Y deseo, con toda el alma, que aún escuches a Dover. O que al menos, aún sientas esa inquietud por la vida, que aún no te hayas agotado del todo. Que aún haya cosas que te hagan mecer la cabeza y tararear con los ojos entornados, olvidando lo que te rodea. Que aún haya cosas que hagan brillar esos ojos de acuarela que poco a poco se fueron velando. Que aún sonrías. Que aún lata dentro de ti ese niño curioso y lleno de vitalidad que se creyó demasiado aquello de “devil came to me, and he said what you need es me”.
Uf... me voy para cama con el corazón todo apretujado. Ojalá aún escuche a Dover y aún se pregunte cosas sobre las supernovas.
ResponderEliminarNo puedo decir nada. Me tocan demasiado de cerca estos temas... Un besote.
ResponderEliminarCiertamente sobrecogedor lo que has escrito. Qué pena que haya tanta gente que se empeñe en destrozarse la vida a sí mismo, aunque por suerte siempre hay gente dispuesta a ayudar.
ResponderEliminarBuen post! me ha hecho pensar como pueden llegar a cambiar nuestras vidas cuando tomamos ciertas decisiones.
ResponderEliminarsaludos!
Sin palabras me dejas. Una historia muy triste. Por qué hay gente que pudiendo llegar lejos se empeñan en autodestruirse? Espero que todavía le queden sueños. Que no se haya apagado ya. Que al fin encuentre su sitio.
ResponderEliminarY qué bonito que aún le recuerdes así, como era antes de bajar a los infiernos. :')
Un beso.
Cómo escribes . Enhorabuena. Power .
ResponderEliminarHay gente que se pierde a sí misma y nunca más vuelve a encontrarse. Es una pena, ojalá ese chico se reencuentre a sí mismo, que nunca es tarde si la dicha es buena. Biquiños!
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